Por el camino de la corrección fraterna

miércoles, 19 de junio de 2024

19/06/2024 – En el evangelio de hoy, Mateo 18:15-20, Jesús nos plantea la corrección fraterna como el camino para mantenernos en comunión.

“Todo lo que le pidamos al Padre, nos lo concederá.” Atar y desatar, unir y desarmar lo que desune. Orientemos a nuestras comunidades hacia la corrección fraterna para sostener el vínculo de comunión y recibir a Jesús.


Si tu hermano peca, ve y corrígelo en privado. Si te escucha, habrás ganado a tu hermano.
Si no te escucha, busca una o dos personas más, para que el asunto se decida por la declaración de dos o tres testigos.Si se niega a hacerles caso, dilo a la comunidad. Y si tampoco quiere escuchar a la comunidad, considéralo como pagano o publicano.Les aseguro que todo lo que ustedes aten en la tierra, quedará atado en el cielo, y lo que desaten en la tierra, quedará desatado en el cielo.También les aseguro que si dos de ustedes se unen en la tierra para pedir algo, mi Padre que está en el cielo se lo concederá.
Porque donde hay dos o tres reunidos en mi Nombre, yo estoy presente en medio de ellos”.
San Mateo 18,15-20

Por el camino de la corrección

Quienes vamos en el camino de la fe no somos una comunidad de “puros”, sino una asociación de convertidos. O como decía gráficamente San Francisco de Sales: “Un inmenso hospital es esta comunidad de creyentes, lleno de enfermos que necesitan curación”.

Uno de los instrumentos de los que Dios se vale para obrar plenitud en nosotros , es el que en la tradición de la Iglesia se llama la “corrección fraterna”.

El camino de la corrección fraterna apunta a descubrir cómo es esto de cargar sobre las espaldas la debilidad del hermano. ¿Por qué debo cargarlo yo si es de mi hermano? “Deberás reprenderlo convenientemente para no cargar con un pecado a causa de él” nos dice Levítico 19, 17. ¿Cómo traducir esto a lo concreto? Es decir que es una oportunidad de crecimiento para el otro y para mí.
Entonces, ¿Yo soy responsable de lo que hace el otro?

Algunas de las expresiones que tenemos comúnmente en este tema son:

  • “En el fondo, no es asunto mío lo que hace otro”.
  • “Es corresponde decírselo al superior o al jefe o al padre de familia”.
  • “Mejor no molestarme porque mirá si se enoja”.
  • “Mejor no le digo nada, no le marco ningún error ¿y si me rechaza y después no me habla más? Él es muy así, su costumbre es ésa: cuando alguien le dice algo que no le gusta, no habla más”.
    — “¿Para qué le voy a decir algo, para qué le voy a marcar este error? Total no va a servir de nada. Él solo tiene que entenderlo. Aparte, el mejor reproche es el ejemplo que le puedo dar”.

Casi siempre vamos de un lugar a otro, con esto de que “no es asunto mío” le estoy pasando la pelota al otro, que otro se haga responsable de él cuando yo estoy viendo el error de mi hermano, cuando yo estoy viendo cómo se equivoca o cómo está a punto de equivocarse. Esto de que “no lo voy a molestar porque se va a enojar y no me va a hablar más”, a veces, es el miedo, la mala relación que tengo con el otro lo que a mí no me permite ayudarlo a que pueda encontrarse con la verdad..

Es cierto, es mucho trabajo hacerse cargo de la vida del hermano en esto. “No va a servir de nada”, el creer porque tiene que cambiar porque yo se lo diga y, como yo se lo digo y se lo he dicho varias veces y no cambia, no se lo digo más. Este conjunto de razonamientos que parecen muy convincentes nos lleva a descubrir que estamos reflejando una actitud verdaderamente descomprometida o, más bien, comprometida con lo privado, con lo mío: “yo hago la mía, vos hacé la tuya”, esto que hablamos constantemente del individualismo, “vos ocupáte y hacéte responsable de tus propias cosas, yo me ocupo de las mías”. Esto de arreglárnosla solos, cuando en realidad en el camino vamos juntos al Cielo, al destino de nuestra felicidad, llegamos juntos, en colectivo, en camioneta, no vamos cada uno por su lado en un taxi o en un remis.

Un camino de dos o más

Esto de la corrección fraterna es un modo de crecer, un modo de ser juntos, de ligar mi propia vida a la del hermano, a la del vecino. Es entender la fraternidad y el llamado a vivir en comunidad, es un hecho de salvación que te permite , darle la mano al hermano para que él también tenga la posibilidad de caminar por un lugar seguro. Me hace descubrir al otro como hermano y con quien comparto un proyecto que no lo voy a poder llevar adelante solo. Es reconocerme necesitado del otro y que el otro sepa que necesita también de mi ayuda. Es descubrir la felicidad de ser necesitado y requerido por el otro para poder hacer juntos el camino.

Para poder ver la verdad, es necesario saber desde dónde nos acercamos con esta corrección. Decíamos la importancia de descubrirnos hermanos y responsables del otro. Y justamente ésa es la clave: la corrección fraterna parte, por un lado, de quién se reconoce que se puede equivocar, que es pecador y que también es reconciliado. Eso te da fuerza para acercarte a otro. Abre la disponibilidad de ser corregido y de poder corregir porque vamos aprendiendo constantemente del contacto con la Palabra de Dios. Y cuando vamos por este sendero se van encarnando los criterios de la Palabra en el corazón, en las acciones, en los gestos y desde este lugar vamos siendo instrumentos eficaces de reconciliación.

