¿Qué nos falta para vivir lo cotidiano?

martes, 3 de noviembre de 2009
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            En la vida cotidiana se prueban las virtudes de nuestro corazón, de nuestros vínculos, la calidad de nuestra vida cristiana, se prueba la calidad de nuestra vida humana y de la humanidad de nuestra vida.

            Creo que si hoy miramos nuestra vida cotidiana, nuestra relación con nosotros mismos, con los demás, con las cosas, una de las primeras invitaciones, exhortaciones, casi diría ruegos, sería la bondad. Necesitamos ser buenos. Hablando con los viejos, siento que eso es lo que más extrañan. ¡Qué bien nos hace la bondad, cuánto la necesitamos! ¡Qué bien respira el alma cuando hay bondad! No hace falta que no haya maldad, simplemente, cuando falta la bondad ¡qué frío que hace!

            La bondad es para la humanidad tan revolucionaria como el primer fueguito con el que el hombre se pudo calentar. Y la bondad no brota sola: exige esfuerzo, voluntad, sacrificio, salir fuera de nosotros mismos. Encerrados en nuestras preocupaciones, en nuestros humores… guarden distancia los demás para estar seguros. Si me levanto bien, puedo ‘darme el lujo de ser bueno’. Y la bondad no es un lujo. No sale instintivamente de las venas cerradas de nuestro egoísmo. Hace falta la cuchilla de una dolorosa separación que abra esa concha  cerrada que a veces es nuestro corazón.

            La bondad que brota más fácilmente, más naturalmente, es la de una madre, que tiene la capacidad de ‘renunciar’ a muchas cosas casi imperceptiblemente –por eso poco se advierte-. Y encima de tantas renuncias, hay quienes nos facturan que todavía debieran hacer más. ¡No le creas! La maternidad está puesta por Dios como una ‘bandera de bondad’.

            Pongamos un poco más de bondad en nuestra vida cotidiana, en todos los ámbitos. La bondad tiene un precio: es regalar un poquito de luz, aún quedándonos a oscuras. Es vivir una situación un poquito dolorosa para ofrecer un poquito de alegría. Aceptar no tener, para que alguien pueda sonreír.

 

            Si hay algo que abunda en la vida cotidiana son las quejas. En general la queja tiene que ver con lo que nos falta. Y también en general es a las mujeres a las que se nos achaca de ser quejosas. Parece que viene con nuestro género el estar ‘viendo lo que falta’. María, en una boda (Jn 2,3) puso el ojo en lo que faltaba. Y se lo dijo a se Hijo. Esta capacidad de ver lo que falta puede ser muy engañosa: podemos estar viendo lo que falta de cosas materiales, de cosas circunstanciales, lo superficial de lo que falta, y en realidad adolecer de ver lo esencial de lo que falta. María se preocupa por lo que nos falta, pero “El buen vino de lo que nos falta”. Quizá ella nos diga que estamos demasiado inquietos por algunas bagatelas, por una existencia demasiado agitada, preocupada, superficial, y que en realidad lo que nos está faltando no es aquello que nosotros creemos que nos falta. Quizá ella en este texto nos esté diciendo que sobre nuestra mesa está todo, pero que falta justamente lo esencial. Quizá hablamos mucho de Dios pero vivimos poco o experimentamos poco a Dios. Quizá vivimos una vida en el vacío, en la superfluidad, en las tonterías, y nos está faltando lo esencial. Quizá María nos está diciendo que no rellenemos el vacío con cosas inútiles, que no vivamos mirando el reloj con ansiedad, que seamos capaces de dar significado a nuestro tiempo. Quizá nos esté diciendo: estás viviendo sin alegría, y ni siquiera te das cuenta, o ‘tu alegría tiene como sustento cosas epidérmicas, y no anclada en lo profundo de tu ser.

