Programa 14: La belleza como acceso a Dios

jueves, 21 de junio de 2007
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Texto 1:

La verdadera belleza es siempre como una llave que nos abre a otros sentidos hasta entonces ocultos y vedados. Se nos revela una apertura y una trascendencia,  la inquietud inicial que nos pone en camino. El hombre es un ser limitado pero paradójicamente abierto a lo ilimitado, lo infinito, lo eterno y  trascendente. Su límite puede ser vivido como vacío o puede ayudarlo a descubrir las múltiples posibilidades de apertura que le ofrece su propia frontera. A menudo se experimenta como un  ser herido, escindido, fragmentado y quebrado. Sin embargo, se encuentra en la  búsqueda permanente de “algo” que colme su sed de plenitud, su necesidad de unidad e integración. Lleva en sí una vida que estalla y se expande. Esta vida se hace lenguaje, expresión, conocimiento, relación. Su historia se entreteje entre la apariencia y lo real, lo superficial y lo profundo, lo relativo y la búsqueda de lo absoluto. En su interior se mece una nostalgia existencial, el “regreso a un paraíso perdido”, una “patria extraviada”, una plenitud que lo abarque entero desde adentro. Desea encontrar una permanencia que pueda superar los límites de su finitud. La belleza se le presenta entonces como apertura, una llave y una puerta, un puente para cruzar a las otras orillas no conocidas.

Nuestro tiempo a veces cruda y dramáticamente hace patente la soledad de nuestras múltiples fragmentaciones. Queremos romper el círculo cerrado del aislamiento. Nos comunicamos y nos expresamos de todas las formas posibles. El gran escritor y pintor argentino -Ernesto Sábato- afirma que “el hombre se expresa para llegar a los demás, para salir del cautiverio de su soledad. Es tal su naturaleza de peregrino que nada colma su deseo de expresarse”.[1] 

La búsqueda de toda belleza nace de esa situación, aunque no siempre encontramos una belleza que nos salve, que nos redima el alma y los sentidos de tanta soledad y aislamiento, que nos transfigure radiantes y nos invada con la transparencia de su fulgor, que nos rescate del absurdo y nos devuelva la diafanidad de la luz que nos viene de lo alto porque la belleza es una luz que nos revela el secreto de la vida: “La belleza salvará al mundo” decía el escritor ruso Dostoievski. Hay una belleza que salva, que cura, que dignifica, que redime, que ennoblece. Hay una belleza que conserva límpida, toda la transparencia de la inocencia original del mundo y que es necesario volver a descubrir, volver a preguntarnos cuáles son las bellezas que nos hacen re-encontrar el Paraíso.

 

Texto 2:

La belleza es testigo de que el ser -en su profundidad- es una aspiración a la armonía, al equilibrio y a la perfección; y aunque nunca lleguemos a eso es bueno buscar, anhelar, aspirar. A menudo es más importante el camino que la meta. La belleza -en este sendero de continua búsqueda- no es el brillo enceguecedor de la falsa apariencia sino la última profundidad de lo real. La belleza que rescata nos devuelve el gozo y el sentido. Nos permite disfrutar de la fiesta del mundo y del juego dramático de la existencia. Nos quita del anonimato y la alienación.

Mientras sobrevivimos en este mundo rasgado y dividido, nuestra misma condición de hombres frágiles y heridos nos hace añorar lo que hemos perdido, una belleza que no es la apariencia externa sino la capacidad de encuentro con lo trascendente, con la verdad y el amorque salvan al hombre de todos los vacíos. Una belleza que resguarda el misterio y la intimidad de la interioridad sagrada de cada uno.

El hombre está hecho para la belleza porque está creado por Dios que es la suprema Belleza. El destino del hombre, surgido de la belleza de Dios, se encuentra en el amor. Somos imágenes y semejanza de una belleza que no conocemos y a la que todos estamos convocados. Nuestro destino es mirarnos en el espejo de esa belleza que nos devolverá –radiante- nuestra definitiva hermosura; aquél rostro de nosotros mismos que aún no conocemos y que añoramos; aquél rostro que presentimos y ardorosamente anhelamos.

