Reflexion de Cuaresma : saber pedir Perdón

miércoles, 8 de abril de 2009

La intención de este programa es que todos nosotros, en este tiempo de cuaresma pidamos y desarrollemos la gracia de lo que es pedir perdón.
Todos hablamos de perdonar a otros, el ofensor siempre “está afuera”. Debemos aprender a pedir perdón, y es más: pedir perdón sin humillarnos. Hay un sentido bíblico de la humillación: “Yo quiero un corazón contrito y humillado, no quiero sacrificios”. No estamos dentro del valor bíblico de la humillación: “el que se humilla será ensalzado”, sino porque la vivencia que muchas veces tenemos de que pedir perdón es humillante. Tal vez no lo expresamos, pero hemos sido inculcados y muchas veces formados en una dinámica vincular de orgullo y resistencia en nuestro posicionamiento a cualquier costo. Esto habla de que vivimos o vivenciamos el error  y el arrepentimiento como el fracaso, el pedido de perdón como algo humillante, es decir indigno del ser humano, indigno de nuestro yo.
    Sin embargo, en las últimas décadas, al final del segundo milenio primeros años del tercero, se generalizó en distintos niveles de la sociedad distintos pedidos de perdón, que en su momento, hubiera dado la impresión de que empezaba un movimiento universal o internacional del pedido de perdón: Dirigentes religiosos como Juan Pablo II, periodistas del New York Times, y varios individuos, pidieron públicamente perdón a personas o a grupos y hubiera sido interesante activar un inmenso movimiento de pedido de perdón. Un asombroso fenómeno.
    Aún la justicia, por más austera y sujeta al rigor en muchos casos recomienda cuando hay crímenes, que el criminal le pida perdón a su víctima. Esto es una justicia no solamente punitiva, sino reparadora, y la justicia reparadora se vuelve más humana
    Pedir perdón modifica profundamente las relaciones humanas. Pedir perdón elimina muchas veces de raíz los conflictos. Si el que arremete, el que ofende no toma la iniciativa de solicitar el perdón por la ofensa, la agresión o el crimen, la búsqueda del perdón resulta cada vez más difícil, más tortuosa y más peligrosa. Es muy probable que el agresor padezca contragolpes, y en algunos casos serios o graves que han marcado una sociedad, o un grupo, o un sector, esos contragolpes que a veces inician toda una guerra, arrastran largo por la historia y se viven fuertes malestares psicológicos, espirituales, sociales.
    El reconocimiento de la falta, del error, seguido por el pedido de perdón, tiene repercusiones en el plano físico, emocional, espiritual, social. Cuando el que ofende pide perdón, se reduce enormemente todo el stress que ha ocasionado, todo el lío que ha armado, toda la negatividad que ha generado. En un sistema tan cargado por las heridas que nos hemos hecho ¡qué importante es aprender a pedir perdón! Ni que hablar de las relaciones conyugales y familiares: si realmente queremos mantener en estado vital y no agónico nuestros vínculos, es fundamental desarrollar el arte de pedir perdón.
    Saber pedir perdón es un arte. Hay terapias familiares y conyugales que han dado resultados muy alentadores, y que se basan en un pedido de perdón. ¡Cuántas voces y agresiones mutuas se silencian cuando sencillamente nos pedimos perdón mutuamente o pedimos perdón!
    Muchas veces los padres piden a los hijos que se pidan perdón por sus faltas de respeto, por sus groserías o por peleas, pero son muy raros los pedidos de perdón que los padres, de su parte, dirigen hacia los hijos. Y sin embargo son múltiples las recomendaciones a todo nivel de que los padres sepan reconocer y pedir perdón a sus hijos: por la impaciencia, por el abuso de la severidad, por las injusticias, por el exceso de disciplina, o por la falta de disciplina, por las ausencias, por los abandonos, por haber padecido malos tratos durante la infancia… Hay adultos que han rechazado a sus padres toda la vida simplemente esperando que en algún momento que los padres pidan perdón, y con eso se hubiera resuelto tanta herida y tanto dolor.
