Renovarnos en la fe desde la comunidad

miércoles, 19 de diciembre de 2012
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     Hoy, ya cerrando una parte importante del ciclo de nuestras catequesis en el año, al menos en lo que tiene que ver con  mi participación directa, quisiera compartir con todos y con cada uno de ustedes, una perspectiva del desarrollo de la amistad como lugar de crecimiento en la fe que nos va a acompañar seguramente en más de un encuentro de nuestras catequesis en el año que viene. La comunión en la comunidad, lugar de encuentro para la amistad con Jesús. Podríamos llamarle el Capítulo 1º  de este tipo de reflexiones en torno a la comunidad, la amistad con Jesús y el desarrollo de la fe nuestra en ese lugar. Ojala puedas disfrutar de este espacio de catequesis.
    
“Renovarnos en la fe desde la comunidad” es el tema que nos convoca en este espacio de la catequesis del día de hoy. La amistad, como venimos compartiendo, necesita de momentos de encuentros íntimos, ricos y yo diría, gratificantes. La amistad con Jesús supone momentos de encuentro en lugares que podríamos llamar, con Aparecida, lugares sagrados.  Así dice el documento de Aparecida: Jesús está presente en medio de una comunidad viva en la fe y en el amor fraterno, allí él cumple su promesa. Donde están dos o tres reunidos en mi nombre allí estoy yo en medio de ellos”. Mateo 18,20. Está en todo discípulo que procura hacer suya la existencia de Jesús y vivir, dice Aparecida, su propia vida escondida en la vida de Cristo. Los discípulos experimentamos la fuerza de su resurrección hasta identificarnos profundamente con El, y llegar a decir nosotros con Cristo “Vivo yo aunque en realidad no soy yo, es Cristo quien vive en mí”. El documento de Aparecida de esta cita que acabo de compartir es el número 256. Y yo quisiera detenerme en esta perspectiva que Aparecida nos ofrece. ¿De qué está hablando el documento? De la fascinante experiencia de encontrarnos con Jesús, de la transformadora experiencia de encuentro con Cristo. Yo diría, hasta de la deslumbrante presencia de Jesús en nuestra vida que despierta en nosotros lo escondido y lo más rico que hay para potenciarlo y ponerlo al servicio de todos. ¿Cómo crece ese lugar de desarrollo en nosotros? Por un vínculo sencillo, fraterno, de amistad. La Iglesia es la humanidad de Jesús, sacramentalmente presente en medio nuestro, es decir, en el ámbito de la comunidad reunida en torno a Jesús se contiene la fuerza transformadora habitada por la humanidad de Cristo. Donde dos o tres se reúnen allí estoy yo. El encuentro de amistad entre nosotros en Jesús es el que potencia todas estas capacidades escondidas en nosotros. De allí que la fe no pueda ser vivida individualmente, es para ser vivida en comunidad. Siempre es personal, pero es comunitaria. Si el año de la fe es el año de la renovación eclesial para asumir con nueva fuerza la tarea de la Nueva Evangelización, el alma de toda renovación eclesial es la experiencia comunitaria, y lo que no pasa a través de la comunidad, o no es apoyado y vivido por ella, ni conduce a una comunión ni puede tener vida duradera, una experiencia que trae al respecto Amadeo Cencini en Fraternidad en Camino, en la página 13 de ese texto se dice esto que acabo de compartir: El alma de toda renovación eclesial es la comunidad y lo que no pasa a través de la comunidad o no es apoyado y vivido por ella, a la larga muere. De allí que cuando hablamos de una experiencia vital, existencial de Cristo en el ámbito de la comunidad, hablamos de un proyecto en el que Dios el Padre confió para la transformación del mundo reuniendo, en principio a los doce, y a partir de allí a todos los que entendieran este mensaje comentario de Jesús para hacer de ese lugar un lugar de servicio para la transformación en el mensaje del Reino que Jesús ha venido a instalar entre los hombres. ¿Qué hace la Iglesia Comunidad para llevar adelante su misión? ve lo que el Reino de Dios ha puesto ya en el corazón de la humanidad y sirve en ese sentido, de manera tal que todo lo que tiene que hacer la comunidad es discernir por donde pasan los soplos del Espíritu en el mundo de hoy y a partir de allí en el servicio buscar que esas semillas plantadas en el corazón del mundo, crezca y se desarrollen. El aspecto comunitario revela un  rasgo típico del mundo nuevo que Dios viene a construir, es el mundo de la reconciliación y de la paz, el mundo de la comunión, el mundo de la fraternidad, ese que no está tan vigente en los tiempos que corren y que tan necesariamente hace falta proclamarlo de manera profética. El mundo que vendrá o es un mundo en comunión o el mundo en el que vivimos dejará de ser el lugar donde todos podemos habitar.