            Ese mirar lo que nos falta es en realidad una invitación muy interesante para vivir la cotidianeidad: ¿qué me está haciendo falta? ¿plata o aceptación de las pobrezas y riquezas de cada día? ¿un nuevo pantalón o una mirada sobre mi mismo más satisfecha, más amantiva? ¿Qué nos quieran o querer? ¿Qué el otro cambie o tener más paciencia? ¿tener más cosas o tener más esperanzas?

            Creo que la función de la Iglesia es justamente recordar y revelar lo que falta a la gente que cree poseerlo todo. ¡Qué linda misión! Creo que está bien recordar que nos falta justamente lo esencial, para nosotros y para el mundo entero. ¿CUÁL ES EL VINO QUE NOS ESTÁ FALTANDO?

            La producción de bienes superfluos termina por hacer superfluo al hombre. Debemos recordar que Dios espera grandes cosas del hombre. La salvación, la redención, quizá no está en añadir algo más a todo lo que tenemos, sino en sugerir algo distinto.

 

Donde pongo la vida pongo el fuego de mi pasión volcada y sin salida.
Donde tengo el amor, toco la herida. Donde dejo la fe, me pongo en juego.

Pongo en juego mi vida, y pierdo, y luego vuelvo a empezar, sin vida, otra partida.
Perdida la de ayer, la de hoy perdida,  no me doy por vencido, y sigo, y juego

lo que me queda: un resto de esperanza. Al siempre va. Mantengo mi postura. Si sale nunca, la esperanza es muerte.

Si sale amor, la primavera avanza. Pero nunca o amor, mi fe segura: jamás o llanto, pero mi fe fuerte.

 

Rosadoni escribe “Cualquier virtud cristiana apesta como el pescado podrido si no se injerta en el tronco de las virtudes humanas

Es esta una expresión para meditar no demasiado racionalmente. Muchas veces, y personas de cualquier religión, perdemos la visión de realizarnos como hombres. Esto es frecuente en cualquier ámbito religioso pero particularmente en el cristianismo parece ser un yerro imperdonable, porque Dios por nosotros se hizo hombre para salvar al hombre.  Es que si el crecimiento de las virtudes sobrenaturales y humanas no es armónico, es como si camináramos torcido. Y justamente de torcido es que a veces ocurre en nuestra vida el desarrollo de las virtudes: crecen, pero torcidas, como una ‘edificación postiza’, como algo artificioso, como algo poco creíble, como algo precario, como algo añadido. Dios no quiere eso. Por ejemplo, esa ‘sonrisa pintada’ en el caso de que quiera desarrollar la simpatía o la amabilidad, esa cortesía rígida, esa caridad que se vuelve falsa. Y se percibe ese ‘mal olor’. Una virtud bien humana que impide que las otras se desarrollen con salud es la rectitud: algo muy propio de los hombres de bien, sean creyentes o no. Y la rectitud está haciendo mucha falta en nuestra vida cotidiana.

            “el que anda oscilante entre dos caminos, caerá en uno de ellos” (Prov 28,18)

            ¿Qué es la rectitud? Ir al objetivo buscado por el camino más corto, sin desviarse con maniobras poco límpidas. Ir directamente al punto pero no de manera atropellada. La rectitud tiene olor a honestidad. La persona recta no tiene nada que ocultar, no guarda en su personalidad un doble fondo donde oculta las intenciones reales y los verdaderos intereses en contradicción con lo que declara o con lo que muestra. Es una persona segura en la que uno se puede fiar. En sus propósitos la injusticia no encuentra sitio. Su alianza está siempre centrada. A la persona recta siempre se la puede encontrar, porque se sabe cuál es el camino que va a tomar: anda por el camino real, no a través de senderos misteriosos.

            Hay un lugar en el camino de la honradez donde tenemos que construir nuestros vínculos.

            Cuando tenemos la presunción de arreglarnos con nuestros procedimientos mas o menos pícaros, mas o menos manipuladores, mas o menos comerciales, terminamos por hacer una conflictiva y una complicación en torno a nosotros, y nuestras familias se llenan de cosas ocultas y de secretos y de dobles mensajes, y de carteles de ‘esto no se habla’, y de absurdos, que terminamos desmoronándonos, como dice Proverbios, terminamos “oscilando entre tantos caminos”, y lo torcido a veces ya no puede enderezarse.

