06/03/2020 – Al inicio del ciclo lectivo, el padre Ángel Rossi nos compartió un texto de José María Toro, un maestro español de segundo grado.
Respecto del texto el sacerdote jesuita reflexionó: “Suena casi idílico pero es un maestro que vive su misión de este modo. Es un homenaje a todos maestros y maestras que lo viven o intentar vivir de esta manera. Vaya una sonrisa a los maestros de alma que se animan a creer que esto sigue siendo posible a pesar de las contradicciones”
Compartimos el texto de José María Toro:
“La sonrisa de un niño que es feliz en la escuela no tiene precio. La sonrisa de un maestro que es feliz en la escuela….eso tampoco tiene precio. La sonrisa tendría que ser considerada un elemento típicamente escolar, como son los libros, los cuadernos, los lapiceros o las pizarras. Hoy, quizás más que nunca, es preciso devolver la sonrisa a los rostros de los niños y niñas y al semblante de sus maestros y maestras. La presencia o no de sonrisas es uno de los más fieles y sensibles barómetros para medir el nivel de presión (u opresión) en la atmósfera de una clase. La sonrisa es un termómetro preciso que refleja la calidez o frialdad del encuentro humano en el que se sostiene un determinado modo de intervención pedagógica. La sonrisa marca en las caras de alumnos y profesores, de padres e hijos, cuál es la temperatura con la que se cuece el proceso educativo. Nuestra clase podía ser entendida, considerada y vivida como un campo de cultivo de sonrisas. Fui reconociendo que, como maestro, estaba llamado a ser, en cierto modo, un sembrador de sonrisas, un cultivador de alegrías. Por eso procuraba que lo primero que encontrasen los niños cada mañana, al comenzar una nueva jornada escolar, fuese mi sonrisa. Esta era, conscientemente, mi primera actividad o lección del día: la energía de la sonrisa, el regalo de la sonrisa, el arte de sonreír, pero sobre todo, el derecho a la sonrisa. La sonrisa es también una energía que es preciso atenderla, enfocarla, activarla y cultivarla. La sonrisa constituye un extraordinario alimento que ha de estar presente y servirse en la mesa (pupitres) de cada día. Es una medicina que actúa de manera fulminante y eficaz, es la vitamina por excelencia para nuestro corazón. La sonrisa nos alisa y allana el camino para llegar a los demás y nos abre sus puertas. Trazar una sonrisa en el momento del encuentro es como decir: ¡Aquí estoy!. Quien devuelve la sonrisa no está sino respondiendo: “Pasa y entra”. La sonrisa pone la llave y abre la puerta. Yo regalaba a mis alumnos mi sonrisa y ellos me la devolvían multiplicadas. Y fuimos puliéndolas, limpiándolas, distinguiéndolas de esas otras sonrisas moldeadas por la malicia, el sarcasmo, el cinismo, la mordacidad o la acritud. Cuando un niño o una niña sonreía ante mi presencia sentía que con él o ella era toda la Creación, el Universo entero el que se regocijaba en su sonrisa. Cada vez que sonreía a un niño le estaba diciendo: “Me gusta estar aquí”. Cada vez que un niño o niña sonreía estaban diciéndome: “Soy feliz estando aquí y contigo”. Esta es una de las máximas felicidades de este trabajo: escuchar cómo cantan y cómo ríen los niños que se marchan y alejan tras haber pasado toda una mañana contigo.”
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