Programa especial del Día del Padre 2009. “Padres de la vida”.

miércoles, 17 de junio de 2009
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Texto 1:

¡Feliz día papá!!! Te doy un abrazo fuerte y un beso grande de agradecimiento. En vos vaya el reconocimiento que hago -desde este programa- a todos los padres.

Sé que cada hijo tiene un vínculo particular y sentimientos singulares para con su padre. En esto no hay moldes iguales. No hay dos relaciones idénticas. Incluso un mismo padre, con sus distintos hijos, tiene vinculaciones diferentes. Ningún hermano puede pretender que su relación sea el modelo para los otros.

Los vínculos se construyen, suponen la historia y sus circunstancias, la memoria y los afectos, lo que está resuelto y lo que está pendiente, lo compartido y lo dialogado, también lo no hablado, lo que nos ha hecho bien y lo que nos ha marcado: Todo influye. Hasta las distintas etapas de la vida que vamos transitando -personalmente o en común- padre e hijo. Todo lo pasado y lo presente configura el vínculo. Ciertamente, cada uno tiene su relato, su experiencia y su propio tiempo. Cada relación es un universo singular.

    Cada uno -como hijo- sabe qué tiene y cómo tiene que celebrar el día del padre. Incluso, entre padre e hijo, las percepciones pueden ser distintas. Para uno puede que todo esté bien y para el otro, tal vez no tanto. Es preciso “sintonizar” ambos en la misma vibración. ¿Qué espera uno como padre?; ¿qué espera uno como hijo? Las expectativas y las miradas suelen ser distintas.

    Tal vez ésa sea la primera pregunta que nos podemos hacer, ya sea como padre o como hijo: ¿Qué esperamos cada uno -desde el propio rol- en la relación?

Texto 2:

Hay día del padre y hay día de la madre pero no hay “día del hijo”, quizás porque todos somos hijos. No todos podemos ser padres o madres, pero todos somos hijos. La historia y la identidad de la filiación son variadas en cada hijo. En algunos casos, hay quienes no conocen a su padre o quienes lo han perdido, o quienes no tienen vínculo con su padre por más que lo tengan vivo.
Todos hemos necesitado de un padre para ser concebidos y tener vida. Todos somos hijos de alguien y lo seguiremos siendo por siempre, nos guste o no, lo aceptemos o no, estemos conformes o no, lo disfrutemos o lo padezcamos. Todos somos hijos. Podemos no ser padres, podemos no ser madres, podemos no tener hermanos, pero todos somos hijos. La condición filial es la más común, la más universal, es aquella en la cual todos los seres humanos nos sentimos identificados. Tal vez por eso           –porque está tan supuesto que somos hijos de alguien- es que no celebremos el “día del hijo”.

El “día del hijo” se celebra también  en el día del padre o en el día de la madre. Somos padre o madre porque siempre hay un hijo. Hay hijos que -a su vez- son padres; hijas que son madres. De todos modos, .por más que seamos muchas cosas más en la vida -básica y fundamentalmente- somos hijos. Es la “base” de todo presupuesto vincular.

El estado universal y común de hijos incluso está en el sustento de la propia fe, ya que también somos “hijos de Dios”, el bautismo nos da esa condición. Así como la vida humana nos brinda la posibilidad de ser  hijos de alguien; la vida divina nos concede –nada menos- que ser hijos de Dios. Jesús mismo ha sido Hijo. Él no ha sido Padre; sin embargo, ha tenido un Padre: Dios ha querido tener, al hacerse hombre como nosotros, un padre adoptivo, el esposo de María, José, el artesano del taller de Nazaret.

Todos somos hijos, esa condición nos pone en comunión con todos los hombres y mujeres que llegan a este mundo y nos pone en alianza con Jesús, el Hijo por excelencia: El Hijo de Dios, el hermano de los hombres.

Él nos enseñó que somos hijos de un mismo y único Padre: Su Padre. Nos concedió llamarlo “Padre Nuestro”: ¿Te imaginás a Jesús rezando el “Padre Nuestro” y pensando en nosotros?…

Texto 3:

Para Jesús, el esposo de su madre -José- ha sido como la “traducción” humana y cercana del misterio de la paternidad de Dios en su vida terrena. La paternidad adoptiva de José le reveló el secreto de la paternidad divina de su Padre eterno. José era un rayo de vida que le mostraba la fuente de todo don: Su Padre Dios. José era el “lenguaje” humano de la paternidad de Dios.

La vida sencilla, el trabajo cotidiano, el sacrificio permanente, el acompañamiento silencioso, la cercanía protectora, la calidez afectiva de José –todo en él- se convertía en la muestra de ese Dios que, para Jesús, era su verdadero Padre.

