Renuévame Señor Jesús

jueves, 11 de febrero de 2010
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“Los fariseos con algunos escribas, llegados de Jerusalén se acercaron a Jesús y vieron que algunos de sus discípulos comían con las manos impuras, es decir, sin lavar. Los fariseos, en efecto, y los judíos en general no comen sin lavarse antes cuidadosamente las manos, siguiendo la tradición de sus antepasados. Y al volver del mercado no comen sin hacer primero las abluciones. Además hay muchas otras prácticas a las que están aferrados por tradición, como el lavado de los vasos, de las jarras, de la vajilla de bronce y también de las camas. Entonces, los fariseos y los escribas preguntaron a Jesús: – ¿Por qué tus discípulos no proceden de acuerdo con la tradición de nuestros antepasados, sino que comen con las manos impuras? Él les respondió: – Hipócritas. Bien profetizó de ustedes Isaías en el pasaje de la Escritura que dice este pueblo me honra con los labios pero su corazón está lejos de mí; en vano me rinde culto, las doctrinas que enseña no son sino preceptos humanos. Ustedes dejan de lado el mandamiento de Dios para seguir la tradición de los hombres. Y les decía: – Por mantenerse fieles a su tradición ustedes descartan tranquilamente el mandamiento de Dios, porque Moisés dijo honra a tu padre y a tu madre, y además el que maldice a su padre y a su madre será condenado a muerte. En cambio, ustedes afirman si alguien dice a su padre y a su madre declaro qorbán-o sea, ofrenda sagrada- todo aquello lo que podría ayudarles, en ese caso les permiten no hacer nada más por su padre o por su madre. Así anulan la Palabra de Dios por la tradición, que ustedes mismos se han transmitido. Y como éstas hacen muchas otras cosas.” Palabra del Señor

    Ustedes saben que una de las cosas que más le costó al Señor, que le cuesta al Señor, digamos por la cual el Señor ha hecho todo lo que ha hecho. Y ha tenido la manera que ha tenido de hacer las cosas, el modo, la profundidad y la disposición a una obediencia tan irracional. Porque realmente, pudiendo manejar los asuntos, dejó que lo doblegaran. Y tan grande el Señor que él se atrevía a decir “a mi nadie me quita la vida, yo la doy porque quiero”. El Señor es libre. El Señor es grande. El Señor ama, ama, ama intensamente al hombre. Y lo que más ha sorprendido es la manera como él decidió venir al encuentro de las personas. Cómo el decide venir al encuentro de las personas. Nada más ni nada menos, que por el camino de la nada. Del anonadamiento, de la humillación, del hacerse totalmente pequeño.
    El que era poderoso se hizo débil. El que era el Creador quiso nacer de una mujer. La manera misteriosa. Sólo Dios puede hacer, también en ello un lenguaje, una enseñanza. Y manifiesta que todo aquello que nos viene a traer por lo cual podemos nacer para Dios, nosotros, es obra maravillosa y misteriosa obra del Espíritu Santo.
    Nada de lo que le sucedió al Señor está fuera de nuestra realidad. O mejor, todo lo que el Señor vivió era por amor al Padre y a nosotros. Y para significarnos, cómo era la manera que tenía de hacer de nuevo al hombre.
    Por eso nos quedamos maravillados siempre mirando a Cristo. Nos quedamos maravillados porque vemos que en Él todo lo que va pasando, es porque Dios puede obrar en Él. El Padre tiene un proyecto que lo realiza en el Hijo. Y el Hijo tiene eso, esa humildad, esa obediencia. Jesús es obediente a Dios. Es impresionante ver la obediencia de Jesús. Un ser que se deja conducir, que va a consultar. Las noches que se pasaba en oración el Señor era la noche que iba a pedir fuerza. Porque no la tenía. ¿¡Cómo que no las tenía, si era Dios!? No. Tenía que alcanzarla también Dios. Ese es el signo de la humildad. Hasta dónde Dios se identificó en el hombre con el hombre en todo lo que era. En todo lo que podía estar con nosotros. Menos en ofender a Dios y despreciar al Padre, que es el pecado. En eso no podía estar. Pero por eso iba a dar la vida.