    El pedido de perdón nos hace crecer espiritualmente, nos hace crecer en la necesidad que es vital de confesar nuestros errores y pedir perdón por ellos. Aunque lamentablemente es un gesto extremadamente raro, tiene el poder de transformar la vida, la actitud hacia el otro, favorece la evolución y el crecimiento, va dejando atrás conflictos que nos atan a veces durante muchos años.
    El pedido de perdón nos desarrolla en la gratitud, en la sencillez, en la compasión, en la humildad, y sobre todo es fundamental cuando nos vamos acercando al final de la vida: llegado ese momento las personas sienten la necesidad de vivir ese tiempo precioso que les queda de vida libres de toda culpa, libres de toda responsabilidad, dejando mas o menos las cosas en orden. Tienen oportunidad de recordar a las personas que pudieron haber ofendido con palabras, o con actos, o con omisiones, y ese trabajo riquísimo de la conciencia, muchas veces conduce a un pedido de perdón que se convierte para ellas en fuente de paz y de armonía.
    El pedido de perdón es muy importante para la sociedad. Los educadores tendrían que transmitir a los niños estos valores: valores como la compasión, la empatía, el respeto por los demás, la importancia de pedir perdón. Muchas veces se pone tanto énfasis en el castigo, la pena: rápido echamos mano a la amonestación, a la sanción, y pasamos por alto la pedagogía del perdón. Antes de la pena y del castigo, es necesario dar la oportunidad y enseñar a pedir perdón, escuchar activamente las emociones y los sentimientos que generó mi mala conducta en el otro, y tener capacidad de pedir perdón.
    Los jefes de nuestras comunidades, los políticos, los administradores, los rectores, los gerentes, los consejeros… ¡qué saludable si hubiera un día establecido para que todos los responsables pidamos perdón! ¡Qué buen ejercicio sobre todo para todas aquellas personas que ostentan un gran poder! ¡Qué sueño poder escuchar alguna vez a derecha e izquierda pedir perdón por los errores cometidos!
Pedir perdón no es humillante, es magnánimo
El pedido de perdón tiene íntima relación con la formación moral de nuestra conciencia, es decir, no podemos pedir perdón de pecados que no sentimos haber cometido, aunque objetivamente los hayamos cometido.  En ese sentido, necesitamos el auxilio de la ciencia ética y de las pautas morales que los distintos caminos religiosos inculcan a sus miembros, para mirar nuestras conductas, nuestras vivencias, nuestras actitudes, y en lo posible lo más adentro de nuestro corazón, para poder entonces hacer un discernimiento necesario y huir de esas racionalizaciones.
    Pero hay un primer código ético, común a todos, que son los 10 mandamientos. Requerirían ser leídos de vez en cuando en un examen de nuestra propia vida. Esa es una “cosa gruesa”. Otra cosa gruesa es la ley: todos sabemos más o menos qué es y qué no es un delito. Pero aún así no debemos descuidarlas, porque por tanto “darlo por supuesto” hoy tenemos tantos chicos que confunden robar con trabajar. Dicen “me voy a hacer una changa” y lo dicen como si dijeran “me voy a trabajar”, porque esa es la “changa”: robar. Y es increíble, pero lo viven así. Entonces ahí ¿cuál es el imputado? ¿El menor al que quieren meter preso o la sociedad que ha fracasado estrepitosamente en su labor educativa al punto de que un menor de edad cree que robar es un trabajo?. Hay chicos que no han visto trabajar a ningún miembro de su familia.
