¿Por qué a los inocentes?

jueves, 28 de diciembre de 2006
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Cuando se marcharon los magos de Oriente el ángel del Señor se le apareció a José y le dijo: “Levántate, toma al niño y a su madre, huye a Egipto y quédate allí hasta que Yo te avise porque Herodes va a buscar al niño para matarlo”.

José se levantó, tomó al niño y a su madre de noche y partió hacia Egipto, donde permaneció hasta la muerte de Herodes. Así se cumplió lo que había anunciado el Señor por el profeta: “De Egipto llamé a mi hijo”. Entonces Herodes, viéndose burlado por los sabios se enfureció mucho y mandó a matar a todos los niños de Belén y de todo su territorio que tuvieran menos de 2 años, de acuerdo con la información que había recibido de los sabios. Así se cumplió lo que anunció el profeta Jeremías: “Se ha escuchado en Ramá un clamor de mucho llanto y lamento, es Raquel que llora por sus hijos y no quiere consolarse porque ya no existen”. 

Mateo 2; 13 – 18

El fragmento de la infancia de Mateo, narra una de las muchas pruebas de incomodidad, de sufrimientos que ha tenido la familia de Nazareth en el comienzo mismo de la familia.

“Partieron los magos”, dice la Palabra; José es advertido en sus sueños por el ángel del Señor. Tiene que tomar a María, al recién nacido y huir hacia Egipto para escapar del odio homicida de este loco por el poder, que es Herodes. Que la historia de Flavio Josefa cuenta: “mandó a matar a su propio hijo”, que amenazaba y atentaba contra el poder absoluto que detentaba.

Como para que tengamos una referencia qué nivel total de desquicio había en esta persona. Ha decidido matar a los recién nacidos del territorio cercano a Belén. La familia experimenta así, en una dolorosa vivencia de persecución, un período de huída de su propia tierra, de incertidumbre acerca de su propio destino. De marginación y de rechazo.

El lenguaje muy escueto de Mateo, sugiere que para esta familia no haya un especial privilegio respecto de los otros.

Jesús es Dios venido a nosotros, pero su gloria esta encerrada en una apariencia de absoluta derrota. La gloria de Dios se manifiesta no solamente en la carne humana, sino también en el drama humano. La Gloria de Dios se hace presente en el dolor humano. En este sentido, tanto el acontecimiento de Belén cuanto el Gólgota, que son las manifestaciones más plenas del misterio de Jesús en medio nuestro, hablan de eso: la Gloria de Dios se manifiesta en la fragilidad humana, en el drama humano, en el dolor humano.

De allí, que hablar de la ausencia de Dios en el dolor y en el sufrimiento del desprecio y del despojo, de la persecución y de la pobreza, es un contrasentido luego del Misterio de la Encarnación. Dios se hace presente en medio, no sólo de la fragilidad sino también en medio de la herida humana, en medio del drama humano.

Esto es importante que nosotros lo registremos para ir cambiando nuestra actitud frente a nosotros mismos cuando nos abate el corazón, el fracaso, la derrota, el sin sentido, lo que no nos sale como quisiéramos, los proyectos que se cambian según nuestro entender y nuestro parecer.

En su camino, no hay sólo magos que lo buscan al Niño, hay también un loco por el poder: Herodes. Que a la noticia del nacimiento se turba, porque el mensaje de los magos a Herodes ha sido muy clara; nosotros hemos leído en el firmamento, en el Cielo, en el movimiento de los astros que ha nacido un Rey. Esta noticia, que Herodes aparenta recibirla con alegría y que quiere ir a visitar a ese Rey (que el Cielo dice que ha nacido), en realidad es una gran mentira que termina después por expresarse en el odio con el que Herodes sale a buscar el que ha nacido. Y no le interesa sacrificar las vidas que sean: Todos los niños menores de 2 años, en la zona de Belén, tienen que ser ejecutados.

