Quien se compadece se solidariza

lunes, 11 de enero de 2010
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La conversión en clave evangélica de entrega y solidaridad: partirnos, repartirnos y multiplicarnos a favor de los demás. Consumirnos por el Reino en  gesto de solidaridad.

Nos disponemos para pedirle al Espíritu Santo que el venga en nuestra ayuda. Que el sea quien oriente lo que hoy vamos a hablar y reflexionar, porque es la Palabra viva de Dios que Jesús nos ha regalado. El es la Palabra que se hizo carne.

Le pedimos al Espíritu Santo, y como hijos de Dios, templos de su santa morada entre nosotros, le decimos, con un corazón abierto, y deseosos de que el habite en nosotros:
Ven Espíritu Santo, nosotros estamos en tu presencia.
Señor nuestro, míranos cautivos bajo el peso del pecado pero reunidos hoy en tu nombre.
Entra en nuestros corazones Santo Espíritu.
Haznos ver lo que debemos hacer.
Muéstranos hacia donde debemos caminar.
Lleva a su plenitud lo que debemos realizar.
Tu solo se nuestro inspirador. Sólo tú el autor de nuestros juicios.
Tú, que con Dios el Padre y con su Hijo posees el nombre glorioso.
No permitas que pongamos obstáculos en tu justicia, tú que amas por encima de todo lo que es recto.
Que la ignorancia no nos lleve a actuar mal.
Que los privilegios no nos lleven a claudicar.
Que ningún regale, ninguna preferencia de personas nos deje corromper.
Únenos eficazmente a ti por el único don de tu gracia para que seamos uno en ti y que en nada nos apartemos de la verdad.
Que reunidos en tu nombre y guiados por nuestro cariño hacia ti, nuestro juicio no se aparte del tuyo para que recibamos en el mundo futuro la recompensa a las acciones bien hechas.
Por Cristo, Nuestro Señor. Amén
A María le decimos como hijos: Bendita sea tu pureza y eternamente lo sea, pues todo un Dios se recrea en tan graciosa belleza.
A ti, celestial princesa, Virgen, Sagrada Maria.
Mírame con compasión Madre mía.
No te alejes de mí. Dame tu Santa Bendición. Amén.
María, Reina de la Paz, ruega por nosotros.
San José Bendito, ruega por nosotros.

Marcos 6,34-44.

             Al desembarcar, Jesús vio una gran muchedumbre y se compadeció de ella, porque eran como ovejas sin pastor, y estuvo enseñándoles largo rato. Como se había hecho tarde, sus discípulos se acercaron y le dijeron: "Este es un lugar desierto, y ya es muy tarde. Despide a la gente, para que vaya a las poblaciones cercanas a comprar algo para comer". El respondió: "Denles de comer ustedes mismos". Ellos le dijeron: "Habría que comprar pan por valor de doscientos denarios para dar de comer a todos". Jesús preguntó: "¿Cuántos panes tienen ustedes? Vayan a ver". Después de averiguarlo, dijeron: "Cinco panes y dos pescados". El les ordenó que hicieran sentar a todos en grupos, sobre la hierba verde, y la gente se sentó en grupos de cien y de cincuenta. Entonces él tomó los cinco panes y los dos pescados, y levantando los ojos al cielo, pronunció la bendición, partió los panes y los fue entregando a sus discípulos para que los distribuyeran. También repartió los dos pescados entre la gente. Todos comieron hasta saciarse, y se recogieron doce canastas llenas de sobras de pan y de restos de pescado. Los que comieron eran cinco mil hombres.
Palabra del Señor.

