Por el camino de la lógica divina

lunes, 1 de agosto de 2022
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01/08/2022 – En el Evangelio de hoy de San Mateo 14,13-21, el Señor aparece frente a la multitud invitando a todos a participar del milagro que está por realizar:

 

Jesús se alejó en una barca a un lugar desierto para estar a solas. Apenas lo supo la gente, dejó las ciudades y lo siguió a pie. Cuando desembarcó, Jesús vio una gran muchedumbre y, compadeciéndose de ella, curó a los enfermos. Al atardecer, los discípulos se acercaron y le dijeron: “Este es un lugar desierto y ya se hace tarde; despide a la multitud para que vaya a las ciudades a comprarse alimentos”. Pero Jesús les dijo: “No es necesario que se vayan, denles de comer ustedes mismos”. Ellos respondieron: “Aquí no tenemos más que cinco panes y dos pescados”. “Tráiganmelos aquí”, les dijo. Y después de ordenar a la multitud que se sentara sobre el pasto, tomó los cinco panes y los dos pescados, y levantando los ojos al cielo, pronunció la bendición, partió los panes, los dio a sus discípulos, y ellos los distribuyeron entre la multitud. Todos comieron hasta saciarse y con los pedazos que sobraron se llenaron doce canastas. Los que comieron fueron unos cinco mil hombres, sin contar las mujeres y los niños.

San Mateo 14,13-21

 

El problema que nos presenta el evangelio en la multiplicación de los panes y pescados está clarísimo: problema de alimentación. Hay cinco mil hombres que carecen de comida. Tienen hambre, y ¡mucha!

Ante este problema hay dos lógicas:

La lógica humana del cálculo egoísta y el interés: ¡despídelos, Señor!

La lógica divina del compartir caritativamente: ¡Denles ustedes de comer!

¿En cuál estamos cada uno de nosotros?

El mensaje del Evangelio es bien claro: hay que compartir. Con cinco panes y dos pescados! Jesús dio de comer a 5.000 hombres y le sobraron doce canastas. Y sin contar las mujeres y los niños, que llegarían, yo creo, en total unas 15.000 personas en ese descampado.

Hay que compartir, y así Dios alimentará a su pueblo.

¿Cómo de los 5.700 millones de hombres y mujeres hoy a pie por el planeta tierra, 3.700 millones gritan de hambre, cientos de miles enferman del hambre, y 40.000 niños diarios mueren de hambre? ¿Por qué?

¡Por no compartir! No le demos más vueltas.

Ni Eliseo (cf. 2 Re, 4, 42-44), ni Jesús, crearon los panes, sino que les llevaron unos pocos panes, y Eliseo y Jesús los trocearon, los “milagrearon” y los repartieron. Y así hubo para todos, ¿qué tal?

Así debemos hacer nosotros: tenemos pocos panes, pero no siempre los repartimos, ni los compartimos. Y así nos va: 3.700 millones gritan de hambre, de los 5.700 millones que habitan en el planeta… y 40.000 niños mueren de hambre diariamente, además de los 15 millones de leprosos y los 800 millones de analfabetos del mundo. ¡Por no compartir! No le demos más vueltas.

¡Hay que compartir, si queremos solucionar estos problemas que nos aquejan hoy! Pero como no sólo de pan vive el hombre, igualmente hay que compartir la justicia, la fe, el amor, la dignidad, los derechos, la paz, la cultura, las desgracias, las alegrías, las penas… Dios no remplaza al hombre. Lo que el hombre no le da a Dios, Dios no lo puede multiplicar, no lo puede “trocear”.

¿Siempre tienes disponibles en tu corazón tus cinco panes y los dos pescados? ¿Te importan tus hermanos hambrientos?

 

El proceso de la caridad

El proceso para esa caridad, para que surja esa caridad es claro. Nos da ejemplo Jesús en este evangelio.

Al levantar los ojos, Jesús vio que una gran multitud acudía a Él. Primero: levantar los ojos y ver. Ojos que no ven, corazón que no siente. El egoísmo nos impide levantar los ojos. La indiferencia nos tapa los ojos. Y la ambición nos ciega. ¡Abramos los, amigo! ¡Levantemos los ojos y miremos alrededor cuántos están muriéndose de hambre material, pero también de hambre de amor, de paz, de justicia, de cariño!

Sintió compasión: sentir compasión. Nuestro corazón debería ser un sismógrafo que sabe registrar las necesidades del prójimo, de nuestro hermano. ¿Por qué el corazón a veces está parado y no siente esa compasión? Otra vez: el egoísmo. El egoísmo nos hiela el corazón. ¡Deja que tu corazón reaccione a lo humano al ver tantas miserias” ¡Compadécete! Dios quiere amar a través de tu corazón. ¡Préstale tu corazón!

Háganlos sentar. Tercero: dar solución concreta. Sí, mirar al cielo y bendecir y orar; pero también, distribuir esos cinco panes y dos pescados que entre todos podemos juntar. ¿Qué nos impide esto? De nuevo, el egoísmo. El egoísmo no mira ciertamente al cielo, ni bendice los alimentos, ni tampoco los distribuye. El egoísmo se va a una esquina donde nadie le vea, ni le moleste, y ahí, se los come él solo todos los panes y pescados: “¡Son míos! Tengo hambre… me los he ganado con honestidad… me queda mucho camino de vuelta y quiero tener fuerza…”. Somos familia, somos comunidad, y en cuanto pongas tus panes y pescados se agranda la familia y se forma la comunidad, y se sentarán, nos sentaremos, y comerán, y comeremos, y habrá alegría y amor. ¡Venga, comparte! ¡Forma comunidad!

Recojan los pedazos. Cuarto: ¡Impresionante!, habrá en abundancia para otras ocasiones y para otros hermanos. ¡El milagro de Dios por haberle dado nuestra poquedad: cinco panes y dos pescados! Todos satisfechos. ¡Así es Dios: frente a la mezquindad del cálculo humano emerge con claridad la generosidad del don divino! Aprendamos la lección. ¡Da y habrá para todos y se recogerán para otros hermanos y para otras ocasiones! ¡Qué maravilla! ¿no crees?

El egoísta nunca está satisfecho. Nunca recoge, porque no da. No se le multiplica su gozo, su alegría, su caridad y su fe, porque nunca los comparte. ¡Maldito egoísmo que nos cierra ojos, corazón y manos, ante las necesidades de nuestros hermanos!