Programa 16: Cuando el amor de Dios nos revela que Dios es Amor

sábado, 7 de julio de 2007
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Bloque 1:

El proyecto de Dios para nosotros está antes, durante y después de nuestra misma existencia. Como dice el Libro del Eclesiástico, estamos «bajo la mirada de Dios que abarca de eternidad a eternidad» (Eclo 39,20). La eternidad de «antes» de nosotros y la eternidad de «después» de nosotros. El hombre es un ser abarcado por dos eternidades, en medio de las dos, se da el milagroso y fugaz fragmento del tiempo; esa chispa de instante que, en lo que tiene de presente, nos hace entrever aquél otro presente, ya nunca fugaz, de la eternidad.

Hemos sido amados desde antes de ser y a ese amor se nos ha convocado (Cf. Rm 8,24-30). El amor que Dios nos ha tenido ha provocado nuestra existencia. Como afirma el Profeta Jeremías de parte de Dios: …«Con amor eterno te amé, por eso prolongaré mi gracia en ti»… (Jr 31,3). También el Profeta Isaías afirma: …«Con amor eterno te he compadecido… Los montes podrán correrse y las colinas moverse, pero mi Alianza de paz de no cambiará»… (Is 54,8.10).

Ese amor eterno que Dios nos ha tenido desde siempre es el que históricamente se ha ido desplegando a lo largo de todo el tiempo. Amados desde la eternidad para poder descubrir que, el tiempo que Dios nos ha dispensado vivir, es una singular manera de revelarnos su amor. Hemos sido por el amor concebidos para el Proyecto de Dios.

La providencia histórica de nuestra vida es el reverso de la eternidad en la que Dios pensaba en nosotros. Cada hombre es como un amor eterno de Dios hecho tiempo para poder ser vivido. Cada existencia singular revela un amor exclusivo de Dios. Un amor único que ha tenido Dios de manera inédita. Un amor que nunca más se volverá a repetir en toda la historia. Cada uno puede atreverse a decir: …«Dios ha comenzado a amar de manera distinta cuando me creó. Mi existencia es una singularidad de su amor. Soy persona por un acto nuevo y propio del amor de Dios»…

Cada uno revela, a su forma, un inédito amor que Dios ha tenido al mundo. Con cada hombre, la esperanza que pone el amor de Dios en el mundo se renueva. Cada hombre, aunque no lo sepa, nos trae más amor de Dios, independiente de la respuesta que ese hombre le dé a Dios por su amor. De tal manera Dios nos ha amado que nos ha hecho ser una forma original e histórica de un amor único. Cuando desaparece un hombre, se apaga la revelación de un amor que Dios ha tenido para siempre en el tiempo. Si cada hombre, por el sólo hecho de ser revela algo de Dios, entonces, ser hombre es una manera de afirmar que Dios es amor. A Dios se lo contempla privilegiadamente en aquellas personas que más necesitan y esperan ser amadas. Allí donde el amor no es amado, Dios espera ser descubierto. Alguien seguramente lo verá…

 

Bloque 2:

El amor de Dios para con nosotros de ninguna manera es abstracto. Es por eso que cada uno tiene que atreverse a afirmarlo de manera singularmente personal y concreta, sin miedo a la presunción: …«Soy el centro del amor de Dios. Él ha sido capaz de amarme tan especialmente que me ha diferenciado de todo lo menos amado: Por eso existo».

Cuando los otros gratuitamente me aman, lo hacen -obviamente- porque ya existo; en cambio, cuando Dios me ama, lo hace para que exista y para que así manifieste algo de lo que Él mismo es y me ama de una manera tan singular como nunca antes y nunca después lo hará con alguien. No porque Dios no vuelva amar sino porque la intensidad con que lo hizo será distinta a las otras intensidades. Los otros amores serán tan originales como éste, pero todos singularmente diferentes. Esto me hace ser distinto de todo lo demás, me constituye en «alguien». Sólo se es, definitivamente, «alguien» cuando somos amados.

Cada existencia singular está justificada por Dios, nadie es al «acaso». En Dios todo queda justificado por su amor. Allí se encuentra lo inexpresable del misterio. En la gratuidad infinita y desbordante del amor de Dios, no existen mayores razones «lógicas». Dios nos ama porque es amor. Él es el mismo amor. No hay que buscar otra razón. La «lógica» del amor es la gratuidad del «porque sí». Aquí no puede haber cálculos, Dios nos ha amado porque es amor. Esta es la razón que no se puede razonar. Aquí entramos en la adoración del misterio de Dios y de su voluntad. Hemos sido amados eterna e in­finitamente por Dios.