    Mientras proclamaba este texto del Evangelio, palabra viva de Jesús, venía a mi memoria aquél himno tan bonito que también se utilizo en el Congreso Eucarístico que se realizó en nuestra patria, en Corrientes, que precisamente tomaba la letra de este texto evangélico: Denles ustedes de comer. Una muy bonita canción que hacía referencia a estas realidades de nuestra vida de todos los días en la Patria, en las familias, en las comunidades, las parroquias, y Jesús que aparece con su mismo mandato: Denles ustedes de comer. Pero sabiendo nosotros, con certeza de fe, que el esta también presente en medio nuestro y que si Jesús manda es porque el, como Dios, también nos está dando la gracia de poder tener lo que tenemos que dar. Ese es el gran misterio que su encarnación nos trajo. Que aquello que el pide y manda a que hagamos es porque el como Dios también lo está dando para que nosotros lo podamos ofrecer.
    Ayer en la Catequesis hablábamos del tema de la conversión. A  la luz del Evangelio decíamos que el Reino de Dios llegó, está entre nosotros, lo trajo Jesús y sigue estando entre nosotros. No es una cuestión ideológica solamente atada hasta el momento de la vida histórica de Jesús entre nosotros. Este Reino sigue estando entre nosotros con la misma fuerza, y a eso lo da el Espíritu Santo, con el mismo proyecto que Dios tiene para nosotros, sus hijos, con la misma fuerza de Trinidad y de eternidad con la que  Dios abraza la creación y abraza nuestra historia, nuestra vida. El Reino de Dios está entre nosotros.
    Decíamos ayer que es necesaria la conversión del corazón para poder interpretar, discernir, cuál es mi aporte a ese Reino de Dios y de hecho es allí donde se da la conversión porque yo tengo que  cambiar criterios, líneas de pensamiento, modelos para la acción, que son necesarios cambiarlos cuando en mi vida no se ajusta esto a lo que Jesús nos ha traído como verdad. Eso también ocurre para una comunidad. Una comunidad también tiene que ir cambiando sus criterios, sus líneas de pensamiento, sus modos de acción cuando no están adecuados a lo que Cristo nos ha traído. Esa es la conversión.
Hoy vamos a dar un paso adelante en el camino de la Catequesis porque también, fruto de la conversión hay una actitud evangélica que el mismo Jesús la vive, es esa actitud de la entrega. Es algo que también debe convertirse en nosotros porque cuando por el pecado nosotros estamos muchas veces muy rápidos en querer prestar atención a nosotros mismos, el paso del evangelio y el aire nuevo del Espíritu en Cristo, el Dios hecho hombre para nuestra salvación, nos está diciendo que la clave evangélica es aprender a entregarnos, aprender a ser solidarios. De hecho esta es una actitud que muestra un camino de conversión o un proceso de conversión que estamos llevando adelante.
Cuando proclamaba el Evangelio también pensaba en esto: San Marcos nos dice que: viendo esa muchedumbre Jesús se compadeció de ella. Se conmovió porque los vio como ovejas sin pastor. Y yo reflexionaba en mi interior en esto: la conmoción, el compadecernos, es una actitud entrañable, es decir, sale de adentro. Yo no sé si ustedes alguna vez han tenido experiencia de lo que significa compadecerse, que no es lo mismo que tener lástima porque la lástima nos hace ver por encima a los demás. La compasión es padecer con el otro, al lado del otro, y esta compasión arranca sentimientos entrañables, es decir, desde lo más profundo de nuestro ser, de nuestras entrañas, de tal forma que uno, al compadecerse siente lo que el otro padece. ¡Qué actitud tan profunda ésta!  Quienes pudimos haber tenido alguna experiencia de esto experimentamos que esta actitud sale de adentro, no es algo superficial, a flor de piel, es algo de adentro, uno siente el dolor de adentro. Siente en determinado momento que una parte de la entraña se corta, se parte, se está partiendo porque padecemos con el otro. Padecemos lo que el otro siente y Jesús tiene esto por nosotros. Esa compasión del Señor que el evangelio de hoy nos dice es una compasión actual, porque Cristo, verdadero hombre, su cuerpo glorioso y resucitado también tiene aquellos sentimientos humanos, por lo tanto Jesús también se compadece de nuestras realidades, no para alejarse de ellas sino para mostrarnos que sigue caminando con nosotros, para construir el Reino del Padre, bajo la acción del Espíritu, entre nosotros. Esta es una primera actitud que podemos destacar del evangelio de hoy. Jesús es el primero que nos da el ejemplo de una actitud del Reino, no se quedó solamente en el compadecer. Dio el gran paso de la Buena Noticia que el nos traía. Quien se compadece se solidariza.
Nosotros lo traducimos a nuestros términos concretos: quien se compadece se tiene que dar. Necesariamente el que se compadece es el que se da, es el que se entrega. El Evangelio hoy nos presenta el relato de la multiplicación de los panes que marcó este gesto de solidaridad. También nosotros vivimos este partirnos en lo material y también en partirnos en nuestra vida. Cuántas veces lo decimos o lo escuchamos: Me tengo que repartir en mil cosas. Uno por ahí exagera pero a veces en la realidad concreta, trabajo, familia, amigos, apostolado, y a veces en el mismo apostolado el atender los pedidos que nos reclaman para hacernos cargo de muchas cosas, se nos escapa y decimos: me estoy repartiendo en cien cosas y sin darnos cuenta estamos haciendo nuevamente el milagro de la solidaridad que Jesús nos presentó en la palabra viva de hoy. El que se compadece necesariamente se solidariza y se reparte, no existe posibilidad de compasión si no hay conciencia de solidaridad y necesidad de partirnos para el otro. Por eso es muy bueno que hoy, al pensar en esta palabra viva que Jesús nos regaló, podamos nosotros preguntarnos como consigna de este día: ¿Qué te dice este milagro a vos? y en este inicio de nuevo año, ¿hasta dónde estás dispuesto a partirte, a multiplicarte, a repartirte a favor de los demás?, ¿a dónde la compasión por las realidades que te tocan necesitan que vos te partas y te repartas?, ¿en qué circunstancias de tu vida hace falta esto?  Es bueno que compartamos hoy los testimonios. Necesitamos los testimonios porque ayudan mucho, y a esto lo sé porque me lo hacen saber. El testimonio de uno dicho ilumina tanto a los otros que hace que la catequesis y la palabra viva de Dios sea palabra de vida porque nosotros podemos decir: ¡claro, aquí es donde yo puedo hacer esto! Sin darnos cuenta, al compartir nuestros testimonios estamos haciendo que otros se enganchen y puedan tener esta semilla del Reino esparcida por todas partes para que después la fuerza del Espíritu las suscite y las haga crecer.
   

