Revestirse de Cristo

jueves, 20 de agosto de 2015
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20/08/2015 – Jesús habló en parábolas a los sumos sacerdotes y a los ancianos del pueblo, diciendo:
El Reino de los Cielos se parece a un rey que celebraba las bodas de su hijo. Envió entonces a sus servidores para avisar a los invitados, pero estos se negaron a ir. De nuevo envió a otros servidores con el encargo de decir a los invitados: ‘Mi banquete está preparado; ya han sido matados mis terneros y mis mejores animales, y todo está a punto: Vengan a las bodas’.

Pero ellos no tuvieron en cuenta la invitación, y se fueron, uno a su campo, otro a su negocio; y los demás se apoderaron de los servidores, los maltrataron y los mataron. Al enterarse, el rey se indignó y envió a sus tropas para que acabaran con aquellos homicidas e incendiaran su ciudad. Luego dijo a sus servidores: ‘El banquete nupcial está preparado, pero los invitados no eran dignos de él. Salgan a los cruces de los caminos e inviten a todos los que encuentren’.

Los servidores salieron a los caminos y reunieron a todos los que encontraron, buenos y malos, y la sala nupcial se llenó de convidados. Cuando el rey entró para ver a los comensales, encontró a un hombre que no tenía el traje de fiesta. ‘Amigo, le dijo, ¿cómo has entrado aquí sin el traje de fiesta?’. El otro permaneció en silencio. Entonces el rey dijo a los guardias: ‘Átenlo de pies y manos, y arrójenlo afuera, a las tinieblas. Allí habrá llanto y rechinar de dientes’. Porque muchos son llamados, pero pocos son elegidos.

Mt 22,1-14

Revestidos de Cristo

El Señor ha querido cargar con nuestra condición pecadora y regalarnos el don de filiación con el Padre.

El escritor ruso León Tolstoi en un breve relato narra que había un rey severo que pidió a sus sacerdotes y sabios que le mostraran a Dios para poder verlo. Los sabios no fueron capaces de cumplir ese deseo. Entonces un pastor que volvía del campo se ofreció para realizar la tarea de los sacerdotes y los sabios. El pastor le dijo al rey que no era solamente por sus ojos como iba a encontrar a Dios. Entonces el rey quiso saber al menos que es lo que hacía Dios ya que por los ojos no lo podía ver, por el hacer podía descubrirlo. Para responder ésta pregunta le dijo el pastor al rey debemos intercambiar nuestros vestidos. Con cierto recelo pero impulsado por la curiosidad, accedió y entrego sus vestiduras reales al pastor y se vistió con la ropa sencilla de ese pobre hombre. En ese momento recibió como respuesta: esto es lo que hace Dios, Cristo intercambia la ropa con nosotros. Nos da su vestimenta y se reviste de nosotros. El Hijo de Dios, el Dios verdadero, renunció al esplendor de lo divino. Se despojó de su rango, dice Filipenses 2,6 tomó la condición de esclavo pasando por uno de tantos y así actuando como un hombre cualquiera se rebajó incluso hasta someterse a la muerte y muerte de cruz. Al ropaje de fiesta nos la entrega el Señor, nos da su vestimenta y se reviste de nuestra pobre condición.

Es el momento de darle al Señor nuestro ser. Describí esa entrega empezando por los afectos, las posesiones, las responsabilidades, los proyectos y los sueños, las caídas y los pecados… hasta que sintamos que le hemos entregado todo. En ese momento, darle la bienvenida a lo que el Señor nos regala y nos dignifica: su sencillez y su gracia que lo penetra todo. A nosotros nos toca darle lo nuestro en actitud de entrega; también el darle la bienvenida a lo que el Señor nos ofrece. 

Asumió lo que era nuestro para que nosotros pudiéramos recibir lo que era suyo esto es hacernos semejantes a El. San Pablo refiriéndose a lo que ocurre en el Bautismo usa explícitamente la imagen del vestido. Todos los bautizados en Cristo se han revestido de Cristo (Gal 3, 27). Esto es precisamente lo que sucede en el Bautismo, nos revestimos de Cristo. El nos da sus vestidos que no son algo externo. Significa que entramos en una comunión existencial con El, su ser y el nuestro confluyen y se compenetran mutuamente. “Ya no soy yo, dice el Apóstol, quien vive sino que Cristo es quien vive en mi” (Gal 2, 2o). Así describe Pablo en la Carta a los  el acontecimiento de su Bautismo en el Espíritu.

Jesús es el que nos reviste desde dentro hacia afuera

En Efesios 4, 22 dice Pablo: deben despojarse de esa vida anterior, del hombre viejo y revestirse del hombre nuevo creados según Dios en la justicia y santidad, en la verdad, por tanto desechando la mentira hablen con verdad cada cual con su prójimo. Somos miembros unos de otros. Si así lo hacen alcanzarán la vida.