¡Cuántas veces el Señor contemplando el rostro, la mirada, las manos, los brazos y el corazón de José encontraba el misterio de la paternidad de Dios!…

José -en su taller de carpintería- tocaba con sus manos la fibra vegetal de la madera, la fibra humana de las manos de María y la fibra espiritual del alma de Jesús…

Las manos de José eran manos de padre: Manos que sostienen, cobijan,  protegen,  acarician, abrazan, trabajan y comparten…

Manos de hombre que revelaba las manos de Dios. Manos de padre mostrando al Padre. El padre humano, adoptivo, revelaba  al Padre divino. Jesús tomaba la mano de uno y de otro. Tomaba la mano de José y sabía que –del otro lado- estaba tomando la mano de Dios…

También nosotros necesitamos a lo largo de la vida, no importa la edad, sostenernos en la manos de un padre que nos ayude a sentir la manos de Dios. La paternidad es eso: Manos que nos ayudan a sentir la fuente de la vida que se comunica…

¡Cuántas veces Jesús se habrá sostenido como hijo en los brazos de José, compañeros de camino en el viaje de la vida!…

Quizás en la Cruz, cuando extendió sus brazos a los clavos, Jesús recordó los brazos de José que tantas veces lo habían sostenido. José en su carpintería, seguramente ha tenido maderos similares a los que Jesús sentía sobre sus hombros, mientras llevaba la Cruz a cuesta. Jesús Crucificado pensaba en los brazos de José que -como padre en la tierra- lo entregaba a los brazos de Dios, su Padre en el cielo…

Para Jesús, la Cruz era el abrazo, envuelto en la paternidad de la tierra y del cielo, entregado desde los brazos de José a los brazos de Dios. De José a Dios, de brazo a brazo, de abajo a arriba.

Ciertamente el Evangelio no dice que José estuvo en la Crucifixión. La Tradición cuenta que ya había fallecido. Sin embargo, nada impide que Jesús haya pensado en aquél abrazo de José, devolviéndolo a los brazos de Dios. Jesús siempre, en la tierra y en el cielo, estuvo rodeado de los brazos de su padre: Los brazos de José y los brazos de Dios.  

Texto 4:

    Cuando evocamos a nuestro padre –esté cerca o lejos, presente o ausente, vivo o muerto- hay una mezcla de sentimientos según sea la edad y la etapa que -como hijos- estemos transitando.  Hay memoria agradecida y esperanzada en acciones de gracias y hay heridas con reclamos por las necesidades postergadas; hay recuerdos buenos y hermosos y hay otros dolorosos; hay perdón y reconciliación, hay cariño y compasión, hay comprensión y amor… La trenza de la vida se va haciendo con todos esos sentimientos.

    Cada padre genera en cada hijo distintos sentimientos y cada hijo a cada padre, lo mismo. Hay que escuchar lo que tiene que decirnos como padre y pronunciar nosotros lo que tenemos que decir como hijos. Es bueno ponerle palabras a la vida. ¡La muerte impone tantos silencios!

    Cada uno tiene que cantarle a la vida su propio himno, su propia gratitud.

    Si tuvieras que entonarle a tu padre una canción,  ¿cuál sería: “tonada de un viejo amor”, “la última curda”, “el día que me quieras”? Quiero soñar de nuevo con esa canción que nos envuelve la memoria. El corazón nos enseña lo que será y el cuerpo avanza siempre adelante. Hay que cantar las cosas que ya vivimos y cantar la vida que queda y que viene.

    Ahora que ha llegado el tiempo quién pudiera preguntarte papá, cómo ser siempre uno mismo. Preguntarte por los antídotos del miedo. Cuando crecí me dejaste caminar solo, sin la brújula que marca el porvenir. Son las leyes de la vida, siempre fue y ha sido así. Ahora que veo pasar el río pienso: ¡Cuánto de esto ha sido tuyo!; ¡Cuánto de esto ha sido mío!…

Texto 5:

    La palabra “patria” viene del latín “pater” que significa “padre”. La patria es la tierra de los padres, el patrimonio de los padres. Patria y padre tienen una misma vida, un mismo legado, una única herencia.

    Nuestra patria se construye -ayer y hoy- con la existencia cotidiana, el trabajo honesto y el sacrificio desinteresado de muchos padres.

