¿Por qué proclamamos la grandeza del Señor?

lunes, 5 de enero de 2009

    La historia se ha encargado de demostrarnos que SI EL INFIERNO NO EXISTE, EL HOMBRE LO CREA. Encontré en un poema de Unamuno una pista muy interesante. El era un gran pensador y cuestionador. A él no le resultó fácil la fe –como a ningún filósofo, claro-, y dice así: “¿Y qué es eso del infierno? Me dirás: ‘es el revés de lo eterno’, nada más que yacer en el olvido del Señor. Es el infierno temido del amor”

    Esta última expresión: ‘el infierno temido del amor’, a mí me abrió una reflexión bastante nutritiva, porque me llevó a percibir cómo muchas veces el corazón humano le teme al amor como al infierno, y de esa manera va creando el infierno. El miedo al amor va creando un infierno. ¿quiénes son los que van al infierno? Los que le temen al amor como si fuera el infierno. Los que le temen al amor van creando su propio infierno, o van optando por el infierno. La bienaventuranza es amor eterno, es amor pleno, absoluto.
    Al decir “el infierno temido del amor”, hay como una ambigüedad: no se sabe si se le teme al infierno, el amor teme al infierno, o en realidad el amor es el infierno para el que tiene miedo.
    Creo que a lo largo de la historia hubo muchos personajes que le temían al amor como al mismísimo infierno, y por lo tanto, lo creaban y lo instalaban.
    Esta capacidad de Unamuno de expresar estas verdades, estas preguntas y estas búsquedas eternas del corazón, también hoy puede venir a revelarnos este misterio de la fe que es el infierno.
    Hay una poesía muy bonita que se llama “Muerte” y dice:
Eres sueño de un Dios. Cuando despiertes al seno tornarás del que surgiste,
Serás al cabo lo que un día fuiste. Parto de des-nacer será tu muerte
El sueño yace en la vigilia inerte por dicha, aquí el misterio nos asiste
Para remedio de la vida triste, secreto inquebrantable nuestra suerte.
Deja en la niebla hundido tu futuro,Ve tranquilo a dar tu último paso
Que cuanto menos luz, vas más seguro, aurora de otro mundo es nuestro paso,
Sueña, alma mía, en tu sendero oscuro. Morir, dormir, dormir, soñar acaso

    ¿Por qué proclamaríamos hoy la grandeza del Señor? Esto viene del Magníficat, que es un canto de alabanza que María canta , profesa cuando se encuentra con Isabel y ésta le dice que “el niño que lleva en sus entrañas se estremeció de gozo en su seno”. Es lindo imaginar este encuentro entre dos mujeres. Dos mujeres “preñadas de vida”, Dos mujeres que asisten a un Don de Dios, un don que las sobrepasa, un don para el que no encuentran explicación desde los argumentos humanos, pero sí desde los argumentos de la fe. Porque también eso es el Magnificat: una explicación que no puede ser asumida si no es desde la fe, y por eso María nos lo deja como explicación de por qué Dios es el que es y por qué ella es la que es.
 ¡Cuánta vida y cuánto gozo tendría ese saludo de María para que hasta el bebé de su prima lo haya experimentado y haya respondido da él!
    Pienso en este encuentro de mujeres, en el día de hoy, en el que hay mujeres que gobiernan, como la 1º ministro israelí, como fue en su momento Margaret Tacher, como también en algunos momentos lo ha sido nuestra propia presidenta, que adoptan posturas de hierro, y que hasta parecen de enorgullecerse de determinar guerras implacables. Ser capaces de adoptar actitudes históricamente masculinas, belicosas, duras, resistentes, incapaces del diálogo. Pienso a veces que el mal nos estará haciendo a veces alguna trampa, porque en este siglo que muchos llaman el siglo de la mujer porque la mujer emerge hacia la vida pública, en vez de llevar hacia la vida pública la vida, la comprensión, el diálogo, la protección , la posibilidad de salvaguardar los valores esenciales de la vida, de amarla, de recrearla como el más grande regalo que tenemos, tenemos la paradoja de mujeres que ostentan características, y posturas, y decisiones que justamente son las que queremos cambiar, las que el machismo y el patriarcado durante muchos siglos ha ostentado: este arquetipo del “guerrero”, la  persona im-piadosa, que con una fría racionalidad adopta decisiones omnipotentes, o prepotentes, o belicosas. Esta característica de conquista a cualquier precio, de eliminar el conflicto a cualquier precio.
    Hace unos días leía una característica del pueblo mapuche. Cuando el pueblo mapuche, a través de su Consejo de Ancianos –que sería como el Organo Legislativo de ese pueblo-, tiene que tomar una decisión, al tomar esa decisión piensa en lo que va a implicar esa decisión en las 7 generaciones venideras. Este es un primer filtro, un criterio de discernimiento: si tal decisión es “pan para hoy pero hambre para mañana”  no la toman.     Y acá aparece este segundo personaje de la historia postergado (la primera es la mujer) que es el viejo, el viejo sabio, que sabe que la vida hay que mirarla con horizonte amplio, porque implacablemente, tarde o temprano, vuelve lo que se sembró.
Es una lástima que las mujeres que gobiernan, que las mujeres que tienen poder, no traigan consigo ese respeto, esa reverencia al don de la vida que ostentan estas dos mujeres: Isabel y María. Y es una lástima que el mundo no escuche la voz de los viejos que saben lo que es la guerra, y que saben que muchas veces, decisiones que se toman hoy para “ya”, son “sentencias de muerte para nuestros descendientes”.