            Una virtud para vivir lo cotidiano: LA HONESTIDAD

 

            Es cierto que hemos remarcado mucho el “deber”, “la pauta”, la normativa. Esto es propio de un estilo de sociedad. Es propio también de ciertos intereses. Pero no se puede eliminar de la vida el deber. Hoy es una palabra que tiene ‘poco éxito’ por la carga culpógena excesiva exigente que se le ha atribuido, por los abusos que se han hecho en nombre del deber en el pasado desde las cátedras, desde los púlpitos, en todos los niveles, y sobre todo porque vimos muchas veces esto que tan claramente denunciaba Jesús: se nos ponían cargas pesadas que ellos –los que las ponían- no las movían ni con el dedo. Y estamos enojados con el deber y es lógico, es comprensible. Y es comprensible que queremos reivindicar el placer, la alegría. Pero por el camino de la exclusión de esta palabra ‘deber’ y la exclusión de esta realidad, vamos a terminar en un hoyo más profundo. Dejemos entrar nuevamente a nuestro diccionario cotidiano al deber.

            El deber nos está pidiendo que lo reconozcamos mejor, que le quitemos ese lado duro, severo, lejano, frío que le hemos impuesto. La palabra deber, como otras –por ejemplo ‘infierno’- son palabras que se esquivan, no tienen buena prensa. Hay que volverlas a traer, no para hacer de ellas una bandera, pero tampoco podemos arriarla. Porque hay muchas cosas en la vida que hay que hacerlas por deber.

            El deber también tiene un costado simpático. “La disciplina, para el necio, para el que se niega a ver lo obvio,  es como una esposa que usan los policías, que te ata, te esclaviza. Entonces ¿qué hacemos con ella? Tratamos de encontrar la llave para sacárnosla de encima. En cambio, para el hombre sabio, la misma disciplina es como un brazalete: una preciosa joya. Linda imagen.

            Creo entonces que el deber es como un espejo que refleja el rostro de quien lo mira: para el que lo mira con el rostro ceñudo es algo feo. Pero si lo miramos de forma más amigable, el deber se manifiesta de modo más sonriente. A quien lo considera un peso y se lo pone a sus espaldas, camina encorvado, triste, refunfuñando, y le resulta como una broma pesada de la vida. Tiene un sabor de absurdo en la rutina de todos los días. Y así parece que el deber se empeñara en ser todavía más aplastante, más duro, y se hace insoportable, rutinario.

            Pero el deber, cuando tiene un lugar en el corazón –que es donde tiene que estar, porque si no está ahí es cuando pesa-, el deber facilita la tarea, es como si se hiciera más liviano, es como si se empeñara casi en no dejarse sentir. Hay quienes lo tienen incorporado como un hábito: hacen las cosas que deben con tanta prontitud, con tanta espontaneidad, que casi ni las sienten.

            Hay que tratar de establecer relaciones amistosas con el deber. Si por ejemplo conseguimos entender su significado: ‘es más higiénico hacer la cama’, ‘es mas lindo entrar a una cocina limpia’… si lo aceptamos como lo que es: compañero ineludible de toda la vida, la posibilidad de saldar la deuda de estar vivos, o de tener un trabajo, una casa, lo que fuera, la contraparte, nos será mas liviano. Cuando uno compra una cosa y la paga, puede engancharse en lo que paga o en lo que adquiere a cambio. Algo así pasa con el deber.