    Hilando más fino, las cosas más chiquitas, las que se nos pasan muchas veces sin ponerles el nombre de “ofensas”, las “traiciones”, faltar a una promesa, la calumnia, el propagar falsos rumores, el chusmerío, las impaciencias: no darle tiempo al otro, no esperarlo –marcho contigo o sin ti-, el sarcasmo, las actitudes degradantes, las faltas de respeto, los juicios mal intencionados, los que se hacen con saña, los gestos de desprecio, los comportamientos o contestaciones rudos o torpes, las indiscreciones, quebrar confidencias, contarle a alguien que no tiene por qué saberlo –y en esto tenemos que ser generosos con nosotros mismos, pero también estrictos con nuestras intenciones- los problemas de otro, la mentira en todo su espectro, la decepción ¿acaso no lastima decepcionar a otro?, la injusticia, someter al otro a malos tratos físicos, emocionales o sexuales, la mezquindad: tengo tanto y me resulta tan indiferente el dolor de mis próximos: sigo de largo una y otra vez. La crueldad, la postergación sistemática, el engaño.
    A veces pensamos que porque una delicadeza no es “exigible” puede pasar por alto. Yo no estoy de acuerdo con eso, porque el amor se alimenta justamente de delicadezas. Y si nosotros estamos desilusionando todo el tiempo, evidentemente estamos lastimando, sobre todo en los vínculos donde la vida afectiva se nutre diariamente. Se espera una cosa y se obtiene sistemáticamente otra. Debo pedir perdón cuando decepciono de alguna manera “indiferentemente”, cuando no me importan el daño o la frustración que produzco sistemáticamente ya sea en mis hijos, mi esposo, mis seres queridos.     Todas estas ofensas tiene algo en común: hieren a alguien.
    Sobre todo en los que tienen alguna clase de poder: padres, educadores, directivos ¡ojo con la humillación! No cualquiera humilla. Humilla el que tiene poder para humillar al otro. Hay diferentes formas de humillación, pero ¡cuánto odio, violencia y soberbia  hacen circular en la sociedad!, porque el humillado, si no es reparado a través de un pedido de perdón, tiene tendencia a ser al mismo tiempo después una persona humillante.
    Para pedir perdón tenemos que hilar un poquito más fino en la formación de nuestra conciencia. Correr las racionalizaciones: “es la vida” o “hay que defenderse” o “este es el combate necesario para la supervivencia” ¿o vivimos en una época de mucha competencia: si no pisás, te pisan? ¿Es así realmente, o son justificaciones?
    Otra: “¿y a mí quién me pide perdón por las ofensas que me hicieron?”: esta es la ley del garrote. En el fondo, sálvese quien pueda. Hay quienes se muestran hasta orgullosos de haber puesto a alguien en su lugar. Es un horror las declaraciones de orgullo que se escuchan actualmente: “he sido suficientemente astuto para doblegar al enemigo, y me enorgullece”. Hay quienes se sienten orgullosos de ridiculizar. Hay programas que se basan en el orgullo de la ridiculización, en la soberbia, en el poder rebajar al otro. Y nadie pide perdón.
    El fundador del análisis tradicional afirma que muchos “se entregan a juegos perniciosos para consolidar su dominación sobre los demás, para humillarlos, para avergonzarlos, para llevarlos a creer que los otros son los verdugos y que ellos son las verdaderas víctimas, y hacen todo esto sin vergüenza. Ahora bien, suele ocurrir que utilizan estas prácticas destructivas por haberlas padecido ellos mismos en su propia infancia, por instinto se han identificado con sus agresores, heridos, se han vuelto a su vez hirientes, humillados se han hecho humillantes. Hoy les parece completamente normal recurrir a las mismas brutalidades.” Una de las justificaciones instintivas, casi inconcientes de las justificaciones que tenemos a la hora de herir y de humillar, habita en el fondo de nuestras almas. No estamos humillando: estamos equilibrando la balanza: me humillaron: humillo; me agredieron,  agredo. Todo esto puede resolverse de alguna manera pidiendo perdón. Cuando pido perdón muchas veces salvo a la sociedad de un delincuente




 

TE PEDIMOS, SEÑOR, LA GRACIA DEL ARREPENTIMIENTO, LA GRACIA DE VER NUESTRAS CULPAS Y LA GRACIA DE PEDIR PERDÓN

    Todo lo vinculado a genocidios, torturas, masacres, bombas, asesinatos, donde ha habido mucha crueldad, mucha saña, merecen un tratamiento especial en este tema. Las fibras que se dañan alcanzan magnitudes, densidades y profundidades que merecen una prudencia especial, una reflexión, y a veces un silencio especial. Y creo que el pedido de perdón, tanto como el perdón, pasa por muchas etapas o caminos muy difíciles, tortuosos en el sentido de que hay que salvar muchos escollos. Solo quiero decirles que ES POSIBLE. Yo no sé si es solo gracia de Dios, voluntad humana, pero yo lo he visto. He visto a torturados perdonar, y he visto a torturadores pedir perdón.