Si este amor de Dios nos justifica y nos singulariza como persona, como un «alguien» que tiene nombre propio frente a Dios, implica entonces que somos irrepetibles. Cada persona es una pieza única, una original artesanía que no se volverá a encontrar nunca más. La creación de cada uno se agota con cada uno. El Creador ha querido darnos individualmente ese privilegio. Dios no volverá a amar nunca más de la singular manera que lo hace con cada uno. Dios eternamen­te ama y cada intensidad de su amor en el tiempo es ab­solutamente singular.

El amor eterno e infinito de Dios nos ha provocado la existencia para que ella sea posibilidad de manifestar ese amor. Cada hombre puede confiadamente atreverse a decir esta grandiosa convicción que, a la vez, es la más humilde confesión de fe: …«Yo soy amado»…; …«Yo soy amado por Dios»…; …«Yo soy amado por el Dios que es Amor»…; …«Yo soy para Dios un misterio inédito de su amor»…  

 

Bloque 3:

Cada uno constituye de una manera única y privilegiada el culmen del amor de Dios. De tal manera Dios ama a cada hombre que hace que exista para siempre. Cada singular amor que Dios tiene es como Dios mismo: Eterno. Cada hombre es una revelación permanente en el tiempo de la eternidad de ese amor. La dignidad primera del hombre se encuentra en que Dios ha sido capaz de amarlo así. Cuando se termina la existencia histórica de la persona, el amor continúa siendo eterno y la eternidad se convertirá, entonces, en la revelación por siempre de ese amor que Dios inauguró en el tiempo. La historia es para  que se manifieste en el tiempo el amor eterno de Dios y la eternidad es para la revelación por siempre de ese  amor que Dios tuvo con cada uno de nosotros en el tiempo. Una y otra, la temporalidad y la eternidad, revelarán lo inabarcable del amor.

Porque Dios nos ha amado así a cada uno es que tenemos la posibilidad de ser salvados. Si Dios nos ama así, todo es posible. Si «no hay nada imposible para Dios» (Lc 1,35), no hay nada imposible para el amor, para la fuerza incontenible de un amor eterno e infinito. La eternidad será para ahondar en este misterio, para abarcarlo sin nunca estar saciados, para bucear en el inconmensurable océano de «la anchura y la longitud, la altura y la profundidad del amor que excede todo lo que podemos conocer, para que nos vayamos llenando hasta la total plenitud de Dios» (Ef 3,18-19).

Desde este horizonte del amor que abarca «de eternidad a eternidad» tenemos que experimentar la infinita ternura, la calidez de la misericor­dia y la suavidad de la delicadeza de Dios. Aquello que Dios le decía a Israel por boca del Profeta Isaías, lo podemos leer para cada uno de nosotros: …« No temas, yo te he rescatado. Yo te he llamado por tu nombre. Tú eres mío. Y si pasas por las aguas, yo estoy contigo. Si vas por los ríos, no te arrastrará la corriente. Si caminas por el fuego, no te quemarás, la llama no se prenderá en ti, porque Yo soy el Señor tu Dios… Tú eres precioso a mis ojos, eres valioso y yo te amo»… (Is 43,1-4.7).

Este amor de Dios que nos abarca por completo, siempre presente y envolvente, derramándose en el tiempo y desbordando hasta rebalsar la misma eternidad, es el amor revelado en nuestra historia. Hay que ensayar esta primacía del amor de Dios en la existencia. Vivir en la fe de este amor, convirtiendo y transfigurándolo todo. Hasta que todo llegue a estar tocado por el mismo fuego, arrasado por el mismo ardor.

