Permancer en el amor de Dios

jueves, 2 de mayo de 2024

02/05/2024 – En el evangelio de hoy, Jesús nos invita a permancer en él, nos dice “Permanezcan en mi amor”. Como Él esta en el Padre, quiere que estemos con Él.

Lo que nos hace permanecer en unión entre el Padre el Hijo y ser uno con ellos es el Episitu Santo, es la savia que nos permite esyar injertos en el Señor como el sarmiento a la Vid y desde allí, anunciar al mundo el gran misterio del amor con que Dios ha venido a rescatarnos y salvarnos.

Jesús dijo a sus discípulos: «Como el Padre me amó, también yo los he amado a ustedes. Permanezcan en mi amor. Si cumplen mis mandamientos, permanecerán en mi amor, como yo cumplí los mandamientos de mi Padre y permanezco en su amor. Les he dicho esto para que mi gozo sea el de ustedes, y ese gozo sea perfecto.» San Juan 15,9-11

Injertados en Jesús por la gracia del amor

Hoy Jesús nos dice que nos ama y que el amor que ha venido a revelarnos está sellado por la entrega de su vida y Él anhela que podamos permanecer en ese amor, dándole la bienvenida. Al amor de Dios no se lo negocia; en gratuidad se ofrece y en gratuidad también se entrega. Esto es permanecer. Un verbo que en las Sagradas Escrituras aparece ciento dieciocho veces: sesenta y siete veces se lo utiliza en el Evangelio de San Juan, con variado sentido (estar junto a alguien; estar en un lugar determinado, por ejemplo). Pero el de la Palabra de hoy tiene un sentido preciso, teológico: permanecer es “en” y particularmente en la persona de Jesús.

la permanencia es mutua: el discípulo en el Señor y el Señor en el discípulo. Es una permanencia que viene dada por una inserción en la persona de Jesús. Tal cual lo indica la parábola de la vid, nosotros los sarmientos, un injerto de amor en Cristo, la vid. Cuando se hace un injerto en un árbol: se arranca de otro lugar la rama que se va a injertar y se hace una herida en el árbol para allí introducir lo que se va a injertar.

Esa herida es el amor de Dios que se entrega por nosotros y en la Cruz se abre para darnos la bienvenida y compartirnos la savia de la riqueza íntima de su misterio de Padre, Hijo y Espíritu Santo; la riqueza más profunda que está contenida en el árbol de vida que ya no es aquél del Edén, sino que es Cristo, es el Amor. Por eso, la invitación a injertarnos es a permanecer en ese Amor.

¿Cómo se hace para permanecer en el Amor, dándole la bienvenida al amor?

Uno puede reconocer a lo largo de su vida cómo fue visitado por la presencia del amor en el seno de la familia, en la amistad, en el noviazgo, en los compañeros de trabajo y de estudio; cómo nos sorprendió el amor y nos reveló el misterio de la vida. La vida está hecha para ser vivida en esa clave y sólo cuando encontramos un amor grande por el cual vivir, encontramos el motivo de la vida. Y hay más de una oportunidad en que el Amor se manifiesta en pequeños gestos con los que el Señor se acerca a nosotros, atrayéndonos hacia aquel lugar en donde quiere llenarnos de vida nueva.

Es la vida del Espíritu la que se comunica a través de esos gestos. Es la Savia, es el misterio del vínculo entre el Padre y el Hijo, que se llama Espíritu Santo y que ahora se derrama sobre nosotros en abundancia, en multifacéticas expresiones, en un montón de coloridos matices que nos hablan de la riqueza que allí está escondida.

Te invito a que despiertes al amor, a que salgas de tus lugares de pesadumbre, sinsentido, agobio, tristeza y te animes a dejarte visitar por esta presencia de amor.

Llamados a dar frutos

Estamos llamados a dar fruto abundante, para el bien de los demás, para gloria de Dios, para nuestra propia plenitud. Se trata de un fruto de transformación, de plenitud, de santidad… El fruto evocado en esta Palabra es la vida en plenitud, fecunda por la unión con el amor que rescata, que salva. Por la permanencia en el amor de Dios, el Espíritu Santo es el que va realizando esta pintura profunda en el que se reconoce discípulo en proceso de transformación interior, en una progresiva configuración de sus pensamientos, sentimientos, actitudes, hasta el punto de poder llegar a decir con Pablo, mi vida es Cristo.
Este amor supera clases sociales, posicionamientos ideológicos, modos religiosos de vínculo con el misterio. Este amor unifica, nos pone en actitud dialogal, nos permite diferenciarnos unos de otros saludablemente y a partir de allí complementarnos en el ser con otros. Nadie es por sí mismo si no es con los demás. Excluir, marginar, odiar, en el fondo es auto agredirse, es impedir la más plena realización de nosotros mismos por la negación de otro, distinto, que me fue puesto en el camino para que de alguna manera terminara por complementar lo que estoy llamado a ser como plenitud de proyecto de Dios en la vida. Por eso nada de lo que se nos ofrece, aunque doloroso, puede ser despreciado; el amor tiene una lógica de integración y de transformación, de diferenciación y de complementariedad. Cuando el amor se vive así, es porque Dios está presente, es porque participamos del acto donativo del amor del amor. Amor que no se ensucia con las mezquindades de un corazón que quiera atrapar, sino que se da, se entrega. Es Dios que irrumpe, y nos abre otros horizontes. Es el amor del Resucitado, lleno de vida, que no tiene miedo, que esclarece las sombras y que nos invita a soñar…


Los frutos que la sociedad espera de nosotros


Son frutos de testimonio de vida en el amor. Y en este testimonio se juega toda la evangelización: que el mundo crea por la unidad de los cristianos, ése es el gran desafío. Una unidad construida no desde la uniformidad, sino cómo nos ha planteado Pablo VI en Ecclesiam Suam, en un diálogo profundo en muchos sentidos. El primero que debemos reconocer es el diálogo entre distintos, a partir del vínculo de amor con el Dios que nos creó. Diálogo con uno mismo, encuentro de amor reconciliado con uno mismo. Diálogo -como dice bellamente Pablo VI en Ecclesiam Suam– con una sociedad pagana que se fue descristianizando y que hoy ofrece mil rostros con los cuales salir al encuentro para reconocer la originalidad de cada uno y entonces redescubrir el amor que nos hace uno. Diálogo hacia adentro de la misma Iglesia. Diálogo con los cristianos no católicos. Diálogo con otros credos. Cuando hablamos de diálogo, no hablamos solamente de discursos de partes diversas y de posicionamientos distintos; hablamos de un espíritu que nos pone en situación de comunión y nos invita al respeto en las diferencias, al no denostar, al no acusar, no estigmatizar al otro porque cree de manera diversa. Tenemos que situarnos en este Espíritu de amor que tiene que dar mucho fruto, llamando a contagiar a todos. La corriente de la gracia del amor nos debe poner en comunión con todos y con cada uno, asumiendo en la diversidad el amor como el gran proyecto de Dios. Dios nos invita a ser uno en el amor. El amor es contundente, es una presencia que termina con las diferenciaciones y nos enseña a complementarnos. El amor de Dios se manifiesta en cada uno tomando diversos matices. Los colores por separado tienen valor, pero cuando se unen formando un arcoiris, le da mucha belleza al paisaje y es símbolo de alianza, al menos así aparece en la Palabra; no están los colores para estar separados, sino para estar unidos en un misterio de alianza. Es Dios que se vincula con la sociedad para constituirla en su pueblo.