Poema para una prostituta

jueves, 12 de julio de 2007
Y las prostitutas les preceden a ustedes en el Reino de los Cielos

                                                                       Mt. 21, 31

Es más fácil para un camello pasar por el ojo de una aguja que

para un rico entrar al Reino de Dios.

                                                                       Lc. 18, 25

Estabas en un diario de la tarde

Mirándonos. Mirándome.

No era dolor, vergüenza o desafío:

me estabas personando.

Por tener siempre el mismo lecho

y el mismo hombre en el lecho

y el mismo amor creciendo.

(¡Ah, no tener que inventarlo a pedazos…

Y lo mejor de todo: tener que resguardarlo

para que no se quiebre o se marchite).

Me estabas perdonando porque mis hijos nacen;

porque no tuve que podar el ala

de la mujer, capaz de eternizarse.

Porque conozco el grito de la vida que llega

y la fiebre que llega, y el cuidado…

Porque supe del vaivén de una cuna

(en tu recuerdo, sólo un vaivén de caderas…)

Porque un hombro me espera en el cansancio

y somos dos para enfrentar la muerte.

(en tu recuerdo, soledad con otros

más terrible que estar sola contigo).

Me perdonas mi vida. Y ni siquiera

me rechazas por eso.

 

Hermana- te diría- Hermana nuestra.

Culpa nuestra. Pecado compartido.

Invitada a la mesa

también como nosotros. Y no te hicimos sitio;

Y no te dimos ni agua

para abreviar la espera.

(… no quedó más remedio que estrujar la del barro.)

 

Y seguimos proclamándonos puros,

honestos, satisfechos

de esta virtud sin pruebas, sin caídas.

No dejes de mirarnos. De mirarme.

Tal vez por eso, el ojo de la aguja

me dé paso al final

y allí te encuentre:

no en un diario cualquiera de la tarde,

sino en la Luz, de frente,

arropada de Amor.

 

Y me avergüence.