“Mi alma canta la grandeza del Señor” ¿Por qué proclamarías hoy la grandeza del señor? Eso exige algunas actitudes interiores. Lo primero que salta cuando habla María es la pequeñez: “porque El miró con bondad la pequeñez de su servidora”. Es el primer argumento que plantea María a la hora de explicarnos por qué ella exulta de gozo y por qué adora al Señor: porque  ella se sabe y se siente pequeña.
La pequeñez es un término que da para muchas interpretaciones. A veces llamamos pequeñez a nuestras impotencias, o a nuestros vicios, o a lo que realmente es mediocre en nosotros. En realidad la  pequeñez de la que habla María es una actitud frente a Dios y es una actitud frente al universo, frente a la verdad, frente a la realidad, es una actitud sabia.  María ha podido palpar y tomar la estatura exacta del ser humano, de la criatura. Ha podido reflexionar y discernir respecto de quién es y qué cosas somos. Y canta esas verdades desde lo profundo de su corazón preñada de “La Vida”. Si ella canta la grandeza del Señor porque El mira con bondad su pequeñez, y nuestra pequeñez –porque si ella es pequeña, qué nos queda para nosotros- significa que debemos mirar la vida desde esa pequeñez. A veces, cuando uno está frente a un paisaje imponente, o cuando tiene una imagen satelital de lo que es el planeta, o cuando uno escucha la voz de los conocedores, de los que saben quiénes somos realmente en el universo: la minúscula porción de espacio que ocupamos y no alcanzamos a ser siquiera un suspiro en la inconmensurable dimensión del tiempo, cuando empezamos a contar los kilómetros que separan las estrellas y las galaxias y pensamos en los años luz teniendo en cuenta que la luz viaja a 300.000 km/seg., y estamos distantes de otras estrellas billones de años luz… entonces entramos en una dimensión de pequeñez impuesta por la evidencia de la realidad.
Ha sido la modernidad la que ha hecho patente frente a nosotros lo minúsculos que somos los hombres, y sin embargo, el apego a ciertas cosas, la prepotencia con la que aspiramos a ciertas otras, la terrible y constante frustración que nos embarga cuando no logramos conquistar determinadas metas, la forma con la que tratamos a los demás, hablan de que por más de que tomamos conciencia a través de la ciencia de la pequeñez de la especie humana, hay un sentimiento de grandeza, de omnipotencia, de orgullo, de ambición que late profundamente en nuestro corazón. Y paradójicamente, en los tiempos en la que mas conciencia y conocimiento podríamos tener de lo pequeño que somos,  es justamente cuando nos hemos armado hasta los dientes, hemos estado a punto de destruir esto pequeño pero maravilloso que tenemos, que es el planeta, estamos a punto de desgastar todas sus fuerzas y todas sus energías, y vivimos frustrados por lo que no tenemos. Es una paradoja que encuentra explicación en esa raíz tan profunda que es el orgullo y la soberbia humana.
Entonces, es bueno para mirar el año que dejamos con un corazón agradecido, quizá compararnos por ejemplo con otras generaciones, con lo que era la sobrevivencia hasta hace apenas 100 años en este planeta, con  los ardores de la marcha de nuestros tatarabuelos, con sus esfuerzos por alcanzar el pan que hoy nosotros tantas veces tiramos. Quizá sea bueno compararse con tiempos anteriores y recordar las épocas en que no existían los derechos humanos, en las generaciones que murieron bajo el yugo de la esclavitud. Quiza sea necesario recordar a nuestros bisabuelos que han velado varios hijos porque se carecía de vacunas, y un sinfín de instrumentos de la salud para impedir los decesos prematuros. Quizá sea bueno recordar los calores y los frios que nuestros antepasados padecieron al borde muchas veces de la muerte, los kilómetros andados para encontrar un pozo de agua… En contacto con la dureza de la naturaleza y con las leyes de la vida, los hombres que a duras penas a veces sobrevivían, eran sin embargo mucho más agradecidos.

