Programa especial del Día de la madre: Como vos ninguna

miércoles, 28 de octubre de 2009

Introducción:

Hoy tengo ganas de contarte historias. Algunas son muy antiguas. Te invito a que hagamos un viaje hecho de palabras y música, una peregrinación por los sentimientos, recuerdos y emociones, una travesía por el alma.

Tenés permiso para soñar y recordar, para sonreír y llorar, para la nostalgia y la esperanza. 

La emisión de hoy lleva por nombre una frase que muchas veces le decimos a nuestra madre: “como vos ninguna”.

Texto 1:

    Hace poco he tenido un sueño. Simple y maravilloso a la vez. Me encontraba en medio de una inmensa multitud. No era una muchedumbre cualquiera. Era un gentío de niños y niñas. Formaban círculos de círculos, como esos que se hacen cuando tiramos una piedra en el agua.

    Nos inundaba el sol límpido de una mañana que comenzaba a resplandecer. De todos los rincones brotaba una música hermosa y dulce. Los niños y las niñas acompañaban la bella melodía con sus voces, sus palmas y sus movimientos. Sus gargantas, sus cuerpos y sus corazones, miraban hacia un mismo punto.

    En el centro mismo de los círculos, como si fuera el corazón de un laberinto, había una mujer: joven, radiante, grácil. Su miraba acariciaba a todos. Su sonrisa iluminaba. Su pollera giraba, ondulándose en el viento. Sus sueños se desparramaban por el aire como pompas frágiles de jabón.

    Yo iba corriendo, entre los miles y miles de niños y niñas, hasta que llegaba al centro. Allí me detuve, agitado. Ella me acarició con su sonrisa. Nos miramos y el tiempo se entrecruzó caprichosamente No importó el presente, ni el pasado, ni el futuro. Daba lo mismo el ayer que el mañana. Sólo existía, en ese latido, un solo instante.

    Ella bailaba y yo comencé a bailar también. Ella me mostró sus manos y su corazón. De pronto, la multitud entera se esfumó. Desapareció. En el centro del círculo sólo estábamos bailando, sonriendo y cantando, ella y yo. Mientras tanto, el viento al oído me susurraba que esa mujer sería la más importante de mi vida. Del centro de su propio laberinto, entre miles y miles de niños y niñas, yo nacería.

    Cuando los días se vuelven duros, a pesar de que ya soy  grande, vuelvo a la dulzura de ese sueño mágico. Intento llegar al centro del laberinto y en medio de todas las fatigas y desánimos, la evocación del amor que da la vida, sostiene mi alma. A veces no se tienen a mano las caricias, entonces aparecen los buenos recuerdos y -en medio de todos los remolinos- vuelvo a cantar aquella canción en medio de los gritos y los aplausos de todos…

Texto 2:

    Los siglos cuentan que en una antigua ciudad reinaba un rey acompañado de su esposa. El rey peregrinaba habitualmente a consultar a un poderoso oráculo que se encontraba en otra ciudad. Él siempre obedecía el mandato que el oráculo le profetizaba. Un día en el que el rey se encontraba ante el sabio oráculo, éste le predijo que sería asesinado por su propio hijo. Terriblemente acongojado y asustado, regresó a junto a su esposa. Cuando la reina trajo al mundo a su primogénito, el rey atemorizado mandó que ataran los pies al bebé y que lo abandonaran en algún camino, esperando así que muriera, ya que estaba imposibilitado de poder moverse.

    Un pastor de aquellos parajes, encontró en el camino al recién nacido y, apiadándose, lo llevó consigo pero al no poder hacerse cargo de su sustento, lo dejó al cuidado de otro rey, el monarca vecino, el cual junto a su consorte, cuidaron de aquél niño como si fuera suyo. Los años pasaron y el niño se convirtió en hombre y también él –como todos los moradores del reino-  acudió al oráculo.  Allí recibió el tremendo vaticinio que mataría a su padre y se casaría con su madre.

    Tras recuperar un poco la calma, decidió abandonar su tierra, su casa y su familia, para huir de tan atroz destino, creyendo que -cambiando de lugar y de vínculos- podría burlar aquello que ya estaba escrito para él.  Sin saber que había nacido en el reino vecino, eligió como nuevo hogar la ciudad en donde vio por primera vez la luz de este mundo.

