Programa 17: “Espiritualidad para el siglo XXI en clave de testimonio”

miércoles, 14 de noviembre de 2007
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            Con mucha frecuencia “gracias” es la palabra adecuada para la vida. Si todo es un don, la respuesta es -entonces- “gracias”. Esta es la palabra que devuelve vida a la vida, que la ilumina, la enciende y la resucita.

            “Espiritualidad para el siglo XXI” fue un don para mí. Un regalo que se me propuso recibir y del cual varias veces dudé. Los acontecimientos más importantes de la vida son los que nos buscan a nosotros, no los que nosotros -a menudo- buscamos. A veces no hay que buscar. Sólo hay que dejarse encontrar.
 
            Este regalo de Dios y de la Virgen me vino por la invitación del padre Javier y de Gabriela Lasanta que, más de una vez me habían insistido y -en repetidas oportunidades- me había negado. Hasta que un día, no sé muy bien por qué, dije sí. Muchos me alentaron para este proyecto. Esa confianza fue una oportunidad que no quise desmerecer, ni defraudar.

            El trabajo del programa resultó muy artesanal. Texto por texto, palabra por palabra, cada música seleccionada para cada reflexión, recepción de correos electrónicos de muchas partes del país, respondidos uno por uno. Todos, inmensamente cariñosos y alentadores, como hemos escuchado. Con algunos oyentes, el contacto no se cortó nunca, aún perdura, acrecentado. 

            Doy gracias a cuantos están hoy aquí. ¡Siempre hay múltiples formas de comunión! Algunos con la presencia, otros con el deseo y el acompañamiento del afecto y la oración. ¡Hay tantas formas posibles que podemos inventar para seguir estando juntos!… ¡Felizmente -en la vida- todos podemos acompañar a alguien de manera particular!… No hay que dejar de hacerlo. La vida es para eso: Para que el alma se nos vaya llenando de nombres propios.

            Cada uno tiene que dar con su camino y todo “suma” para adelante, si miramos el horizonte. Radio María continúa dándome sorpresas, incluso con nuevas propuestas que agradezco. Ya estoy trabajando -para el año próximo- en el segundo ciclo del programa.
 
            “Espiritualidad para el siglo XXI”  intentó ensayar un “decir” de Dios para el presente de este mundo que se abre ante nosotros. 
 
            También hoy, Dios se puede decir de muchas formas posibles y, a veces, pareciera que no se puede decir en absoluto. La palabra y el silencio lo abarcan por igual y ninguno lo alcanza lo suficiente. Hay que sondear otros lenguajes para pronunciar lo que es impronunciable. 

Hay muchos “universos” en los lenguajes humanos. Todos son “símbolos” que nos permiten algunos balbuceos del misterio de Dios. Incluso existen diversas dimensiones de la comunicación humana capaces de transmitir profundas intensidades: La tersa suavidad de las miradas y las huellas luminosas de las lágrimas, el puente del gesto y el contacto, la mudez que nos impone el dolor y los matices de sonidos que se esconden en los susurros del silencio, la inmensa música de nuestro mar interior, la tibieza entrañable del afecto de un corazón cercano y los pies desnudos de adoración que pisan la tierra virgen de lo sagrado… ¡Hay muchos “lenguajes de Dios” desperdigados en tantas búsquedas y en tanta sed!… Sólo hay que llegar a la esencia, a la médula de la vida, allí donde su carozo se parte, se quiebra y se entrega…
            Sólo si damos con el “núcleo incandescente” de la vida, podemos arribar a ese “centro” que llamamos “vida espiritual”. La cual es toda la existencia humana desde la gracia, desde la dimensión de lo trascendente, desde Dios. 
            Lo “trascendente” no es lo que está “más allá”, lo que se sitúa en la lejanía y en la altura, un “escapismo”, una “salida hacia arriba” para huir del mundo y sus conflictos. 
 