“Mi espíritu se estremece de gozo en Dios, mi Salvador, porque El miró con bondad la pequeñez de su servidora. A partir de ese verbo, hay toda una descripción de lo que podríamos titular “la providencia del Señor”: “su misericordia se extiende de generación en generación…desplegó la fuerza de su brazo y dispersó a los soberbios, derribó a los poderosos de sus tronos y enalteció a los humildes, colmó de bienes a los hambrientos y despidió a los ricos sin nada, socorrió a Israel su servidor…”
¿Qué imagen nos trae todo este itinerario que María recorre desde la pequeñez donde está parada? Insisto: hay que buscar ese lugar de la pequeñez. No la pequeñez que nos sobrecoge a todos frente a una grandeza evidente. La pequeñez frente a Dios, que es como decir, frente a la vida. Podemos mucho menos de lo que creemos que podemos –para bien o para mal-.
Pero este itinerario que hace María a través de este verbo: “miró”, me hace pensar en la Providencia de Dios, que es la seguridad que podemos tener en nuestra realidad personal viva, que nos encontramos frente a leyes que no nos obligan igual que al átomo o que al obrero de una fábrica, o al esclavo de un patrón. No te obligan de la misma manera que al resto del universo, sino que están dirigidas hacia uno mismo. Las cosas, según la mirada desde la Providencia, deberían ocurrir en bien de mi vida. El curso del universo deberían estar de acuerdo con las ansias más profundas de mi ser. Según y desde la mirada de la Providencia, Dios tiene “en el dedo índice” el último eslabón de la cadena de la historia.
Hay muchas fuerzas que intervienen seguramente, y entre otras diríamos una que es determinante, que es la libertad humana. Sin embargo, por una experiencia misteriosa, el hombre ha podido descubrir a lo largo de todos los textos y relatos que ha hecho de la Biblia –según dicen, el libro más leído-, que en todo cuanto ocurre hay un “mirar”, unos ojos que lo vigilan, a los cuales nada se le escapa en cuanto esto o aquello puede serme dañoso o útil, beneficioso o malignos, con vistas a la vida eterna, que es vida en plenitud, y que empieza acá. Hay un mirar. ¿qué es lo que mira ese mirar, esos ojos? Te lo ha dicho María: tu pequeñez.

