Roles vulnerables al abuso espiritual

jueves, 5 de noviembre de 2009
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            Cuando la religión es tomada como una adicción, cuando es funcional a algunos desórdenes emocionales que nosotros tenemos, cuando no podemos madurar, crecer como personas autónomas, independientes, integradas, responsables de nuestra vida, muchas veces, así como hay quienes buscan consuelo y –fundamentalmente- fuga en determinadas sustancias de las cuales quedan prendados como de una muleta para poder caminar, también vemos este desorden emocional fundamentalmente de la personalidad en relación a lo religioso.

            Hablamos de la adicción religiosa y también del abuso espiritual, es decir, quienes abusan de otra persona usando algo así como su poder religioso –que no tiene que ver con que tengan un rol eclesial, ni tampoco lo excluyen-. Estamos hablando de una actitud del corazón de quienes abusan de otros a través de la espiritualidad, de la religión –cualquiera sea ésta-.

            Es un desorden que se puede presentar en cualquier ámbito de la vida religiosa. No es patrimonio de una u otra comunidad religiosa, aunque sí se acrecienta, se desarrolla, se subraya fuertemente en lo que nosotros denominamos sectas, donde se da claramente de una manera exponencial este fenómeno de abuso espiritual, según el cual alguien ostenta de alguna manera un poder espiritual que le permite hacer sentir su superioridad, usar la cabeza de los demás en nombre propio.

 

            Hoy vamos a abordar cuatro roles que son susceptibles de la adicción religiosa o del abuso espiritual. Estos roles están tomados de la misma Biblia. Estos roles ya se insinúan de alguna manera en los tiempos de Jesús. Son roles, lugares que ocupamos dentro de la sociedad, de la vida, o de la comunidad religiosa y que podrían permitir –como ya sucedía en tiempos de Jesús- especulaciones de abuso espiritual o adicción religiosa.

           

            Uno de esos roles es el que desempeña el fariseo. En el Evangelio se habla muchísimo de ellos y los describen con rasgos muy negativos, conflictivos, como opositores al proyecto de Jesús, como los que le tienden pruebas, los que traman su muerte, los que le hacen preguntas capciosas. Alguno que otro, como Nicodemo, que es inteligente y descubre en el mensaje de Jesús algo que le interesa, y entonces va de noche –se intuye que para no ser visto por sus compañeros-, porque si bien su corazón le decía que en este Maestro había Palabra de Dios, tenía sus dudas. Y cruzarse hacia la comunidad de Jesús conllevaba muchísimos riesgos para él.

            Los fariseos formaban parte de una comunidad de prestigio, de renombre, además de toda la satisfacción que proporciona sentir que uno es respetable. Al mismo tiempo, -lo vemos en Lc 18,11- la satisfacción que sentía el fariseo en el rol, adicto a su propia rectitud, cuando –según dice el Evangelio- entra en el Templo y dice “¡oh, Dios, te doy gracias porque no soy como el resto de los hombres!, yo cumplo con la ley…” y empieza a enumerar todos los cumplimientos que él hace. Acá Jesús nos quiso retratar un modo de posicionarse frente a la vida, frente a lo religioso, que es susceptible de convertirse en un tipo de problema como el de la adicción religiosa.

            Probablemente en esta imagen de los fariseos del Evangelio a veces tan alejada de nosotros en el tiempo, no nos permite darnos cuenta de todos los parecidos que podemos tener con ellos.

            Los fariseos surgen como laicos –distintos de los sacerdotes de la ley- que se proponen reformar profundamente la práctica religiosa. Se proponen algo así como una radicalidad, una vuelta a las fuentes, y se oponen a que los sacerdotes limiten la revelación exclusivamente al Pentateuco, y quieren abarcar todos los aspectos de la vida, desde los severos Profetas hasta los jubilosos Salmos. Ellos querían que la vida toda se transformara en un culto divino. Tenían muy buena intención, y ponían además de la intención mucha responsabilidad. Era un grupo coherente, que buscaba la radicalidad y el compromiso. No los pongamos tan lejos de nosotros. Lo que pasa es que los Evangelios están teñidos de un conflicto, esta disputa, esta herida amarga, terrible que sucede después de la muerte de Jesús entre la incipiente comunidad cristiana y el sector de los fariseos, conflicto que termina en la ruptura y la excomunión de las comunidades cristianas de dentro de las practicas de la religión judía. Debe haber sido para esta primera comunidad cristiana un trauma muy fuerte haber sido ‘cortados del Tronco que le ha dado vida’ al reino de Dios y al mesianismo.