La belleza es el puerto en el cual el hombre ha de anclar llegado a la otra orilla del inmenso mar por donde navega. La belleza atesora la nostalgia de lo Absolutoy entraña un llamado a la trasformación interior del hombre.[2]

Nuestra cultura cultiva la juventud y la belleza –fundamentalmente física- de allí que también el culto estético por esa belleza pasajera entraña el dolor y el miedo a la vejez, la decadencia y la muerte. Al relegar la dimensión de lo espiritual nos privamos de descubrir el sin fin de tonalidades que poseen todas aquellas bellezas que se encuentran escondidas en la caducidad de lo transitorio y en la fugacidad de la vida. Tenemos que capacitarnos para descubrir las bellezas que se regalan en aquellas personas o cosas que no son necesariamente hermosas y, sin embargo, son bellas. No siempre la belleza es hermosura.

 

Texto 3:

La belleza muchas veces se abre hacia la trascendencia a partir de la experiencia de dolor, de la muerte y de aquellos pensamientos nacidos de la insoportable ausencia de todo,  emergiendo del hondo interrogante por la presencia de un “Dios remoto pero oculto en algún lugar”.[3]

El espíritu lleno de contradicciones, pesimismos y depresiones, no puede opacar del todo el sentimiento de salida hacia arriba, el nacimiento a lo maravilloso. Justamente en el camino entre el desgarro y la belleza es donde puede levantarse la mayor esperanza humana. Siempre hay algo que permanece, que sobrevive a pesar de todo porque “la mayor nobleza de los hombres es la de levantar su obra en medio de la devastación, sosteniéndola infatigablemente a medio camino entre el desgarro y la belleza” (Ernesto Sábato).

El pensador argentino Ernesto Sábato afirma que el arte fue como “el puerto definitivo donde colmé mi ansia de nave sedienta y a la deriva. Lo hizo cuando la tristeza y el pesimismo habían ya roído de tal modo mi espíritu que, como un estigma, quedaron para siempre enhebrados a la trama de mi existencia. Pero debo reconocer que fue precisamente el desencuentro, la ambigüedad -esta melancolía frente a lo efímero y precario-, el origen de la belleza en mi vida”[4].

Allí “donde hay dolor, hay un suelo sagrado”.[5] Sangrando se exhala el suspiro de la belleza que nos cura todos los rasguños del alma. La belleza -dice Sábato- ¿no es acaso “una muestra de que algo existe del otro lado del absurdo? No sabemos si al final del camino, la vida aguarda como un mendigo que nos extenderá su mano”.[6]

Los cristianos sabemos que, del “otro lado” la vida no nos extenderá lastimosa una mano arrugada de mendigo sino, al contrario, nos brindará las dos manos pródigas de la abundancia de una fiesta perpetua en el regocijo eterno. La vida danzará en la algarabía de todos los colores, con los acordes de una música infinita. No habrá llanto, ni dolor, ni tristeza alguna. Será siempre una celebración de puertas abiertas. Un continuo amanecer sin fin. Un torbellino de luz. Un abrazo eterno. Sólo hay que desplegar en alto las alas del alma en el viento del Espíritu…

 

Texto 4:

En las primeras páginas de la Biblia, Dios echa al hombre del paraíso por haber pecado. En nuestro presente se ha revertido esa situación. Dios el que ahora ha sido expulsado por el hombre del paraíso del mundo. En un horizonte sin promesa de eternidad surge la pregunta por el sentido de la vida. El mundo se nos convierte en extraño y sus interrogantes nos enfrentan constantemente a la muerte.