                      LEVANTATE Y CANTA                    
Si algún golpe de suerte, a contrapelo,
a contrasol, a contraluz, a contravida,
te torna pájaro que quiebra el vuelo
y te revuelca con el ala herida…
 
Y hay tanto viento para andar las ramas.
Tanto celeste para echarse encima.
Y pese a todo, vuelve la mañana.
Y está el amor que su milagro arrima.
 
¿Por qué caerse y entregar las alas?
¿Por qué rendirse y manotear las ruinas,
si es el dolor, al fin, quien nos igual,
y la esperanza, quien nos ilumina?
 
Si hay un golpe de suerte, a contrapelo,
a contrasol, a contraluz, a contravida.
Abrí los ojos y tragate el cielo.
Sentite fuerte y empujá hacia arriba
                                                                                                               Héctor Negro

María abrió los ojos, se tragó el cielo, y dijo que la misericordia del Señor se extendía de generación en generación, y que El despliega la fuerza de su brazo para dispersar a los soberbios, y derriba a los poderosos de su trono y eleva a los humildes…”. Vos me vas a decir : …a ver, a dónde está…
Tiempo al tiempo, somos pequeños, no podemos verlo todo. Por eso siempre digo: hay que leer la historia, porque somos pequeños también en la dimensión temporal como para poder sacar nuestras propias conclusiones con los pocos datos que nos aportan nuestros escasos años. Hay que mirar la historia, como hace María, y hay que mirar hacia delante, como hace María. Ella no vivió de generación en generación, pero lo sabe porque es estudiosa, porque lleva vivas la historias y relatos de su pueblo. Es una mujer de su tiempo, es una mujer de la historia, y desde esa experiencia de ser fecundada por el Espíritu Santo, hace una lectura más que poderosa, que comparte con nosotros: la misericordia de Dios se extiende de generación en generación, es decir, está siempre. Esos ojos nos miran con bondad.
También es interesante comparar otras creencias que los hombres han tenido a lo largo de la historia, porque entre las cosas que saltan a primera, hay una que es muy linda: los dioses de otras épocas o de otros hombres no siempre “miran siempre con bondad la humanidad”. Son ojos que miran condicionadamente, a veces amenazadora, a veces sentenciosamente. Los ojos y la mirada de Dios es piadosa, misericordiosa, bondadosa con nuestros yerros y nuestra pequeñez. Muy importante es entonces “apropiarse” de esos ojos, imitar esos ojos. Estos ojos me observan de una manera tal que no puede caer ni un cabello de mi cabeza sin que esos ojos lo noten. La mirada Dios se involucra en nuestras pequeñas cosas, es providente en la cotidianeidad de nuestra vida. En todos los acontecimientos del universo hay una intención, un corazón, una preocupación, y ante todo, un poder más fuerte que todos los poderes del mundo capaz de realizar tarde o temprano, en su tiempo, no en el mío, lo que ese corazón bondadoso piensa y pretende, o aquello que le  preocupa, para la salvación de la humanidad.
Claro, no conviene tomar demasiado a la ligera el misterio de la Providencia ni hablar de ella como si fueran leyes mágicas que yo domino como a veces lo hace Harry Potrees. Esto no es magia. Esto es fe, y como tal, es audaz. Detrás de esta fe se encierra un concepto de audacia. Creer en la Providencia y tener fe viva en ella, equivale ni mas ni menos que a modificar la faz del mundo.

