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Rincones de la historia en donde el cielo se anticipa
lunes, 4 de junio de 2007
En la medida de tus recursos, vive bien, hijo mío, y presenta al Señor ofrendas dignas. Recuerda que la muerte no tardará y que el decreto del Abismo no te ha sido revelado. Antes de morir haz el bien a tu amigo y dale con largueza en la medida de tus fuerzas. No te prives de un día agradable ni desaproveches tu parte de gozo legítimo. ¿Acaso no dejarás a otro el futuro de tus trabajos, y de tus fatigas, para que la repartan en herencia? Da y recibe, olvida tus preocupaciones, porque no hay que buscar delicias en el Abismo. Todo ser viviente envejece como un vestido, porque está en pie la antigua sentencia: “Tienes que morir”. En el follaje de un árbol tupido, unas hojas caen y otras brotan: así son las generaciones de carne y de sangre, una muere y otra nace. Toda obra corruptible desaparece y el que la hizo se irá con ella.
Eclesiástico 14, 11 – 19
Esto que resuena de diversas maneras según esté agudizado nuestro oído para captar el mensaje que nos acaba de dejar el libro del Eclesiástico, en el fondo tiene un único mensaje muy claro: no vale la pena afanarse por tantas cosas y preocuparse por tantas cosas, desvivirse por tantas cosas, cuando en realidad hay pocas de ellas que nos llevan la vida en el sentido de plenitud.
Son las que compartimos con los demás, son los momentos vividos sencillamente junto a los otros los que nos hacen felices, los que quedan marcados en nuestro corazón, como son por ejemplo la sobremesa de un domingo en casa, el despertar de ayer domingo cuando tu mujer te esperaba con el mate cebado, cuando tu marido fue a hacer las compras y trajo el pan para desayunar juntos, cuando tu hijo te sorprendió a la mañana con el diario cuando volvía del baile.
Todo aquello que tiene que ver con la cosa simple, sencilla, con la nuestra, con la cotidiana, que nos sorprende y nos llena de alegría.
Y a veces la sorpresa está en descubrir que hay cosas que están siempre en el mismo lugar y a las que uno nunca le prestó atención, por ejemplo sobre el patio de tu casa, sobre tu cocina, sobre tu oficina, sobre el trato con tu amigo o con tu amiga, sobre esa historia que nunca te contó y que forma parte de su historia y de su vida tan simple como profunda, íntima.
Ese detenernos frente a lo simple, a lo sencillo, a lo cotidiano, ese entresacarle el gusto a la vida es a lo que nos invita hoy la Palabra. Es el estilo de Nazaret, es el modo de vivir de la familia que en lo escondido vive este secreto: “en esa casa vive el Hijo de Dios”. Y eran tan simples como los vecinos de al lado, como los del frente, tan sencillos en su quehacer cotidiano como los que vivían en el pueblo de Nazaret.
María, José y el niño, llevaban un secreto en su corazón: la presencia del mismo Hijo de Dios encarnado en Jesús, nacido de María por obra del Espíritu Santo, cuya paternidad se le confía a José en una revelación en sueños tan fuerte, tan bella y tan hermosa como la que recibió María cuando el Ángel le dijo que sería la Madre del Hijo de Dios.
Todo esto está escondido entre los trabajos de la carpintería, la simpleza y la sencillez de la cocina y de la casa.
Mientras se vive la oración, se comparte la vida de amistad, de familiaridad, allí hay un secreto, como en tu historia también hay un secreto lleno de vida escondido en lo simple y en lo sencillo.
¿Cuáles son las cosas simples y sencillas que en tu vida traen el código de un secreto que llena de vida?. Así de sencillo va a ser nuestro participar hoy en la catequesis. Hay momentos simples, sencillos que traen un secreto de vida. ¿Cómo se descubren o como identificamos estos secretos?, cuando, por ejemplo, en una llamada telefónica a vos te viene mucha alegría en el corazón, cuando al recibir una carta o un correo electrónico vos decís ¡qué lindo poder encontrarnos, que lindo poder estar con el otro!.
El viernes pasado nos encontrábamos para compartir historias con los compañeros de secundario, hacía mucho que no me reía como el viernes pasado, acordándonos de historias que hacen a la adolescencia y cuando uno las trae a la memoria con aquellos que compartió un momento tan importante de la vida, como lo son los compañeros de secundario, te llenan de vida.
Nosotros hemos tenido la gracia de mantenernos reunidos, siempre la casa de Mónica termina siendo el lugar donde todos nos congregamos para gozar y disfrutar de los mismos recuerdos, de las mismas historias, pero cada vez que los compartimos tienen un sabor distinto, de eso se trata, de recordar lo mismo, de vivir lo mismo, pero con un sabor distinto, eso es sabiduría, don de sabiduría.