Creo que el mismo existir hace ya que contraigamos una deuda. Tener el sentido de esa deuda no significa vivir agobiado con un sentimiento de culpa, sino experimentar la vida como un ‘recibir’ y no solo como un ‘tomar’. Su contenido es gratuito porque es un don recibido. Pero no podemos vivir sin tener conciencia de la deuda, y esa deuda nos obliga a trascender nuestros propios intereses permanentes, las propias reivindicaciones, el propio placer. Cuando el alma se siente ‘deudora’ no se siente ‘agobiada’: se siente ‘maravillada’, y ‘solicitada’ y ‘ligera para responder a esa solicitud’: “¿Cómo pagaré al Señor todo el bien que me hizo?”. Pero en esta preciosa frase, no subrayemos la palabra “pagar”. Subrayemos “todo el bien que me hizo”, y la palabra pagar se va a pegar solita.

“Existe un sentido innato de deuda en la conciencia del hombre: la certeza de ‘deber gratitud’, de que somos requeridos en ciertos momentos a responder, a compensar, a vivir de una manera que sea compatible con la grandeza y el misterio de vivir”. Y eso se lo tenemos que decir a los chicos: la vida no es gratis ni es fácil. Todos tenemos un deber que está impreso en nuestro corazón y no lo podemos tapar: el deber de gratitud, de estar a la altura de la grandeza de vivir.

Personalmente, me encantaba el Padre Nuestro anterior: “perdona nuestras deudas como nosotros perdonamos a nuestros deudores”, porque nos recuerda que todos somos deudores de algo o de alguien. Por ejemplo, los que dicen “Tanto sacrificio para estudiar y…”: ¡no seas necio! Habrás hecho sacrificio, pero toda la sociedad hizo junto con vos un sacrificio para que pudieras estudiar: desde las baldosas que pisabas, las sillas en que te sentabas, las clases que escuchabas, el profesor, todos colaboramos para que hoy seas un profesional. Tenés el deber de devolver algo a los demás. Si uno se siente deudor en su propia vida, va a bajar un poco las pretensiones y el orgullo.

El deber es respeto a la gratitud. “Yo dormía y soñaba que la vida era alegría, Desperté y vi que la vida era ‘deber’ servicio. Serví, ‘puse manos a la obra’ y vi que el servicio, el ‘deber’ es alegría” Tagore

Procuremos estar disponibles. Procuremos dar alegría en nuestro deber. No le niegues la sonrisa, incluso cuando tengas la impresión de que la vida te trata mal o de que pretende demasiado de vos. Procura quitar el polvo del aburrimiento, de la monotonía, que de vez en cuando se acumula sobre nuestros deberes, y fijate si en el fondo la gratitud y el deber no pueden llegar a ser aliados.

 

Todos los días un poco

Si una estrella más cayó, este cielo llora
si nadie reclama luna y luz este mar ya se secó.

Si un beso es uno más esta boca espera
si una campana no suena el silencio se durmió.

Llaman y llaman las flores al sol, juegan y juegan todos los días al amor
si no me llamás como hace la flor, te iré olvidando todos los días un poco.

Si otro árbol desnudó el verano muere
si nadie le exige al viento, esta nube aquí paro.

Si un año mas pasó la vida es mas corta
si no sacudes al tiempo ni un intento queda en vos.

Llaman y llaman las flores al sol, juegan y juegan sin pensarlo al amor
si no me llamas como hace la flor te iré olvidando todos los días un poco.

 

 

Que la esperanza nos encuentre alegres, sean firmes en la tribulación. Sean asiduos en la oración, contribuyan a las necesidades del Pueblo de Dios, practiquen la hospitalidad, no tengan grandes pretensiones, sino mas bien pónganse al nivel de la gente humilde” (Rom 12, 12-16) ¡Es un testamento de vida! todos mandatos para la vida de lo cotidiano.

A veces es bueno imaginar las grandes empresas, correr detrás de nuestros sueños. Pero no nos engañemos: la vida cotidiana está hecha de muchas repeticiones. Los mismos gestos, el horario de siempre, el mismo trabajo, el cansancio de todos los días, las mismas incomprensiones…siempre los mismos verbos que hay que conjugar: recoger esto, no dejes las cosas tiradas, hace la cama, lava los platos. Siempre soportar los mismos reproches: ‘te dije que…’. Siempre esa necesidad que no termina de satisfacerse. Aprender a convivir con esas cosas de nada.