Esta locura por el poder y este genocidio de aquel entonces, no está lejos de algunos genocidios que el poder ofrece sobre estos tiempos. Y la lectura que hacemos, a la ley de la fe de aquel acontecimiento, puede ayudarnos a entender, en parte, el dolor inocente, y el derramamiento de sangre inocente de este tiempo.

¿Qué explica desde la fe este acontecimiento? La Iglesia ha leído en la muerte de los inocentes una participación anticipada, como fue el caso también del martirio de Juan el Bautista, de la Pascua de Jesucristo. Estos están como recibiendo la Gracia de participar en el martirio de la Pascua de Jesús. Son asociados a la Pascua de Jesús. Solamente desde este lugar, se entiende que Dios haya permitido la muerte de los inocentes. Porque Él tendrá previsto también que los acontecimientos de su Hijo recién nacido, él absolutamente inocente, terminara en la misma suerte de los que anticipadamente morirían. Desde este lugar, desde la muerte del Inocente, del que no tiene pecado, del que entrega su vida en la Cruz  podemos entender la muerte de los que, inocentemente, pierden la vida aún antes de nacer; y por multitudes en este tiempo.

Las muertes de los inocentes en las guerras, en los abortos, en los abandonos, en el hambre en el mundo de hoy, se entiende a la luz del misterio Pascual; y son asociados por Jesús en el Misterio Pascual. Esto no nos libera a nosotros para dejar de hacer loe que José hace cuando, en discernimiento de los sueños, descubre que la suerte de su Hijo tiene que ser protegida. Que los inocentes mueran y Dios tenga una respuesta a lo que nos parece, sin una, desde la entrega de su propio Hijo en la Cruz, no nos libra a nosotros de recorrer el camino que José recorrió.

De tomar la vida inocente en nuestras manos, protegerla, guiarla y conducirla lejos de terror, del poder, del imperio y de la locura imperial que atenta también en estos tiempos.

No es tanta la distancia que nos separa de 2000 años. En la lectura de los acontecimientos podemos encontrar nosotros mismos, hoy por hoy, mucha cercanía con la locura de Herodes y esa matanza incomprensible, frente a la que quedamos mudos, donde sólo el grito de Jesús el inocente en la Cruz, tiene una respuesta.

No basta con decir cuánto dolor nos produce la muerte de los niños que mueren de hambre en Asia, en India, en África, en el norte de nuestro país. No es suficiente con decir qué dolor me produce ver a los niños, utilizados por sus padres, pidiendo en las esquinas de nuestros semáforos, en las esquinas de nuestros centros urbanos. No basta decir cuánto dolor me produce ver a los niños descalzos en la calle con la carita sucia y los mocos colgando, y ganándose una monedita hasta tarde noche para ver si con eso pueden ayudar un poquito en su casa. No basta con decir a mí me produce un dolor en el alma increíble, ver a un niño que en el mundo es instrumentalizado para la locura de la guerra y porta esa arma, manipulada por el poder de algún loco que por ahí cree que la defensa de la paz es hacer la guerra.

No basta con condolernos, con compadecernos. Si de la compasión no pasamos a la acción, nos quedamos a mitad de camino. Si de la compasión no nace de nosotros un compromiso para hacer algo, quedamos como al margen de la participación de este Misterio de Redención que supone la incorporación de estos dolidos y sufridos inocentes en el Misterio Pascual.

En cambio, si nosotros hacemos lo de José, estamos participando realmente de aquel mismo dolor del que participan ellos; y nosotros en Jesús, como ellos, encontramos respuestas a la locura de desprotección, de desprecio por la vida, que la tiranía de aquel tiempo y de este tiempo tiene sobre lo más frágil.

