14/02/2022 – Junto al padre Javier Soteras compartimos la catquesis del día en torno al Evangelio:
En aquel tiempo, se acercaron los fariseos y se pusieron a discutir con Jesús, pidiéndole una señal del cielo, con la intención de tenderle una trampa. Jesús, suspirando profundamente, dijo: “¿Por qué pide esta generación una señal?. Les aseguro que a esta generación no se le dará ninguna señal”. Y dejándolos, volvió a embarcarse y se dirigió a la otra orilla”. Marcos 8, 11 – 13
En aquel tiempo, se acercaron los fariseos y se pusieron a discutir con Jesús, pidiéndole una señal del cielo, con la intención de tenderle una trampa. Jesús, suspirando profundamente, dijo: “¿Por qué pide esta generación una señal?. Les aseguro que a esta generación no se le dará ninguna señal”. Y dejándolos, volvió a embarcarse y se dirigió a la otra orilla”.
Marcos 8, 11 – 13
De esta obediencia Abraham es el modelo que nos propone la sagrada escritura y María la realización mas perfecta, por eso al punto primero de nuestro encuentro, la obediencia en la fe, le corresponden estos otros dos subtítulos traídos de la mano de dos personajes bíblicos que nos orientan en el camino de la fe, Abraham, el padre de todos los creyentes y María, dichosa por haber creído.
En la Carta a los Hebreos en el gran elogio de la fe de los antepasados, se insiste particularmente en la fe de Abraham.
En Hebreos 11, 8 confrontándolo con Génesis 12, 1-4, se dice por la fe, Abraham obedeció y salió para el lugar que habría de recibir en herencia y salió sin saber a donde iba. Salió confiando en que Dios lo llevaba y en todo caso en el andar los signos fueron confirmando el peregrinar de Abraham en la fe.
Por la fe vivió como extranjero y como peregrino en la tierra prometida, por la fe a Sara se le otorgo el concebir el hijo de la promesa, por la fe finalmente Abraham ofreció a su hijo único en sacrificio, dice Hebreos 11, 17.
Abraham realiza así la definición de la fe, dada por la carta a los Hebreos, dice así la carta a los Hebreos en 11,1 “La fe es garantía de lo que se espera, la prueba de las realidades que no se ven”. Creyó Abraham, dice Romanos 4,3. Creyó en Dios y le fue reputado esto como justicia.
Gracias a esta fe de Abraham, fe poderosa, vino a ser el padre de todos los creyentes, tal cual como lo dice Romanos 4,11, haciendo referencia a aquel texto de la promesa a Abraham, en descendencia te daré más hijos que las estrellas del cielo. A él que era un hombre que no podía acceder a la paternidad. El antiguo testamento es rico en testimonios a cerca de esta fe.
La Carta a los Hebreos proclama el elogio de la fe ejemplar de los antiguos por la cual fueron alabados, sin embargo Dios tenía dispuesto algo mejor, la gracia de creer en su hijo Jesús, el que inicia, dice Hebreos 11,40 12,2 y el que consuma el corazón creyente que adhiere a la fe.
Nosotros mientras peregrinamos desde nuestra perspectiva creyente pedimos esta fe, la fe de Abraham. Has experimentado la fe de Abraham, cuando, como? Te viste saliendo de tu propia tierra y yendo a un lugar que se te prometía como herencia.
Cuando tuviste que dejar tus seguridades, para aferrarte al que es tu roca, al Señor que es tu refugio y tu fortaleza.
Cuando fuiste invitado a dejar tu seguridad, tu territorio, el ámbito en el que te movías como pez en el agua y de repente comenzaste a caminar sin saber a donde ibas, pero con la plena conciencia de que era Dios quién te conducía.
Te acuerdas, hacer memoria de tu fe es fortalecer en nuestra mañana, nuestro corazón creyente.
La virgen realiza de la manera más perfecta este camino de obediencia en la fe al modo de Abraham, en la fe María recibió el anuncio y la promesa que le traía el Angel Gabriel, creyendo que nada era imposible para Dios y dando su asentimiento.
Como lo dice María, “he aquí la esclava del Señor, háganse en mi según tu palabra”.
Isabel la saludo diciendo o reconociendo en María esta fe en ella, dichosa la que ha creído que se cumplirán las cosas que fueron dichas de parte del Señor.
Por esta fe, todas las generaciones, la van a proclamar bienaventurada, lo reza y lo canta ella en el magnífica.
Durante toda su vida y hasta en su última prueba, cuando Jesús, su hijo, murió en la cruz, su fe no vaciló. Maria no cesó e creer en el cumplimiento de la palabra de Dios, por todo eso la iglesia venera en María la realización mas pura, mas perfecta de la fe.