Contanos que pedacito de tu casa, de tu historia, de tu relación de amistad o de familiaridad esconde este costado de vida que te hace gozar y disfrutar con la sencillez que trae como mensaje ese mate, ese diario leído a la mañana, ese abrazo de amigo, ese encuentro de recuerdos.
En algún rincón de tu historia, de tu casa, de tu trabajo, de tu pasado o de tu presente, hay algo que se repite y sin embargo trae siempre un mensaje de gozo y de alegría.
Cuando el corazón está abrumado, triste y agobiado, en esos momentos en donde vos sentís que todo se va como cerrando y que no hay mucha salida, cuando nuestra sensación interior es de “no va más”, de “ya no se puede más”, necesitamos alguna satisfacción para que nos cure, alguna alegría que nos sane, algún recuerdo que nos vuelva a la infancia o a la adolescencia para que nos despierte a la vida, que nos traiga, más que nostalgia, recuerdos que dan vida, porque la nostalgia no es sana, la nostalgia es, etimológicamente hablando, una idea que duele y que está en el pasado.
Es en el recuerdo y la memoria, y la memoria que se hace en agradecimiento a la vida, donde verdaderamente se nos regala esa posibilidad de curarnos interiormente, cuando pasamos por esas instancias de estar como abrumados, como golpeados por todas partes y es bueno, en el pasado y también en el presente, hacernos de estos gustos en el recuerdo del pasado que nos hizo tanto bien, que lo agradecemos, y en el presente que nos hace tanto bien, que también vivimos con la intensidad que merece ser vivida la vida.
Este tipo de gusto que nos damos es parte de la vida y es indispensable para evitar que caigamos por el peso de todo lo que nos toca sobrellevar en algún decaimiento que termine por hundirnos.
Siempre un amor completo está acompañado por un placer, por este gusto.
El amor de pareja y el amor de amistad, el amor de Dios, el amor fraterno, el amor compartido en el trabajo y el compañerismo, tienen como esta cuota de gusto interior que debemos aprender a administrar.
San Ignacio de Loyola tiene esa máxima suya que hemos dicho en otra oportunidad y que vale la pena traerla aquí y ahora, para darnos cuenta de como es que se hace sabio el corazón humano en el gustar, cuando dice: “no está en el mucho reflexionar lo que satisface el corazón humano sino en el gustar interiormente lo que descubre que viene de la mano de Dios”.
Y estos simples gustos que nos damos, estos simples gustos que nos encontramos en el camino cuando vamos por la vida, son para disfrutarlos verdaderamente, que es más que pasarla bien, es como detenerse frente a ellos y dejar que los mensajes de vida que traen reaviven el corazón y nos llenen del Espíritu nuevo, rejuvenezcan nuestra vida, nuestra interioridad y nos permitan mirar hacia adelante.
Solo cuando la historia se hace presente aquí y ahora, hoy tiene sentido y mañana es verdaderamente futuro. Por eso es que ahí está escondido ese rincón, no tantas veces bien aprovechado, que puede ser un rincón de la historia, como me pasó a mi el viernes cuando nos juntamos a recordar nuestra adolescencia, o puede ser un rincón de tu casa, o puede ser ese rincón de todos los días como es la mesa compartida, o ese otro rincón de la charla con tu amiga o con tu amigo.
Hay rinconcitos de la vida que tienen este mensaje de vida y hay que saber cuidarlos como cuidas las plantas de tu casa cuando las riegas todas las mañanas o a las tardecitas, así a esos rincones también hay que regarlos porque nos traen vida.
Gustar interiormente es mucho más que pasarla bien. Cuando uno la pasa bien se pasa, cuando uno gusta interiormente es como está rumiando hacia adentro lo que la vida deja con su mensaje y que rejuvenece siempre.
Abrí la puerta de tu casa y describinos tu rincón de vida, ese que todos los días riegas con encuentros, con momentos, donde descubrís que verdaderamente allí se respira vida siempre nueva.
En cada desayuno, en cada abrazo, en cada beso, en cada caricia, en cada momento de esos que se repiten y que sin embargo nunca son iguales, de eso se trata, son esas memorias interiores que tenemos que nos permiten revivir cada jornada, cada día, cuando nos damos el tiempo “para”, para que la vida no nos pase por arriba, para que lo cotidiano no nos genere aburrimiento, para que lo de todos los días no se haga “un largo bostezo”, como dice Martín Descalzo, sino que verdaderamente, en lo de todos los días podamos encontrar la vida que se esconde.