Pienso en aquellos que rezan el rosario, y que muchas veces son blanco de incomprensiones. No voy a decir que hay quienes lo rezan mecánicamente y dejan de construir otras realidades, pero por favor: les pido a todos aquellos que tengan una actitud de desprecio hacia los ‘rezadores de rosarios’, que pensemos en las repeticiones de la existencia cotidiana. Ellos se agarran al rosario como están agarrados a la humilde realidad de las cosas ordinarias, pero que son indispensables para la vida de todos.

Detrás de nuestras grandes empresas, hay muchas personas que nos ayudan, y eso hace posible a nosotros, cuando estamos a punto de caer, salvar la vida. ¡Que no nos falten ninguna vez esas personas que ‘hacen cosas de nada, irrelevantes’ porque cuántas cosas se desmoronarían si esas cosas de nada dejan de hacerse! Ese ‘hacer mecánico’, ese hacer humilde y cotidiano…Los especialistas en eso, se reconocen en el rosario, porque en el rosario reconocen su vida hecha de pequeñas cuentas siempre iguales, una tras otra, pero unidas por un hilo misterioso que les da significado, sentido y coherencia. Igual que el rosario, la vida plagada de misterios gozosos, dolorosos, luminosos, gloriosos. La esperanza, el sufrimiento, la alegría. Igual que los rezadores del rosario, saben que ella, María, está: silenciosa, discreta, pero presente, y nos hace entender el plan de Dios en la repetición monótona de las realidades vitales.

El que ama el rosario es un especialista en la repetición de la vida. Es un acostumbrado a ‘comenzar de nuevo’. En el rosario, como en la vida, sabe que cada día debe volver a comenzar, y se va a agarrar al rosario como se agarra también a las ocupaciones ordinarias para dicha nuestra y para dicha de los demás. Gente obstinada.

Para vivir lo cotidiano hay que ser especialista en las cosas de siempre, como los especialistas en el rosario. Se merecen nuestra comprensión y nuestro agradecimiento. Estas personas que están siempre dispuestas a comenzar de nuevo, y no se espantan de la repetición ni de la monotonía, como no se espanta el Creador del sol que se eleva todos los días, por el mismo lado, en el mismo horizonte. Como no se espanta la playa de recibir el lamido de las olas todo el tiempo, sistemáticamente, y ¡guay! Cuando eso no ocurre.

No se puede vivir lo cotidiano si no somos asiduos a la oración, porque la oración misma nos conecta con la repetición del cosmos, con la repetición de los siglos, con la repetición del universo, con eso que todos los días está para sostener el tejido de toda la vida.

Obviamente, una cosa es acostumbrarse a eso y ‘negarse a buscar el dracma perdido’, y otra es encontrarse en la repetición de las cosas cotidianas de todos los días mientras ‘se busca el dracma perdido’, claro está. Pero de eso, de la alegría de la mujer que se pone a buscar esa moneda que le falta o se ha perdido vamos a hablar a continuación.

 

Gracias a la vida que me ha dado tanto: Me dio dos luceros que cuando los abro
Perfecto distingo lo negro del blanco Y en el alto cielo su fondo estrellado
Y en las multitudes el hombre que yo amo.

Gracias a la vida que me ha dado tanto: Me ha dado el sonido y el abecedario
Con él las palabras que pienso y declaro: Madre amigo hermano y luz alumbrando,
La ruta del alma del que estoy amando.

Gracias a la vida que me ha dado tanto: Me ha dado la marcha de mis pies cansados
Con ellos anduve ciudades y charcos, playas y desiertos montañas y llanos
Y la casa tuya, tu calle y tu patio.

Gracias a la vida que me ha dado tanto: Me dio el corazón que agita su marco
Cuando miro el fruto del cerebro humano, cuando miro al bueno tan lejos del malo,
Cuando miro al fondo de tus ojos claros.

