02/09/2025 – La amistad entre Raúl Scalabrini Ortiz y Arturo Jauretche fue una relación que, como señala el historiador Nicolás Moretti, representa «el encuentro de dos destinos, dos vidas que confluyen en un momento muy particular de la Argentina, trabado sobre todo en el campo de la lucha intelectual y política». Su historia no es solo la de dos hombres, sino la de una generación que se atrevió a pensar la nación desde sus entrañas.
El telón de fondo de este encuentro fue la «Década Infame», un período iniciado con el golpe de Estado de 1930 que sumió a la Argentina en el fraude electoral y una dependencia económica descarada, principalmente con Gran Bretaña. Moretti destaca que el propio nombre de la época «ya nos va diciendo algo». Fue en este clima de despojo y desánimo donde surgieron voces dispuestas a denunciar lo que el poder intentaba ocultar. Estos años de crisis profunda se convirtieron en el crisol donde se forjaría una de las alianzas intelectuales más fructíferas del pensamiento nacional.
Raúl Scalabrini Ortiz no era, en principio, un hombre de militancia partidaria. Era un intelectual multifacético: agrimensor de profesión, poeta y autor de una obra clave de la ensayística argentina, El hombre que está solo y espera (1931). Su trabajo como agrimensor le otorgó un conocimiento territorial único, permitiéndole ver de cerca cómo «el sistema ferroviario argentino era un símbolo de la dependencia económica de la Argentina con Gran Bretaña», como explica Moretti. Esta revelación lo llevó a abandonar su vocación puramente literaria para sumergirse en una investigación exhaustiva y valiente.
Sus obras magnas, Política británica en el Río de la Plata e Historia de los ferrocarriles argentinos, se convirtieron en herramientas fundamentales para «descubrir, digamos, ese velo colonialista al cual, según sus palabras, estaba atada la Argentina». En un tiempo donde los grandes medios de comunicación celebraban la sumisión, la de Scalabrini fue, en palabras de Moretti, «una lucha muy solitaria», la de un pensador independiente que desnudaba los mecanismos ocultos del poder colonial.
Paralelamente, Arturo Jauretche emergía desde las filas del radicalismo yrigoyenista, despojado del poder por el golpe. Junto a otros jóvenes de similar sentir, fundó la Fuerza de Orientación Radical de la Joven Argentina (FORJA). Este grupo, describe Moretti, estaba compuesto por «los marginados de la escena política», quienes, financiando sus propias publicaciones, se dedicaron a denunciar el sometimiento del país. FORJA se convirtió en una trinchera de resistencia intelectual, un espacio vital para mantener viva la llama del pensamiento crítico en tiempos oscuros.
Fue alli donde estos dos caminos convergieron. Scalabrini, el «lobo solitario» y librepensador, encontró en Jauretche y su grupo un eco a sus preocupaciones y un espacio para amplificar su denuncia. Aunque sus estilos diferían, los unía una causa común: la defensa de la soberanía nacional. «En la trinchera de las batallas de las ideas confluyen estos dos destinos que antes habían estado quizás separados», resume Moretti, marcando el nacimiento de una amistad cimentada en la adversidad y la convicción.
La llegada del peronismo en la década de 1940 representó un punto de inflexión. Muchas de las ideas de FORJA fueron adoptadas por el nuevo movimiento, y sus miembros vieron materializarse parte de sus anhelos. Jauretche ocupó cargos de gobierno, mientras que Scalabrini se mantuvo al margen de los puestos oficiales. Sin embargo, presenció con enorme satisfacción uno de sus mayores sueños: la nacionalización de los ferrocarriles en 1948, un acto que consideraba la culminación de su larga batalla intelectual.
Tras el derrocamiento de Perón en 1955, ambos continuaron su labor crítica. La muerte de Scalabrini en 1959, a los 61 años, marcó el fin de una era, pero no de su legado. Las palabras de despedida de Jauretche resuenan como el testimonio más elocuente de su vínculo: «¿Cómo estar triste si Raúl Scalabrini Ortiz vive en privilegio de su pensamiento y su conducta?… Raúl Escalabrini Ortiz, tú sabes que somos vencedores, por eso hemos venido más que a despedirte, a decirte gracias, hermano».
Su legado nos invita a releer el presente con sus ojos, a cuestionar las verdades impuestas y a nunca renunciar a la construcción de un pensamiento auténticamente nacional.
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