    Decíamos, comenzando este bloque que este texto del Evangelio que hemos escuchado nos hablaba de Jesús que se da como alimento, y Jesús, que al compadecerse se entrega para que nosotros lo tengamos como alimento. Jesús es el que nace en Belén. Lo hemos escuchado en reiteradas oportunidades en el tiempo de Navidad: Belén significa Casa de Pan. Y el es el que se da. Jesús, porque se compadece se entrega para que nosotros podamos tenerlo. El crece con vocación de ser comida de todos los hambrientos y quién lo sigue se sacia de El. Y este Jesús que se  entrega nos hace ver que el es para todos, no es para algunos privilegiados. Es pan abundante, pan que sobra, y así nos preanuncia la abundancia del cielo donde el egoísmo humano ya no podrá interferir en los planes de Dios. Dios creó los bienes de sobra para sus hijos amados. Cuántas veces con dolor uno puede escuchar a gente que se queja, que dice: Yo no creo en Dios porque hay hambre en el mundo, porque pasa esto o aquello. Y qué pocas veces  asumimos nosotros la responsabilidad de decir: Hay hambre en el mundo por culpa nuestra. No es que Dios tenga la culpa sino que somos nosotros los que no hemos aprendido este compadecerme, de poder abrirme y darme a los demás de la misma forma que Jesús nos enseñó. Ahí está la clave de asumir el evangelio con un estilo y un propósito de vida.
    Esta Palabra de Dios en donde Jesús nos muestra su compasión y al solidarizarse se reparte a los demás aparece anticipada en la Eucaristía en donde Jesús reparte un pan que no es una clase social para  los poderosos sino pan para todos. La sobreabundancia de una mesa divina. Y mirando a Jesús que reparte el alimento se nos invita a reconocerlo como el que viene a saciar nuestra vida necesitada. El mismo se ha convertido en un pan para nosotros. Mirando nuestro corazón podemos advertir esto que a veces estamos llenos de ídolos, de tristezas, de recuerdos, de proyectos, llenos de cosas que hemos guardado dentro para intentar saciar nuestras necesidades más hondas pero nada de eso nos hace sentir verdaderamente satisfechos, por eso hoy tenemos que dar un paso de conversión que es aprender a descubrir que Cristo primero se compadece de nosotros para venir a saciar esa hambre y sed interior de cada uno de nosotros.  Entrañablemente Cristo conoce aquellos ámbitos de nuestra vida que no están saciados y que necesitan de lo que el reparte para saciarnos, dar sentido a lo que hacemos, dar plenitud a toda nuestra vida. Así como se compadeció de aquella multitud hoy el Señor conoce si nuestro corazón está lleno de ídolos, tiene tristezas, vivimos de recuerdos, atados a proyectos humanos, o si de veras queremos lanzarnos generosamente a este compadecernos de los demás para que yo me pueda repartir a los demás.
   
