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Pétalos Marianos
martes, 1 de abril de 2008
Marzo 2008
María, mujer fiel desde la anunciación a la cruz, desde Nazaret hasta el Cenáculo.
Mujer valiente, el Espíritu Santo fecundó siempre tu existencia y vos siempre fuiste fiel.
Tu fidelidad Madre nos trajo la Salvación, nos trajo al Emmanuel.
María, mujer de fe, que lo esperaba todo del amor de Dios, que podamos nosotros imitarte en esta fidelidad, hoy y siempre.
En estros tiempos difíciles María se acerca vestida de sencillez y abraza nuestro cansado corazón.
María, mujer-coraje, madre-esperanza, conoce nuestros dolores y nos recibe en sus brazos.
Ella sabe de nuestras luchas diarias, por eso nos lleva a su Hijo Jesús.
Gracias Madre, por darnos al Salvador, por acogernos, por ser tan madre con nosotros.
María, déjanos llamarte amiga, porque podemos contar contigo en todo tiempo.
Déjanos llamarte amiga, porque nos escuchas y te pones siempre en nuestro lugar.
María, nuestra amiga del alma, la que conoce nuestro corazón y se une a nuestro caminar diario.
María, madre y amiga incondicional, gracias por ser tan cercana, amable y amorosa, tan de Dios y tan nuestra.
María, creíste siempre en el amor de Dios y eso te hizo grande.
Aún en los momentos de mayor dolor seguiste creyendo en Aquel que todo lo puede.
Tu vida fue siempre de fe y entrega, de escucha y meditación, de contemplación y acción.
Tu fe nos alienta a seguir creyendo en el Amor, en el que todo lo renueva y nos trae nueva vida.
En este camino cuaresmal, la Sagrada Liturgia nos propone a María como modelo de discípulo que escucha con fe la Palabra de Dios.
Es que María supo desde siempre que la Palabra la alimentaba en espíritu, y cuando su Hijo hablaba lo escuchaba atentamente.
Virgen de la escucha atenta, supiste guardar todo en tu corazón y en él orar a Dios.
Que podamos en este tiempo ser hijos atentos a la Palabra y hacerla vida como vos la hiciste.
Decía el papa Juan Pablo II: “El ir al encuentro de las necesidades del hombre significa, al mismo tiempo, su introducción en le radio de acción de la misión mesiánica y del poder salvífico de Cristo.
Por consiguiente, se da una mediación: María se pone entre su Hijo y los hombres en la realidad de sus privaciones, indigencias y sufrimientos.
Se pone "en medio", o sea se hace mediadora no como una persona extraña, sino en su papel de madre, consciente de que como tal puede -mas bien "tiene el derecho de"- hacer presente al Hijo las necesidades de los hombres".
Madre del Redentor, medianera nuestra por excelencia, en tus manos nuestras necesidades y sufrimientos, nuestras virtudes y alegrías.
Dios nos ha dado a su Madre como nuestra para que nos enseñe a meditar y adorar en el corazón.
Ella, recibiendo la Palabra y poniéndola en práctica, se hizo la más perfecta Madre.
Supo ser toda de Dios y toda nuestra en la misión que le fue dada.
Madre, en este tiempo de cuaresma enséñanos a recibir a tu Hijo y a orar desde lo más intimo de nuestro ser.
No son fáciles los tiempos en que vivimos, hay mucho dolor y violencia.
María nos ayuda a ser testigos creíbles del mensaje de paz y amor de su Hijo para que el mundo crea.
Madre, que reconozcamos en el Niño que llevas en tus brazos al único Salvador del mundo, fuente de interminable paz, a la que todos aspiramos en lo más profundo del corazón.
Esta tarde te pedimos Madre que nos alientes paraque nuestro testimonio sea fructífero para otros corazones que te buscan.
María fue co-participante íntima en el designio de salvación.
Ella acompañó a Jesús en el momento más doloroso, el de la pasión y de la cruz.
Es tiempo de que entremos en clima espiritual, que nos dejemos guiar por ella para contemplar a Jesús y acompañarlo en su pasión.
Madre, que podamos dejarnos guiar por vos, transitar el camino de la pasión y de la cruz hasta el sepulcro vacío para encontrar a tu Hijo resucitado.
Guardaba todas estas cosas, y las meditaba en su corazón, nos cuenta el evangelista San Lucas.
Los recuerdos de Jesús, impresos en su alma, la han acompañado en todo momento, llevándola a recorrer con el pensamiento los distintos episodios de su vida junto al Hijo.
Han sido aquellos recuerdos los que han constituido, en cierto sentido, el rosario que Ella ha recitado constantemente en los días de su vida terrenal.
Fueron todos los recuerdos impresos en su alma los que la ayudaron con la gracia de Dios a abrazar el dolor de ver a su Hijo en la cruz morir por nosotros.
Virgen de los dolores, supiste mantenerte firme en la cruz sabiendo de que Dios nos traía la salvación.
Como María, que amó a todos sin excepción y a todos les deseó el bien, nosotros también podemos desear el mayor bien: el amor del Padre.