Este amor tiene que ser cada vez más totalizante, único y absoluto en la vida. Algunos tienen la experiencia de amarlo a Dios así desde los tempranos inicios, sintiéndose como seducidos y arrastrados por la plenitud de un amor que les ha llenado completamente la vida. Otros, en cambio, van lenta y dolorosamente, haciendo que Dios ocupe cada vez más todos los ámbitos de su vida procurando, esforzadamente, que Dios sea Dios, opción tras opción y conversión tras conversión. Unos parten del amor de Dios; otros llegan al amor de Dios. Lo que ha variado es el camino, el modo, según sea el itinerario que Dios le permita hacer a cada uno. Las dos maneras son gracia de Dios. Lo importante no es el camino sino la fidelidad. Ya sea que se parta o que se llegue, lo fundamental es que Dios sea el absoluto amor de la vida. Este amor, a su vez, cada uno lo vivirá de acuerdo a como cada uno es. En el verdadero amor, lo que vale es el amor. Todo lo demás está de más. A veces dudamos si es amor o no lo es. También esa vacilación debe ser superada. Lo fundamental es que el corazón viva, se agite, respire…

 

Bloque 4:

Este es el misterio del amor de Dios nos viene por la fe.  Nos arries­gamos a amar sin que conozcamos totalmente a Aquél que amamos, porque  a Dios no lo vemos. En el amor humano, hay que conocer para amar; en el amor divino, hay que amar para conocer. El mismo Apóstol declara que «si alguien cree conocer algo, aún no lo conoce como se debe conocer. Más si uno ama a Dios, ése es conocido por él» (8,2-3).

En la Biblia, el conocimiento no es meramente intelectual, involucra la totalidad del hombre y, por lo mismo, también la afectividad. Es así que el conocimiento resulta amoroso y el amor conoce. Cuando decimos que hay que dejarse conocer por Dios para amarlo (Gál 4,9), afirmamos que primero hay que dejarse amar por Dios, el cual siempre tiene la iniciativa y así, entonces, nosotros podremos amarlo. Nuestro amor es su amor devuelto, es entregar nuevamente la gratuidad que recibimos primero. Nuestra respuesta al amor es su amor.

Dejarnos amar es el secreto de amarlo, pero esto es lo que más difícil nos resulta, porque estamos lastimados, no tanto en la entrega del amor sino en su recepción. Generalmente nos resulta más difícil dejarnos amar que amar, ya que para dejarnos amar tenemos que aceptarnos a nosotros tal cual somos como objeto de amor de otro y luego aceptar que el otro nos ame a su forma. Lo que «mata» al amor es no aceptar que podamos ser amados «porque sí». Aceptar, desde la fe, que Dios puede amarme así, como eterna e infinitamente, sólo Él lo hace. Aceptar que otros puedan amarme con las variadas expresiones que puede tener la gratuidad en las relaciones humanas. Aceptar ser amados es el comienzo para aceptar amar.

La más profunda muerte que se puede experimentar en las frustracio­nes humanas es la de sentir la im­posibilidad de amar. Sólo cuando alguien nos ama somos capaces de despertarnos al amor. La Biblia nos advierte que «quien no ama permanece en la muerte» (1 Jn 3,14). La muerte más honda y dolorosa se define por el «no-amor». Esta es la verdadera muerte en relación a Dios, ya que Dios es amor.

Ojalá podamos decir en nuestra vida lo que expresa el Apóstol San Juan: …«Nosotros hemos conocido el amor que Dios nos tiene y hemos creído en él. Dios es amor, quien permanece en el amor, permanece en Dios y Dios en él»… (4,16).

El amor de Dios tiene la «llave» en nuestra libertad. Ante la revelación del Dios que es Amor nos queda no privarnos del regalo de su amor. Para esto existimos y para esto eternamente hemos sido llamados. Así se dará el triunfo de la misericor­dia y la victoria del amor en nuestra vida. Descubriremos que todo ha sido don y que el tiempo nos ha sido dado para que se despliegue, en algo, por las grietas estrechas y oscuras de nuestra pequeña historia, el amor que ni la misma eternidad puede contener. La eternidad, inundada por el amor de Dios que se desborda, se ha roto rebalsando el tiempo con su caudal incontenible. La vida de cada uno de nosotros es como un sola gota, una gota diminuta y plena a la vez, de ese océano que conoceremos en la otra orilla. En el tiempo lo que podemos decir es que «ha sido un derroche para con nosotros» (Ef 1,8-9).

Después de todo, el amor será la palabra final de la historia, la Biblia nos recuerda que «ante el Señor un día es como mil años y mil años como un día» (2 Pe 3,8), «porque mil años en tu presencia son como el día de ayer que ya pasó» (Sal 89,4). Nosotros sabemos que el tiempo nos ha sido dado para el amor y el amor nos ha sido dado para la eternidad.