    Porque el hombre está herido desde el pecado original. Más toda la locura personal nuestra. El Señor va a curar nuestras heridas, va a sanarnos y a liberarnos del pecado que nos condena y nos quita de la alegría del Padre. Nos la va a devolver dando la vida. Eligiendo el camino del anonadamiento, en el gesto sublime, maravilloso que lo pinta entero, que lo saca a Jesús de adentro mostrando lo que nadie más podía mostrar: la humildad del Señor, la obediencia del Señor. Hace que Él de hasta la última gota de su vida por el hombre. ¡Qué locura la de Dios! Y ¡qué locura la soberbia del hombre! ¡Qué locura la del mal en el hombre, que nace de la soberbia!
    La Sagrada Escritura dice que, por la envidia del demonio entró el pecado en el mundo. Y lo más grande es que Dios permitiera esto. Es un misterio, el del mal, que nosotros no podemos comprender. Pero que todos podemos experimentar. Todos experimentamos el mal en nuestra vida. De alguna u otra manera. También experimentamos males, no sólo físicos, no sólo relacionales, dificultades, sino experimentamos un mal muy hondo, que está en la raíz de toda la desgracia humana: y es un vicio capital, se llama soberbia. El orgullo. La soberbia, la vanagloria. Es como un diablo que llevamos adentro.
    Anselm Grühn habla de los demonios. Y enseña la doctrina sobre los pecados capitales. Y bueno, la raíz más profunda de todos los vicios siempre va a ser en el humano la soberbia. Aquello de Lucifer, el demonio, el ángel que desobedece a Dios. La propuesta de el era esta: non serviam. La criatura rebelada contra el Creador. La nada rebelada contra el Creador. El demonio, que era el ángel de la luz se determinó a querer ocupar el lugar de Dios. Mire qué locura del mal espíritu.
    En definitiva, todos nosotros de alguna forma en nuestra experiencia humana, de todos los males que nos asedian, tenemos una raíz espiritual común, la soberbia. Y esa soberbia es la que nos hace trabajar y ver la vida de tal manera que no estamos dispuestos a servir a Dios. También nosotros estamos heridos por ese “non serviam”.

    Mirando desde la Palabra, y pensando también de ese mal profundo que aqueja al hombre, muchas veces, lamentablemente, como no tenemos a veces la fe, no aceptamos el don de la fe, muchas orientaciones del ser humano hacen otras interpretaciones de los males del hombre. Le buscan soluciones, que no son soluciones. Nadie puede solucionar el mal de la soberbia si el hombre no es sanado espiritualmente. El manejo del hombre por sí mismo es parte del mismo mal.
    Cuando el hombre se basta a sí mismo, es autosuficiente, cuando no quiere reconocer la necesidad de la ayuda sobrenatural, estamos en el mismo problema, no hemos salido del mal de la soberbia.
    La soberbia la podemos definir así, como el deseo desordenado de excelencia propia. Un deseo desordenado, una locura de mí mismo. A ella se opone la virtud de la humildad. Por eso hablábamos como hablábamos de Jesús. El humilde obedece a Dios, busca Su gloria y lo alaba. El soberbio se basta a sí mismo. Y no necesita ni de Dios ni de los demás. Sólo los necesita en cuanto les conviene.
Pero todo gira en una exaltación del propio yo. Soberbio es el que practica la religión del “yoísmo”. Una de las tendencias fuertes de muchas líneas de pensamiento y muchas propuestas de técnicas para vivir en paz, de nuestro tiempo, que son terriblemente seductoras. Y que son parte de este lenguaje, de esta mentalidad, que se llama la “new age”. En la que en este mundo en que vivimos se plantea una cosmovisión así inmanente. Donde el hombre vive, busca y lucha, y todo lo logra dentro de sí mismo. El hombre no necesita creer en Dios para ser feliz y para lograr lo que tiene que lograr. Entonces se apodera de un poder, que es el espiritual, deja de lado a Dios.