La rutina puede ser algo que te mate o puede ser un momento de mucha vida, depende donde esté clavada la rutina, si es en tu agenda, y entonces corresponde casi a un obsesivo recorrido de hechos que todos los días son iguales, o en tu corazón, y entonces cada gesto o cada palabra, a pesar de repetirse, se hace nuevo, y trae la novedad de lo que en ese día se repite pero de una forma distinta, en otro contexto.
Depende donde esté instalado nuestro quehacer cotidiano, depende de que en nuestra rutina encontremos vida o encontramos un bostezo. Hay que aprender a gustar, hay que aprender que el mensaje de la felicidad está escondido en algún rincón, o en los rincones que forman parte de tu vida, y que además son compatibles con el placer que te da la vida y que forman parte de lo nuestro para poder vivir saludablemente, “darnos el gusto de”, “darnos la posibilidad para”.
Son duras las agendas de este tiempo, son exigentes los ritmos de vida.
El otro día me contaba una mamá joven la cantidad de viajes que hace durante el día, para ir y llevar, en medio de su trabajo de profesora, a sus chicos para ingles, gimnasia, tarea en la casa del compañero, salida de la escuela, y como se combinan con el padre… si esto no se hace con amor, esta mamá no va a terminar de descubrir si es mamá o transportista.
Sólo el amor permite marcar la diferencia entre la maternidad y el servicio puerta a puerta que hace a cada rato y en cada momento, esa madre que lleva, trae y está atenta a todo lo que pasa en la casa y además la comida, las cosas listas para el marido y su trabajo es mamá, y también persona, y mujer.
O es mujer orquesta o es una madre con un corazón grande, que a pesar de que esto se repite todos los días, en cada uno de esos encuentros tiene la posibilidad de descubrir su gran vocación y el gran don que Dios le regaló.
Sólo el amor es lo que permite descubrir estos sentidos, y el amor vivido en plenitud hace que la agenda, por más exigente que sea, no termine por comernos el sentido de la vida, no termine por llevarse el gusto por vivir, el gusto y el placer de vivir.
Te invito a que recorras tu agenda y nos acerques esos momentos simples y sencillos donde vos sentís que, en medio de todo lo que te toca cada día, hay un latido de vida que esconde una presencia de un Dios que te sostiene y te alienta a seguir adelante.
Ahondemos un poquito sobre el sentido del gusto y del placer interior en la vida espiritual, ese que a veces en la espiritualidad cristiana ha sido bastante golpeado y maltratado, bajo una imagen de un Dios riguroso y desde una fe vivida bajo la ley, la regla y el quehacer, casi como si el misterio de la salvación y la presencia de un Dios que nos redime con su amor, estuviera más en manos nuestras que en manos de Él, y entonces un determinado comportamiento, una determinada acción, un modo determinado de vivir la fe, una cierta penitencia o el cumplimiento de una serie de normas son las que terminan por darle sentido a la vida.
Lejos de todo esto está la presencia de un Dios que en su infinita misericordia toma la iniciativa, viene a nuestro encuentro y, como hijos a los que ama y mucho, nos regala la posibilidad de gozar anticipadamente el cielo que nos tiene prometido, que no será otra cosa que gozo en el espíritu, gozo interior, un gran banquete.
Se habla así en la palabra de Dios como para representar eso, el gusto, el gozo y el placer que da la presencia de Dios definitivamente en la eternidad.
Hemos de recuperar esta dimensión en la espiritualidad y aprender a gustar, no solo en la oración sino también en las cosas simples donde Dios está presente.
Dios no está en el mucho hablar sino en el gustar, en el aprender a disfrutar, en el aprender a hacernos amigos de las cosas simples, en esa dimensión de cielo con la que Dios quiere que vivamos el presente, el aquí y el ahora.
Dios ama el placer, la felicidad y el gozo sencillo y sensible de ser lo que somos. Es cierto que Dios permite el sufrimiento, por distintos motivos puede éste integrarse positivamente en la espiritualidad cristiana, pero no es menos cierto que lo primero en el querer divino es el gozo humano y la alegría humana.
Nadie estará marcado a fuego por este propósito si no se convence a fondo de que Dios lo ama y desea su propia felicidad, si no percibe con íntima gratitud que Dios se complace en su placer y en su alegría.
Por eso, vivir gozosos y alegres no es darnos un permiso en la vida, es vivir en estado anticipado el cielo, y si el mundo de hoy necesita de algo para entenderse a si mismo y para comprender como puede hacerse para mejorar su estado habitual, es acercarle el cielo, porque éste será el estado definitivo, y solo quien sabe cual es el fin hacia donde va, puede ordenar sus pasos y su vida en función de ese objetivo claro que aparece delante suyo.