    No nos quedemos solamente enganchados en esos grandes temas: no podemos “exigir” que los protagonistas de hechos muy dolorosos pidan perdón o perdonen, cuando nosotros, en la vida cotidiana, nos debatimos permanentemente en una guerra de violencia doméstica todo el tiempo. 
Intentemos imaginar por un momento –porque también es un ejercicio que prepara para los grandes temas- a quién nos parece que deberíamos perdonar o pedirle perdón: un acontecimiento concreto en el que hayamos herido, humillado, faltado o carenciado a alguien de afecto, de presencia, de dinero, de justicia, de tolerancia… ¿querés hablarles? Tal vez querés decirles algo y de pronto se te hace un nudo en la garganta. Hay un montón de resistencias, hay una turbulencia interior, una tensión, un malestar. Tenés la voz de la conciencia (¡bendita sea!) que te dice que hubo una falta, hubo una responsabilidad que no cubriste, hubo una reacción que estuvo errada. Lo sabés. NO LA AHOGUES: hay culpas benditas y saludables. Saludables para vos y para todos los que te rodean.
Ahora intentemos imaginarnos pidiendo perdón, y al mismo tiempo registremos nuestras propias resistencias a pedir perdón. Identifiquemos esas resistencias, pongámosle nombre. Respetémoslas. Para pedir perdón, hay que estar en estado de serenidad, y primero, de alguna manera, haberse perdonado. Las resistencias tienen a veces la capacidad de “establecer alarmas” de cosas que todavía no están resueltas, y sería muy bueno enfrentarlas.  Si son muy fuertes esas resistencias a pedir perdón, preguntémosle que nos quieren decir. Dialoguemos con ellas. Imaginemos una escena donde dialoguemos con nuestras resistencias a pedir perdón.
Hay algunas resistencias que pueden  ser, por ejemplo, la falta de formación moral: hay una justificación, una argumentación y una racionalización instantánea, generalmente basada en “mal de mucho consuelo de todos”: si todos lo hacen, ¿Por qué no lo voy a hacer yo?.
Otras resistencias son propias de los perfeccionistas: detestan ser tomados en falta. El yo de ellos está basado, modelado, bajo la dinámica del perfeccionismo y detestan equivocarse. ¿Cómo van a pedir perdón entonces?