    El Evangelio de hoy nos habló de este paso de entrega que es un paso que necesitamos convertir. Si bien la conversión, somos concientes, es difícil, también sabemos que el acto de solidaridad, es decir, de repartirnos, es también costoso, difícil, porque uno, cuando reparte se parte a sí mismo y Jesús en la cruz se entregó totalmente y se repartió totalmente y se dio totalmente para nuestra salvación. No es que yo me corte en pedazos pero a veces duele más cuando tengo que despojarme de algo de corazón para tener una actitud de cercanía y amor hacia realidades que me rodean y duele más eso que si me cortaran una parte del cuerpo. Repartirnos, partirnos, para ser solidarios. Es una exigencia que compromete la vida por eso es más fácil el egoísmo y de hecho nosotros estamos más inclinados a actitudes individualistas, personalistas, porque allí está el egoísmo del hombre que tiene como base el pecado de origen. Es más fácil pensar en nosotros mismos, quedarnos en nosotros mismos, acurrucarnos en nuestras cosas antes de tener una actitud que logre partirme para los demás.

    Volvemos ahora nuestra mirada hacia el documento del Hacia un Bicentenario en justicia y solidaridad para pedirle a Dios también por nuestra Patria. Esta patria que se debate entre tantos egoísmos, tantas situaciones complicadas, tantas realidades que cuestan discernir porque logran enfrentamientos, porque nos cuesta lograr una identidad de Nación como tantas veces oramos: una Nación que tenga pasión por la verdad y compromiso por el bien común.  Los obispos en el documento Hacia un Bicentenario en justicia y solidaridad nos siguen dando una pauta de cómo, como ciudadanos, como argentinos que caminamos este bendito suelo, también tenemos que compadecernos de aquello que Dios puso en medio nuestro, en nuestra tierra y que nosotros no hemos sabido cultivarla para hacerla una tierra promisoria, una patria de hermanos, y tenemos que entender que hoy se nos reclama no sólo la compasión sino el gesto de solidaridad que logre que yo me parta y que seamos muchos los que aprendamos a repartirnos para los demás porque es así el modo en que se llega a la verdad objetiva, no a lo que piensa y quiere cada uno sino a la verdad objetiva que es la que nos hace libres, como en el evangelio de San Juan: “La verdad los hará libres” y eso siempre es lo que tenemos que buscar.
    El documento nos sigue diciendo: “En este tiempo necesitamos tomar conciencia de que los cristianos como discípulos y misioneros de Jesucristo estamos llamados a contemplar en los rostros sufrientes de nuestros hermanos el rostro de Cristo que nos llama a servirlos en ellos. Para nosotros éste es el verdadero fundamento de todo poder y de toda autoridad: servir a Cristo sirviendo a nuestros hermanos. En un cambio de época caracterizado por la carencia de nuevos estilos de liderazgo tanto sociales y políticos como religiosos y culturales, es bueno tener presente esta concepción del poder como servicio. Como Iglesia, este déficit nos cuestiona. En un continente de bautizados advertimos la notable ausencia en el ámbito político comunicacional y universitario de voces e iniciativas de líderes católicos, con fuerte personalidad y abnegada vocación, que sean coherentes con sus convicciones éticas y religiosas, por eso es fundamental generar y alentar un estilo de liderazgo centrado en el servicio al prójimo y al bien común. Todo líder, para llegar a ser un verdadero dirigente ha de ser ante todo un testigo. El testimonio personal, como expresión de coherencia y ejemplaridad hace al crecimiento de una comunidad. Necesitamos generar un liderazgo con capacidad de promover el desarrollo integral de la persona y de la sociedad. No habrá cambios profundos si no renace en todos los ambientes y sectores una intensa mística del servicio que ayuda a despertar nuevas vocaciones de compromiso social y político. El verdadero liderazgo supera la omnipotencia del poder y no se conforma con la mera gestión de las urgencias.
    Recordemos algunos valores propios de los auténticos líderes: la integridad moral, la amplitud de miras, el compromiso concreto por el bien de todos, la capacidad de escucha, el interés de proyectar más allá de lo inmediato, el respeto de la ley, el discernimiento atento de los nuevos signos de los tiempos, y sobre todo, la coherencia de vida. Alentamos a los líderes de las organizaciones de la sociedad a participar en la reorientación y consiguiente rehabilitación ética de la política. Les pedimos que se esfuercen por ser nuevos dirigentes, más aptos, más sensibles al bien común, y capacitados para la  renovación de nuestras instituciones. También queremos reconocer con gratitud a quienes luchan por vivir con fidelidad a sus principios, a los educadores, comunicadores sociales, profesionales, técnicos, científicos, académicos, que se esfuerzan por promover una concepción integral de la persona humana. A todos ellos les pedimos que no bajen los brazos, que reafirmen su dignidad y su vocación de servicio constructivo. Uno de los mayores desafíos de nuestro tiempo es recuperar el valor de toda sana militancia.”