    Mientras iba angustiado y atormentado por el camino, sin querer fue atropellado por un carruaje. Súbitamente se enojó por aquél violento. Su agresión se descargó con el conductor del carruaje, al cual, sin desearlo, le dio muerte. El no sabía que el conductor no era otro que su verdadero padre, el rey.

    Entrando en la ciudad, custodiaba las puertas de la misma, un monstruo espantoso y temible llamado “Esfinge” que planteaba una adivinanza a todo aquél que pasara. La temible esfinge era un extraño ser con cabeza y torso de mujer, cuerpo y cola de león y grandes alas. La esfinge se alimentaba de todos los viajeros que no solucionaban el enigma que les planteaba. Los habitantes de la ciudad habían prometido que darían el reino al que matase a aquél monstruo terrible.

    El joven -para poder pasar las puertas de la ciudad- se presentó ante ella, la cual le formuló el siguiente enigma: ¿cuál es el animal que por la mañana anda en cuatro pies, a mediodía en dos y por la noche en tres? El joven respondió: ese animal es el hombre que de niño se arrastra por el suelo, de adolescente se sostiene con dos pies y de viejo, además de sus dos piernas, utiliza un bastón.

    La esfinge quedo vencida y destronada y la ciudad entera fue liberada. La recompensa a tan grande y heroica hazaña era la de casarse con la viuda del rey, muerto recientemente en el camino. Así se cumplió la profecía del oráculo. El joven fue nombrado rey, se casó con la reina y  tuvieron cuatro hijos. Transcurrieron para ellos muchos pacíficos años. De pronto, una epidemia asoló  la ciudad y rey acudió de nuevo al oráculo para conocer el origen de tanta desgracia. La respuesta fue contundente: la peste  pasaría cuando fuera descubierto y desterrado el asesino del anterior rey.

    El joven rey -preocupado por su familia- quiso profundizar en el oráculo y consultó entonces a un prestigioso vidente, con la esperanza de acabar con la plaga, sin embargo aquél vidente lo dejó aún más perplejo y horrorizado, ya que le descubrió que aquél a quién había dado muerte, era su verdadero padre y que -tal como había predicho la antigua predicción- se había casado con su verdadera madre.

    La reina al enterarse, se quitó la vida, ya que su actual marido era, en realidad su hijo perdido. El desdichado rey para no ver las consecuencias de aquella tremenda verdad, acompañado sólo por una de sus hijas que no lo había abandonado, se quitó los ojos con un broche del vestido de la princesa. Desde ese día, ella le servía de lazarillo. El infortunado rey vagó ciego durante muchos años, exiliándose de su reino.

    El rey se llamaba Edipo. Su padre asesinado se llamaba Layo. Su madre y esposa, Yocasta. Su hija fiel, Antígona.

    Aún se escuchan por los confines del reino los tremendos y agudos gritos de dolor que profiere esa hija desventurada ya que sólo recibió como herencia, la realización de un oscuro designio.

Texto 3:

    La historia de Edipo Rey que hemos escuchado forma parte de la literatura y la mitología griega. Esta antigua tragedia fue tomada -en el siglo XX- por el médico neurólogo y psiquiatra Sigmund Freud (1856-1939). Para el psicoanálisis, en toda relación  “madre e hijo” -inspirado en la historia que hemos escuchado- está lo que Freud llamó el “Complejo de Edipo”.

    Según Freud, el niño quisiera ser como su padre aunque -a la vez- también desea reemplazarlo para poder autoafirmarse a sí mismo.  Mientras se da esta identificación con el padre, toma a su madre como el centro de sus anhelos. De esta manera, existe una tendencia de unión y apego a la madre y otra tendencia de identificación con el padre a quien quiere imitar. A medida que la vida psíquica madura y se unifica, estas dos tendencias van aproximándose hasta encontrarse por completo. De la tensión de esta confluencia nace lo que se llama “el complejo de Edipo”, un dinamismo que estructura toda la vida psíquica. La identificación que el niño hace con su padre es ambivalente y  puede manifestarla tanto por medio del cariño como también por medio de la agresión. Surgen así sentimientos de amor y de culpa a la vez.