Entonces “non serviam”, la raíz de todo pecado está allí, la soberbia.
La expresión de la soberbia queda muy significada en el relato de la tentación, que el demonio le hace, cuando quiere seducir a Adán y Eva, y de hecho lo logra.
La soberbia, podríamos decir, es una gran mentira. Es una enorme mentira, es una mentira trágica. Yo diría que genera la tragedia del mal, la mentira. La soberbia tiene esta manera de engañar. El demonio se vale de la mentira. De hecho, el Señor en sus mandamientos nos enseñó a los seres humanos, a que vivamos en la Verdad. En su mandato “no mentir”.
Pero el demonio les dijo “- ¿Así que Dios les dijo que no pueden comer de ninguno de los árboles del jardín? Mire la palabra que usa “ninguno”! Generaliza, absolutiza, y totaliza mintiendo, la manera de cómo Dios se ha expresado con el hombre. Qué lindo escuchar la expresión de Eva, que todavía no ha sido herida por el pecado. – No! Podemos comer de todos. –(es todo lo contrario)- No del árbol de la ciencia del bien y del mal. Solamente de él no podemos comer.
Había una actitud de obediencia y una comprensión de que había un orden. Y que Dios tenía una manera de hacer las cosas, y que Dios era el Señor. Por eso obedecían a Dios. Pero el padre de la mentira seduce, y hace ver la prohibición del árbol de la ciencia del bien y del mal, como una prohibición absoluta que recae sobre todo. Son esos universales mentirosos, con los cuales nosotros generamos tanta confusión. Nos desanimamos, y nos enterramos en la tragedia de la angustia, la desesperación, y la desolación, muchas veces, o a veces, lo hacemos con los que nos rodean. Cuando uno no está abierto a la Verdad siempre absolutiza los males.
Y una de las cosas que nos pasa habitualmente. Quiza la raíz en el fondo, surgida de la soberbia, o la soberbia ejerciendo su poder sobre nosotros, hace que veamos todo oscuro, como si todo estuviera podrido, como si esto no tiene orden, como si no hubiera ninguna salida.
También la soberbia podríamos definirla como vanagloria. Así en la expresión más tradicional hablamos de la vanagloria. Que es el deseo desordenado de prestigio, de fama, del aplauso o la admiración de los demás. O simplemente la aprobación. Vivo para ser aprobado. Mire si habrá gente que vive para ser aprobada. Que vive para que lo vean, para que lo noten, para que lo tengan en cuenta. Y nosotros le damos el mote de “bueno, es una persona que tiene falta de autoestima”. Y allí nos quedamos tranquilos. Es una visión de enfoque psicológico.
En realidad, cuando eso se vive realmente así y nos quedamos con esa visión lo que hacemos es confundir al ser humano en una visión inadecuada. Que es una visión psicologista. Y el hombre es mucho más. El hombre es mucho más que su propia psicología, el hombre tiene una vida espiritual. Y el hombre está llamado a ser hijo de Dios y a ser partícipe de la gloria de Dios. Y el hombre está tocado por el pecado. Si nosotros no aceptamos la experiencia del pecado en nuestra vida tenemos que inventar doctrinas.
Pero Dios ha hablado al hombre. Dios nos ha dicho hace mucho tiempo de que estamos heridos. Y saber que lo que Dios ha revelado, lo ha revelado para que nosotros sepamos cómo hemos de caminar. Para que mirando a Cristo contemplemos, no a alguien que fue bueno. Sino cómo podemos y debemos caminar. Cómo deben ser nuestras opciones, nuestros trabajos, nuestras luchas. Con qué conciencia. Y saber que solos nunca. Y que sólo dotados sobrenaturalmente por la Gracia de Dios, podemos siguiendo el camino de la humildad, luchar y vencer el mal profundo. Contra el cual nunca estará terminada la tarea. Y como decía alguien, la soberbia muere en el hombre 10 minutos después de que ha muerto el hombre.
Entonces un poco lo que le molestaba al Señor, en el Evangelio, es ver esa manipulación de la vida de los hijos de Dios. Sacados del camino de Dios, para ser conducidos por doctrinas extrañas inventadas por los hombres. La infidelidad a Dios nacida de la soberbia, y la falta de humildad es lo que está reclamando el Señor en el Evangelio de hoy.