“qué dulce y hermosa es tu presencia, Señor…”

Mi anhelo es buscar de día y noche  tu amor
y la ternura  de tu Espíritu Señor 

En tu presencia hay plenitud de gozo        
En tu presencia delicias a tu diestra
Por siempre y para siempre me gozo   en tu presencia

En este mismo momento, instalémonos en su presencia y , mirando hacia atrás al finalizar este año,
tratemos de encontrar sentidos nuevos para proclamar hoy la grandeza del Señor.
    Tenemos una posibilidad de descubrir las grandezas del Señor, y esa posibilidad la podríamos llamar el ahora, que es lo único que tenemos. Solo tenemos el ahora y la fe. La fe de creer que a cada instante el mundo se va perfeccionando. La fe de pensar que, de todas las fuerzas que están activas alrededor nuestro: las terribles como la guerra, las no tan terribles para otros pero sí para mí como las cuentas que tengo que pagar, juicios pendientes, trabajos a los que no llego, enfermedades, conflictos, separaciones, rupturas, todo lo que hace a la opacidad de la vida. Son fuerzas –positivas o negativas- activas, variadas.
    Nosotros, a diferencia de Dios, no tenemos el último eslabón de la cadena, ni tampoco llevamos en el dedo el piolín que maneja los hilos de este barrilete.
    Las finalidades de estas fuerzas también son difíciles de medir. No nos es posible penetrar toda la variedad de cosas que están ocurriendo alrededor nuestro. Apelaremos a que tenemos aún menor capacidad para comprender el sin fin de los destinos humanos, y podemos quedar tranquilos pensando que lo que se considera aisladamente y parece tal vez destrucción o sin razón, quizá visto desde el final de la trama, no lo sea.
Hay una imagen muy bonita que sugiere “ver la vida como un telar”, como un tejido. Un tejido donde hay un bonito diseño, al darlo vuelta, las figuras y las formas se desdibujan, se pierden, no se entienden, está lleno de nudos, de hilos. Al darlo vuelta, el dibujo, el diseño parece claro. Muchas veces nosotros vivimos cosas similares: cuando consideramos aisladamente los hechos, muchos de ellos nos parecen no tener sentido, no tener razón, o incluso parecen estar activados por una fuerza de destrucción. Sin embargo Dios tiene la posibilidad de dirigir todas las cosas a un último fin, que es el amor, tiene la posibilidad de sacar lo bueno de lo malo.
Por eso, vuelvo a invitarte al ahora. La providencia, que lleva a María a cantar este Magnificat, es una realidad, y esta realidad no solo debe ser pensada, meditada, sino también vivida. Y para eso tendríamos que abandonar la “letra muerta”, los conceptos y las teorías, y precisamente en este momento en que nos llega una noticia, vivo esto, un conjunto de hechos, de cosas, de exigencias que van como armando alrededor de uno como un círculo cerrado, visto desde el Magnificat y desde toda la verdad que late en las entrañas de la Biblia. Ese Esto, es EL. Sin quitarle ni agregarle ni un detalle. Todo esto que ES EL, debe ser puesto en su presencia.
No hace falta fingir conciencia de agradecimiento, no hace falta estrujar la voluntad para hacerle ver todo lo que tenemos, sino que hay que pararse en la verdad que proclama María. No tenemos más que mantenernos alerta. Eso es muy importante para el Señor: estar despiertos, vigilantes, porque algún día se nos revelará que Dios está aquí y que nos está mirando, y ama al hombre. Mientras tanto, en la fe adelantamos esa revelación, la hacemos traslúcida, disminuimos la opacidad , hacemos la vida transparente a verdades invisibles, que son –no obstante- el sustento de nuestra vida.