    En el caso de la niña, las cosas son distintas. Aunque también en ellas es la madre el primer centro de amor. Para el varón lo sigue siendo, pero la niña debe hacer un cambio. El complejo de Edipo implica que los niños estén ligados afectivamente al progenitor del sexo opuesto manifestándose una distancia con el de su mismo sexo. El “complejo de Electra” es el término propuesto por otro médico psiquiatra, el doctor Karl Jung (1875-1961), el cual así designó la contrapartida femenina del complejo de Edipo, la fijación afectiva de la niña en la figura del padre cuya inspiración fue igualmente otra historia de la mitología griega.

Se cuenta que Electra era hija de un rey cuya esposa le era infiel. Cuando el rey regresó de la guerra fue asesinado por el amante de la reina. La vida de Electra se convierte entonces en duelo y espera, durante la cual intenta vengarse y volverse inquisidora de los nuevos soberanos. No logra integrarse a la nueva conformación de la familia. Ella salva a su hermano, enviándolo a la casa de un amigo para que allí se refugie ya que también él corría peligro porque era el heredero del trono.

Electra no reconoce la autoridad del nuevo rey. Lo desafía. Su actitud es incómoda para sus allegados. Ella está dispuesta a morir antes que olvidar. Su otra hermana le anticipa que la van a encerrar de por vida sino deja de fastidiar. Las dos hermanas muestran el distinto modo de enfrentarse a una misma situación. Una sumisa y otra desafiante.

Algunos años después, mientras Electra vive alimentando su rencor, su hermano y ella traman vengar la muerte de su padre. Mientras Electra nuevamente discute con su padrasto, su hermano mata a la reina, su madre. Cuando el rey busca a su esposa, se encuentra con la muerte, tanto suya, como de su mujer. Los dos hermanos buscan venganza de manera distinta: el varón es frío y calculador; Electra, en cambio, es emotiva y pasional. La venganza  resulta ejecutada por el hermano. A él lo único que le interesa es realizar los asesinatos en el momento y el modo oportuno, según el plan trazado.

Debido a estos crímenes, los dos hermanos fueron juzgados. Sin embargo,  ambos se salvan de la muerte gracias a que alegan que hicieron tal acción debido a la influencia del dios Apolo que los indujo a la venganza.
La tragedia de Electra nos pone de nuevo ante una lucha de principios que es tan vieja como el mundo. Los límites entre la justicia reivindicativa y la venganza calculada. El argumento sigue siendo profundo y actual aún hoy, lo podemos ver en las noticias. La venganza sólo conduce a la prisión de sí misma. La historia de Electra ha sido fuente para analizar las dramáticas relaciones entre una madre y su hija frente a la figura del padre.
Aún se escuchan, entre los ecos del tiempo, las discusiones y reprimendas de la madre a su hija justiciera y violenta…
Texto 4:
La relación de cada hijo o hija con su madre es totalmente singular. Una misma madre con distintos hijos tiene también diversos vínculos. Incluso según sea la edad o la etapa que estén transitando, tanto los hijos como las madres, la relación va cambiando. No hay fórmulas, ni manuales. Sólo hay permanentes aprendizajes.
En la medida en que pasa el tiempo, uno va apreciando más la vida y le va dando más importancia a los vínculos y afectos, el verdadero “patrimonio” del alma. Las madres son siempre madres y los hijos somos siempre hijos. No importa el lugar en que la vida nos vaya poniendo a uno y a otro.
La madre nos remite a nuestro origen, a nuestra identidad y memoria, a la generación de la vida y su cuidado, al crecimiento y su desvelo, a las múltiples formas de sacrificios con los cuales las madres continúan dando la vida después de haber dado a luz. La madre es el seno, la cuna, el hogar, la escuela. Es el refugio de la vida. Es nuestra tierra original. Nuestro “humus”. Nuestra estrella y brújula.
Las madres revelan un especial amor de Dios y revelan el rostro de un Dios amor especialmente femenino, esponsal,  materno, misericordioso, amoroso, tierno, fiel, solidario y  compasivo.
La mujer nos habla de una manera especial del misterio de Dios y su belleza. La hermosura y el resplandor de lo divino nos limpian la mirada para la contemplación de la belleza femenina.
La belleza de una mujer crece con el pasar de los años. La belleza del rostro femenino no sólo se refleja en el espejo sino cuando se pone de cara a Dios que con el viento de su Espíritu nos transfigura. Los ojos de una mujer son más límpidos cuando pueden sondear lo invisible y compadecerse también de las heridas del mundo. El cuerpo de una mujer es esbelto cuando comparte su comida y sus ropas con los más necesitados. El pelo de una mujer es más luminoso cuando se deja despeinar y acariciar por las manos de los niños. No hay “maquillajes” para el alma. En el espíritu, sólo aparece la “esencia”.
Las personas, mucho más que las cosas, deben ser restauradas, revividas, rescatadas y redimidas; jamás hay que arrojar a alguien afuera como si fuera un desecho. No hay que hacer  llorar a una mujer porque Dios cuenta sus lágrimas. La mujer -nos cuenta la Biblia- fue hecha de la costilla del hombre, no de los pies para ser pisada, ni de la cabeza para ser superior sino que ha sido sacada de su costado del varón para ser igual en dignidad, debajo del brazo para ser protegida y del lado del corazón para ser amada.
    Toda mujer necesitada ser amada y todo ser humano que llega a este mundo requiere del amor de una madre verdadera. Todos necesitamos escuchar: “Toma mi mano, siéntela, yo te protejo de cualquier cosa. Aquí estoy. En mi corazón vivirás, siempre estarás. Para vos siempre estaré. Sólo mira a tu lado. Yo estaré siempre”.