La Segunda Carta de Timoteo (2, 25) nos invita a corregir con mansedumbre. En este caso, dice a “los demás”. Y más nos cuesta cuando el error, la ofensa ha sido con nosotros. También sería lindo tener en cuenta Mt. 7, 12: “Hagan con los otros lo que quisieran que hicieran con ustedes”.

En la corrección, la mansedumbre tiene que estar presente. Gálatas 6, 1: “Corregir con mansedumbre pues también tú puedes ser tentado”, nos va explicando. Y esto de ayudarse a llevar mutuamente las cargas. No existe solamente una manera verbal de intervenir al corregir, también se puede hacer a través de un gesto, una actitud, una cortesía, una sonrisa. Estos modos pueden ser mucho más expresivos que las palabras y, quizás, mucho menos molestos que un reclamo.

Para esto es bueno recordar lo que decía San Francisco de Sales: “una verdad que no sea caritativa procede de una caridad que no es verdadera”. Por eso, en la práctica, en lo concreto, la verdad caritativa, a la cual estamos llamados todos a vivir, implica que siempre debe decirse TODA la verdad a aquél que está al lado tuyo, con quien vos te estás relacionando. Pero también hay que tener en cuenta su capacidad para poder comprender y ver los tiempos justos para poder hacerlo. Eso también es parte del amor, no es esconder la verdad, sino decirla en el momento oportuno. Allí se utiliza este criterio de la verdad caritativa.

En Mt. 18, 15 la Palabra nos dice: “Si tu hermano peca, ve y corrígelo en privado. Si te escucha, habrás ganado a tu hermano. Si no te escucha, busca una o dos personas más para que el asunto se decida por la declaración de dos o tres testigos. Si se niega a hacerles caso, dilo a la comunidad. Y si tampoco quiere escuchar a la comunidad, considéralo como pagano o publicano”.

La mirada de Mateo se va a posar sobre una fraternidad, no se trata de cualquier persona de quien no me importa su sufrimiento o su dolor, se trata de mi hermano. Es claramente que así el Señor presenta en el Evangelio: “Éste es TU hermano. Éste es MI hermano”. ¿Qué significa para mí la palabra “hermano”? Si con franqueza vamos a reconocer lo más esencial de este concepto hay que tenerlo presente al momento de acercarnos y hacerlo crecer, porque es mi hermano, porque vamos caminando juntos, porque, en realidad, me interesa porque quiero ayudarlo a mejorar su vida. Es muy diferente corregir al otro sólo porque me molesta, porque no aguanto lo que hace. A veces, utilizamos ese mero criterio y no pensamos en que el otro también necesita crecer y, con mi ayuda, el hermano, el cercano, puede ver aquello que no ve y puede encontrarse con la verdad, con lo bueno, con lo bello y con la plenitud de lo que está llamado a ser.

Dice la Palabra: “Corrígelo en privado”. San Juan Bosco diseñó un sistema educativo muy especial y simpático llamado “Sistema Preventivo” en el que recomendaba: “no se reprenda ni se corrija en público sino en privado, lejos de los compañeros y empleando la mayor paciencia”. Es repetir este mandato de Jesús en el Evangelio. Es hablar los dos cara a cara, las cosas solucionándola mucho más fácilmente, los problemas terminan siendo más simples de lo que pensábamos. ¡Cuántos problemas se han solucionado porque alguien tienen la valentía de ir a hablar personalmente con el que estaba ofendiendo y trata de remediar amigablemente esto desagradable que estaba sucediendo!

Corregir – “regir con”

La palabra “corregir” indica básicamente co- regir, es decir, “regir con”. Esto es gobernar, tutelar, mandar en la vida del otro, con el otro. Quien corrige se “mete” a tomar partido en las decisiones, en la vida de otra persona, con responsabilidad, por supuesto, y no como un desahogo personal, como entrometerme en la vida del otro para poder dominarlo, sino para poder ayudarlo. Corregir, regir con el otro, acompañarlo, no dominarlo, no descargarme. El centro de la corrección no soy yo, con mis sensibilidades y dolores ante el error o el pecado ajeno, sino que lo importante es que el otro se está equivocando y que está dañando su vida y que no puede ser feliz si va por este lugar, por este camino.

Quizás no lo está pudiendo ver y es bueno que te acerques a corregirlo en privado, hablar con él, sin despreciarlo en público, y con el tiempo que puedas tomarte para discernir bien lo que sería mejor decir.
“Si te escucha”, dice la Palabra. La verdad es que muchas veces a los que queremos ayudar, con la corrección fraterna, bien intencionada, respetuosa, por un lado, tienden a ser- y nosotros también cuando nos toca ser corregidos- como sordos, que no escuchan.

Isaías lo decía de su pueblo: “Oigan, ustedes, los sordos; ustedes, los ciegos, miren y vean”. Quien generalmente se equivoca no ve su error, por eso, justamente; se está equivocando, es incapaz, a veces, de entender esta debilidad y, si la ve, a veces, por su pasado, por su historia, por su presente, no tiene la fuerza para poder vencerla. Por eso, en esta realidad de la corrección el Señor nos invita en distintos textos a ser pacientes. Nos dice en algunas Cartas de San Pablo: “Sopórtense con paciencia”.