La fe orante de María, la pone junto a los discípulos a perseverar sin desfallecer, clamando con ellos por la venida del prometido, el Espíritu Santo.
Es una fe orante, creyente, orante en la espera, una fe abandonada, una fe que sabe que en la obediencia a la palabra está la fecundidad de la vida, por eso en el momento de la boda de Canaa, ante la infecundidad expresada en la ausencia de vino, signo de gozo y alegría, María lo que hace es ponernos en contacto con la palabra, hagan lo que El les diga. Es decir invita a esta obediencia de asentimiento en lo que Dios nos tiene preparado para el camino.
La fe de María es fe de Abraham, llevada a su plenitud. María en ese sentido es no solamente dichosa por haber creído, sino también es modelo de todo creyente.
En María nos confiamos para el crecimiento y el desarrollo de nuestra fe.
El segundo punto de nuestro encuentro incluye algunos puntos dentro de el, como el punto primero.
El texto dice así: “por eso soporto esta prueba, pero no me avergüenzo, porque se en quién he puesto mi confianza y estoy convencido de que El es capaz de conservar mi fe hasta aquel día. El bien que me ha encomendado El Señor, El lo sostendrá” dice Pablo.
La fe es ante todo una adhesión personal, nuestra a Dios y al mismo tiempo inseparablemente es asentimiento libre a toda la verdad que Dios ha revelado. Es adhesión personal a Dios y asentimiento a la verdad que El ha revelado, que es su propia persona.
La fe cristiana difiere de una fe humana, porque es el mismo Dios que la revela y es justo y bueno confiarse totalmente a Dios y creer absolutamente lo que El dice.
Sería vano y errado poner una fe semejante en cualquiera de nosotros, pero en Dios, con toda confianza.
Para el cristiano creer en Dios, es inseparablemente creer en aquel que el mismo Padre ha enviado, su hijo amado, en quién ha puesto toda su complacencia, este es mi hijo muy querido, dice el texto de Marcos 1,11 cuando aparece el bautismo de Jesús, “este es mi hijo muy amado en quién he puesto mi confianza”, es Jesús. El Señor mismo dice a sus discípulos, “crean en Dios, pero crean también en mi” en Juan 14,1. Podemos creer en Jesucristo porque es Dios, el verbo hecho carne.
A Dios nadie le ha visto jamás, en todo caso el hijo único de Dios que está en el seno del Padre, El lo ha contado, porque ha visto al Padre. El es el único en conocerlo, capaz en conocerlo y poderlo revelar. Por eso cuando hablamos de una fe capaz de salir de si mismo, dejar la propia tierra, lanzarse hacia lo que Dios invita a recorrer como camino, supone un contacto personal con Jesús, quién nos hace sentir su voz y en el obedecer interior, hacia delante va confirmando, en nuestro andar creyente, por signos lo que El ha venido a invitarnos a transitar y a caminar.
Es distinto, esa perspectiva a aquella otra que plantean hoy los fariseos, danos un signo para que caminemos, no, caminen y en el andar van a encontrar lo que buscan. Los signos que van a confirmar su peregrinar.
Ese caminar, es un caminar en la oscuridad, la fe es clara y oscura.
Es clara porque ciertamente, no hay duda que es Dios quién pide aquello que sentimos en el corazón, que nos deja paz, alegría, gozo y esperanza y porque corresponde a un camino que tiene posibilidad de ser razonable, dentro de la locura que siempre supone desprenderse en el camino de la fe.
Osadamente, porque no hay que guardarse nada en el camino de la fe y prudentemente, porque en el andar uno debe esperar la confirmación de la fe.
En la oscuridad, la confirmación en signos, de que lo elegido corresponde a lo que Dios nos ha pedido, mientras tanto, caminar y esperar la claridad, que ha veces se hace esperar de mas, según nosotros, pero no según Dios y los tiempos en los que El hace madurar el corazón creyente.
Creer en Dios, creer en Jesucristo, creer en el Espíritu Santo.
No se puede creer en Jesucristo sin tener parte en su espíritu, es el espíritu Santo quién revela a los hombres quién es Jesús, porque nadie puede decir Jesús en el Señor, sino bajo la acción del Espíritu Santo, dice Pablo en Primera de Corintios 12,3
El Espíritu santo todo lo sondea, hasta las profundidades de Dios, nadie conoce lo íntimo de Dios, sino el espíritu de Dios.
Es en el espíritu Santo que nuestra fe de Abraham en Cristo se abra a las promesas de Dios y por eso debemos invocarlo constantemente, El es el que nos habita en la interioridad y desde adentro del corazón, nos mueve a adherir a la persona de Jesús, como aquel que es el centro y la razón de ser de nuestra vida.