La belleza -venga de donde venga- siempre será bienvenida como alivio y ráfaga de frescura. El poeta español Miguel de Unamuno sostiene que “en lo bello se aquieta un momento el espíritu, descansa y se alivia, ya que le cura la congoja porque lo bello es revelación de lo eterno”.[7]

La belleza cuando es sentida personalmente y nos emociona produce lo que se llama “la experiencia estética”, la cual abre siempre un campo de posibilidades, orienta una trama de relaciones donde surgen otros sentidos, creando nuevos ámbitos.

La belleza es el “lenguaje” más profundo en el lenguaje cotidiano de las cosas. Sólo hay que verlo y descifrarlo. Depende de la mirada que tengamos y de la creatividad que posea esa mirada. Todo guarda una cierta belleza. Sólo hay que encontrarla. La creatividad pone a la belleza en íntima relación con el juego, el encuentro y de la expresión de los diversos universos humanos en articulación e intercambio nuevos sentidos.

Cuando se produce esta chispa de conmoción interior que genera la belleza nos ponemos -por un instante- en “la otra orilla del mundo, hacia un más allá de nosotros mismos. Nos colocamos en el umbral del misterio donde se entrecruzan el tiempo y lo eterno. En esa sinfonía, la belleza es un sonido pronunciando el misterio de las cosas. Su voz nos llega como “desde arriba”, desde la otra ladera. La totalidad de la existencia pareciera que se patentizara en un minúsculo fragmento, otorgando la capacidad de evocar otra realidad. Se experimenta un movimiento interno de sublime arrebato, un impulso que nos mueve a la emoción y al amor.

La belleza cuando así acontece nos exige una reacción total, aunque en un primer momento la hayamos percibido mediante sólo algunos de nuestros sentidos. El hombre entero vibra y se convierte en ese espacio donde se abre el infinito como una “caja de resonancia” y la belleza se vuelve “una forma posible de lo sagrado” (R. Díaz).

Aquél que plasma con su espíritu o con sus manos la belleza en cualquiera de sus formas sabe que se le ha concedido un don que es como una “la luz divina que lo trasciende y envuelve, lo atrae y estimula, para que, creando sin cesar, trate de ampliar el círculo. No olvidando que la luz humana es sólo como la sombra de Dios. (Mandrioni).

Por eso “nuestra palabra inicial se llama belleza,  la que reclama para sí tanto valor y fuerza de decisión como la verdad y el bien”[8].

 Quien no se estremezca ante alguna belleza, por frágil que sea, no será capaz de contemplar, “de rezar y, pronto, ni siquiera será capaz de amar”[9].

La belleza nos adiestra en la contemplación, la cual  no es otra cosa que agudizar la mirada más profunda del alma para con toda la realidad, incluida la de Dios, la belleza primera y última, la suprema, la original belleza de todo. El corazón se abre para volver a exclamar con esperanza aquél gozo inicial con en el libro del Génesis contempló toda la creación: “Y vio Dios que todo era bueno”; “Y vio Dios que todo era bello”.

Este mundo que tenemos entre las manos para administrar y que Dios nos ha confiado en préstamo sigue siendo bello, a pesar de todo. Hay muchos que construyen y quienes contribuyen a la belleza en el mundo, el cual sigue siendo bello porque hay personas bellas en él: “Aunque recorramos el mundo en busca de belleza, si no la llevamos dentro, nunca la descubriremos” (Emerson). Resulta imperioso contemplar las bellezas de los distintos “universos humanos”. Descubrir a dónde te lleva la belleza de tu don. Hay mucha belleza, manifiesta y oculta, sólo basta encontrarla y agradecerla porque “la belleza no es tanto lo que da, cuanto lo que promete” (Goethe). Hay que tener el alma en los ojos para descubrir la belleza de todo porque “todas las cosas poseen pero no todos la ven” (Confucio)o no todos la ven". El pintor y escultor Miguel Ángel –en referencia esto- rezaba: “Dime, oh Dios, si mis ojos realmente la fiel verdad de la belleza miran; o si es que la belleza está en mi mente y mis ojos la ven doquier que giran”.