Los dominantes: el yo  de ellos está basado en una obligación de tener razón, dominio. Los “machos”, los que se cuidan de mostrar la menor fragilidad no pueden pedir perdón. Los narcisistas, que son “alérgicos” a la humillación por ínfima que sea, tienen una imagen tan frágil de ellos mismos, que necesitan estar continuamente “abanicándola”. Los irreprochables, los que echan la culpa sin cesar a los demás. Muchas veces es verdad que son irreprochables en algunas cosas, pero el mandato de ser irreprochables los torna necios. Los criminales, hay quienes dicen que la conciencia del criminal ya está entrenada de tal manera que no hay espacio para la culpa, la mente es totalmente impermeable, y relatan los delitos con una indiferencia impresionante. Los que cultivan el mito del héroe y por tanto desprecian a los débiles y se vanaglorian de ser héroes…
También están los que tienen muy baja autoestima, tan baja que de ninguna manera podrían imaginar que son capaces de ser perdonados. Les parece que perdón es una cosa demasiado grande para ellos. Es decir: sienten que nunca pueden recibir, siempre están para dar. Y por lo tanto, recibir algo que además es tan gratuito como el perdón es inaudito, quizá porque nunca recibieron nada gratuitamente. Han tenido que pelear tanto todo, que no entra, no cabe en su experiencia vital la experiencia de la gratuidad, de un amor gratuito. El miedo a ser obligado a reparar una falta es otra de las resistencias. ¿Cómo voy a pedir perdón, si no puedo cambiar? No puedo reparar esta falta!  Pongamos un ejemplo concreto: un conductor que conduce en estado de ebriedad y mata a otra persona. La mata involuntariamente, pero irresponsablemente. Y si pide perdón tiene que asegurarse también el poder reparar el daño. Esas son argumentaciones, excusas, resistencias que vienen. Lo que pasa es que el pedido de perdón provoca un cambio de actitud. El arrepentimiento, un deseo de transformarse, una voluntad de reparar, y eso hace que nosotros mismos vacilemos a la hora de reconocer una falta, de pedir perdón. Porque no estamos del todo seguros de querer reparar, ni tampoco del todo seguros de querer cambiar. Pero… ¿nos damos cuenta del peso que seguimos cargando en la espalda propia y en la de los demás, de los que herimos? Muchos tienen miedo de que su pedido de perdón reciba una negativa. Pero en esto reside la belleza de ser libre para perdonar: optar por el perdón. Pero también existe la posibilidad de una eventual negativa de perdón, un tiempo en que el otro me podrá perdonar o tiempos en que no podrá hacerlo. Pero yo lo solicito.
Hay una gama muy grande de tipos de personalidades a los que les cuesta muchísimo pedir perdón. Por eso es bueno detectar nuestras propias resistencias. Y ¿qué hacer con estas resistencias?
Hay que tratar de interpretar y de entender lo que distintas expresiones están diciendo, sobre todo porque el pedido de perdón ha sido muchas veces manipulado, manejado, con otras intenciones. Por eso hay que ver qué es lo que realmente está sintiendo el otro. He hablado con víctimas de delitos, de asaltos. En el marco de víctimas, ellas directamente te dicen “no perdono” y no te dicen “no te puedo perdonar”.. Las palabras “no perdonamos” o “no olvidamos” o “no hay perdón”, tal vez surgen porque yo le estoy hablando de perdón y él está interpretando “impunidad”, “injusticia”. Yo le hablo de perdón, y el otro piensa ¿por qué no perdonas vos? ¿Podrías ponerte en mi lugar? Es decir, la víctima tal vez está entendiendo incomprensión.
    Por eso, cuando hablamos de perdón debemos ser serios y responsables, porque hay muchos pedidos de perdón que son simples fórmulas de cortesía, por ejemplo “perdoname si te lastimé” ¿cómo?: el perdón no es condicional. Más valiera emplear el término “discúlpame, no me di cuenta, fue involuntario”. No se puede pedir perdón por faltas involuntarias.