            Los fariseos tenían la intención de ser una respuesta de amor a Dios, pero debido justamente a esta práctica y esta ubicación del corazón, esta tendencia e intención de ser respuesta se transforma en una carga que solo buscaba las formas externas de ser bueno y de ser merecedor del amor de Dios.

            Generalmente se describe a los fariseos con rasgos de responsables en su intento de ser exactamente buenos a costa del amor auténtico. Se los ve como adictos a la obediencia perfecta  a cada letra de la ley, y también a verse bien a los ojos de los demás. Ellos asumen el compromiso de ser testimonios y cumplidores férreos de la ley de Moisés. Al igual que los hipócritas, limpian la taza muy bien por fuera y la dejan sucia por dentro, aunque tenemos serias dudas de que se hayan dado cuenta. Ellos tienen deseos de que se los vea, quizá para beneficiarse de alguna manera, satisfacerse de esta imagen social que daban. Pero también hay que reconocer que ellos buscaban y de corazón la propia rectitud. Y establecían con Dios una especie de intercambio. De todas maneras, Jesús –que ve sus corazones- les advierte eso: están abusando de los demás, porque en nombre de reglas estrictas en cuanto al lavado, el ayuno, la comida, los sábados, etc. se comportan igual que su dios que frunce el ceño y dice “deberías”. Por eso Jesús los denuncia diciéndole “ustedes ponen cargas muy pesadas al hombre de la gente, no entran ustedes y tampoco dejan entrar”, porque el continuo ‘deberías’ no deja entrar a los hombres al reino de los cielos.

            El fariseo actúa porque para merecer el amor de Dios ‘tengo que’, en lugar de ‘quiero hacerlo’ porque Dios ya me ama’.

            Hay un sacerdote jesuita que cuenta su propia experiencia de práctica fariseo de la religión, y dice así: “como usé la religión de un modo adictivo para ocultar la vergüenza que sentía sobre mi mismo pareciendo bueno, era vulnerable a cualquiera que me revelara una forma religiosa de mejorar, sin importarme tanto si constituía o no un perfecto ejemplo. Por ejemplo: cuando se nos alentaba a pegarnos latigazos en el cuerpo, al igual que mis compañeros, yo obedecía porque me parecía que era otra forma de tratar de mejorar. Jamás se me ocurrió que se tratara de una práctica abusiva. Muchos años más tarde, cuando un amigo cuestionó si era sano eso, mi primera reacción casi instintiva fue defender a quienes me habían alentado a hacerlo. Del mismo modo en que yo era adicto a mi familia nuclear y me sentía obligado a hacer quedarla muy bien, me adhería a las prácticas religiosas y sentía obligación de defenderlas ni siquiera cuestionándome, ni siquiera permitiéndome pensar si realmente era lo que Dios quería para mí o no. Como yo tenía adentro el dios de los fariseos, cuyo amor debía merecer, mi imagen de Dios no hacía más que reforzar mi vulnerabilidad para la adicción religiosa y abuso espiritual, y me relacionaba con Dios según la forma basada en la vergüenza”  ¿a qué se refiere esta ‘relación basada en la vergüenza? A que cuando niños somos avergonzados, humillados, no del todo valorados, no del todo apoyados –porque necesitamos ser apoyados, necesitamos más palabras de aliento de las que se cree, necesitamos que se nos apruebe: venimos como un recipiente vacío que debe ser llenado-, procesamos la vergüenza que nos da nuestro propio ser volviendo la ira hacia adentro, y nos esforzamos por ser niños modelo. Exactamente como el hermano mayor de la parábola del Evangelio: él se sentía con derecho a reclamar. Le parecía injusta esa fiesta ofrecida a un bandido, a un hijo desobediente y desagradecido. El se sentía como el ‘niño modelo’, y según él nunca nadie le había premiado por semejante bondad. A diferencia de este ‘hermano rebelde’ estos hermanos responsables tratan de obedecer y de no meterse en problemas. Tienen que defender a la familia aún cuando sea la misma familia la que los hostiga o la que los avergüenza. Y muchas veces nos encontramos con personas que son víctima de abusos espirituales, y son los primeros en defender a sus abusadores, porque sienten que de ese modo pueden ir limpiando una tras otra, todas las capas de vergüenza y de falta de estima que tienen. Siempre tienen que sacarse un 10, y por lo tanto obviamente tienen que ser muy obsecuentes con aquellos que los califican.