En éste camino de renovarnos en Cristo por la gracia bautismal Dios nos invita a reconocer que necesitamos cambiar nuestro ropaje, nuestro modo de estar y vincularnos, en la forma de estar en el mundo de hoy que exige de parte de nosotros un testimonio vivo, claro, transparente, sin ser del mundo. Los hombres de éste tiempoesperan de los cristianos que le hablen de un Dios al que ellos están viendo, dice Evangeli Nuntiandi. Por lo tanto el existencial modo de vincularnos con el Señor termina siendo un faro que ilumina a los demás que encuentran en nosotros con la vestimenta que Dios nos unge.

El camino por el cual nosotros los hacemos contemplativos del rostro de Dios sin duda el camino de la fe profunda trabajada en la oración desde el espíritu del silencio donde Dios habla con claridad. Allí Él mismo nos reviste de su presencia. Presencia de Dios que ha venido a intercambiar con nosotros el ropaje. Cargó sobre sí nuestras culpas y nos reviste con su amor. El ha tomado nuestro dolor y nuestra alegría, nuestra hambre y sed, el cansancio , las esperanzas y las desilusiones, el miedo a la muerte, todas nuestras angustias, nos ha dado su vestido. El viene a revestirnos de la novedad de una presencia que nos haga estar de cara a los demás con aquello que Pablo dice tan claramente en Gálatas, la vida de Cristo en nosotros: ya no soy yo quien vive, es Cristo quien vive en mi ( Gálatas 2, 20).

La novedad de hombre que Dios constituye en nosotros una gracia de novedad, estrenando un vestido nuevo. Los hombres de hoy también buscan a Dios, aún sin saberlo. Podrán verlo si podemos hacer el intercambio de ropajes, y así encontrarse con la carne de Jesús en nuestro pobre testimonio. Que en nosotros muchos puedan encontrar el rostro del Dios viviente y así mostrar al mundo la maravilla, la belleza de humanidad que viene presentada en Jesús.

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Cristo, el modelo de hombre nuevo

Jesús es el modelo de humanidad nueva. Esa es la figura a imitar. Imitar a Jesús es tomar el Evangelio y dejarnos alcanzar por sus virtudes desde las humanas hasta las morales, de la sinceridad, el amor, la mansedumbre, la vida interior. Nuevamente pensamos que todo esto es muy difícil. Nos olvidamos que contamos con la gracia, los sacramentos, la oración, el ejemplo de los santos, la intercesión de la oración de los hermanos. Al lograrlo obtenemos los frutos que brotan de la vida del Espíritu: paz, gozo y alegría en el Señor y nos damos cuenta que las señales que nos visitan son un regalo para cada uno de nosotros pero sobretodo para ofrecerlos. Mientras más nos donamos en Él más fruto produce el intercambio de nuestra condición pecadora por la suya que nos reviste de un hombre nuevo.

Esta entrega de nosotros mismos en Él y la capacidad de recibirlo supone una alianza. El quiere tomar todo lo que nos pesa, lo que no nos sale, todo lo que es sin sentido, oscuridad y pesado. Él está dispuesto a este intercambio sólo por una razón: para celebrar un misterio de alianza por el don de su amor.

La invitación a ser transformados de hoy es por el camino del despojo de sí mismo para que sea en su gracia que seamos revestido por el amor, la ternura y la sencillez de Cristo.

El signo de que los frutos del Espíritu han obrado en nosotros el don de hacernos hombres y mujeres nuevos para éste tiempo pasa por aquí, por la paz, el gozo y la alegría. No hay que pensar que ésta imitación la vamos a lograr en poco tiempo. Una lucha que dura toda la vida aunque se logren algunos avances no significa que vamos a vivir sin defecto. Siempre será una posibilidad de mejorar. Este es el camino que Dios quiere para nosotros. Un camino de crecimiento progresivo, constante, sostenido en El buscando en su presencia por el camino de la oración y en el ejercicio de la caridad en la búsqueda del compromiso de la transformación del mundo, en la lectura adecuada de lo que ocurre en el mundo interactuando con el donde Dios mismo está hasta llegar a la plenitud del hombre nuevo en El, en Cristo.

Elías se quitó el manto, lo enrolló y golpeó las aguas. Estas se dividieron hacia uno y otro lado, y así pasaron los dos por el suelo seco.
Cuando cruzaban, Elías dijo a Eliseo: “Pide lo que quieres que haga por antes de que sea separado de tu lado”. Eliseo respondió: “¡Ah, si pudiera recibir las dos terceras partes de tu espíritu!”. “¡No es nada fácil lo que pides!, dijo Elías; si me ves cuando yo sea separado de tu lado, lo obtendrás; de lo contrario, no será así”.
Y mientras iban conversando por el camino, un carro de fuego, con caballos también de fuego, los separó a uno del otro, y Elías subió al cielo en el torbellino.
Al ver esto, Eliseo gritó: “¡Padre mío! ¡Padre mío! ¡Carro de Israel y su caballería!”. Y cuando no lo vio más, tomó sus vestiduras y las rasgó en dos pedazos.
Luego recogió el manto que se le había caído a Elías de encima, se volvió y se detuvo al borde del Jordán.

2 Rey 2, 8 sig

Nosotros también le pidamos al Señor que nos revista con su manto mientras Él va delante de nosotros con le fuego de su amor, que nos revista de su presencia y que reciba la pobre ofrenda de nuestras vidas.

Padre Javier Soteras