15/07/2020 – En el Evangelio de hoy Mateo 21, 28-32 Jesús presenta una parábola en torno a la voluntad del padre y a cómo vivir según ella para estar en comunión con Él.
No está en el deseo sino en las obras, ponernos la Patria al hombro para que, en una hacer distinto, podamos cambiar el rumbo de una suerte que no nos merecemos. Hoy es el día para empezar.
«¿Qué les parece? Un hombre tenía dos hijos y, dirigiéndose al primero, le dijo: “Hijo, quiero que hoy vayas a trabajar a mi viña”. El respondió: “No quiero”. Pero después se arrepintió y fue. Dirigiéndose al segundo, le dijo lo mismo y este le respondió: “Voy, Señor”, pero no fue. ¿Cuál de los dos cumplió la voluntad de su padre?». «El primero», le respondieron. Jesús les dijo: «Les aseguro que los publicanos y las prostitutas llegan antes que ustedes al Reino de Dios. En efecto, Juan vino a ustedes por el camino de la justicia y no creyeron en él; en cambio, los publicanos y las prostitutas creyeron en él. Pero ustedes, ni siquiera al ver este ejemplo, se han arrepentido ni han creído en él. Mateo 21,28-32
«¿Qué les parece? Un hombre tenía dos hijos y, dirigiéndose al primero, le dijo: “Hijo, quiero que hoy vayas a trabajar a mi viña”. El respondió: “No quiero”. Pero después se arrepintió y fue. Dirigiéndose al segundo, le dijo lo mismo y este le respondió: “Voy, Señor”, pero no fue. ¿Cuál de los dos cumplió la voluntad de su padre?». «El primero», le respondieron. Jesús les dijo: «Les aseguro que los publicanos y las prostitutas llegan antes que ustedes al Reino de Dios. En efecto, Juan vino a ustedes por el camino de la justicia y no creyeron en él; en cambio, los publicanos y las prostitutas creyeron en él. Pero ustedes, ni siquiera al ver este ejemplo, se han arrepentido ni han creído en él.
Mateo 21,28-32
El Evangelio de hoy presenta a dos hermanos, que hacen lo contrario de lo que dicen, de lo que le contestan a su padre. Lo importante no es evaluar aquí el nivel de contradicción, sino cómo la cosa se juega -más que en las palabras- en la entrega y el compromiso. El que dijo que no iba, sí fue; y el que dijo que iba, no fue.
Se trata de ser de una sola pieza, de no andar con vueltas, de ser concretos. Esto es lo que justifica la afirmación de Jesús: los publicanos y las prostitutas llegan antes que ustedes al Reino de Dios. Porque éstos, habiendo pasado por la condición pecadora y habiendo recibido el mensaje de Juan el Bautista, que predicaba preparando el camino de Jesús, se han arrepentido y se han convertido en serio. La condición de pertenencia al Reino se suscribe a las categorías de compromiso para hacer la voluntad de Dios y no en títulos de rango social, religioso, económico, político.
Las condiciones para poder entrar al Reino están ofrecidas para todos: para los que escuchan la Palabra de Dios y la ponen en práctica.
A veces hay personas que, más allá de lo externo, demuestran en su vida concreta una puesta de servicio y un compromiso social que a uno le sale exclamar: ¡quién diría!
Cuando llega el momento de actuar, uno se da cuenta de que las apariencias engañan: ¡quién lo hubiera dicho! Uno encuentra, detrás de aparentes personas, una persona mucho mejor de lo que imaginábamos, sorprendiéndonos más allá de su apariencia, por habernos dejado, en su puesta de vida, un verdadero ejemplo.
Sí a la voluntad de Dios. De esto se trata el pasaje evangélico compartido hoy. Nos encontramos con dos personajes bien definidos, dos hermanos, que uno da con el querer del padre y el otro, habiéndolo declamado, no lo alcanza.
Con frecuencia, nosotros solemos dar un sí y practicamos un no en la vida. Pasa que delante de Dios cuentan más las obras que las palabras. Las palabras, por muy buenos deseos e intenciones que expresemos en ellas, no alcanzan, salvo cuando hacemos lo que nos toca hacer.
No todo el que dice Señor, Señor, entrará al Reino de Dios, sino el que cumple la voluntad del Padre. Cristo no fue sí y no al mismo tiempo, sino que aceptó incondicionalmente la voluntad del Padre.
No debe sorprendernos el que sintamos la rebelión y queramos darle un no a la voluntad de Dios. Después de un momento de oración, de reflexión, llega la sinceridad y la oración de Jesús en el Getsemaní se hace presente en nosotros: Padre, que no se haga mi voluntad sino la tuya.
De esto se trata, y en el proceso del camino personal, cada uno de nosotros ha encontrado, en más de una oportunidad, que los buenos deseos, las buenas intenciones, expresadas en muy buenas palabras, no alcanzan para dar con lo que hace la centralidad del proceso de crecimiento y madurez personal: hacer la voluntad del Padre. Para alcanzarla, hay primero que discernirla, buscarla. E intentar alcanzarla.