            Ser fariseo es mucho más que ser hipócrita. Ser mentiroso. Ha quedado asociado solamente a esto: una persona que cuida mucho su imagen y que no es coherente con ella. Es mucho más. Es una patología del corazón también,m entre otras cosas. Además de constituir a veces el tinte de organizaciones, de comunidades. Los fariseos vamos atrayéndonos entre nosotros y vamos construyendo complicidades en base a nuestra patología de la mente y del corazón, porque en el fondo la conciencia grita algún malestar, esta sensación de división profunda. Nos va diciendo que no estamos integrados, o que nos estamos mientiendo. Y esos malestares se pagan caros. Aunque uno siente que zafa rápidamente en cuanto a las apariencias sociales, con el tiempo –porque así habla también la voz de la conciencia y del corazón: lentamente- nos vamos enfermando: sentimos malestar o vergüenza de nosotros mismos. Pero no ya aquella vergüenza originaria que es la que muchas veces constituye este mal, sino vergüenza de no hacer nada por modificarlo, de no saber siquiera quienes somos ni qué es lo que pensamos o sentimos, convertidos en satélites permanentes de algún sol al que le obedecemos obsecuentemente ¿por qué?

            Ahora bien: en Flp 3,5-6, vemos que Pablo se sentía orgulloso de llamarse fariseo. Esto explica que los fariseos tenían cosas buenas. Pablo, convencido del amor por encima de la ley, descubridor nato de la liberación del amor de Dios por encima de todo merecimiento y de todo cumplimiento: fue su lucha dentro de la comunidad cristiana: “esto de la circuncisión no va más”, “nosotros no hacemos un pacto con Dios, recibimos su amor gratuitamente”. Creo que si se sentía orgulloso, es porque el fariseo en sí mismo y por tanto su comunidad, tienen hambre de santidad.

            Lo mismo Nicodemo: se acerca a Jesús y lo primero que hace, dicho vulgarmente, es ‘chuparle las medias’: “Maestro: sabemos que hablas en nombre de Dios…” Y Jesús lo sorprende, lo descoloca. Y va como niño obediente y responsable. Y cuando defiende a Jesús, lo hace diciendo que las leyes exigían que al acusado se lo escuchara y que se comprobara lo que había hecho (Jn, 7,50). Es decir, no defiende a Jesús desde el corazón, desde el convencimiento, sino que apela a las leyes, lo cual también es positivo.

           

            Hay una experiencia que cuenta este sacerdote que se siente liberado de ese rol de fariseo, que va al fondo de la herida y que tal vez nos puede llevar a descubrir por qué a veces nos tornamos tan fariseos, tan exigentes, que ante el fracaso redoblamos la apuesta exigiéndonos cada vez más, permanentemente esforzándonos por mostrar que valemos. Generalmente esto puede tener origen en algún momento en que nos sentimos muy avergonzados y que sentimos que la forma de limpiar esa vergüenza o esa descalificación o esa culpa era a través del cumplimiento. Cumplo y miento (me miento a mí mismo).

 

            “Mi recuerdo más temprano de la herida que me llevó a adoptar el rol de niño responsable, es de cuando tenía unos 2 años. Mi hermanito recién nacido estaba acaparando toda la atención. Mi forma de llamar la atención era llevar una almohada para la siesta de mi papá al sofá para cuando él volvía del trabajo. La almohada era más grande que yo, pero aún recuerdo el orgullo que sentía por ser un ayudante responsable. Era lo único que mi hermanito no podía hacer. Pero todas las visitas iban primero a abrazar al bebé y después venían a abrazarme a mi. De esa manera lograba que mi papá me abrazara a mi primero. Mi recuerdo mas doloroso de la decisión de ser un niño responsable ocurrió cuando tenía 7 años. Un día él, comenzó a respirar con un sonido asmatico y creíamos que estaba resfriado. Teníamos miedo de llevarlo al médico con tanto frío, así que lo llevamos a pasear diciéndole a mamá que estaba tan preocupada que ya se le iba a pasar. Finalmente vino una enfermera del barrio, y le dijo a mi mamá que llamara a una ambulancia urgente. El muri`´o de colapso de tráquea a 5 minutos del hospital. Yo lo quería mucho, y como hermano mayor me sentí responsable de su muerte. Estaba seguro de que mi mamá hubiera llamado la ambulancia 5 minutos antes si yo no le hubiera dicho que no se preocupara. Tal vez, tantas veces de luchar con élo tratando de romperle el pescuezo le había producido un debilitamiento de la tráquea –todas las culpas que pasan por la mente infantil-. Cuando mis padres me dijeron que Dios se había llevado al cielo a mi hermano para que fuera más feliz, yo recordé aquellas peleas y pensé: ‘si yo lo hubiera hecho más feliz aquí, Dios no hubiera tenido la necesidad de llevárselo’. Hice esta promesa interior: pondré más esfuerzo y de aquí en adelante no seré nada malo, seré el más responsable, seré el mejor, seré el más bueno.”