La belleza en sí misma ella es una promesa para mirar todas las cosas: “La belleza tiene tantos significados como estados de ánimo tiene el hombre. Es el símbolo de los símbolos. Lo revela todo” (Oscar Wilde), incluso a Dios. El profeta Isaías afirma: “Verán la gloria del Señor, contemplarán la belleza de nuestro Dios” (35,2).  La belleza tiene algo de sagrado incluso cuando pronuncia el misterio de las cosas. Hay un mundo de belleza porque aún persiste la belleza en el mundo, la cual a veces no está tanto en las cosas cuanto en la mirada de quien las contempla. Hay un mundo bello porque hay una mirada de belleza que se derrama sobre el mundo.

 

Texto 5:

El filósofo griego de la Antigüedad al que llamamos Platón consideraba el encuentro con la belleza como un temblor emotivo y saludable que permitía al hombre salir de sí mismo y lo "entusiasmaba" atrayéndolo hacia otro.

El hombre -decía Platón- “ha perdido la perfección original concebida para él y ahora busca perennemente esa forma original y primigenia que lo sane. El recuerdo, el anhelo y la nostalgia lo inducen a la búsqueda y la belleza lo arranca del acomodamiento cotidiano. Incluso a veces lo hace sufrir, lo hiere como un dardo en la carne y en el alma y justamente de este modo le da alas y lo atrae hacia lo alto. ¿No será Cristo, en cuya figura irradia un amor eterno, esa forma primigenia? ¿No será esta belleza perdida la que puede sanar a la humanidad de tanto vacío y búsqueda desenfrenada? La profundidad de la herida revela cuál es el dardo y la intensidad del deseo deja entrever Quién ha lanzado la flecha. La belleza hiere pero -precisamente de esta manera recuerda- al hombre su destino último. El ser alcanzados y cautivados por la belleza de Cristo produce un conocimiento más real y profundo. Despreciar o rechazar el impacto que la belleza provoca en el corazón, empobrece y hace más árida la fe. Debemos volver a encontrar esa forma de conocimiento. Se trata de una exigencia apremiante para nuestro tiempo”. [10]

El Dios Encarnado se manifiesta así como la belleza redentora; “belleza no se repliega sobre sí misma sino que sale, se dona, se ofrece, se hace palabra vital, gloria, potencialidad de luz, esplendor. Su belleza se funda en el amor entregado hasta el final. Al contemplar la expresión culmen de un amor sin límites, inundados de belleza, podemos reconocer el bien y la verdad exclamando: Ésta es la belleza del amor que llega «hasta el extremo»”.[11]

Si llegamos hasta el umbral de la belleza contemplaremos el desvanecerse de las sombras. Precisamente allí, “la belleza es Puerta, Apocalipsis de lo Último”[12] y el hombre se reconoce como un eterno peregrino, una criatura abierta en la búsqueda constante de la sed, el deseo y la nostalgia que evocan la ausencia de Dios que se dibuja entre los contornos del mundo.

La belleza roza así la experiencia de lo divino, rompe sus barreras y se vincula de modo misterioso con la profundidad más silenciosa del corazón humano. El corazón humano gime entonces de nostalgia por lo eterno y lo acarician olas de una suave melancolía…

 

Texto 6:

La unión de la belleza con el amor es -en este mundo- la consumación más lograda de lo divino. El amor es siempre bello de muchas maneras; sin embargo, no siempre se debe confundir con la belleza.  El amor a menudo se manifiesta como un anhelo, un deseo, una tensión hacia la belleza ya que ella -a menudo-es aquello que el amor busca y no posee. Hay tantas formas de belleza como formas posibles de amor. Siempre la belleza está asociada al amor ya que éste ampara todas las bellezas, incluso  -y fundamentalmente- aquellas que no se ven con los ojos.

