Revestidos de Cristo, renovados en Su gracia

jueves, 20 de agosto de 2020
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20/08/2020 – En el Evangelio de hoy  Mateo 22,1-14, Jesús nos invita a participar del banquete del Reino y para hacerlo hay que revestirse de un nuevo ropaje.

León Tolstoi en un breve relato narra que había un rey severo que pidió a sus sacerdotes y sabios que le mostraran a Dios para poder verlo. Un pastor se ofreció a explicarle, le dijo al rey que no era solamente por sus ojos como iba a encontrar a Dios.  Para reconocerlo debemos intercambiar nuestros vestidos, le dijo. Con cierto recelo pero impulsado por la curiosidad para conocer la información que esperaba el rey accedió y entrego sus vestiduras reales al pastor y se vistió con la ropa sencilla de ese pobre hombre. En ese momento recibió como respuesta: esto es lo que hace Dios.

Para vivir este tiempo en la clave de Dios, dejémonos revestir con su ropaje, recibamos el regalo de la humildad, la fraternidad, la paciencia y la esperanza que nos quiere regalar. Entregale tu ropa y pedile la suya.

 

 

 

Jesús habló en parábolas a los sumos sacerdotes y a los ancianos del pueblo, diciendo: El Reino de los Cielos se parece a un rey que celebraba las bodas de su hijo. Envió entonces a sus servidores para avisar a los invitados, pero estos se negaron a ir. De nuevo envió a otros servidores con el encargo de decir a los invitados: ‘Mi banquete está preparado; ya han sido matados mis terneros y mis mejores animales, y todo está a punto: Vengan a las bodas’. Pero ellos no tuvieron en cuenta la invitación, y se fueron, uno a su campo, otro a su negocio; y los demás se apoderaron de los servidores, los maltrataron y los mataron. Al enterarse, el rey se indignó y envió a sus tropas para que acabaran con aquellos homicidas e incendiaran su ciudad. Luego dijo a sus servidores: ‘El banquete nupcial está preparado, pero los invitados no eran dignos de él. Salgan a los cruces de los caminos e inviten a todos los que encuentren’. Los servidores salieron a los caminos y reunieron a todos los que encontraron, buenos y malos, y la sala nupcial se llenó de convidados. Cuando el rey entró para ver a los comensales, encontró a un hombre que no tenía el traje de fiesta. ‘Amigo, le dijo, ¿cómo has entrado aquí sin el traje de fiesta?’. El otro permaneció en silencio. Entonces el rey dijo a los guardias: ‘Atenlo de pies y manos, y arrójenlo afuera, a las tinieblas. Allí habrá llanto y rechinar de dientes’. Porque muchos son llamados, pero pocos son elegidos.

San Mateo 22,1-14.

 

El escritor ruso León Tolstoi en un breve relato narra que había un rey severo que pidió a sus sacerdotes y sabios que le mostraran a Dios para poder verlo. Los sabios no fueron capaces de cumplir ese deseo. Entonces un pastor que volvía del campo se ofreció para realizar la tarea de los sacerdotes y los sabios. El pastor le dijo al rey que no era solamente por sus ojos como iba a encontrar a Dios. Entonces el rey quiso saber al menos que es lo que hacía Dios ya que por los ojos no lo podía ver, por el hacer podía descubrirlo. Para responder ésta pregunta le dijo el pastor al rey debemos intercambiar nuestros vestidos. Con cierto recelo pero impulsado por la curiosidad para conocer la información que esperaba el rey accedió y entrego sus vestiduras reales al pastor y se vistió con la ropa sencilla de ese pobre hombre. En ese momento recibió como respuesta: esto es lo que hace Dios

Cristo intercambia la ropa con nosotros. Nos da su vestimenta y se reviste de nosotros. El Hijo de Dios, el Dios verdadero, renunció al esplendor de lo divino. Se despojó de su rango, dice Filipenses 2,6 tomó la condición de esclavo pasando por uno de tantos y así actuando como un hombre cualquiera se rebajó incluso hasta someterse a la muerte y muerte de cruz.

Asumió lo que era nuestro para que nosotros pudiéramos recibir lo que era suyo esto es hacernos semejantes a El. San Pablo refiriéndose a lo que ocurre en el Bautismo usa explícitamente la imagen del vestido. Todos los bautizados en Cristo, dice Gálatas 3, 27, se han revestido de Cristo .Esto es precisamente lo que sucede en el Bautismo, nos revestimos de Cristo. El nos da sus vestidos que no son algo externo. Significa que entramos en una comunión existencial con El, su ser y el nuestro confluyen y se compenetran mutuamente. Ya no soy yo, dice el Apóstol, quien vive sino que Cristo es quien vive en mi. Así describe Pablo en la Carta a los Gálatas 2, 20 el acontecimiento de su Bautismo en el Espíritu.