 

            Quizá muchos de nosotros hayamos hecho pactos similares a raíz de alguna gran culpa vivida con la mente infantil. Se ven muchas veces personas adultas que viven sentimientos de culpa aún cuando su inteligencia le diga claramente que no..

            Sobre todo las rivalidades y los celos que tienen los niños son sentidas por ellos muchas veces, cuando ocurre una desgracia, que ésta se debe a eso, y pueden generar hechos muchas veces traumáticos. ¿Cómo se sale de esto? Siendo amado en nuestro peor aspecto. Es el mismo diálogo que este sacerdote, dialogando con su maestro de novicio tuvo como experiencia. El hace una confesión de esas profundas, destinadas a limpiar el alma en sus rincones màs profundos, y aún habiendo pasado muchos años él le cuenta en esa confesión que se sentía responsable de la muerte de su hermano. Esa culpa seguía habitando en él. En esa ocasión, el maestro lo abraza diciéndole : “Dios te ama más que nunca, y yo también”. Y él relata:

“Supe por primera vez que me amaban en mi peor aspecto. Con este amor pude perdonarme. El fariseo responsable que había en mí, ya no dice más ‘me esforzaré más para que nada de esto vuelva a suceder’. El niño responsable y obediente que había en mi, ya no se iba a hacer más cargo de ser un niño bueno, sino de recibir el amor de Dios.” Y esta es la liberación y la sanación: entrar en contacto con nuestros recuerdos más dolorosos, con esos sentimientos que nos producen culpa o vergüenza, compartirselos a alguien si se puede, y si no a Jesús, y experimentar su amor en nuestros aspectos que vivimos como más vergonzosos o peores. Dejarnos abrazar por su amor. Recién después de una experiencia de amor no merecido, es de donde surgen –como en Pedro- esos discípulos y seguidores de Jesús inclaudicables. Pedro tuvo que pasar por ese aspecto: negar tres veces a Jesús y después sentir su mirada amorosa amándolo en su peor aspecto: el de la traición, el de haber borrado de un plumazo por vergüenza, por miedo o lo que fuera, todo el vínculo estrechísimo que tenía con Jesús. Recién después de haber confesado tres veces a Jesús que lo amaba, después de haber tenido la experiencia del amor de Jesús en su peor aspecto, pudo pastorear su rebaño

 

levanto mis manos, aunque no tenga fuerzas , levanto mis manos, aunque tenga mil problemas.

cuando levanto mis manos, comienzo a sentir una unción, que me hace cantar.

levanto mis manos, comienzo a sentir el fuego

levanto mis manos ,mis cargas se van nuevas fuerzas ,tú ma das

todo esto es posible, todo esto es posible cuando levanto mis manos.

 

            Nosotros tenemos en los Evangelios una fuerte confrontación entre todo lo que fue el Proyecto de Jesús, sus palabras, y toda la estructura política religiosa y económica que giraba en torno al templo. Fijémonos en lo que puede ser un sistema en aquellos tiempos imperiales y monárquicos. Si a veces cambiar un sistema en tiempos democráticos nos cuesta tanto, el cambio de mentalidad, de corazón, de actitud…Estamos tan embargados, porque el sistema se nos mete hasta por la piel: sistemas de exclusiones, de rivalidades, de competencias, de individualismo, de indiferencia, de sálvese quien pueda. Nos damos cuenta de que estamos operando desde ese paradigma.

            En aquellos tiempos, donde el poder religioso, político, económico, estaba todo amalgamado: contra esto se enfrenta Jesús, y le cuesta la vida. Y aquí andaban dando vuelta los fariseos.

            El rol del fariseo es el del que se suma a un sistema por una profunda vulnerabilidad. Jesús intenta una y otra vez: se dice que la resurrección de Lázaro es un signo destinado a ellos, y la frustración que experimenta Jesús cuando ellos, lejos de conmoverse –porque el fariseo llega un momento en que tiene el corazón muy duro, de piedra, como las tablas de la ley, por el enorme esfuerzo y voluntad que ha puesto en ser obediente, responsable, cumplidor, que no va a entregar gratuitamente por una migaja de comprensión todo ese capital y esa energía que ha invertido en desarrollar ese rol: ahí se le va la vida. Y Jesús intenta por todos lados: va a la casa de ellos, les explica, usa parábolas, pero el fariseo, cuanto más grande y viejo se pone por dentro y por fuera, más se endurece. Se endurece tanto que ni siquiera Jesús pudo encontrar la llave para abrir su corazón. El trata de buscar, con algunos gestos –como por ejemplo el de no lavarse las manos antes de comer- la forma de conversar sobre estos temas del cumplimiento exterior de la ley descuidando la justicia y el amor de Dios. En aquel tiempo, ellos pagaban el impuesto de la menta, la ruda y las legumbres. ¿Qué pagamos nosotros hoy para adquirir prestigio, fama, honorabilidad, distinción, adulaciones? Y descuidamos el amor de Dios. Y el Señor dice: hay que practicar esto sin descuidar aquello. Es decir, no se trata de ser irresponsables, descorteses o malos ciudadanos.