El Dios crucificado -desnudo y despojado- y el Dios resucitado -transido por el resplandor de la Gloria- manifiesta acabadamente la belleza de Dios en la forma humana y la belleza de la humano en la condición divina. La fe y la contemplación nos llevan al amor de esta belleza que deja en vilo y sin aliento todos los suspiros del mundo.

El creyente está llamado -por la gracia- a ingresar a un mundo de belleza. Tendrá como misión plasmar un poco más de belleza en el mundo, transfigurarlo y hacerlo un hogar más humano y habitable para todos. El sabe que es un peregrino en busca del Rostro de esa belleza que aquí abajo no alcanza a ver.

El cielo -al que está convocado- será la consumación de la belleza total, la que nunca se eclipsará y podrá verse y gozarse con todo el cuerpo y toda el alma al unísono. Dios será -en sí mismo- el misterio de toda belleza y será también -como en una cascada de luz- la belleza del mundo recreado en gloria. Estaremos en la punta más aguda, en la cúspide y desde allí nos sumergiremos en esa belleza eterna para siempre. Ella será nuestro alimento…

 

Texto 7:

San Agustín (354-430) –ya en el siglo quinto- exclamaba acerca de la belleza de Dios: “¡Tarde te amé, hermosura tan antigua y tan nueva, tarde te ame! Y he aquí que tú estabas dentro de mí y yo fuera y por fuera te buscaba y deforme como era me lanzaba sobre esas cosas hermosas que creaste. Tú estabas conmigo aunque yo no estaba contigo. Me retenían lejos de tí aquellas cosas que, si no estuviesen en ti, no serían.  Llamaste y clamaste y rompiste mi sordera. Brillaste y resplandeciste y curaste mi ceguera. Exhalaste tu perfume y respiré. Y ahora suspiro por ti. Gusté de ti y siento hambre y sed de ti. Me tocaste y me fundí en tu paz”.

Confesiones 10, 27.

 

Texto 8:

Para terminar rezaré una oración que se llama:

 

Plegaria a la belleza de Dios

invocando al Dios de la belleza.

                                                                                               

Dios…

Belleza de todas las bellezas;

Resplandecencia de todos los misterios;

Abismo colmado por el silencio de todas las palabras;

Tu Rostro es el rostro de todas las hermosuras.

 

Dios…

Armonía en un abanico de luz;

Mar sin orillas, ni riberas;

Fuego de todos los incendios;

Remolinos dorados de Gloria;

Espiral que asciende a los cielos.

 

Dios…

Alas inflamadas de deseo;

Vértice y cima;

Cúspide y centro;

Luz de luz.

 

Manantial de los sueños;

Torrentes de espesura y suavidad;

Profundidad de todas las alturas;

Llave de todos los Paraísos;

Sublime territorio de la eternidad.

 

Tú nos dejas sin palabras

para que el encuentro sea nuestro misterio.

 

Oh Dios, concédenos,

la sabiduría de los altos;

la ciencia de los profundos;

la humildad de los verdaderos

y la luz de los que habitan la gracia.

 

Amén.

Eduardo Casas



[1]    E. SÁBATO, La resistencia, Planeta, Buenos Aires 2000, 19.

[2]    Ibíd., 235.

[3]    Ibíd.,  195.

[4]    La resistencia, 85.

[5]    E. SABATO, Antes del fin, Memorias, Seix Barral, Buenos Aires 9ª1999,198.

[6]    Ibid., 212.

[7]    Ibid.

8  H. U. VON BALTHASAR, Gloria 1, 22.

9 Ídem.

10 R. RATZINGER, “La contemplación de la belleza”, en: www.humanitas-.cl/biblioteca/articulos/d0450/index.htm, consultado: enero 2006.

11   Ibíd.

[12] B. FORTE, “Dios y la belleza”, en: www.revistacriterio.com.ar/art_cuerpo.php?nu-mero_id=15&articulo_id=408

, consultado: diciembre 2005.