“El hilo se sigue cortando por la parte más delgada”. Lo que dice la palabra, cuando indica que José tomó al niño en sus brazos, es desde la utilización del verbo que usa Mateo, una acción que recae sobre aquel que la realiza. Tomar al niño supone ser tomado por él. Por eso cuando nosotros, de la compasión pasamos al compromiso frente al dolor infantil de los dañados hoy, estamos no sólo poniendo en marcha una fuerza interior que libera ese dolor que nos paraliza como primer impacto frente al dolor infantil inocente, sino que al mismo tiempo participamos, somos tomados por aquellos que hacemos como acción.

Cuando uno, dice “Mamerto Menapace”, se acerca a los pobres, no solamente se le mueve el bolsillo, sino que le roban el corazón, y es así.

Cuando nosotros nos comprometemos en el amor por los más frágiles, por los más débiles, los más desprotegidos, y abrazamos de algún modo, de los muchos modos como podemos abrazar el dolor inocente, esa realidad termina por tomarnos algo dentro de nosotros, que es absolutamente reconfortante y doloroso. O dolorosamente reconfortante.

Que no es otra cosa que hacer experiencia Pascual en la propia vida, y participar del misterio que los inocentes de suyo participan. El único que da respuestas al dolor inocente, es el Inocente que muere clavado en la Cruz, que resucita venciendo la locura de la muerte, bajo cualquiera de sus formas.

José tomó al niño, la expresión que utiliza Mateo es la de un verbo que nosotros no tenemos en nuestra lengua española o castellana; pero que significa esto: el que ejerce esta acción recibe la vuelta de la acción que ejerce. El que toma al niño es tomado por él.

Somos invitados nosotros entonces, a no permanecer como espectadores espantados, frente al dolor inocente de este tiempo; diciendo ¨¡ay del mundo, y los niños…¨ . Esa expresión de condolencia casi cursi, que nos pone al margen de la historia. José no se queda cruzado de brazos, lee la historia en sueños y en discernimiento elige abrazar  aquello que el poder y su locura están buscando terminar. Cuando abraza esto, en el fondo, es tomado por aquello mismo que abraza y participa del dolor en su hijo que está siendo buscado para ser matado.

Desde el exilio, participa del dolor de Raquel (como dice la Palabra), que llora a sus hijos y que no están y para ella no hay consuelo. En el exilio, que es en otra tierra; en otra lengua; en otra cultura. Donde habrá que aprender otros oficios, que se abran valido de lo poquito que le dejaron los magos para viajar y para sustentarse. La familia experimenta el dolor de ser desapropiada en el comienzo mismo de su historia, como va a ser definitivamente cuando en la cruz el hijo entregue la vida por nosotros, siendo Inocente.

No es que “Jesús se salvó”, y murieron todos los otros; no, no, no es verdad. El Padre ha comenzado a mandar la señal sobre la Tierra, y abrir los ojos sobre la familia, y a educar al niño sobre la suerte que le va a tocar, a aquel que siendo inocente ha venido para redimirnos a todos, es la suerte que corren los pequeños niños como él, que mueren bajo el signo del poder. Sin embargo el Padre tiene una respuesta, porque el poder mayor que se cierne sobre el mundo es el de la muerte. Y esta es la que Jesús ha venido a vencer.

El único lugar donde puede terminar de entenderse algo, del misterio de la muerte inocente en el mundo, es en la Cruz. Los niños inocentes ponen la Cruz junto al Pesebre. Y el Pesebre y la Cruz en la muerte de los Inocentes se acercan. Y de verdad que el Pesebre está muy cerca de la Pascua, el Dios que nace, nace en la soledad, en el silencio, en la noche, en la Pascua, en el Gólgota.

El niño ya crecido que muere, el que estuvo en el Pesebre, muere en la soledad, en la oscuridad. A aquel lo adoran José y María, al que muere en la Cruz, lo adoran Juan y la Virgen. El Gólgota y Belén descubrimos que tienen mucho en común. Y sólo es desde la Cruz, donde se puede entender el grito silencioso de éstos que mueren y que sus padres no entienden por qué esta matanza. Como nosotros no entendemos por qué tiene que morir tantos niños inocentes, aun antes de ser gestados en el vientre materno. ¿¡Por qué!?.