Nosotros hemos sido creados para el cielo, para la eternidad, y la eternidad tiene un estado interior único, que no cansa, que renueva permanentemente la vida y la hace eterna, el cielo, el gozo y la alegría son sinónimos.
Cielo, gozo y alegría eternos son los modos como Dios nos quiere viviendo.
Te invito a eso, a renovar tu cielo, que supone aprender y reaprender a gozar, aprender y reaprender a disfrutar, en lo simple y en lo sencillo.
Detenete ahí, porque ahí, en lo simple, en lo sencillo, donde vos sentís que no se pasa la vida sino que se queda, ahí está el anticipo de lo eterno, rincones de la historia, del presente, de lo cotidiano, de lo de todos los días, en donde el cielo se anticipa.
Posiblemente no encuentres nada por allí, son de esos días donde no te viene al corazón lo que hoy es propuesta de redescubrir lo simple y sencillo que te trae interiormente un gusto que es vida.
Y para aquellos que no encuentran en nada el que poder gustar desde adentro del corazón, sepan que son miles las posibilidades que se esconden en el corazón para poder hacer esta experiencia sana y transformarte.
Regar una planta y percibir todas las formas que hay en ella, no como quien la mira obsesivamente, sino como quien se deja llevar por lo que trae de belleza esa planta, mirar los árboles, tocarlos, sentir que cada cosa de la naturaleza es sagrada, porque es grato a Dios eso que está allí para que lo contemplemos, como ese bellísimo cielo celeste que tenemos hoy en Córdoba, como tomar un te y apreciar serenamente su sabor, su aroma, la temperatura de la taza, tomarse un mate calentándose las manitos, gustar y disfrutar de eso que habla a encuentro y que tiene que ver con más de lo que supone chupar la bombilla.
Gozar de la luz del sol, del cielo.
Es bueno detenerse a observar la propia casa, el lugar donde uno se reencuentra todos los días con todos los detalles, cocinar, por ejemplo, sin apurarte, amando lo que vas haciendo, y los distintos utensilios que vas utilizando tratarlos con el amor que supone el fin para lo que los usas, para que otros tengan una buena comida, que es más que hacer una rica comida, que es hacerla con el amor que sale de tu corazón que lo hace distinto.
Como se dice por allí “está rico pero por sobre todo está hecho con amor, se siente” porque es el detalle, el ambiente, es esa pizca de algo que tiene una determinada comida que la hace distinta de la comprada, es distinta que la que hicimos porque había que hacerla, tiene otro gusto.
Cuando uno se puede deleitar con la lectura de una poesía, dejándose llevar por las imágenes que ahí se describen, es un lugar donde se recupera ese gusto que sana, este placer que transforma.
Estar con un amigo, charlar, conversar, proyectar, escucharse, llorar juntos, no porque el llanto produzca placer, sino porque la amistad que se hace sentimiento compartido es la que verdaderamente sana.
Cuando uno cuenta un cuento, o cuenta una historia y le despierta a otro una sonrisa, cuanto bien que nos hace. O escuchar música, melodías, ritmos, el timbre particular de una voz, de esas que sacuden el alma.
También es sano y saludable en este sentido, darse un tiempo para relajar los músculos, para escribir y expresar lo que hay en el interior. Si sabes tocar un instrumento y hace mucho que no lo tocas, tómalo, tócalo.
Aprovechar los lugares públicos para mirar, explorar, visitar.
A mí me hace bien mirar fotos de antes y detrás de la imagen de cada una de las personas que estaban retratadas allí te viene algo de lo compartido de la vida, que sano y saludable que es esto, cuando el mirar por ejemplo fotos del pasado, te lo trae al otro, te trae su historia, te trae lo vivido, lo compartido.
Capaz que eso sea la eternidad, es tan intensa la vida y tan rica en sus detalles que posiblemente la eternidad sea en parte eso, estar mirando lo vivido y no perderse ni un segundo, ni un detalle de lo vivido, gozarlo y disfrutarlo.
Te sobra la eternidad para eso si lo vivís en eternidad, por eso la vida vale la pena ser vivida, así, intensamente, compartinos esos pedazos de cielo tuyo o esos que estás buscando para vivir feliz, como Dios quiere que vivamos y para sanarla desde el placer y del gusto que Dios quiere que tengamos por la vida, de hecho, el tiene mucho gusto de habernos creado y habernos hecho a su imagen y semejanza.
Padre Javier Soteras
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