Dice la Sagrada Escritura, que Dios lo último que creó, en el orden de la Creación, es el hombre. Y lo invitó a ser señor y a poner nombre a todas las cosas. Es decir, el Señor lo participó. Cuando a uno lo participan a algo y después uno arrebata eso como si fuera propio hay un atropello. Hay algo que no corresponde y que produce mucho daño. Cuando nosotros nos metemos y no nos corresponde hacemos macanas. Cuando nos ponemos a gobernar y a decidir, y le toca a otro, y quiero hacerlo yo se suceden muchas consecuencias que hacen daño, que molestan, que traen insatisfacción, que traen enojos, que producen medidas injustas. Es decir se desequilibra el orden.
Lo mismo, la soberbia. “Non serviam” significa yo ocupo el lugar de Dios. No me corresponde. La locura máxima en la vida humana es negar a Dios.
Queremos afirmar absolutamente, basado en la realidad cristiana, que no existe el hombre ser racional, sino para ser dotado por la luz sobrenatural de la fe. Para terminar de encontrar la salud y el orden en un trabajo en el que también participa el hombre, que es libre y que tiene con su libertad colaborar con la obra de la Gracia. “Ayúdate y Dios te ayudará”, nos dice San Agustín para esta tarea.
Entonces el demonio es el arquetipo, primero y principal de la soberbia. Es el ángel malo, cuya rebeldía ante Dios se expresa en aquella frase que recordamos hoy “no serviré” – “non serviam”. Terrible, no? Y la soberbia se manifiesta como una clara desobediencia. Esta palabra pasa a ser algo fundamental en la revelación cristiana y pasa a ser comprendido el mal, cuando aparece Jesús en el mundo. Cuando descubrimos a Cristo, cuando descubrimos la obediencia, la humildad, la capacidad de entender la vida como regalo, y de entregar la vida como vocación, escuchando el llamado y disponiéndose a la acción del Espíritu, Jesús es el modelo acabado del hombre íntegro, pleno que es el santo. Y eso es lo que queremos proponer también en Radio María.
A la luz de la Palabra el Señor choca con la soberbia, con la vanidad de los que nos quieren servir a Dios. Y hasta en nombre de Dios inventan, interpretan y acomodan una religión y una espiritualidad, en la que Dios no tiene muchas veces nada que ver. Cuidado con la soberbia.
Uno de los rostros claros de la soberbia, ciertamente es la desobediencia. Yo creo que lo que más pinta al soberbio es la desobediencia. Siempre tenemos argumentos para saber más de lo que se nos pide. Para indicar que lo correcto no va por donde se nos pide. Si no que lo correcto está dentro de nosotros. Por eso, la vanagloria encerrada en mi propio yo, es decir la egolatría. Yo sé las razones, yo no necesito que me las digan, yo no necesito que me ayuden, yo no quiero que me digan lo que tengo que hacer. Ese no acepto nada. El demonio es el arquetipo del soberbio.
Por eso digo, muchas veces nuestras acciones de soberbia, de autosuficiencia, nuestras negaciones de amor, nuestro no saber pedir ayuda, nuestro no querer reconocer que soy responsable, que yo hice esto, por ejemplo. Aceptar con realismo mi limitación, no, no. Auto justificarme. Cuando corriendo detrás de mí mismo, llevado por ese espíritu de soberbia, me busco de tal manera que sólo me regodeo de lo que yo hago, y a los demás los acepto en cuanto me son útiles, es decir los uso. No que comparto la vida con otro, no que aprendo de otro. No, no, yo no tengo nada que aprender. Ese mirar por encima del hombro la realidad, y sobre todo las personas que me rodean, creyendo que yo soy el ombligo de la realidad, estoy en el centro de todos. Esa figura del pavo real…. Tan bella. Me van a disculpar el ejemplo, pero cuando el pavo real despliega su belleza abre las plumas, un encanto… Pero, muestra el traste (hablando en criollo). Muestra el traste cuando quiere mostrar su belleza. Eso es la soberbia.
