27/12/2021 – Compartimos la catequesis del día junto al padre Matías Burgui, sacerdote de la Arquidiócesis de Bahía Blanca:
El primer día de la semana, María Magdalena corrió al encuentro de Simón Pedro y del otro discípulo al que Jesús amaba, y les dijo: “Se han llevado del sepulcro al Señor y no sabemos dónde lo han puesto”. Pedro y el otro discípulo salieron y fueron al sepulcro. Corrían los dos juntos, pero el otro discípulo corrió más rápidamente que Pedro y llegó antes. Asomándose al sepulcro, vio las vendas en el suelo, aunque no entró. Después llegó Simón Pedro, que lo seguía, y entró en el sepulcro: vio las vendas en el suelo, y también el sudario que había cubierto su cabeza; este no estaba con las vendas, sino enrollado en un lugar aparte. Luego entró el otro discípulo, que había llegado antes al sepulcro: él también vio y creyó.
San Juan 20,2-8
Estamos celebrando la fiesta de San Juan, Apóstol y Evangelista. Ayer celebrábamos el misterio de la sagrada familia de Nazareth. Parecieran que estas fiestas interrumpen la octava de Navidad, estos ocho días en los que la Iglesia prolonga e misterio de Dios hecho Niño, pero en realidad vamos a ver que son continuación de esa alegría.
Podríamos preguntarnos qué tiene que ver el pasaje del evangelio de hoy con el misterio de la navidad. Tal vez podemos entender estos días como una unidad también. El 25 celebramos el nacimiento del Señor, la sagrada familia el 26 y hoy 27, con San Juan Evangelista, ponemos la mirada en la resurrección.
Ante este texto evangélico es imposible no plantearse cómo poder sintonizarlo aún dentro de la octava de Navidad, ya que nos pone de cara a la celebración pascual, y pensar también acerca de cómo la Iglesia reflexiona pascualmente en este tiempo.
Mira qué interesante cómo en este tiempo de Navidad, nos encontramos con el Evangelio en el que María Magdalena, Pedro y Juan se encuentran con el Sepulcro Vacío, y cómo reaccionan de maneras distintas.
Juan, dice el Evangelio, entró, vio y creyó. Parece que ante la resurrección de Jesús, todos tenemos que hacer procesos de fe y, en la comunidad esos ritmos son distintos, así fue en la comunidad de los Apóstoles, y así también sucede en nuestras comunidades.
Mirada de fe. Pedro constata, juan cree.
La clave mediante la cual se pueden sumar todos los hechos de la vida de Jesús, desde su nacimiento –que celebramos en la octava navideña-, su Pascua –que traemos a la memoria desde la perspectiva de San Juan- y su vida –lo que no conocemos de Él y sus tres años anunciando el Reino, la Buena Noticia- es el misterio de la Encarnación. Ella nos muestra el rostro cercano de Dios en realidades muy sencillas, desde donde somos invitados a entrar en este misterio.
Nos ponemos en los pies de juan, lo que le habrá pasado, lo que habrá sentido.
En el texto vemos actitudes y sentimientos de duda, esperanza, incredulidad, algo inesperado y finalmente una confianza y alegría ante lo que suponían perdido. Ellos a pesar de que vieron muchas cosas extraordinarias que hizo Jesús y que él les dijo lo que sucedería, aún así no le creían y no entendían. ¿Conservo esperanza, confianza en que todo seguirá bien?
San Pablo dice en su carta a los Romanos: “Alégrense en la esperanza, sean pacientes en la tribulación y perseverantes en la oración” (Rm 12, 12). Fijate qué buena brújula para vivir como cristianos. Un lindo resumen para llevar a nuestro día a día.
Alegrate en la esperanza. ¿Tu esperanza está en Jesús? ¿Es Él tu punto de partida y de llegada? ¿Él es tu sostén y consuelo? Claro, porque si de verdad creés en el Señor, la vida tiene una dimensión distinta, todo adquiere otro gusto. Incluso vos comenzás a irradiar una alegría diferente. Mirá, se te puede caer el mundo, pueden derrumbarse todas las seguridades, pero si ponés tu confianza en Jesús, la alegría no se diluye. Acordate de lo que dice el mismo Señor: “ Te he dicho estas cosas, para que en mí puedas tener paz. En este mundo tendrás problemas. ¡Pero animate! Yo he vencido al mundo.” (cf. Jn 16, 33) La alegría que da la fe no es una alegría pasajera, porque viene acompañada de la paz que te regala Dios. Porque, donde no hay alegría, no está el Espíritu Santo. Pedí esta gracia.
Sé paciente en el sufrimiento. Siempre hablamos de la paciencia, pero es porque no hay que perderla de vista. La paciencia es fundamental para la vida de fe. Es esa capacidad de seguir adelante, sin enojarse o angustiarse, sin ansiedad ni apuros. No reces pidiendo paciencia, pedile a Dios que te enseñe a ser paciente. Que en los momentos complicados, Jesús te enseñe a ser paciente.
Perseverá en la oración. La oración es básicamente hablar con Dios (y escucharlo). Es animarte a mostrarte tal cual sos para abrir las puertas y dejarte amar por Jesús. San Pablo te da otro consejo: “No te preocupes por nada, pero en cada situación, por oración y petición, con acción de gracias, presentá tus peticiones a Dios. Y la paz de Dios, que supera todo lo que podés pensar, , llenará tu corazón y tu mentes en Cristo Jesús” (cf. Flp 4: 6-7).
Cuando todo se complique, sé constante en la oración para persevar en la esperanza con alegría en la paciencia. Dicho de otra manera, poné todo en manos de Dios.
Recordemos aquellos momentos en que creíamos todo perdido, pero finalmente hubo una esperanza, creímos y salimos adelante, junto con este texto que nuestra acción sea estar más conscientes de que volveremos a pasar momentos difíciles, pero debemos tener más confianza.