Consigna: La consigna para la catequesis de hoy es esta: ¿Qué debe cambiar en mi comunidad para que sea una comunidad más viva, más al estilo de Jesús, es decir más fraterna, más con capacidad de hospitalidad, con más fuerza de perdón, con más actitud de servicio, con una mirada más esperanzada? ¿Qué debe cambiar en la vida de la comunidad para que sea más al estilo como Jesús soñó y pensó la Iglesia? Lo podemos compartir con sencillez, sin espíritu agrio, con realismo pero también con verdad y con esperanza.

    En el mismo texto que compartíamos recién La fraternidad en camino de Amadeo Cencini, se nos muestra como el camino de renovación de la vida de la Iglesia plantea distintos aspectos que debemos tener en cuenta donde el esfuerzo por vivir en clave comunitaria eclesial toma características bien definidas. Me llamó la atención en el evangelio del Tercer Domingo de Adviento, Ciclo C, cómo las personas que se acercan a Juan el Bautista le preguntan qué hacer para la renovación y para el cambio y a todos y cada uno de los actores de se tiempo Juan el Bautista le da un parámetro, una cosa para los fariseos, otra para los publicanos, otra para los soldados, otra para la multitud, para todos hay un mensaje particular, como diciendo: los parámetros de la conversión de determinados grupos depende del cambio de actitudes en determinados aspectos que hacen en su vida, no es una cosa etérea la transformación, el cambio, la conversión, hace anclaje en aspectos concretos y bien definidos. Según Cencini, para la Iglesia de este tiempo el camino de renovación en la vida comunitaria pasa también por aspectos que debemos prestar particularmente atención.

Supone, dice Cencini, pasar de la lógica de la observancia a la de la comunión, buscando sólo hacer el bien, y además hacerlo para que los hermanos quieran, en la comunidad donde comparten la vida, permanecer en el vínculo íntimamente apostólico, es decir, con una finalidad específica. No solamente permanecer en el vínculo que los congrega, que los hace uno y que les permite vivir como hermanos, sino en un vínculo, con esa característica fraterna, pero con una orientación bien definida, el servicio en la apostolicidad. El camino de la conversión en la vida comunitaria, dice Cencini, además supone aprender y enseñar la comunicación de la fe y la oración gracias a la que nos apoyamos mutuamente en el camino. Una comunidad que no ora y que no aprende el camino de la oración, difícilmente pueda subsistir. Si el camino de la renovación de la Iglesia es la vida comunitaria, el camino de la renovación de la comunidad es sin duda, la oración. Una comunidad viva que sea capaz de ser alma que transforma la realidad de hoy se inspira cada vez más en el modelo de familia de Nazareth, en la modalidad de la convivencia en ellos, en el modo de organizar la tarea, en la relación con el ambiente que circunda a la comunidad, un estilo comunitario familiar en clave nazaretana, podríamos decir nosotros, allí se ora, se contempla, se trabaja, se sirve y se convive con los paisanos del pueblo, con las mismas características de ellos pero con un plus, nosotros tenemos un secreto escondido, un tesoro que llevamos en vasijas de barro. La comunidad del tiempo nuevo que vendrá para la transformación del mundo tiene que tener la capacidad de testimoniar y de confesar la fe y la esperanza como un bien ofrecido para todos. En este sentido no puede ser de clase la comunidad, es decir, no puede ser una comunidad para algunos, para elegidos, no podemos ser algunos pocos que pertenecemos porque guardamos relación a unas determinadas categorías que nos configuran psociologicamente de una determinada manera, por el contrario, tienen que romperse esos procesos de casta en torno al cuál organizamos muchas veces la convivencia social, igualarnos bajo el don de la fraternidad y permitir que desde ese valor de la fraternidad, superando las diferencias en clave social, fluya el mensaje de la esperanza y de la fe. Es muy importante en la vida comunitaria tener la capacidad de recuperar el sentido de la hospitalidad y de la acogida para dar la bienvenida a los que llegan.

El otro día, con Maria José y con Gustavo, cuando fuimos a Buenos Aires, nos hemos sorprendido que la casa de la Parroquia del padre Alejandro Puígari se vació, allí estaba él y los seminaristas que estaban en su casa en tiempo de vacaciones conviviendo y compartiendo un tiempo de descanso, de recreación, de fraternidad, de formación también en el descanso, y Alejandro dio una consigna muy clara, tenemos que dejar la casa, después nos encontramos de nuevo, porque ahora nuestro gran servicio es la hospitalidad. Y el me decía: Nosotros hemos recuperado en el ámbito de la comunidad, y esto se respira en esa comunidad parroquial, el sentido que los benedictinos le dan al que es hospedado, es un Cristo el que viene. Como bien lo dice la Palabra en el Antiguo Testamento: Presta atención porque cuando te haces hospedero posiblemente en tu casa estés dando la bienvenida a un Ángel. Muy lejos de nosotros esa experiencia en Buenos Aires, nada de Ángeles, pero sí, en la fe, ellos leen la presencia de Cristo en el sacramento fraterno que visita y que bien que nos hizo ser reconocidos bajo ese aspecto, y cada vez que vamos a esa comunidad parroquial pasa eso.