Gracias a la vida que me ha dado tanto: Me ha dado la risa y me ha dado el llanto,
Así yo distingo dicha de quebranto. Los dos materiales que forman mi canto
Y el canto de ustedes que es el mismo canto. Y el canto de todos que es mi propio canto. VIOLETA PARRA

 

Es necesario reconciliarse con la monotonía y la repetición. Pero la monotonía depende desde el punto de vista donde se lo mire. Mono-tonía significa un mismo tono, pero el tono lo ponemos nosotros. “Siempre el mismo…” es solo un costado. El tono que le ponemos a esa mismidad, a esa repetición, tiene mucho que ver con nuestra subjetividad. Reconciliarnos con esta realidad, amarla, aceptarla y ponerle el mejor tono posible, nunca, ni por muy entrenados que estemos en la repetición de las cosas, puede cerrarnos a la novedad y a la maravilla.

Lc 15,8-10 nos cuenta “Si una mujer tiene 10 monedas y pierde una, ¿no enciende una lámpara, y barre la casa, y busca con cuidado hasta que la encuentra, y cuando la encuentra llama a amigas y vecinas para decirles:felicítenme, he encontrado la moneda que se me había perdido? Les digo que la misma alegría hay entre los ángeles de Dios por un solo pecador que se convierta”

Jesús pone este ejemplo para hacer entender a los duros de corazón, su gozo por cada uno de los pecadores que ellos querían excluir y que volvían al redil.  Lo interesante es que un dracma es muy poca cosa, y a Dios le interesan nuestras pocas cosas, nuestras monedas, nuestros centavitos. Es más: a Dios le preocupan nuestros ahorros. Y El se pone al lado nuestro a dar vueltas patas para arriba la casa, si es necesario, para encontrar eso que se nos ha perdido…perdón…que ‘hemos’ perdido, porque una moneda no se pierde sola. La moneda se pierde porque alguien la deja fuera de su lugar.

Si hay algo que estamos perdiendo muy frecuentemente es el tiempo. 2 Cor 6,2 dice “Ahora es el tiempo de la gracia. Ahora es el día de la salvación”. Cada momento es el tiempo. Nuestro día es una nueva llegada. Y cada nueva llegada la tenemos que acoger, saludarla y celebrarla. Tenemos que estar presentes, no perder el tiempo. No perder esos dracmas, sino buscarlos. No dejarse pillar po lo imprevisto, mirar que el tiempo es puntual, pero tiene prisa, no puede esperar. Si estamos distraidos y no estamos en la esquina donde él nos cita, el tiempo se va. Es lindo hospedar al tiempo porque él trae nuevas cosas, nuevas presencias. Porque el tiempo en sí mismo es una presencia, en cada instante, en cada centavito de tiempo, está la presencia de Dios. El tiempo está presente porque Dios está presente. El tiempo que llega es Dios que llega. Cada instante es favorable para la salvación y para la gracia. Nosotros no somos dueños de nuestro tiempo.

Es lo más democrático que conozco. Podemos conquistar el espacio, pero nunca seremos señores y dueños del tiempo ni con las tecnologías más avanzadas. No lograremos jamás recuperar el instante que se perdió o volver la jornada que ya pasó. Podremos destruir la tierra pero nunca vamos a destruir el tiempo. Es una coordenada ineludible. Es exactamente igual para todos: ricos, pobres, grandes, pequeños. Es de todos. No se nos permite apropiárnoslo de una manera exclusiva. Cada uno de nosotros ocupa una parte de espacio y es él solo el que la ocupa. La porción de tu cuerpo es solo tuya y queda excluido de ella cualquier otro. Pero nadie posee el tiempo. Eso es un idealismo, una fantasía. Este mismo momento, que es mío, te pertenece también a vos y a todos. Compartimos igualitariamente el mismo tiempo. Yo puedo rivalizar con otros seres por mi espacio, pero viviendo en el tiempo somos todos contemporáneos. Es fácil caer en la ilusión de que el espacio ha sido creado para nosotros, para los hombres. Es fácil caer en la ilusión de que esta casa es ‘mía’, este país es ‘mio’. Es fácil caer en el idealismo de la propiedad absoluta sobre los espacios, pero el tiempo se burla de todos los capitalistas que existen en el mundo,. Todos los que piensan atrapar el tiempo, no están mas que alimentando una ilusión. Por eso el Salmo 89 dice “enséñanos a contar nuestros días para que adquiramos un corazón sensatos”