    Hoy hemos descubierto también este modo en que, mirando nuestra Patria y compadeciéndonos de lo que la Argentina sufre en sus realidades mezquinas o donde aparece muchas veces este egoísmo tan pronunciado en este tiempo, el vivir nuestro liderazgo como ciudadanos con estas actitudes que nuestros obispos nos señalaban, desde el diálogo, pasando por la capacidad de escucha, el interés por proyectar más allá de lo inmediato, el respeto de la ley, el discernimiento atento de los nuevos signos de los tiempos, la coherencia de vida, todo esto hace que hoy sigamos viviendo el milagro de la multiplicación de los panes. Necesitamos ese milagro en nuestro interior cada uno de nosotros, pero también tenemos que mirar a nuestro lado. Yo tengo también que partirme y repartirme para que esta realidad de patria que tiene hambre y sed tenga líderes que no sólo hablen mucho sino que generen estilo de vida y genere estilo de vida que nos ayude a todos a seguir construyendo esta patria que tanto necesitamos. Dios suscita almas generosas capaces de solidaridad en tiempos difíciles pero necesita de corazones que respondan con generosidad. Llamada y respuesta para que la conversión se de. El egoísmo sólo se purifica cuando se quiebra y nos convertimos.
    Pensaba, mientras escuchaba los testimonios de tantos hermanos que nos hacen llegar, y vuelo a repetirlo, ellos hacen que esta palabra de Dios sea palabra viva porque suscita actos de vida, cuántos jóvenes y adultos, en estos días de enero, están misionando en nuestra patria. La verdadera misión que se realiza en pueblos, en zonas alejadas de las ciudades, en realidades que son muy pobres, a veces materialmente y otras veces pobres en lo espiritual, en la vida de comunidad, que se tiene acceso  cuando el grupo de misioneros, que a lo mejor se estuvo preparando todo el año, llega en estos días a llevar el pan de la palabra y el pan de la fe, a llevar el pan corporal y el pan espiritual. Cuántos cientos de jóvenes y adultos, estudiantes, trabajadores, que en un mes, donde es un mes estival, donde uno tendría la tentación de estar en un ámbito fresco, más cómodo, más distendido, sin embargo se asume en nuestra patria la realidad de la misión y ese es realmente un gesto solidario que viene de un acto de conversión Sólo un corazón convertido logra que se  parta la vida del hombre, de la mujer, de la joven, para poder entregar a los demás aquello que uno vivió como experiencia de fe. Vaya entonces también un saludo con mucho cariño, la oración, nuestro gesto agradecido como comunidad Iglesia a todos los grupos misioneros que hacen presente a la solidaridad de toda la Iglesia porque en estos actos está la Iglesia presente, no solamente tal persona, tal líder, tal grupo, tal movimiento, ahí está la Iglesia de Cristo y ese acto solidario y misionero hace presente a la Iglesia de Jesús en el hoy de la historia y en el reclamo histórico  que tenemos. Un saludo, un agradecimiento y la oración de todos nosotros que tiene que ser un compromiso en estos tiempos, en estos meses de enero y febrero donde hay muchos grupos que están misionando y que están partiendo y repartiendo la Palabra de Dios, la experiencia de la comunidad, las cosas materiales, los sacramentos, la oración, llevar alivio a los que sufren, el escuchar y eso alivia, engrandece el alma y ayuda a vivir lo que Jesús quiere para la Iglesia. La Iglesia tiene que ser esto hoy, una comunidad que, convertida, se parta y se reparta en las necesidades reales que tocan el corazón del hombre y el corazón de la humanidad que muchas veces las hace sufrir y hace sufrir a toda la humanidad en medio de las necesidades. Bendito Dios por esto y nuestro saludo y oración a todos los grupos misioneros en este tiempo de misión.

    Pedimos a Jesús su bendición y le decimos con nuestra oración y con nuestro corazón:
Gracias Jesús por tu mirada que no discrimina, que no niega a nadie los auxilios del amor y la gracia
Gracias por tu mirada que se compadece de las miserias humanas pero que ha querido socorrer esas miserias a través de nosotros.
Libera del egoísmo a los que se resisten a la misión de compartir que tu nos das a todos para que a nadie le falte el pan de cada día.

A todos ustedes queridos amigos, también a quienes están en estos días misionando, pedimos la bendición: “Que el Señor haga brillar su rostro sobre ustedes, les muestre su gracia, les conceda su amor y los acompañe en el camino de la vida. El Señor los bendiga en el Nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.”

   

Padre Daniel Cavallo