“Pude superar la enfermedad cuando perdoné a mi mamá”, compartió Mariana Arcucci

sábado, 19 de marzo de 2022
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19/03/2022 – Mariana Arcucci es cristiana y junto a su esposo viven la fe en una iglesia evangélica de Canning, donde viven con sus cuatro hijos. “Dios se mueve con los que se mueven” es su lema. “Soy porteña, nací en el barrio de Devoto con mamá, papá y tres hermanos, uno el resto mayor y los otros dos menores”, narró. Esta semana cumplió 45 años. “Cuando tenía siete años comencé a tener crisis de ausencias, que consiste en convulsiones y breves episodios de alteración del estado de conciencia. Es uno de los síntomas de la epilepsia. Cuando tenía esos ataques quedaba en un estado ausente e inconsciente y a los segundos de volver de ese estado no recordaba lo que me había pasado”, recordó Mariana.

“Por todo esto perdí muchos recuerdos de mi infancia, eso me impide recordar mucho las vivencias.Si recuerdo que todos fuimos a una escuela cristiana en Versalles, todos decían que yo de niña era muy tímida y callada. Yo fui bautizada de bebé como católica y cuando yo tenía unos cinco años mis padres se acercaron a una iglesia evangélica. Y allí si recuerdo cuando una vez le saqué una muñeca a mi hermana, mi mamá me invitó a pedirle perdón a mi hermana y a Dios. Esa es mi primera experiencia con Él. Hoy sé que Dios es amor y no tiene nada que ver con el castigador que me llegó desde pequeña. Es que comprendemos como es Dios de acuerdo a cómo nos lo muestran las personas con las que interactuámos”, sostuvo.

Tuve varios episodios de epilepsia entre los siete y los quince años en los que perdía el control muscular por lo que me caía o me tiraba contra una pared sin poder controlarlo, sobre todo en mi adolescencia. El dolor de cabeza y del cuerpo era inhumano. Lo más difícil era cuando venía lo posterior a cada episodio; no podía moverme porque todos los músculos de mi cuerpo juntos habían hecho su mayor fuerza. Me dolía la boca por días y se me hacían aftas en las heridas y en varias ocasiones no recordaba nada. Estaba dos o tres días sin ir al colegio y luego hacía una vida normal que tenía sus requisitos: cero alcohol, dormir no menos de ocho horas nocturnas y no ir a lugares con flashes o luces intermitentes”, precisó Arcucci.

A Sebastián lo conocí a mis 11 años en un campamento cristiano. Cuando tenía 18 años ya planeábamos casarnos con mi novio cuando cumpliéramos 21. Fue ahí cuando el neurólogo pediátrico que me atendía le dijo a Seba: “Vos tenés que tener en claro cómo es la situación de Mariana si elegís estar con ella durante toda la vida. Tenés que saber que ella no va a poder tener hijos porque a raíz de la medicación los bebés pueden nacer deformes o retrasados. Y si no toma la medicación, va a convulsionar y automáticamente abortar”. Y continuó: “Tampoco va a poder manejar por el tema de las luces y el parpadeo, es poco probable que pueda estudiar por la demanda que eso ocasiona. Yo les recomiendo que no se casen”.En ese momento no tomamos conciencia de la gravedad de lo que le había dicho el médico”, dijo.

Más adelante encontré que el Hospital Ramos Mejía había un área especializada de epilepsia. Me hicieron varios estudios y descubrieron que tenía dos epilepsias”, señaló Mariana. “Después de ocho años de noviazgo nos casamos con Sebastián. Con el tiempo me recibí de counselor psicológico especializada en terapia de familia a mis 26 años. Además soy pastelera. Cuando recibí el primer título ya tenía un hijo y a los seis meses quedé embarazada de mi segundo hijo”, agregó Arcucci.

Durante varios años Mariana no se atendió con ningún neurólogo y como en ese lapso no había tenido más episodios, dejó de tomar la medicación. “Hasta que a los 26 años volví a convulsionar. A partir de ese episodio decidí consultar en un centro de epilepsia dentro del instituto Fleni y me detectaron unas manchas blancas en el cerebro. Pese a la indicación médica decidí no tomar los remedios que me daban. Fue una decisión que tomamos con mi esposo”, indicó. “Hoy puedo decir que soñé con manejar, trabajar, tener muchos hijos, carreras y no volver a la medicación, ni a tener convulsiones. Los médicos no pueden explicarlo pero pude cumplirlo y alcanzarlo. Yo siento que fue fundamental el haber perdonado a mi mamá por los episodios de violencia que había sufrido desde pequeña, ese fue el cambio espiritual que me ayudó. Científicamente y humanamente, la enfermedad de epilepsia no se cura. Lo mío se que es un milagro de Dios”, resumió Mariana.

Finalmente, Arcucci compartió esta oración:

Gracias mí Señor y Dios por tu sanidad y milagros en mí vida.

Gracias por mi familia, por mi esposo y mis hijos.

Lo imposible para el hombre, en Jesús es posible; sus promesas son en el si.

Te pido que a través de este testimonio todo aquel que crea en Jesús

reciba la bendición que yo recibí.

Dios se mueve con los que se mueven.

Amén.