5. Características que esconde la virtud teologal de la fe.
La primera característica de la virtud teologal de la fe, es que es una gracia. Cuando San Pedro confiesa que Jesús es el Cristo, el hijo del Dios vivo, Jesús le declara que esta revelación, ni Él ha venido ni de la carne, ni de la sangre, sino del padre que está en el cielo.
En Mateo 16,17, aparece claro esto en Marcos 8 también. La fe es un don de Dios. Una virtud sobrenatural. Eso quiere decir que está infundida por Dios en el alma. En Dei verbum V, ese documento hermoso de la iglesia sobre la revelación cristiana, en el Concilio Vaticano II, dice: “para dar esta prueba de fe, es necesaria la gracia de Dios, que se adelanta y nos ayuda junto con el auxilio interior del Espíritu Santo que mueve el corazón, lo dirige a Dios, abre los ojos del espíritu y concede a todos justos en aceptar y crear la verdad”. Hermosísima definición de la fe como gracia que Dios regala.
La fe también como todo don supone un acto humano de trabajo interior. El don siempre termina siendo una tarea. Solo es posible creer por gracia y los auxilios interiores del Espíritu Santo, pero no es menos cierto que creer es un acto auténticamente humano y asistido por la gracia y por eso auténticamente humano. Dios hace su obra en nosotros y con nosotros. El que nos creó sin nuestro consentimiento, no nos salva sin nuestro consentimiento.
En las relaciones humanas no es contrario nuestra propia dignidad creer lo que otra persona nos dice sobre ella misma y sobre sus intenciones. Esta confianza a sus promesas, como por ejemplo, cuando un hombre y una mujer se casan, para entrar en comunión mutua.
Por eso es todavía menos contrario a nuestra dignidad, no perdemos razón humana, prestar por la fe la sumisión plena de nuestra inteligencia y de nuestra voluntad al Dios que se nos revela, y así entrar en comunión con Él.
Como lo enseña el Concilio Vaticano I, hablando a cerca del misterio de la fe, en la fe la inteligencia y la voluntad humana cooperan con la gracia divina, y en ese término y en ese orden, nuestro ser inteligente y voluntarioso o voluntariamente inteligente o inteligentemente voluntario, supone la presencia de la gracia ante el acto del adherir a Dios, creer es un acto nuestro, profundamente humano, inteligente y de voluntad, que asiente, dice amén a la verdad divina, por fuerza de la voluntad movida por la gracia de Dios.
Si decimos amén y creemos en eso que Dios nos dice, la fe en este sentido tiene un vínculo con la inteligencia y con la voluntad.
El motivo de creer, nosotros sabemos, no radica en el hecho de que la verdad revelada aparezca como verdades ininteligibles a la luz de nuestra razón natural, creemos sí a causa de la autoridad de Dios mismo, que revela y que no puede engañarse ni engañarnos. Y esa fe nos resulta razonable.
Sin embargo para que podamos asentir tenemos que encontrar la razón habilidad de la fe. Si bien no es un acto que nace de la inteligencia sino de la autoridad de Dios, es razonable la fe. En ese sentido lejos de embrutecernos nos permite entendernos mejor. La fe decía San Anselmo, trata de comprender. Es inherente al hecho de creer, la inteligencia de la fe. Conocer mejor a aquél en quien he puesto mi confianza, y comprender mejor lo que me pide, y me revela o en lo que me revela me pide, desde el trato personal creyente.
El don de la fe viene por la gracia del bautismo, pero también viene por la predicación que debería estar antes que la gracia del bautismo, muchas veces celebramos el bautismo sin una evangelización que sea clara, es un don sobrenatural pero viene mediado como todo don sobrenatural. La mediación del acceso a la fe viene por la predicación, dice Pablo. Cómo creerán sino hay quien les predica y como predicaran sino es quien es enviado. Por eso el valor de la predicación. El valor de esta obra que predica la palabra de Dios y hace que la fe resulte accesible a todos, a todos los que entran en vínculo con el Dios que aquí se proclama.
Después esa fe viene por el don del bautismo a ser confirmada y crecida. En la fe se crece o se decrece digamos, como todo don de Dios no queda estático ni estancado, y crece particularmente por actos de fe y de confianza a lo largo de la vida y en particular en el vínculo con el Señor a través del trato de amistad con Él en la oración. Hay gente de más y de menos fe, si las hay, eso depende de Dios? No sabría decir si tan así, depende sí en lo que a nosotros nos corresponde de cuanto asentimos a ese don, a esa invitación de Dios, a ir hasta donde El nos quiere guiar y para eso hace falta un oído atento y un corazón que discierne y una voluntad que adhiere a eso discernido, de lo que Dios nos pide.
La fe crece en la medida que estamos atentos a la escucha de lo que Dios personalmente nos pide en el camino.