Es Hamlet el que describe la herida de la condición humana cuando afirma: “Ser o no ser, ésa es la cuestión. ¿Qué es más digno, sufrir los golpes de una injusta suerte u oponerse a este torrente de calamidades y darles fin con atrevida resistencia? Morir, dormir. ¿No hay nada más? ¿Es por el sueño de la muerte que las aflicciones se acaban y terminan los innumerables dolores, patrimonio de nuestra débil naturaleza?… Este final deberíamos desearlo con ansias. Morir es dormir… tal vez, soñar. Sin embargo, lo sentimos como un gran obstáculo. El imaginarnos los sueños que podrán ocurrir en el silencio de la muerte se vuelve una razón muy poderosa como para detenernos. Esta consideración es lo que hace que nuestra infelicidad sea tan larga. Sino fuera por esto, ¿quién aguantaría la lentitud de justicia, la insolencia de los poderosos, los atropellos indignos que reciben pacíficamente los hombres buenos, las angustias de un amor no correspondido, las injurias y los achaques que vienen con el paso del tiempo, la violencia de los tiranos, el desprecio de los soberbios? … ¿Quién podría tolerar tanta opresión -sudando y quejándose bajo el peso de las molestias de la vida- sino fuese por el presentimiento de que existe alguna cosa más allá de la muerte, aquél país desconocido de cuyos límites ningún caminante ha regresado. Sin embargo, nos llenamos de dudas, sufriendo los males que nos rodean, buscando otras convicciones de las que no alcanzamos un conocimiento seguro. Esto nos hace a todos cobardes, debilitando el valor en prudencia y -por esta sola consideración- los proyectos más importantes cambian, no se ejecutan y se reducen a vanos anhelos”.[3]
“Cristo recibe una herida en su muerte… entrelaza su destino con el destino de todos. La gracia de su herida es pensada para nosotros …. Su herida es lo que Él, más allá de la muerte, dona a nuestra vida…” Adrienne Von Speyr[1]