21/05/2014 – En el evangelio de hoy, Jesús se presenta como la vida y nosotros sus sarmientos. La gloria del Padre es que demos mucho fruto, y somos fecundos unidos a Cristo.
A la hora de pasar de este mundo al Padre, Jesús dijo a sus discípulos: «Yo soy la verdadera vid y mi Padre es el viñador.El corta todos mis sarmientos que no dan fruto; al que da fruto, lo poda para que dé más todavía. Ustedes ya están limpios por la palabra que yo les anuncié. Permanezcan en mí, como yo permanezco en ustedes. Así como el sarmiento no puede dar fruto si no permanece en la vid, tampoco ustedes, si no permanecen en mí.
Yo soy la vid, ustedes los sarmientos. El que permanece en mí, y yo en él, da mucho fruto, porque separados de mí, nada pueden hacer. Pero el que no permanece en mí, es como el sarmiento que se tira y se seca; después se recoge, se arroja al fuego y arde. Si ustedes permanecen en mí y mis palabras permanecen en ustedes, pidan lo que quieran y lo obtendrán. La gloria de mi Padre consiste en que ustedes den fruto abundante, y así sean mis discípulos.»
Jn 15, 1-8
"El que permanece en mí, y yo en él, da mucho fruto"
La liturgia en esta semana de Pascua toma los capítulos 14 y 15 de San Juan y los enmarca en el contexto de la última cena. Y los textos comienzan siempre con la misma frase "a la hora de pasar de este mundo al Padre, dijo Jesús a sus discípulos". Es importante que nosotros también nos sintamos parte de esta hora suprema, en la que Cristo va camino a la cruz y nos deja su mejor testamento. Yo también estoy incluído en este momento de intimidad de la última cena, y en éste marco recibimos esta consigna del mismo Jesús que nos involucra en su misión.
A la luz de ésta Palabra que hemos compartido te invito a preguntarte, ¿cómo vivís la comunión con Cristo, cómo vivís esta pertenencia a Jesús?. Nosotros recibimos de Jesús la savia y la vida que nos sostiene, por eso nos invita a permanecer en Él. De Él nos llega la vida sobrenatural y no podemos pensarla de otra manera, únicamente de Él por el Espíritu nos llega la vida de gracia del Padre. Esta insistencia del texto está en la invitación a dar frutos y producir algo que valga la pena, que únicamente será posible estando unidos a Dios.
Sentirse fecundo es una necesidad de los hombres. En distintas realidades y edades todos tenemos el deseo de ser útiles, ya que es un anhelo de desarrollar las propias capacidades para dejar algo bueno. Y esa es la fecundidad que da gloria al Padre, que nos quiere vivos y produciendo buenos frutos. El Padre, el viñador, que quiere que demos frutos también poda y limpia para que podamos producir más. Se trata de las purificaciones que recibe nuestro corazón cuando nos estamos apegando a las cosas y al escuchar las palabras de Jesús entramos en consciencia de nuestra miseria. La poda del Padre nos permite, indudablemente con dolor, entregar las cosas y proyectos que nos esclavizan. Es una poda que libera lo mejor de nosotros, para poder brindar frutos abundantes de alegría, amor y ofrenda de la vida.
Además de esta hermosa comparación que Jesús utiliza, nos invita a pensar en este deseo de dar vida. Hoy atravesamos una crisis existencial, la del vacio de sentido. En términos del evangelio de hoy sería una ausencia de reconocimiento de la capacidad de hacer cosas buenas y ser útiles. Sin ese sentido, carecemos de motivaciones y nos convencemos de que somos inutiles e inservibles. Así la vida va cayendo en una catarata que nos tira hacia abajo y nos hace daño.
Ésta parábola nos sacude y nos hace caer en la cuenta que sólo si estamos unidos a Cristo podremos dar frutos abundantes: "separados de mí nada pueden hacer". Si nos cortamos, el sarmiento sólo, se seca. Y la Iglesia es esta comunidad de comunión con Cristo.
"Para que donde yo esté también estén ustedes"
El mismo Jesús nos dice "yo he venido para que tengan vida y la tengan en abundancia". Él nos hace partícipes de la vida de Dios. Por el bautismos contamos con una nueva vida, hijos de Dios y hermanos de Cristo. Es una vida eterna, por eso el estar unidos a Cristo nos da la gran esperanza de saber que la muerte ya no tiene poder sobre nosotros. Es más, sabemos que muriendo con Cristo estamos naciendo a una nueva vida. Ésto es lo que Cristo quiere para nosotros, poder participar de su plenitud. Esa vida la recibimos y se acrecienta participando de los sacaramentos, signos eficaces de la gracia. Allí Él nos restaura, nos perdona, nos santifica, nos da sus propios méritos, reconforta y sana, y allí se nos da Él mismo. Cuando rompemos con los canales de la gracia nos quedamos sin alimento para el alma. Por eso al cortarnos sólos terminamos muriendo.
Nos dice el evangelio que la voluntad del Padre siempre es que "demos fruto", por eso al sarmiento que da fruto lo poda, no para hacer daño, sino porque sabe que puede dar mucho más aún. Tenemos que decirle al Señor que estamos dispuestos a que nos arranque todo lo que es un obstáculo a su acción: los defectos de nuestro carácter, nuestros apegos a los bienes y a la mirada estrecha, que quizás nos permiten algunos frutos pero no los óptimos. El Señor nos limpia y nos purifica de muchas maneras. A veces puede ser algun fracaso, enfermedades o el dolor de las humillaciones. La invitación es que no nos salga la queja rápidamente, sino que podamos asumirla como una poda, aunque resulte doloroso, sabiendo que es para mayor gloria de Dios.
"Sin ti nada, con vos todo" dice San Agustín. Todo sería inútil sino nos adherimos a Él y permanecemos en su amor. Todos tenemos experiencia en nuestras vida de alguna poda dolorosa que después se transformó en fuente de crecimiento y madurez.
Mons. Daniel Cavallo
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