Reposar en el Corazón de Cristo desde nuestra pequeñez

viernes, 16 de junio de 2023

16/06/2023 –  “Vengan a mi todos los que están afligidos y agobiados y Yo los aliviaré”. Así nos invita Jesús  a los que no sabemos salir de los enredos de nuestras propias contradicciones, de tantas incomprensiones y rencores.

Jesús dijo:”Te alabo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, por haber ocultado estas cosas a los sabios y a los prudentes y haberlas revelado a los pequeños.Sí, Padre, porque así lo has querido.Todo me ha sido dado por mi Padre, y nadie conoce al Hijo sino el Padre, así como nadie conoce al Padre sino el Hijo y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar.”Vengan a mí todos los que están afligidos y agobiados, y yo los aliviaré.Carguen sobre ustedes mi yugo y aprendan de mí, porque soy paciente y humilde de corazón, y así encontrarán alivio.Porque mi yugo es suave y mi carga liviana.”

San Mateo 11,25-30

Nos propone cambiar la carga nuestra por su yugo, suave y liviano. Es su condición paciente y humilde la que estamos llamados a imitar para aligerar nuestras cargas. Allí en el reconocimiento de nuestra pequeñez el Señor nos regala los secretos de su corazón: “”Te alabo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, por haber ocultado estas cosas a los sabios y a los prudentes y haberlas revelado a los pequeños”

Testimonio de pequeñez y revelación de Dios  lo recibimos de la mano de Teresita del Niño Jesús: “Él había escuchado mi oración” de ser como una pelotita en las manos de Dios.  En Roma, después de que ella le va a pedir al Papa ingresar al Carmelo, “Jesús agujereó su jueguito, quería ver lo que había dentro y después de haberlo visto, satisfecho de su descubrimiento, dejó caer al suelo su pelotita y se quedó dormido”.

Ella hace una experiencia de mucho desasosiego de todo esto. Después de aquella visita, entre comillas, “frustrada” a Roma, después de la indagatoria, sintió que verdaderamente ella era ese juguetito que había sido ofrecido a las manos de Jesús. Pero el Señor, como siempre, en la oscuridad de la fe, le da una respuesta:

“Una Navidad, la hermosa fiesta de Navidad llegó, y Jesús no se despertó -dice Teresita- dejó en el suelo a su pelotita sin dignarse a echar sobre ella ni siquiera una mirada. Ella tenía la ilusión de poder pasar la Navidad dentro del claustro, y no fue así, Dios sostenía su esperanza con delicadeza”. ¿Cuál fue la delicadeza? Ella la cuenta: “Al volver de la misa de medianoche encontré en mi habitación una palangana muy bonita y en medio un barquito que llevaba al pequeño Jesús dormido, con una pelotita a su lado. Lo había puesto mi hermana Celina y en la vela del barco había escrito estas palabras: “Duermo pero mi corazón vela”. En el barco, en la quilla, había puesto una palabra “Abandono” a modo de nombre del barco. Si Jesús no hablaba a su pequeña prometida – dice Teresita- si todavía sus divinos ojos seguían cerrados, al menos se revelaba a ella por medio de almas que comprendían toda la delicadeza y todo el amor de su corazón”.

“Lo seduciré… y le hablaré a su corazón” (Os 2,16)

Dios es Padre y creador. Nos ama infinitamente, porque en nosotros encuentra la imagen del Hijo. Es celoso de nosotros. Nos conoce hasta lo profundo, “él, que ha plasmado nuestro corazón y conoce todas nuestras obras”. Por lo tanto sabe muy bien que nuestro corazón es a menudo una confusión de intereses, preocupaciones, afectos diversos y contrastantes. Está también el Señor, ciertamente, pero no es el único, ni necesariamente el más grande amor de nuestra vida. Tenemos necesidad de ser purificados para que llegue a serlo, y es para esto que él, padre bueno y misericordioso, nos visita con la prueba. Crea en nosotros esas situaciones de desierto, de soledad afectiva, de rechazo por parte de alguno, de lucha y tribulación, de fracaso y desilusión…, de todo aquello que necesitamos, para ser liberados de nuestros ídolos. En efecto, en la prueba es en donde sale a flote lo que verdaderamente tenemos en el corazón, qué hay de auténtico y qué no. Es decir, se revela nuestro verdadero rostro: nuestro apego a nosotros mismos, a nuestra buena reputación, a los resultados de lo que hacemos, a las creaturas y a las cosas.

En esta conciencia más verdadera y real de nosotros mismos, cuando las ilusiones caen y no nos desorientan más, la voz del Señor resuena más clara. Cuando se ha hecho, finalmente, un poco de silencio, el Señor habla y nosotros podemos escucharlo. ¿Qué es la experiencia de Dios en la fe si no escuchar su voz, quedándonos desnudos y sin defensas ante él para que se nos revele? Hacemos la experiencia de Dios cuando se nos revela en su palabra y su modo de actuar inconfundible, y comenzamos a entender que nos conviene dejarlo libre para que actúe como él desea, aunque nos duela.

Así es como gustaremos de su intimidad cuando, aun por el camino de la purificación y despojo, lleguemos a liberarnos de otros amores que nos invaden demasiado. Es cuando dice Dios mismo de Israel: “Por eso lo voy a seducir: lo llevaré al desierto y hablaré a su corazón” (Os 2,16). No existe un verdadero conocimiento de Dios que no nazca en la soledad de un desierto y que no madure entre las dificultades de la prueba. Pero todo esto –desierto y prueba- es don del amor de Dios, porque “el Señor reprende al que ama, como un padre a su hijo muy querido” (Prov 3,12).

Oración

Santa Faustina Kowalska (1905-1938)

Pequeño diario, 1321

“Soy paciente y humilde de corazón”

Te saludo, misericordiosísimo Corazón de Jesús,

Viva fuente de toda gracia,

Único amparo y refugio nuestro,

En ti tengo la luz de la esperanza.

Te saludo, Corazón  de mi Dios,

Insondable, viva fuente de amor,

De la cual brota la vida para los pecadores,

Y los torrentes de toda dulzura.

Te saludo, Herida abierta del Sagrado Corazón (Jn 19,34),

De la cual salieron los rayos de la misericordia

Y de la cual nos es dado sacar la vida,

Únicamente con el recipiente de la confianza.

Te saludo, inconcebible bondad de Dios,

Nunca penetrada e insondable,

Llena de amor y de misericordia, siempre santa,

Y como una buena madre inclinada sobre nosotros.

Te saludo, Trono de la misericordia, Cordero de Dios,

Que has ofrecido la vida por mí,

Ante el cual mi alma se humilla cada día,

Viviendo en una fe profunda.