    La inmigración del siglo XIX y de los comienzos del siglo XX trajo a estas tierras a muchos hombres en busca de nuevos y venturosos porvenires. Muchos venían con sus familias; otros, las dejaron para probar suerte primero solo y luego se volvían a reunir, otros vez, todos juntos. Algunos nunca más volvieron a sus tierras. Ellos sintieron la generosidad de estos horizontes. Las semillas de estos hombres están esparcidas por toda nuestra geografía y apellidos. Sus hijos, sus nietos y bisnietos y las generaciones venideras llevan,  por siempre,  la mezcla de este suelo con la nostalgia de otros terruños. Eran los tiempos en que nacía una Argentina inclusiva, multirracial y plural, de sangres e historias mezcladas en una sinfonía de colores, culturas e idiomas…

Texto 6:

    Hay una familia en el barrio que vive como todas. Se compone de un padre trabajador, una madre abnegada, un hijo mayor casado -que ya los ha hecho abuelos- y otros dos hijos adolescentes, una mujercita y un muchachito, a los cuales es difícil ponerles límites. El diálogo no siempre es fácil entre esposos y entre padres e hijos.

    Es así la cadena de la vida: El hijo se transforma en padre y el padre en abuelo. Los hijos traen promesas y los nietos renuevan la alegría de vivir más intensamente. Felizmente uno nunca se jubila de la vida, la danza prosigue, el vals de existencia nos invita a bailar…

Texto 7:

    Uno siempre piensa al padre como un comunicador de la vida. Sin embargo, no siempre sucede así. La paternidad tiene las luces y las sombras del corazón humano. La mirada social nos muestra también a “otros padres” que nos duelen. Los que se convierten en lamentables noticias: Los padres abandónicos; los padres abusadores; los padres golpeadores; los padres adictos al alcohol; a las drogas o al juego; los padres que han cometido delitos; etc.
   
    Todos ellos también son padres. Sus hijos llevan, no sólo sus apellidos, sino también las marcas y las heridas de sus errores en el cuerpo y el alma, en el corazón y en la vida. Se requiere mucho tiempo y una larga curación interior para sanar el desamor recibido. A veces esos hijos ni siquiera pueden refugiarse en Dios porque Dios también es padre y ellos tienen la imagen de la paternidad deteriorada, distorsionada y lastimada. Sólo el amor de la paternidad de Dios sana el vínculo de toda otra paternidad malograda.

    No vale la pena vivir heridos y resentidos, tampoco hay que repetir errores. Si nosotros nos dejamos aleccionar,  Dios nos enseña incluso a partir de las equivocaciones ajenas. Nadie tiene el padre perfecto y cuando a cada uno nos toca nuestro turno, tampoco somos  padres perfectos. Igualmente, nadie es el hijo perfecto. Todos somos quienes somos: Padres e hijos. Con nuestras limitaciones y logros, errores y aciertos, fracasos y éxitos, con lo hecho y con nuestras cuentas pendientes.

    Ser padre y ser hijo es difícil. Ser buen padre y buen hijo,  aún lo es más. Un mismo amor y un mismo perdón nos envuelve, misericordia y reconciliación nos sostienen. No siempre somos lo que quisiéramos ser. La vida nos da oportunidades que el corazón tiene que saber aprovechar. El presente que tenemos entre manos es una nueva posibilidad que se nos brinda, una única esperanza. El tiempo abre caminos…

    Cada uno tiene su padre. A cada uno le toca agradecer algo de su padre y a cada uno le toca perdonar algo de su padre. Él también hará lo mismo. Nos agradecerá algo como hijos y nos perdonará, aún mucho más, quizás.

    Si tenés la dicha de que tu papá esté con vos: Agradecé, disfrutá,  compartí, intensificá el afecto y los gestos, la presencia y la compañía, el diálogo y la cercanía. Que el pasado se haga la mejor de las memorias, recordando sólo aquello que nos da felicidad. Vivir y amar es lo único que nos hace más plenos.

    Y si no tenés con vos a tu papá, porque está a la distancia o porque ya terminó este tramo terreno del viaje de la vida, pensá que, de todas formas, siempre de algún misterioso pero real modo, te acompaña. Que la conversación con él se vuelva oración, plegaria de pedido y canto de acción de gracias. Los que están junto a Dios, escuchan nuestras voces en la oración. Nos responden con caricias invisibles que consuelan el alma cansada y dolorida. En Dios, todo está vivo.

    En este día del padre,  hay padres que estarán acompañados y hay otros que estarán solos; hay quienes recibirán besos, abrazos y regalos y otros que estarán habitando la propia soledad de su desierto; hay quienes sentirán afecto y otros sentirán olvido; hay quienes la pasarán en familia y otros se encontrarán en los asilos, geriátricos u hospitales; hay quienes estarán rodeados de caricias y otros estarán esperando una visita o un llamado que no llega. No importa… o mejor dicho, sí importa pero igual se sobrevive. Igual se resiste en esta dura batalla. Igual cada día, las manos y las piernas se levantan para comenzar de nuevo la vida, la que siempre nos empuja hacia adelante….

Eduardo Casas