            Cuando Jesús habla de “sepulcros blanqueados” en la cena del fariseo a la que es invitado, un Doctor de la ley –ya no un laico-, le dice: “cuando hablas de esta forma nos insultas también a nosotros”. Y Jesús le responde “¡ay de ustedes, también, porque imponen a los demás cargas insoportables pero ustedes no las tocan…ay de ustedes que construyen sepulcros a los profetas a quienes sus mismos padres mataron…”, es decir, ‘hagamos de un profeta un mito, construyamos estatuas, digamos qué bueno que era’, pero no nos hacemos cargo de los compromisos que esas personas asumen y las causas que defienden. Es decir, admiran a los profetas pero no los escuchan. Se consideran fanáticos de ellos, pero no los siguen.

            “Por eso la sabiduría de Dios ha dicho: yo les enviaré profetas y apóstoles. Matarán y perseguirán a muchos de ellos, y así se pedirá cuenta a esta generación…” Qué serio que es esto!: que seria es nuestra capacidad de ahogar el amor de Dios ¿qué seria, y qué repercusiones graves tiene en la sociedad, en la vida eclesial, en nuestra iglesia y fuera de ella nuestra capacidad de optar por nuestro propio ego y pagar cualquier costo, inclusive el de silenciar la voz de los profetas actuales con tal de quedar bien con los demás.

            Dejémonos llevar aunque sea por un ratito por esta experiencia sanadora del amor de Dios. Seamos capaces de entrar en contacto con algún recuerdo doloroso en general de la niñez o adolescencia, en el cual sentimos la presión según la cual si no hacíamos las cosas de tal forma de tal manera íbamos a quedar excluidos del territorio del amor. Dejemos que presencias amables, protectoras que alguna vez hayamos tenido vayan lavando esos traumas. Démonos permiso para sentir ese dolor, y al mismo tiempo para sentir ese alivio. Recordemos las experiencias en las que alguna vez hemos sido amados incondicionalmente. Creo que todo ser humano pasa en algún momento por una experiencia así, y creo que es un regalo de Dios. Si todavía no la tuvimos, pidámosla. La experiencia del amor realmente incondicional es tan revolucionaria! La gratuidad del amor de Dios, es tan insoportable allí donde nos duele, que nos vamos a encontrar con el fariseo que a cualquier costo quiere hacer un contrato para controlar lo incontrolable del amor de Dios.

 

            El del fariseo es uno de los roles vulnerables a la adicción religiosa. Nos quedan otros a desarrollar: el rebelde samaritano, el estenio perdido, el animador saduceo. Serán para la semana próxima

 

EL MILAGRO

Aun no puedo asimilar lo que me ha sucedido,
El milagro mas glorioso que yo he vivido
Que después de malgastar lo que no era mío,
Lo he tenido que pagar,
Traicione aquel que me devolvió la vida
Humille al que curo toda mi herida
Y en mi huida coseche lo que merecía .
Y desvanecida en mi dolor
En algún momento el me encontró
Y he despertado en el redil, no se como
Entre algodones y cuidados del pastor
Y antes de poder hablar de mi pasado
Me atraviesan sus palabras y su voz.
Que se alegra tanto de que haya
Vuelto a casa, que no piense
Que descanse que no pasa nada.
Y al dormir en su regazo cada día
Tengo vida tengo dueño y soy querida.
He aprendido la lección del amor divino
Que me transformo cruzándose en mi camino
Y que dio a mi vida entera otro sentido.
Otra meta y otro fin.
Yo no se lo que traerá para mi el mañana
Pero se que nunca se apagara su llama
Salga el sol por donde quiera el me ama,
Se lo que es la gracia y el perdón
Su misericordia es mi canción.
Y he despertado en el redil, no se como
Entre algodones y cuidados del pastor
Y antes de poder hablar de mi pasado
Me atraviesan sus palabras y su voz.
Que se alegra tanto de que haya
Vuelto a casa
Que no piense que descanse que no pasa nada.
Y al dormir en su regazo cada día
Tengo vida tengo dueño y soy querida.