 El perdón es algo serio: tenemos que admitir nuestros errores. Cuando yo pido perdón, es porque me hago cargo de que cometí un error: una injusticia, una carencia…en fin: un pecado. Entonces, no está condicionado al sentir del otro. Me hago cargo de mi error independientemente que el otro se haya dado cuenta o no, de que lo haya lastimado o no, de que lo haya sentido o no. El pedido de perdón es un acto ético, moral, de profundas raíces espirituales y existenciales. Y lo que nos hemos acostumbrado a hacer, es de llenarlo de fórmulas vacías: a veces queda bien pedir perdón, a veces se pone de moda, a veces hablan de buenos modales, y muchas veces…-igual que cuando queremos hablar de algo con los chicos y ellos no quieren y nos cambian rápidamente el tema- lo usamos de esa forma, pero el otro se da cuenta al instante que no hubo arrepentimiento ni cargo de conciencia ni nada. Esperamos que nos perdonen para no tener que andar dando demasiadas explicaciones sobre nuestra conducta, para no hablar más del tema. Y en realidad esto es un doble agravio, una doble herida: te herí, y ahora te pido perdón para taparte la boca. Y encima monto sobre tu corazón la responsabilidad y el agobio y la presión de que me perdones. Yo soy el victimario, y encima de que vos sabés que sos la víctima y que yo no estoy arrepentida, te paso a vos la responsabilidad   de tener que perdonarme o hacerte responsable –social, colectiva, comunitaria o lo que fuera- del im-perdón. Entonces hay personas que en un acto de honestidad muy grande con sus propios corazones dicen “no perdono”, porque detectan la tramoya, la manipulación. Distinto sería decir “no voy a perdonar nunca más”: eso es un suicidio: poner como ley de vida el no perdón.
    Los individuos somos muy manejadores de las cosas y estamos exigiendo un perdón donde nosotros no podríamos siquiera moverlo con un dedo. Hay pedidos de perdón que son superficiales. Hay pedidos de perdón que son una agobiante presión sobre quien ha sido lastimado, que encima tiene que salir a poner buena cara cuando tal vez todavía necesita pasar por un largo proceso de dolor con todo lo que eso implica.
    A menudo al pedido de perdón le falta convicción, siembra confusión, suscita más decepción, más enojo en el ofendido. “Le pido perdón por mis observaciones desagradables, sin embargo si usted prestara más atención a su trabajo yo no me vería en la obligación de hacerle tantos reproches”. ¡Qué pícaro! ¡No estás pidiendo perdón! Estás haciendo un nuevo reproche. Y además estás diciendo que “te ves en la obligación” de pedir perdón por culpa del otro. “Quisiera admitir mis errores, pero…usted también debería admitir los suyos”. Eso no es un pedido de perdón: es una propuesta de negociación. Los errores se admiten frente a uno mismo, frente a la conciencia, frente a la vida, frente a la propia responsabilidad independientemente de la admisión o no de los errores del otro.
    Otro: “acepto cargar con toda la culpa y pedir perdón aunque no soy yo el que empezó a tirar la primera piedra, yo no hice más que repetirlo”. Por medio de este tipo de pedidos de perdón, el ofensor está buscando justificarse y minimizar su responsabilidad.
Hay pedidos de perdón que requieren determinados marcos. Hay pedidos de perdón que se deben hacer en la intimidad de un confesionario donde Dios es testigo, porque hecho de otra manera pueden resultar hirientes para los demás. Es un acto de responsabilidad a veces muy grande, y debe hacerse con una responsabilidad cabal de las consecuencias de mi pedido de  perdón. Yo conocí personas que quisieron pedir perdón por una necesidad leal y saludable de expiar una culpa y terminaron haciendo un desastre porque le faltó la segunda instancia: la de contemplar el entorno, porque a veces el agobio de la culpa nos lleva a actos compulsivos, irresponsables.
Por eso creo que EL SACRAMENTO DE LA RECONCILIACION ES UN MARCO SAGRADO PARA ESTA DINAMICA QUE HOY LES INVITO A PONER EN MARCHA DESPACITO, COMO SE PUEDA, CON NOSOTROS MISMOS Y CON LOS DEMÁS. Es, además de una instancia sagrada, una instancia de mucha sabiduría,  reparadora para la propia alma, y debiera serlo también para el alma de las personas ofendidas. A eso propende el sacramento de la reconciliación.