Texto 5:
La historia de una madre comienza el día en que decide serlo o en el día en que Dios elige que le pase. Sea cual fuere el modo –la propia libertad o la sorpresa de Dios- hay un día en que una mujer comienza a ser madre y comienza a vivir en la espera de otro día: el día en que dé a luz. La luz de ese día será otra luz, la de su propio alumbramiento.
El parto es un “partirse”. Toda madre es como una “Eucaristía”. Su cuerpo se parte, se reparte y se comparte como alimento para todos sus hijos. Esa “fracción” del cuerpo y del corazón comienza en el mismo acontecimiento del parto de su hijo. El mismo Jesús dice que cuando “la mujer, cuando va a dar a luz, siente angustia porque le llegó la hora; pero cuando nace el niño, se olvida de su dolor, por la alegría que siente al ver que ha venido un hombre al mundo” (Jn 16,21).
 El parto es el milagro del comienzo de la vida; sin embargo, es también una imagen que se utiliza para el final de la existencia. La muerte es también otro “parto”. Es un volver a “partirse” y es un volver a “partir”.
Cuando una mujer se encuentra de parto, el mundo entero celebra una fiesta…
Texto 6:
Si pensamos en la madre, la fe nos enseña a contemplar a María, la madre de Jesús, nuestra madre en la gracia. Su maternidad es universal, abarca los cielos y la tierra, los espacios y los tiempos, la memoria y la eternidad. Abraza a todos los seres humanos, sin distinciones de ninguna clase. María es seno universal,  fuente de vida.
Alguna vez, la joven de Nazaret, al descubrirse embarazada, comenzó a sentirse madre. Ella, como cualquier madre, aprendió a serlo.
María con su mirada nos abraza, con su sonrisa nos cuida, con su manto nos envuelve, con su oración nos protege, con su paz nos inunda, con su fortaleza nos sostiene, con su sabiduría nos ilumina, con su ternura nos bendice. Con su misericordia nos ama, nos ama, nos ama…
Salve, Reina y Madre de misericordia,
vida, dulzura y esperanza nuestra.

A Tí clamamos los desterrados hijos de Eva,
a Tí suspiramos, gimiendo y llorando en este valle de lágrimas.

Ea, pues, Señora Abogada Nuestra,
vuelve a nosotros tus ojos misericordiosos,
y después de este destierro, muéstranos a Jesús,
fruto bendito de tu vientre.

Oh, clemente, oh piadosa, oh dulce Virgen María.

Texto 7:
Siempre es tiempo de expresarle a tu mamá todo tu amor. Como puedas, como te salga, como sepas, como quieras. El amor es siempre amor. Es un lenguaje único. Sólo lo comprenden aquellos que animan a sentirlo.
Allí donde esté tu madre, tu amor le llega. No hay barreras, ni obstáculos, ni umbrales, ni fronteras. El amor todo lo alcanza. Todo lo abrazo y contiene.
Decíle a tu mamá lo que ella es para vos. Decílo con palabras, con silencio, con gesto, con lágrimas, con sonrisas. Decíle a tu mamá que ella forma parte del regalo más hermoso que te hizo de la vida.
Animáte a decírselo al oído: “como vos, ninguna”

Eduardo Casas.