Enseñanos, Señor, sobre todo, a estar presentes en nuestros días, a llenar de dracmas nuestros días, enseñanos a celebrar el tiempo, la llegada de cada instante. Enséñanos Señor a estar presentes en este momento único, exclusivo, que representa una ocasión única que no se va a repetir nunca jamás. Busquemos ese tesoro. Hay que aprovechar bien el tiempo

 

CUÁL ES TU PENA?
caminas como la reina en la colmena.
Cuál es tu pena si cortaste con sal tibia tus cadenas?
Ya nadie puede ignorarte, ya conocen tu dolor,

ya tu risa tiene música, y tu voz tiene color.

Basta de penas ¿Cuántas veces soñaste con esta escena?
Cuál es tu pena ¿Te olvidás de aquella sopa como cena?
Cada día trae siempre todo lo que no pasó
hoy tenés camino libre ya sabés lo que es peor.

Hay quien siempre está llorando y culpa todo alrededor
hay quien abre una ventana en medio del paredón.
basta ya de pena por acá.
Letra de Basta de penas - Los Piojos - Sitio de letras.comCuál es tu pena…

Yo estaba enojado y triste el día que te conocí
triste porque estaba solo y enojado porque sí.
Vos estabas trabajando donde no querías estar
en el lugar menos pensado puede haber felicidad.

basta ya de pena por acá.


Como un barco sin la vela ni el motor, una hoja en el viento sin control
vas dejando ir los días sin historia, el tiempo no va a esperar  tu decisión…
basta ya de pena por acá…

Mi canción es muy sencilla y contiene una verdad
en el pozo más oscuro puede haber felicidad.

 

 

            El saldo de la vida

Cada uno de nosotros tenemos un banco; su nombre es tiempo. Cada mañana, este banco abona en tu cuenta personal 86.400 segundos; cada noche ese banco borra de tu cuenta y da como perdida cualquier cantidad de ese saldo que no hayas invertido en algo provechoso. Ese banco no arrastra saldos de un dia a otro; no permite sobregiros. Cada dia te abre una nueva cuenta. Cada noche elimina los saldos del dia.
Si no usas tu saldo durante el dia, tu eres el que pierdes. no puedes dar marcha atras. No existen cargos a cuenta del ingreso de mañana: debes vivir el presente con el saldo de hoy. Por tanto, mi consejo es que debes invertir de tal manera, que consigas lo mejor en salud, felicidad y exito. El reloj sigue su marcha; consigue lo maximo en el dia.

Para entender el valor de una hermana, pregúntale a quien no tiene una

Para entender el valor de 10 años preguntale a una pareja recién divorciada

Para entender el valor de 4 años preguntale a un recién graduado

Para entender el valor de un año preguntale a un estudiante que fracasó en su examen final

Para entender el valor de 9 meses preguntale a una madre que acaba de dar a luz aun no nato

 

Para entender el valor de un mes, preguntale a una madre que alumbro a un bebe prematuro…

Para entender el valor de una semana, preguntale al editor de un semanario…

Para entender el valor de una hora, preguntale a los amantes que esperan para encontrarse…

Para entender el valor de un minuto, preguntale al viajero que perdio el tren…

Para entender el valor de un segundo, preguntale a una persona que sobrevivió a un accidente…
Para entender el valor de una milesima de segundo, preguntale al deportista que gano una medalla de plata en las olimpiadas…
El tiempo no espera por nadie
Atesora cada momento que vivas; y ese tesoro tendra mucho mas valor si lo compartes con alguien especial, lo suficientemente especial como para dedicarle tu tiempo…
y recuerda que el tiempo no espera.