Cuando nosotros vamos hacia delante y acertamos en nuestro peregrinar en la voluntad del Padre, mucho más allá de los buenos deseos y palabras, también encontramos la contracara de lo que dice el Evangelio: uno dice no y luego hace sí; otro dice sí y luego hace no. Las apariencias engañan, y eso es lo que Jesús les advierte a los maestros de la Ley, escribas y fariseos. ¡Atención! Porque las prostitutas y los pecadores, quienes tienen esa marca en su vida, van a llegar antes que ustedes al Reino de los Cielos. Entonces, no nos dejemos llevar por lo que aparenta, sino por la verdadera vuelta al querer y a la voluntad del Padre.
La centralidad del mensaje es cumplir o no la voluntad del Padre. Ahora bien, ¿cómo se busca y cómo se halla esa la voluntad del Padre? Justamente, a través del discernimiento de espíritu, de este instrumento que es gracia de Dios y tarea nuestra, con el cual podemos ir descubriendo la voluntad del Padre.
El querer de Dios se nos comunica por el camino del sentir interior, que se aprende a auscultar desde esta gracia que es el discernimiento, la sabiduría de espíritu. Se descubre en el gozo, la paz y la alegría; de la mano de una vida ordenada que, con recta intención, busca hacer la voluntad de Dios y objetivamente da con aquel modo de vivir que se espera del momento que la persona se encuentra, de la etapa del camino que va realizando. En el proceso del discernimiento de espíritu, la alegría, el gozo y la paz nos hablan justamente de haber dado con esta realidad escondida: la voluntad del Padre.
En el discernimiento interior de espíritu, cuando nos encontramos con gozo, paz, alegría, de la mano de una vida ordenada según un estado determinado de vida, una etapa del camino, con la recta intención que la persona obra, estamos en presencia de alguien que, en ese fruto de gozo, paz, alegría, está en la voluntad del Padre.
Cuando en nosotros, en medio del desorden, hay desasosiego, tristeza, angustia, es porque estamos por otro lado. Movidos por la desolación interior, somos carne de cañón para andar errantes en nuestro peregrinar.
¿Dónde puede uno comenzar a recorrer un camino que lo lleve a dar con la voluntad del Padre? En la escucha de la Palabra reflexionada, orada, constatada en signos externos que corroboran su mensaje. Allí está, a veces, manifestada en claridad la voluntad del Padre: entre lo que la Palabra de Dios dice, mi sentir respecto a lo que la Palabra dice y los acontecimientos externos y el acompañamiento de los hermanos que corroboran ese proceso de sentir interior y de signos que acompañan ese sentir interior.
La voluntad del Padre se manifiesta también en los vínculos fraternos y familiares con los que Dios se ha comprometido a manifestar su presencia. Cuando nosotros, movidos por la caridad, nos relacionamos desde este lugar fraterno y familiar, entonces estamos en presencia del lugar elegido por Dios para manifestarse. Donde dos o tres estén reunidos en mi nombre, allí estaré yo en medio de ellos.
En el permanecer fiel al estado de vida al que pertenecemos también se manifiesta el querer y la voluntad del Padre.
El camino que conduce a la voluntad del Padre es un camino arduo, que debemos aprender a recorrer con serenidad, con inteligencia, con la intención siempre recta de querer alcanzar el querer de Dios. Supone un camino de búsqueda, en actitud de discernimiento.
En el camino de discernimiento, el corazón humano se ve movido por dos grandes estados interiores: la consolación y la desolación.
El estado interior de consolación, cuando la persona es movida a la alegría, al gozo, a la paz, a la serenidad, es el estado en que Dios quiere que vivamos, con una vida ordenada, seguramente con la facilidad de alcanzar ese querer de Dios en lo puntual y concreto de cada día.
Cuando la persona está movida por un espíritu de desolación, se hace como más arduo y difícil, más complicado el poder alcanzar ese querer de Dios. Todo pesa más, todo cuesta más, se hace más cuesta arriba. Si uno sabe permanecer sin apartarse de Dios en ese estado, con paciencia, en oración, en espíritu penitencial y de caridad, en fidelidad al mandato recibido y al estado de vida al que pertenece, sin dudas el Señor, después, premia la entrega, el esfuerzo, y ahí se descubre que en verdad cuando el grano de trigo muere, produce mucho fruto.
El Señor nos quiere siempre en estado de consolación. Cuando no es así, por motivos diversos, no debemos perder tiempo para ponernos en pie, en camino para ponernos a buscar nuevamente el estado de consolación, insistiendo en la oración, en la caridad concreta, en la penitencia.
Esta época nos invita a estar en discernimiento para buscar la voluntad del Padre, para vivir en estado de consolación, con gozo, alegría y paz.
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