La reacción de los discípulos es inmediata y tremendamente lógica, además de sincera:“Pero Señor no tenemos nada más que 5 panes y dos pescados”. Y el Señor los desconcierta: Tráiganlos, háganlos sentar en grupos de 50. Eran alrededor de 5 mil hombres. Y a continuación el milagro: los panes y peces bendecidos y entregados a los discípulos que se multiplican entre sus manos con abundancia de Dios.
Esta queja mediante la desproporción a la misión recibida y mis fuerzas, entre las multitudes hambrientas y mis poquitos panes y peces, recorre toda la historia de la salvación y la nuestra. Es la desmesura del evangelio.
Y hoy nosotros somos llamados a vivir esta desmesura: la del amor a los más pequeños, la desmesura de la búsqueda incesante de la oveja perdida, la desmesura de la misericordia del papá del hijo pródigo, del perdonar setenta veces siete y sin condiciones. La desmesura de echar una vez más las redescuando todo parece inútil…. la desmesura de ofrecer los poquitos panes y peces para lo que Dios quiera. La desmesura de sembrar empecinadamente aunque gran parte caiga al borde del camino, del de acompañar dos kilómetros al que nos pidió que lo hiciéramos por dos cuadras; la desmesura de bajarnos del caballo al tirado a la puerta de la ciudad y llevarlo hasta la posada y preguntar por él a la vuelta cubriendo los gastos nosotros. Es la desmesura de agacharnos y lavar los pies heridos al que Dios puso al lado nuestro, de vivir con una sola túnica y un par de sandalias…. Es la desmesura, en definitiva, de dar la vida por los amigos.
Esta desmesura no es un invento nuestro ni una utopía irrealizable, sino que tenemos el testimonio de nuestros santos que nos animan. José Gabriel del Rosario Brochero, vivió gozozamente el misterio cristiano. No sólo aceptó la doctrina de Cristo, sino que lo aceptó a Él, lo mismo que queremos lograr nosotros con éstos ejercicios.
Vivía según la fe y supo inculcar a su pueblo ese espíritu de fe. Como hombre santo hundió el milagro de su vida en el silencio sobrenatural de la humildad. Su metodología fue comprender el ambiente para dominarlo y transformarlo. Se lanzó en nombre de Dios a lo desconocido, lo dominó en nombre de Dios, y lo transformó para Dios. ¿Quién sino el Cura Brochero pude descubrir que el hombre criollo de la sierra podría vivir el propósito y la aventura de ocho días de ejercicios espirituales?. Pero el Padre Brochero buscó a ese hombre por el camino del corazón que es el de la intimidad y generosidad. Así lo ganó y así se lo entregó a Dios. El Cura Brochero se adaptó a su gente, la comprendió, la amó y terminó por transformarla.
Hoy también el Señor, con el Cura Brochero, me busca a mí y te busca a vos. Y me busca por el camino del corazón, por la intimidad y la generosidad. Por eso pidámosle con mucha confianza al Señor que meditando en éstas desmesuras de la vocación a la que nos llama siendo sus discípulos, encontremos luces, nuevos pasos, impulsos nuevos para seguirlo más de cerca, y así poderlo imitar como el Padre Brochero.
P. Julio Merediz
fragmento del Día 20 de Ejercicios Ignacianos
transmitidos en el 2013 en Radio María Argentina
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