Esta universalidad del amor de María es nuestro modelo de lo que debe ser nuestro amor cristiano, el verdadero amor no es envidioso, no busca las cosas propias, sino que busca el bien de los demás.
El amor de María la llevó a entregarse sin condiciones para salvar al mundo por medio de su Hijo Jesús.
María prepara la Hostia que había de ser ofrecida en la cruz para nuestra salvación.
María nos enseña a creer firme y sumisamente los misterios de Dios. Ella recibió con la más sencilla y profunda fe el mensaje de ser la Madre de Jesús.
La fe de María la llevó a cumplir fielmente con su excelsa misión, viendo en cada momento de ella, en un humilde niño de familia, al Verbo de Dios encarnado.
La fe profunda, humilde y sencilla de María nos enseña también a nosotros a creer con la sencillez de quien quiere ser enseñado por Dios.
María, creíste en el amor del Padre y esa misma fe te sostuvo al pie de la cruz. Acompáñanos a ser fuertes y firmes en la fe que nos alienta a permanecer en esos momentos de dolor.
María es nuestro gran ejemplo de esperanza, ante todo en el momento de la crucifixión de su Hijo. Ella, segura de las promesas reiteradas de Jesús de que había de resucitar, sufrió la amargura de su desolación en medio de la esperanza sobrenatural del triunfo de su Hijo.
María nos invita a seguir el ejemplo de su esperanza a las promesas divinas, a pesar de los aparentes fracasos que la vida cristiana pudiera hacer ver.
Uno de los más frecuentes motivos de devoción a María es precisamente la esperanza y la inmensa confianza que su protección infunde en medio de las dificultades de la vida terrena.
Al saludarte en la "Salve" como "Esperanza nuestra", te pedimos Madre no solamente que seas nuestra esperanza, sino también que nos enseñes a imitar tu inquebrantable confianza en las promesas divinas.
¡Alégrate, Virgen María, Jesús ha resucitado! Vos que lo llevaste en tu seno virginal y lo diste a luz en la noche de Belén. Que lo llevaste en tus brazos, lo presentaste en el templo y escuchaste sus primeras palabras.
Vos Madre, que lo llevaste en tu corazón en los momentos más dolorosos, el camino de la cruz, ha resucitado.
Tu corazón fue traspasado por la espada del dolor y lo compartiste con ánimo materno al sacrificio de tu Hijo.
Cuando expiró y lo bajaron de la cruz lo volvieron a tus brazos. Lo llevaron al sepulcro, lugar que al tercer día apareció vacío, porque tu Hijo resucitó.
Cristo a quien llevaste en tu ser, Madre, ha resucitado, ¡Aleluya!
La alegría pascual reina en la Iglesia, todos participamos de la Gloria de Dios.
María, tu Hijo resucitó y nos trajo nueva vida, nos gozamos en su amor y te damos gracias por haber sido instrumento del Amor misericordioso del Padre.
Hoy la Iglesia entera te mira a vos Madre, a tu corazón, contemplamos y compartimos la alegría pascual.
María, vas delante de manera singular por ese camino en el que se realiza la peregrinación mediante la fe en el misterio pascual.
No permitas María que nos alejemos de la cruz de tu Hijo amado, porque sólo en ella encontramos la luz de la nueva vida. Con alegría pascual te decimos una vez más: ¡Ruega por nosotros!
Alégrate, Reina del Cielo, danza y alza tus manos porque Jesús ha resucitado. La muerte ha sido vencida.
Canta un cántico nuevo, entrena tu mejor sonrisa, porque Dios ha vencido y su gloria nos es dada para que tengamos nueva vida.
El Señor vive resucitado entre nosotros, la muerte va herida. Gózate y alégrate María, que la oscuridad ya pasó y sólo reina la luz de la vida.
Tu Hijo nos trajo nueva vida, vida que jamás acabará. Alégrate con la Madre Iglesia porque el amor ha vencido a la muerte.
Gracias Madre, por darnos a Jesús, que por el bautismo nos hace hijos de Dios, y en la confirmación testigos del resucitado y nos nutre con su carne en la eucaristía.
Vos Madre, toda tu existencia fue darnos a Jesús, no sabías hacer otra cosa, nos lo ofrecías desde el amanecer hasta el anochecer.
Gracias María, por ser fuente de luz y de vida y llevarnos a la luz que es Jesús, a la vida de Dios.
En vos Madre, vamos encontrando las fuerzas en el desgaste del camino. Contigo la aventura de seguir a tu Hijo es lo más hermoso que nos puede pasar.
Madre de nuestro Señor, engendradora del que creó al mundo, a vos te rogamos nos ayudes a permanecer unidos a la Gracia del Padre.
Vos que fuiste la elegida por Dios, recibida por El en el cielo, próxima a El e íntimamente unida a El, te pedimos la perseverancia para continuar nuestro camino de la mano de Dios.
Vos que fuiste visitada por el ángel, saludada por él, vos que supiste escucharlo, ayúdanos a tener nuestros sentidos atentos a la presencia de Dios que siempre está junto a nosotros.
Madre del resucitado, tu alegría es nuestra alegría, ayúdanos a permanecer alegres en el gozo de la nueva vida.
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