Saber que el hombre no se basta a sí mismo. ¡Cómo necesitamos de Cristo! Cómo necesitamos recuperar una mirada, una contemplación sobre el Cristo humilde, obediente, para ordenar nuestra vida y comprender el orden de nuestra existencia.

Muchas veces, detrás de muchos perfiles bajos, de aspecto de humildad, se esconde una terrible soberbia. La soberbia es un problema del corazón, de la intimidad de la psique. La base residual, desde donde ejerce el poder la soberbia es la inteligencia, la razón. Por eso, el demonio, cuando nos trabaja la soberbia, lo hace con mucha sutileza. Cuando tenemos más razones que la razón, o como dice el refrán “más papistas que el Papa”, entonces es una expresión de la soberbia.
La soberbia, además no sólo es un mal individual, sino también es un mal social, cultural y colectivo. Adquiere las formas de civilización y de cultura. El hombre es un ser relacional, un ser social, entonces, movido por la soberbia, genera también una forma social de ese mal. Y desde ese mal construye un mundo al margen de Dios. Un mundo en el que se define como dios en la construcción de la sociedad. El modelo de esto sería la descripción bíblica de la torre de Babel. Donde el Señor viene a confundir las lenguas, luego, para que el hombre se baje del caballo, pues.
Yo creo que esto es muy importante saber. El hombre por confiar sólo en su propio saber se hace juez de todo, y de todos, juzga todo según su saber y su punto de vista. Por confiar en su propio creer el hombre se pone caprichoso, es decir, arbitrario. Buscar realizar la propia voluntad a toda costa sin tener en cuenta a Dios. La voluntad de Dios no existe.
Uno de los problemas de la soberbia es la falta de escucha. Si esto lo llevamos al plano individual nos damos cuenta concretamente. Ahora, si de lo individual lo llevamos a lo social podemos también comprender lo vertiginoso del mal de la soberbia.
Cuando no hay la comunicación, cuando no hay escucha. El no entendernos, un problema profundo de nuestras culturas. Tenemos una comunicación tan fluida, sin embargo los contenidos de la comunicación son diferentes. Hablamos un mismo lenguaje, las palabras materiales, pero el contenido es otro. Se produce entonces, a  partir de la suficiencia de la soberbia una creciente incomunicación entre los seres humanos. Y vivimos una consecuente soledad que se expresa en el problema de la orfandad. Somos una sociedad huérfana. Es trágico decirlo, pero mire qué necesidad de abajarnos del caballo. Reconocer nuestros males, aprender de la humildad del Señor. Aprender la humildad de la primera comunidad cristiana (Hch 2) “ponían los bienes en común, escuchaban la Palabra”. Escuchaban, con sólo esa palabra ya definimos la lucha que tendría la primera comunidad cristiana.
El hombre de hoy tiene que volver a escuchar. Gran tema. ¿Cómo vencer la soberbia, sin la obediencia? La fe ejercida como obediencia. En la humildad, en el saber que necesito, que no soy por mí mismo. Aquellas palabras del Señor serán fundamentales ayer, hoy y siempre “sin mí no pueden hacer nada”.
Jesús no es pedante y suficiente. JESÚS ES LA VERDAD. Y la Verdad es simple. Es así. “Sin mi no se puede”.

Tenemos que mirar a Jesús humilde. Los cristianos tenemos que levantar la voz con el testimonio de nuestra obediencia al Señor. Y no tenemos que ser ingenuos. Y tenemos que ejercer el poder de nuestra fe. Tenemos que no ser poderosos y dominantes, simplemente ejercer el poder de nuestra fe, viviendo en humildad y obediencia.
“Parece estúpido, no tiene logro”. No te preocupes, miralo a Jesús. El también fue un fracasado por obedecer al Padre. ¿Quién hizo la obra? ¿Quién resucitó? El Padre.
El hombre vive de Dios, el creyente, movido por el Espíritu, no debe perder nunca esta visión.
Padre Mario Taborda