Yo te invito a que en la búsqueda de lo que debes revestirte seas capaz de despojarte de lo que hoy anula tu alma, la entristece, opaca tu mirada, le quita fuego al ardor de tu entusiasmo y te revistas de la novedad de Jesús en aquello que necesitas renovar desde la Gracia Bautismal para estos tiempos nuevos. Revestirnos de Cristo, renovarnos en la Gracia Bautismal para poder participar del banquete de las bodas del Cordero, para que cuando pase Jesús hoy por delante nuestro nos vea con el traje de fiesta.

Jesús es el que nos reviste desde dentro hacia afuera

En Efesios 4, 22 dice Pablo: deben despojarse de esa vida anterior, del hombre viejo y revestirse del hombre nuevo creado según Dios en la justicia y santidad, en la verdad, por tanto desechando la mentira hablen con verdad cada cual con su prójimo. Somos miembros unos de otros. Si así lo hacen alcanzarán la vida. En éste camino de renovarnos en Cristo por la gracia bautismal Dios nos invita a reconocer que necesitamos cambiar nuestro ropaje, nuestro modo de estar y vincularnos, en la forma de estar en el mundo de hoy que exige de parte de nosotros un testimonio vivo, claro, transparente. Los hombres de éste tiempo, dice Evangeli Nuntiandi, esperan de los cristianos que le hablen de un Dios al que ellos están viendo. El camino por el cual nosotros los hacemos contemplativos del rostro de Dios sin duda el camino de la fe profunda trabajada en la oración desde el espíritu del silencio donde Dios habla con claridad, El mismo nos reviste de su presencia. Presencia de Dios que ha venido a intercambiar con nosotros el ropaje. El ha tomado nuestro dolor y nuestra alegría, nuestra hambre y sed, el cansancio , las esperanzas y las desilusiones, el miedo a la muerte, todas nuestras angustias, nos ha dado su vestido. El viene a revestirnos de la novedad de una presencia que nos haga estar de cara a los demás con aquello que Pablo dice tan claramente en Gálatas, la vida de Cristo en nosotros, ya no soy yo quien vive, es Cristo quien vive en mi ( Gálatas 2, 20). La novedad de hombre que Dios constituye en nosotros nos invita a ir hasta las raíces mismas de nuestro ser donde el mismo Cristo ha tomado el puesto nuestro para revestirnos de El y así mostrar al mundo la maravilla, la belleza de humanidad que viene presentada en Jesús. El mundo de hoy se va a salvar por esto, por la belleza, la bondad, por la grandeza, por la dignidad, por la solidaridad, el compromiso de una humanidad nueva en Cristo que es la que deseamos que aparezca en el corazón mismo de los hombres que tienen hambre y sed de éste Dios al que esperan ver en nosotros como quienes hablamos de El habiéndolo contemplado y vivido en lo profundo de nuestro corazón.

Cristo, el modelo de hombre nuevo

Esa es la figura a imitar. Imitar a Jesús es tomar el Evangelio y dejarnos alcanzar por sus virtudes desde las humanas hasta las morales, de la sinceridad, el amor, la mansedumbre, la vida interior. Nuevamente pensamos que todo esto es muy difícil. Nos olvidamos que contamos con la gracia, los sacramentos, la oración, el ejemplo de los santos, la intercesión de la oración de los hermanos. Al lograrlo obtenemos los frutos que brotan de la vida del Espíritu: paz, gozo y alegría. El signo de que los frutos del Espíritu han obrado en nosotros el don de hacernos hombres y mujeres nuevos para éste tiempo pasa por aquí, por la paz, el gozo y la alegría. No hay que pensar que ésta imitación la vamos a lograr en poco tiempo. Una lucha que dura toda la vida aunque se logren algunos avances no significa que vamos a vivir sin defecto. Siempre será una posibilidad de mejorar. Este es el camino que Dios quiere para nosotros. Un camino de crecimiento progresivo, constante, sostenido en El buscando en su presencia por el camino de la oración y en el ejercicio de la caridad en la búsqueda del compromiso de la transformación del mundo, en la lectura adecuada de lo que ocurre en el mundo interactuando con el donde Dios mismo está hasta llegar a la plenitud del hombre nuevo en El, en Cristo.