 

Bloque 5:

El amor de Dios lleva tu propio nombre. Abrió ante ti una puerta que ya nunca se cerrará. Te ha regalado un signo para descifrar. Ya no serás el mismo. El amor siempre se hace camino. Gana y pierde, toma y da, devuelve y transforma, envejece y rejuvenece, espera y sueña…

Hay otoños de amor que ponen dorada el alma. Miel que destila el resplandor de la luz. Alas de fuego, suave tibieza y pisadas silenciosas: El amor es el aprendiz de la vida. Sólo él nos alcanza la sabiduría.

 

Bloque 6:

A pesar de todas las fatigas no te permitas alimentar el desaliento. Aunque sean muchas las oscuridades, no pienses que estás enceguecido. Acuérdate del Amor «nuevo y antiguo» que te dio a luz (1 Jn 1,7-8). Dios ha querido tocarte con su llaga más profunda: ¿Cómo cicatrizar tu herida si crees que el amor es el que te la ha hecho? La llaga infinita del Corazón de Dios, traspasado de humanidad, ha querido asumirte: ¿Cómo podrás escapar de este torbellino que te arrastra? En algunos momentos sentirás su amor que te atormenta y tendrás que buscar la soledad para vivir en su compañía. Otras veces, Dios te hará descansar y gustarás la seducción de su aparente olvido. Verás como su ausencia ha sido también su Palabra. Tendrás la fatigada impaciencia de la carne que se rebela y la rendida victoria de dejarte ganar, una y otra vez, sobre ti mismo. Él necesita demostrarte su amor: Déjalo que lo haga. Irás conociendo la pedagogía de sus caminos y sólo después de un tiempo sabrás que hay un único sendero para tus pasos. En algunas ocasiones percibirás la hondura de sus caricias y le podrás dar el nombre de tus mejores sueños. Tendrás para él tanto el estremecimiento como la lágrima. Lo mejor y lo peor de ti serán para él: Lo mejor porque es su don; lo peor porque será su Redención. Habrá un silencio donde tengas su voz. Algunas de tus marcas serán sus sellos. Vivirás anhelando poder alcanzarlo y, cuando en algo lo alcances, verás que todo te sobra. En algún lugar te espera para sorprenderte. Guarda para ti algunos íntimos dolores y ciertas secretas esperanzas. A veces te confiará la alegría y otras, la oscuridad. Con el tiempo agradecerás todo. Buscarás lo que te haga vivir y él, a su tiempo, te dará lo que te haga morir. Las dos cosas son necesarias. Aprenderás a conocer lo que creías conocido. Las cosas irán pasando y sólo permanecerá aquello en lo cual siempre has permanecido. Aquello que no es tuyo, terminará pronto. A lo largo de la vida te irás sorprendiendo de lo que tu corazón es capaz de contener. Podrás sentir todo y, en todo, podrás sentir algo. Los más grandes tesoros son siempre fragilida­des, vul­nerabilidades que no resisten vivir a la intemperie: Hay que cuidarlas hacia adentro. Cuando un solo gesto resuma toda tu memoria, el recuerdo será capaz de resucitarte. Cuando recorras tu historia, procura dejarte enseñar por ti mismo. Acepta las muertes que te han regalado y aprende a vivir las que aún no has vivido. Hay tanta belleza virgen que está oculta. Algunas cosas sólo se escuchan con el tiempo. Felizmente, ¡todavía hay tanto que aprender! Hay cosas que no puedes abarcar por eso es necesario que te dejes abarcar por algunas cosas: Hay invasiones que vienen desde adentro, pujan por salir. La verdad te ganará con su abrumadora humildad y eso te enseñará a pedirla. Cuando puedas reducirte a lo esencial y lo demás vaya cayendo en el devenir de la muerte, entonces sabrás lo que es el ensayo de vivir…

Mientras todos ensayamos este ensayo, recordemos la promesa más consoladora que se encuentra en el Evangelio y en el tiempo, aquella que nos dijo Jesús: …«Recuerden que Yo estoy con ustedes todos los días hasta el fin del mundo»… (Mt 28,20). Mientras vivimos en esta incomparable compañía, sostengámonos los unos a los otros para vivir en la liturgia del tiempo «celebrando la Alianza de la vida. Amén».

 

Eduardo Casas