            Lo “trascendente” es una posibilidad escondida en el ser humano. Es una “puerta”, una “apertura” que todos llevamos dentro y frecuentemente no damos con ella para poder acceder. No siempre podemos encontrar esa “puerta estrecha” para abrirla y salir de nosotros mismos. La salida de nosotros mismos, la tenemos en nosotros mismos. 
            Estamos tan enmarañados por los enredos de un ego que nos extravía que, generalmente, no escapamos de la trampa de nuestra propia telaraña, la misma que nosotros hemos tejido. Somos la trampa y la víctima a la vez. La principal telaraña del alma es el “ego”. Una vez que caímos en ella, resulta difícil escabullirnos. Nos convertimos en parte de nuestro propio laberinto. Nos encontramos perdidos en nosotros mismos. Necesitamos de la ayuda de otro para poder salir de nosotros. El otro es la salida. Es la “tabla de salvación”  que no nos permite naufragar…

            Cuando damos con esa “tabla de salvación” y con esa “puerta de salida”, descubrimos que la vida espiritual está a la “base” de la vida humana. No hay vida espiritual sin el sustento de la vida humana y, a la vez, la vida humana encuentra su densidad más espesa en el “foco” de la interioridad.
 
            En general, sucede que separamos y dividimos. La vida humana, por un lado, y la vida espiritual, por el otro. Para algunos, la vida y la fe no se tocan nunca. Son ámbitos distintos, diversos, casi opuestos y hasta excluyentes. 

            Muchos piensan que Dios no es para la vida sino que debe estar recluido en el “sótano” de la fe y en el “subsuelo” de la existencia porque la realidad de la vida pasa por otro lado. La vida espiritual -para muchos- resulta un intimismo evasivo, que aliena y saca a las personas del mundo. En esos casos se convierte en ficción y abstracción, funciona como una adicción, con los efectos de una “droga dura”. Algunos ven la fe como “alucinógena”, capaz de generar fantasías que no existen. Lo concreto y lo real, en cambio, está en otra parte. No se capta que la vida espiritual es un “anclaje” para la realidad de la vida humana.

            Ciertamente vemos vida humana sin vida espiritual y vida espiritual sin madurez humana. Estas son “deformaciones”. El Dios cristiano -con su Encarnación- ha permitido que lo divino sea humano y lo humano, manifieste lo divino. Jesucristo, la “Palabra hecha carne”, ha fusionado la vida espiritual en la vida humana y ha mostrado la vida humana como vida espiritual. No son “paralelas” que nunca se cortan. La existencia del hombre es una sola. Es preciso que la vida humana sea cada vez más “espiritual”, para que la vida espiritual sea -cada vez más- humana. Solamente así la “espiritualidad” estará al alcance de todos. Sólo es cuestión de vivir. La vida siempre está ahí, brotando de nosotros. 

            ¿Tu vida tiene “calidad humana” permitiéndote ahondar en una vida espiritual?; ¿Tu interioridad se abre hacia lo profundo, a la hondura del fondo, respira hacia adentro?; ¿Cuando estás solo con vos mismo, qué encontrás?; ¿Con quién te encontrás cuando estás sólo con vos?; ¿En qué cosas te reconocés?; ¿En qué cosas ya no te reconocés?; ¿Cuándo estás con vos, hay encuentro y diálogo, presencia y compañía, o por el contrario, sentís un vacío solitario y un cúmulo de ecos lejanos que ya ni siquiera escuchás nítidamente?; ¿Tu vida espiritual se nutre de tu vida humana, con todo el entramado de sus circunstancias, sus idas y venidas?; ¿Hay un Dios para tu historia y hay -en tu historia- algo para Dios?

            Dios tiene muchas formas de ser Dios y de manifestarse como tal en la vida de cada uno. Dios tiene una palabra para cada vida. Ella es un trabajo de su delicada orfebrería, una artesanal construcción de su providencia. “Señor, no abandones la obra de tus manos” canta el Salmo. Nosotros somos la hechura de un amor que se construye. Gracias.

 
Eduardo Casas.