26/07/2021 – Junto al padre Luis Albóniga, Vicario general de la Diócesis de Mar del Plata, seguimos transitando este camino. Un camino en el que nos hemos propuesto como meta “reconstruir”. Como hemos dicho reconstruir significa en este contexto: renovar, fortalecer, sanar. Y es un lindo desafío. Pero hemos tomado como elemento fundamental en esta propuesta de reconstruir, el amor. Reconstruir desde el amor.
El sacerdote comenzó con una frase de Jesús. Una frase “fuerte” que sorprendió a quienes lo escuchaban.
Se trata de una visita de Jesús a Jerusalén, es la primera pascua que nos relata el evangelista Juan en el capítulo 2 de su Evangelio.
Dice Juan que Jesús “subió a Jerusalén” porque se acercaba la Pascua de los judíos. Los judíos peregrinaban a Jerusalén para la fiesta de Pascua, desde todos lados llegaban en esos días y la ciudad se llenaba de gente. Era un tiempo de fiesta, de alegría, de reencuentros, de oración.
Sin embargo, Juan nos dice que Jesús va al Templo y se encuentra a los vendedores de bueyes, ovejas y palomas, también a los cambistas. Todos en sus puestos. Claro la gente llegaba y tenía que comprar los animales para la ofrenda y también cambiar las monedas griegas y romanas por monedas judías ya que sólo éstas podían usarse en el templo.
Y en este marco de alegría, bullicio y devoción Jesús aparece con un gesto enérgico que llama la atención. Dice el evangelio: “haciendo un látigo con cuerdas, echó a todos fuera del Templo, con las ovejas y los bueyes; desparramó el dinero de los cambistas y les volcó las mesas: y dijo a los que vendía palomas: “quiten esto de aquí. No hagan de la casa de mi Padre una casa de mercado.” Sus discípulos se acordaron de que estaba escrito: El celo por tu casa me devorará.
“Me da la impresión que lo que más sobresale en el texto es la energía, la fuerza temperamental, que Jesús pone en esta acción. Normalmente Jesús busca ser discreto en sus acciones. La gente lo sigue, se amontona, lo busca; pero él sigue adelante en su camino, con la mirada atenta a lo que sucede y percibiendo, incluso, lo que pasa en los corazones”, dijo el sacerdote.
“¿Se enojó Jesús? ¿Se descontroló y la ira lo tomó intempestivamente?”, perguntó el padre Luis y agregó “Yo diría que una cosa es el enojo, la bronca y otra lo que siente Jesús: “el celo”. El celo es interés ardiente y activo, es energía que se pone al servicio del bien de los demás. Está conectado con la benevolencia, es decir, con el querer y buscar el bien de los demás.”
Jesús, entonces, mediante una acción enérgica busca hacer reaccionar a los presentes para que abran los ojos y se den cuenta de lo que están haciendo.
Jesús se presenta, así como alguien determinado, qué conoce su misión que consiste en que las personas y la comunidad creyente vean qué tienen que “reconstruir”.
Pero veamos porque el relato sigue. Y dice así: “los judíos, entonces, replicaron diciéndole: ¿Qué signos nos muestras para obrar así? Jesús les respondió: Destruyan este santuario y en tres días lo levantaré.
Fíjense que interesante. Aparece nuestro tema. Destruir y reconstruir. Para los judíos este templo lo era todo y de tanta importancia que le daban, terminaban descuidando, incluso, su relación con Dios.
Ahora entendemos mejor la reacción de Jesús: quiere quebrar una fe que se apoya más en las piedras que en la relación personal con Dios. El celo de Jesús tiene que ver con ese amor insondable de su Padre que quiere que sea la fuerza que reconstruye la vida, los corazones, los vínculos. Jesús se encuentra ante una mirada religiosa un tanto mágica, mercantilista y quiere quebrar ese tipo de relación para abrir a las personas a una relación más real, más profunda, con el Dios que los había elegido, liberado y que los había salvado.
Reconstruir los vínculos para que sean verdaderamente pueblo y no una multitud reunida formalmente en torno a unos ritos.
Jesús con su vehemencia les dice: “abran los ojos”, no tengan miedo a hacer la experiencia de la conversión, de la liberación. Yo los voy a reconstruir. Y uno podría preguntarse cómo nos vas a reconstruir.
Y allí aparece su mensaje. El Evangelista lo explica diciendo que Jesús se refería al templo de su cuerpo. Y agrega, cuando fue levantado, pues, de entro los muertos, se acordaron sus discípulos de que había dicho esto y creyeron en la escritura y en las palabras que había dicho Jesús.
Para reconstruir hay que dejarse alcanzar y arrastrar por la vehemencia de la onda expansiva de la resurrección.
En segundo lugar, la reconstrucción de su cuerpo es la renovación de todos los vínculos, de la posibilidad de una fraternidad espiritual mundial y una renovación de los vínculos eclesiales, la comunidad de los creyentes.
“Cuántas veces ante las dificultades en nuestros vínculos nos resignamos diciendo: siempre fui así, no voy a cambiar ahora que soy grande, o siempre fue así y no va a cambiar ahora.
Jesús rompe esos cercos que nosotros mismos ponemos a nuestra fe, a nuestros dones, a nuestra vida. La resurrección es como una explosión y sus ondas expansivas te tocan, te mueven, te impulsan hoy.
¿Hacia dónde? ¿Qué hay que reconstruir? ¿Qué hay que cambiar, renovar, re direccionar en tu vida hoy?
No tengas miedo de la vehemencia de Jesús porque es vehemencia de amor. No temas su celo, porque no es destructivo, sino que sana y reconstruye. No te asustes de su fuerza y su poder porque están al servicio de tu fidelidad y de tu vida y de los que amás. No le tengas miedo a Jesús. Él lo repite muchas veces cuando se aparece a los discípulos. El Resucitado repite: No teman, no temas, no tengan miedo. Escuchalo y hacele caso.
La realidad de la pandemia nos ha conectado fuertemente con esta fragilidad, esta intemperie, esta vulnerabilidad. Por eso hoy necesitamos reconstruir la confianza. La confianza no es las piedras, por más bellas que sean, sino en el amor de Dios.
Jesús nos mueve a que no apoyemos en nuestra vida en lo que se derrumba, en lo que puede ser destruido sino en lo definitivo, en lo que permanece, en lo que tiene la consistencia para que reconstruyamos de manera firme y definitiva.
No al apego Sí a la libertad interior. No a los falsos apoyos Sino a los cimientos del amor de Dios. No a la superficialidad Si a la trasparencia del amor verdadero, de la solidaridad, de la justicia. Sí a la paz entre los hermanos llamados a vivir unidos. Sí al perdón y a la gratuidad, a la solidaridad y al encuentro. Sí a la integración de todos en la mesa del reino, en la familia de Dios, reúnidos por el padre común. Sí a reconstruir sin miedo una nueva normalidad que deje lugar a la expansión del corazón y de la vida. Que abra a la posiblidad de vinculos más auténticos. Qué hermoso desafío. ¿Es solo un romanticismo? No es la fuerza expansiva de la resurreción, es la fuerza de la gracia de Dios actuando en nuestro corazón. Es el sí de Dios a la reconstrucción de nuestra vida, de nuestros vínculos, de la nueva normalidad.
Te invitamos a escuchar el programa completo.
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