21/08/2014 – En el evangelio de hoy el Padre invita a la boda de su hijo, y ante la negativa de participar de sus invitados, manda a sus servidores a invitar a los cruces de los caminos a todos y sin condición. Lo único que pide es que estén vestidos para la ocasión: Nos vestimos de fiesta cuando todo lo que hacemos está marcado por esta fuerza del amor.
“Para entrar en la fiesta del reino estamos llamados a hacer nuevas todas las cosas, pero desde la fuerza del amor” @Pjaviersoteras — Radio María Arg (@RadioMariaArg) agosto 21, 2014
“Para entrar en la fiesta del reino estamos llamados a hacer nuevas todas las cosas, pero desde la fuerza del amor” @Pjaviersoteras
— Radio María Arg (@RadioMariaArg) agosto 21, 2014
Jesús les habló otra vez en parábolas, diciendo: “El Reino de los Cielos se parece a un rey que celebraba las bodas de su hijo. Envió entonces a sus servidores para avisar a los invitados, pero estos se negaron a ir. De nuevo envió a otros servidores con el encargo de decir a los invitados: ‘Mi banquete está preparado; ya han sido matados mis terneros y mis mejores animales, y todo está a punto: Vengan a las bodas’. Pero ellos no tuvieron en cuenta la invitación, y se fueron, uno a su campo, otro a su negocio; y los demás se apoderaron de los servidores, los maltrataron y los mataron.
Al enterarse, el rey se indignó y envió a sus tropas para que acabaran con aquellos homicidas e incendiaran su ciudad. Luego dijo a sus servidores: ‘El banquete nupcial está preparado, pero los invitados no eran dignos de él.Salgan a los cruces de los caminos e inviten a todos los que encuentren’. Los servidores salieron a los caminos y reunieron a todos los que encontraron, buenos y malos, y la sala nupcial se llenó de convidados.
Cuando el rey entró para ver a los comensales, encontró a un hombre que no tenía el traje de fiesta. ‘Amigo, le dijo, ¿cómo has entrado aquí sin el traje de fiesta?’. El otro permaneció en silencio. Entonces el rey dijo a los guardias: ‘Atenlo de pies y manos, y arrójenlo afuera, a las tinieblas. Allí habrá llanto y rechinar de dientes’. Porque muchos son llamados, pero pocos son elegidos”.
Mt 22,1-14
“Nos vestimos de fiesta cuando todo lo que hacemos está marcado por esta fuerza del amor” @Pjaviersoteras — Radio María Arg (@RadioMariaArg) agosto 21, 2014
Hablando de los tiempos finales el Antiguo testamento identifica como tiempos de plenitud la viña y el banquete. Hoy la figura que utiliza el Señor es el del banquete y no cualquiera, sino una boda. En esta boda hay gente que se niega a participar y hay algunos que son invitados después para sumarse a la fiesta. Todos están invitados, cualquiera sea la condición, el único requisito es que tengan ropa de fiesta. ¿Qué significa esto? Una vez que uno entiende el mensaje del evangelio como lugar de vida en la construcción de un mundo nuevo hay que disponerse a participar de esta dimensión de la vida con una ropa adecuada.
San Pablo lo dice en la carta a Gálatas, “ustedes revístanse de Cristo Jesús”. La vestimenta es la transformación en Cristo y ese camino se da por un sendero muy claro y definido: el mandamiento del amor. Aquí está el verdadero proceso de transformación de nuestros corazónes. Nos vestimos de fiesta cuando todo lo que hacemos está marcado por esta fuerza del amor. Es la carne de Cristo la que tocamos cuando con el amor de Dios nos acercamos a los que más nos necesitan. Eso es revestirse de Cristo Jesús con la fuerza de transformación que trae la caridad.
Dice Carl Jung, aquel psicólogo discípulo de Freud, que el mayor enemigo de una gracia de transformación es una vida de éxito. Como todo está bien dice, no hay lugar para cambios. Sería como el “estado de confort”, el “sueño americano”, donde por el camino de la sociedad de consumo todo parece estar espléndido y bien, pero por dentro no es así. Como detrás de la apariencia y del lado de la cultura de la imagen, con Hollywood como paradigna, nos venden una realidad que pinta perfecta pero el corazón está podrido. Cuando el mundo del éxito y de las luces busca querer gobernar nuestra vida no hay forma de cambiar, porque en realidad no hay nada que cambiar. Es una gran mentira y un engaño. A la fiesta se va con un traje nuevo, pero a éste se lo construye con un proceso de transformación que supone asumir que no está tan bien.
Cuando tenemos un cierto status decimos ¿qué más le puedo pedir a la vida?. Ahí se produce el estancamiento, en donde la vida se nos hace aburrida y rutinaria, y como diría Martín Descalzo, se transforma en un gran bostezo existencial. Para entrar en la fiesta del reino con nuestras manos estamos llamados a hacer nuevas todas las cosas, pero desde la fuerza del amor. Como una vez que hablando con Doña Jovita, me dijo que una gran terapia para uno mismo es saber recuperar el trabajo manual y más que eso en concreto, es sentir que metemos las manos en el barro. Supone hacer lo que hacemos con amor.
Doña Jovita intervino en la catequesis con un emocionante relato de un carpintero que queda solo en el campo y decide crearse un “Pinocho” de madera de Tala. A fuerza de amor y ternura lo hará despertar.
Padre Javier Soteras
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