Tal vez sea la expresión de Jesús y el grito de Jesús en la Cruz: “ Padre, ¿Por qué me has abandonado?”. Tal vez sea el silencio que rodea la Cruz, lo que habla desde la Resurrección de  Jesús, del sentido que tiene el sinsentido, de la muerte inocente de millones de seres humanos, niños en todo el mundo. De hambre, de desnutrición, de la enfermedad del H.I.V., mueren por abandono, mueren antes de nacer (cuando recién están siendo gestados en el vientre materno), mueren por golpes. Mueren porque van al frente de la guerra… Nos compartía desde Canadá, hace unos días, cuando el 27 de noviembre, estábamos celebrando los dos días con María (su Radio con la Paz), que hoy por hoy el porcentaje más alto de muerte por las guerras es el de los niños, de 12 años para abajo.

La única explicación que se puede dar es desde la muerte del Inocente, Jesús el Inocente con mayúsculas, que venció la locura de la muerte y el poder de la muerte con la entrega de su vida. A todos ellos, a los que murieron y mueren inocentemente hoy, queremos de todo corazón, asociarlos a la muerte de Jesucristo y encontrar en la muerte de Jesús una respuesta, que de alguna manera, desde la Resurrección nos calme la pregunta: ¿por qué? ¿por qué? Que le de quicio a la locura humana. Que ponga en su eje al ser humano y su desquicio de atentar contra lo más amado. La vida que está floreciendo.

Jesús, tú eres el único intercesor que puede defender nuestra causa frente al Padre. Cada vez que hacemos la experiencia negativa del pecado, cada vez que nos alejamos de Vos, cada vez que equivocamos y erramos el camino. Muchas veces la humanidad ha quebrantado tu Amor de Alianza y otras tantas, tú lo has como reanudado todo. Sin cansarte jamás, manifestándote tan rico en perdón, tan hermosamente amplio en bondad. No dejes de ser quien nos defiende.

Queremos tomarte, abrazarte en la vida que sufre en este tiempo y dejarnos tomar en comunión de Alianza con Vos, por aquello mismo que abrazamos. Reconociendo que, a cada hermano que sufre, que lo asumimos bajo nuestro cuidado, nuestra protección, nuestra compañía, estamos recibiéndote a Vos, y mejor dicho: Vos nos estás recibiendo en ellos. No dejes desde ese lugar nuestro Defensor, a pesar de las muchas matanzas de inocentes, que se repiten en todo tiempo en este planeta; los innumerables pecados de escándalo, que hieren a los más jóvenes, que desconciertan a nuestros ancianos y a tanta gente simple.

Los sufrimientos de todo género que se reparten sin mucha inocencia por la voracidad de tantos Herodes de hoy, que buscan sólo el poder, el éxito. Y la posesión de algún bien material.

Señor, tú que has sufrido la marginación, el rechazo, la incomodidad, tú que no has tenido casa, haz que todos estos males no se repitan entre nosotros. Que toda la humanidad pueda encontrar en Vos y en tu ejemplo de vida, el sentido de la fraternidad, el valor inmenso de estar unidos. Es obra tuya la fuerza de la unión de todos los dispersos. La justicia absoluta, el poder tener un mismo corazón, es decir la concordia.

El que las fuerzas opuestas encuentren un mismo lugar, es decir la paz. Esa paz mesiánica que Vos predicaste. Pero también nosotros queremos colaborar a la construcción de un mundo más justo, de un mundo más fraterno, donde los lazos del egoísmo se rompan, donde todo pacifismo aparente sea superado y toda falsa justicia sea quebrada.

Señor Jesús, que nuestra vida en Vos, nos haga capaces de edificar la nueva familia humana basada en el amor al prójimo. Amén.