¿Por qué proclamarías hoy la grandeza del Señor?
Hay un texto en el Nuevo testamento que dice “en El nos movemos, existimos y somos”. Esto es muy revelador. Por eso estoy invitándote a una  mirada más profunda de la grandeza del Señor en tu vida. No alcanza con decir: “yo le doy gracias a Dios o a la vida porque me sané de una enfermedad…” No es que sea insuficiente. Sin embargo hace falta una comprensión todavía más honda, más cabal, más existencial, de la presencia amorosa de Dios en nuestra vida.
El amor de Dios mostrado a sus hijos, a sus criaturas, está vivo. En El nos movemos. En el somos, en el existimos. No somos una máquina que se pone en funcionamiento y que después marcha sola. La providencia de Dios  no es algo que reparte más o menos ciertos dones para unos y para otros no. No es Papá Noel –al menos no en los términos en que está planteado Papá Noel en el mercado en estos momentos-. La Providencia de Dios es lo que renueva el mundo a cada instante. Y cada instante es nuevo, y solo viene una vez. Tu ahora, que ya está pasando, no vuelve nunca más, y nunca más va a haber un ahora igual.
¿De dónde viene lo que viene y se va? ¿cuál es la fuente de este devenir permanente? Para los que tenemos fe, del Eterno Amor Divino, que reúne en sí el Ser y el Acontecer para dirigirlo a nosotros. Todo lo que acontece proviene de Dios y de su amor hacia mi: El me ama, me exhorta. Por eso, ponerse en su presencia, es ya saber por qué podríamos alabar a Dios en este fin de año, por que proclamaríamos su grandeza: porque en El vivimos, crecemos y nos convertimos en lo que estamos llamados a ser.
A cada instante el mundo va perfeccionándose y convirtiéndose en lo que solo se puede hacer a través del ser humano. Nos está llamando el Señor, y si nos damos cuenta, no lo vamos a dejar pasar por alto. Si nos damos cuenta, colaboramos con la Providencia del Dios vivo. Dios te está llamando para tomar parte en la realización de su creación, prevista desde la eternidad. Es tu conciencia la que debe comprender de que se trata en este momento tu colaboración. Es tu conciencia la que, con la gracia de Dios, se hace conciente de su libertad. Tenemos que situarnos como hombres vivos en medio de la actividad viva de Dios.

Las cosas, el universo, no hacen caso a lo que el ser humano quiere, al menos no siempre. El universo sigue su camino: sus leyes: la muerte, la fatalidad, los conflictos, los fenómenos naturales, todo sigue su camino. Y uno piensa a veces que la ley del universo es tan implacable, que a veces decimos “es dura la vida”. Pero sabemos que se cosecha lo que se siembra. Va a llegar un momento que, como María, nos vamos a dar cuenta de que todo está perfecto así. Estuvo bien que sea así.
El universo sigue su curso sin hacerle caso al ser humano. La ola del tsunami sigue su curso sin advertir que mata a  miles de personas. No tiene piedad, ni crueldad, ni intencionalidad. Los animales no se preocupan. Están retenidos en su existencia, en sus necesidades. Los árboles no nos gritan. La existencia de muchas cosas en el universo se agotan en su crecimiento y en su muerte. Existen, perviven, sin esta conciencia, sin esta finalidad.  Y esto puede ser tremendo cuando se lo advierte en toda su crudeza: por más que alteremos las cosas, o que sintamos que las alteramos, las leyes del universo se terminan imponiendo.
De la guerra quedan heridas lacerantes, y todavía no hemos aprendido la historia. Podrán aniquilar a un pueblo, pero no a sus necesidades, sus miedos, sus anhelos, sus deseos. Ese pueblo aniquilado brotará con otra forma, con otro color, con otro nombre.
Lo que nos trae la fe, es justamente pensar que todas estas leyes propias que no cesan, que no cambian su rumbo por más miedo que nosotros tengamos, por más deseo que nosotros tengamos, sirven a intenciones de un Poder superior.
Las leyes sirven a intereses más altos. Y el percibe y comprende este Poder superior, que es Dios y su voluntad amorosa, podrá entender también el servicio que estas fuerzas y leyes le prestan.
Providencia significa que todo el mundo mantiene invariablemente su esencia y su actividad propia. Esto es difícil de entender. La providencia no le quita al mundo su aspereza ni su seriedad. Lo deja tal como es, respeta sus leyes –esto parece odioso porque respeto se lee como indiferencia-. Dios respeta las leyes de la creación. Pero desde la fe, vemos que estas leyes le prestan su servicio, le sirven. Claudican ante esa fuerza más alta en poder y en amor, que todas las fuerzas de este mundo.
Y esa fuerza es, según María, la voluntad amorosa de Dios.
Dice un texto del Antiguo Testamento que “la palabra no vuelve a subir sin haber logrado todo lo que se proponía al bajar”. Tarde o temprano, lo veamos o no, la Palabra de Dios que es su voluntad  amorosa y salvífica, es fecunda.
Ojalá la gracia de este Magníficat nos permita hoy pararnos en su presencia y alabar al Señor, proclamar su grandeza, y compartir entre nosotros por qué proclamaríamos hoy las grandezas del Señor.