En la comunidad que se renueva en la fe es necesario que quede arraigada la profundidad de pertenencia a la cultura de la que uno es. Y en este sentido la Iglesia necesita despojarse de muchos lastres de tiempos que pasaron y ponerle una ropa nueva al mensaje de la fe de siempre. No se trata de cambiar los contenidos de lo que hace a nuestra vivencia en la fe apostólica de dos mil años sino como bien lo decía Juan Pablo II, un lenguaje nuevo, una expresión nueva, un método nuevo, un fuego nuevo. Es decir, lo mismo con una capacidad de estar presente en el mundo de hoy. Si ese ropaje de cultura no toca la vida de la Iglesia, difícilmente nosotros podamos ser sal, luz, podamos estar injertando vida nueva en el mundo de hoy. Una comunidad que sea normal digo yo, nada de bicho raro ni de cosa de otro tiempo. Cosas de todo tiempo en el evangelio para este tiempo que tiene sus particularidades. ¿Qué significa? , ¿Amoldarse al mundo? No, significa  caminar junto al mundo en el que vivimos, sin moralinas, sin crucificar lo que el mundo tiene para ser transformado, porque si no lo único que hacemos es marcar más las distancias y difícilmente podamos insertarnos para su transformación. En ese sentido supone mucha paciencia, mucha capacidad de convivencia, de saber diferenciarnos en el momento justo y al mismo tiempo de saber dejar una palabra justa, oportuna. Por sobretodos las cosas en aquellos lugares donde la vida nos reclama por el dolor, el sufrimiento, la postergación, allí hace falta sí nuestra presencia con un mensaje de vida.

    Por último, la comunidad se convierte en sujeto de formación, de animación, y de acompañamiento permanente. Una comunidad que se siente llamada  a colaborar en el mundo de hoy con el signo de la vida del evangelio para transformar lo de todos los días, necesita formación, animación y acompañamiento permanente.

    Renovados desde la confianza mutua, éste es otro de los punto en el que queremos detenernos para adentrarnos en esta experiencia de la comunidad como lugar de encuentro para la amistad con Jesús en el crecimiento de la fe.  En el corazón de la comunidad está la confianza mutua, de unos en otros. Esto nace del perdón de cada uno, cada día, al otro, y de la aceptación de pobreza y de debilidades de todos y de cada uno de los miembros. Esa construcción desde la fragilidad, dice Jean Vanier, lleva tiempo. El amor en la vida matrimonial es más rico cuanto más pase el tiempo. Y “contigo pan y cebolla” tiene historias cotidianas que lo sustentan más allá de las promesas de los flechazos del primer amor. El texto de Pablo en Filipenses 2, 2-4 nos puede ayudar cuando dice: Colmen mi alegría siendo todos del mismo sentir, con un mismo amor, un mismo espíritu, unos mismos sentimientos, no hagan nada por rivalidad, tampoco por vanagloria, sino háganlo todo con humildad, considerando cada cuál a los demás como superiores a sí mismos, buscando cada uno, no su propio interés sino el interés de los otros”. Esto supone una actitud constante de ofrenda, de entrega y de confianza. La comunidad no es solo un grupo de personas que viven juntas en una misma corriente de vida, un corazón, un alma, un espíritu, de ahí la atmósfera de alegría que caracteriza a la verdadera comunidad.

Cuando la comunidad es verdadera vive no solo bajo un mismo techo, vive en esta corriente de vida nueva, de un corazón nuevo, de un alma nueva, de un espíritu nuevo. En el libro de los Hechos de los Apóstoles 4, 32 así se refleja: La multitud de los creyentes no tenían sino un solo corazón y una sola alma, nadie llamaba suyos a sus bienes, sino que todo era en común entre ellos. Según Jean Vanier, el problema de la desconfianza en la comunidad y las dificultades para vivir más libre y auténticamente la comunión de bienes, brota de una mirada desesperanzada de nosotros y de nuestras sombras en cuánto que creemos que si nos vieran tal cuál somos no tendríamos ningún crédito, de ahí que lo primero es aprender a mirarme como Dios me ve, a liberarme de mi propia visión, a permitir a los otros que me regalen el costado distinto de lo que yo no veo de mí mismo en un sentido positivo. Ayer lo compartíamos en la catequesis cuando hablábamos a la luz de esa canción que nos abrió el encuentro de ayer de Celine Dion, como la mirada de otro y el amor de otro es capaz de sacar de nosotros lo mejor de nosotros. En la vida de la comunidad, cuando el amor es lo que prima por encima de los juicios, mucho más allá de las diferencias y ayudando al otro a superar las debilidades, nosotros logramos que de cada uno brote lo mejor que tenemos para ofrecer en el ámbito de la comunidad, y es más, eso que tenemos para ofrecer y para dar, lo damos con gozo y con alegría.

    
Padre Javier Soteras