Te han sitiado corazón y esperan tu renuncia, los únicos vencidos corazón, son los que no luchan
no los dejes corazón que maten la alegría, remienda con un sueño corazón, tus alas malheridas

No te entregues corazón libre, no te entregues
no te entregues corazón libre, no te entregues

Y recuerda corazón, la infancia sin fronteras, el tacto de la vida corazón, carne de primaveras,
se equivocan corazón, con frágiles cadenas, más viento que raíces, corazón, destrózalas y vuela

No los oigas corazón, que sus voces no te aturdan, serás cómplice y esclavo corazón, si es que los escuchas
Adelante corazón, sin miedo a la derrota, durar, no es estar vivo corazón, vivir es otra cosa




 

TE DAMOS GRACIAS SEÑOR, POR TODAS LAS GRANDES COSAS QUE HICISTE EN NOSOTROS. TE ALABAMOS POR LA FELICIDAD QUE NOS DISTE AÚN EN NUESTRA PEQUEÑEZ. POR ESA MISERICORDIA QUE HAS EXTENDIDO HACIA NOSOTROS. TE ALABAMOS EN TODOS LOS SOBERBIOS QUE DISPERSASTE, EN TODOS LOS PODEROSOS QUE DERRIBASTE DE SUS TRONOS, EN TODOS LOS HUMILDES QUE ENSALZASTE. TE BENDECIMOS Y ALABAMOS EN TODOS LOS HAMBRIENTOS QUE COLMASTE Y TODOS LOS RICOS QUE DESPEDISTE CON LAS MANOS VACÍAS. TE ALABAMOS SEÑOR POR HABERNOS SOCORRIDO, POR ACORDARTE DE TU MISERICORDIA, POR CUMPLIR TUS PROMESAS, Y JUNTO CON MARIA, QUEREMOS AGRADECERTE TODO LO QUE HICISTE EN ESTE AÑO

 

Alfarera que modelas con el barro    ese dejo de dolor que hay en tu raza    
y en un grito calcinado de la tierra con su antigua rebeldia te proclama

como un arbol pensativo que se estira      va tu canto remontando la mañana          
y hasta el cielo se estremece cuando cantas     por que un niño te ilumina la mirada
 
alfarera de la vida dejame   que te cante con mi sangre echa semilla        
y en el cantaro celeste de tus ojos  ser la lluvia que regresa hacia la espiga
    
alfarera de la vida llevame en la forma inmemorial de tu Vasija
y devuelveme a al vida alguna vez por la lagrima caliente de tu arcilla  

cuando un dia yo me vaya para siempre y mi sombra ya no duerma en tu regazo
con tus manos hacedoras de la vida me alzaras serenamente desde el barro

con el fuego de tu amor echo cenizas el rescoldo de tu sangre hará el milagro
de traerte de la nada nuevamente con un simple corazon echo guijarro
alfarera dulce canto de la tieeerra    alfareraaaa. 

Llevamos en la mochila toda esta grandeza que proclamamos, y la que está en tu corazón. Unificate con el Dios vivo y Dios de la vida, y desde allí, encará el 2009

Para el año que comienza tengo mucho que pedir
Por lo mucho que yo pido, todo es mucho para mí

Quiero tener un trabajo que me de para vivir
Educación y salud pa’los niños del país ¿será posible?

Y si se puede quiero un ritmo que venga del alma
Que sea para la gente, un ritmo que sirva para cambiar

Quiero tener un gobierno con ganas de trabajar
Que piense en ti, que piense en mí, Y que no quiera robar