19/04/2016 – “Todos se reunían asiduamente para escuchar la enseñanza de los Apóstoles y participar en la vida común, en la fracción del pan y en las oraciones. Un santo temor se apoderó de todos ellos, porque los Apóstoles realizaban muchos prodigios y signos. Todos los creyentes se mantenían unidos y ponían lo suyo en común: vendían sus propiedades y sus bienes, y distribuían el dinero entre ellos, según las necesidades de cada uno. Intimamente unidos, frecuentaban a diario el Templo, partían el pan en sus casas, y comían juntos con alegría y sencillez de corazón; ellos alababan a Dios y eran queridos por todo el pueblo. Y cada día, el Señor acrecentaba la comunidad con aquellos que debían salvarse”.
Hch 2,42-47
El camino de la transformación de la imagen real de Dios pasa por la fraternidad y el regalo grande de vivir como hermanos. Allí se recoge una experiencia interesante del amor de Dios, del amor trinitario de Dios. El amor de Dios es trinitario.
En la comunión fraterna aprendemos qué es este Dios familia, este Dios que es comunidad: Padre, hijo y Espíritu Santo, un único Dios, un mismo Dios. Estas diferentes personas, una misma naturaleza. Dios atrae y sostiene a quienes tienen esta nostalgia de Dios en el corazón, y se despierta lo que hemos perdido cuando podemos encontrarnos como hermanos.
El texto de hoy nos dice que gracias a la vida fraterna y al compartir el pan, como muchos hermanos se van incorporando a la vida del evangelio. Ojalá entendamos cuánto significa la oración de Jesús al final de su vida cuando clama al cielo “que sean uno Padre para que el mundo crea”. La vida fraterna y la necesidad de hacer posible que muchos se acerquen al misterio de Dios que es amor por el vínculo que nos sostiene y nos hermana.
Esta presencia de Dios familia, este rostro real de Dios comunidad se aprende en el vínculo amoroso de la relación fraterna con la presencia de Dios convocándonos. Todo de lo que estamos hablando, es gracia. Es el don de la conversión. Convertirse a Dios por el camino fraterno es abrirnos a Dios que nos invita a la conversión desde el encuentro con los hermanos. Dios es amor, porque da amor y porque vive el misterio de amor, y los vínculos internos a la relación trinitaria son de amor. De la trinidad, del mismo Dios, brota el amor que se da y que recibe. Ese amor es el que nos llama y nos convoca para permanecer en comunión con Dios y la fraternidad.
Cuando hay vínculo fraterno, aún cuando se está en soledad, se experimenta como una constante fuente de amor. Es gracia el poder vivir la interioridad del vínculo con Dios. Es gracia de fraternidad, la comunidad fraterna y es gracia la experiencia de Dios recogida en la Palabra que se vivencia desde la fe en la lectura, en la oración, en el estudio. San Jerónimo decía: “quien no conoce la palabra, no conoce a Dios”. Conocer la palabra es conocer a Dios y conocerlo es entrar en este vínculo de fraternidad. La Palabra nos revela el misterio más hondo de lo que Dios es y quiere vivir con nosotros.
El encuentro vivencial, el encuentro fraterno y al mismo tiempo, filial con la Palabra de Dios que sale al cruce de mi vida para ponerle un norte, una orientación para sanar en el lugar donde la vida necesita ser acariciada, para consolar, para fortalecer, para cuestionar. También para invitar a cambiar, para corregir. Todo esto va completando el rostro real de Dios. En la Palabra, tal vez, tengamos el lugar más importante de donde prestar atención para que verdaderamente sea ella, la fuente desde donde podemos conocer.
“El que me ha visto, ha visto al Padre (Juan 14 ,9), dice Jesús. Él es la palabra. Conocer el rostro de Dios supone hacer un camino de aprendizaje del conocimiento renovado en la oración. En camino de conversión y con gracia de fraternidad de la Palabra de Dios toma una fuerza transformadora que nos mete dentro de lo que eternamente acontece cuando el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo se aman desde siempre y para siempre.
La experiencia de Dios en la Palabra, sea tal vez, la que más nos permita hacer este camino de corrección de la imagen fantasiosa, caricaturizada, sólo racional que tenemos de Dios. Para entrar en contacto con el Dios vivo a través de una imagen posible y real en la que se manifieste esa presencia de ese Dios vivo.
En la Palabra, Juan nos muestra cómo hacer un camino de experiencia con este Dios vivo. En 1° Carta de san Juan 4,8 dice: “El que no ama no ha conocido a Dios, porque Dios es amor”. Esto quiere decir que como expresa el canto: “a Dios en el amor se lo conoce”. Y a Dios en el amor, también se lo da a conocer desde el amor. El texto de hoy dice que muchos se acercaban a la comunidad “porque veían cómo se amaban”. El amor fraterno no sólo nos contiene dentro del amor de Dios sino que nos hace comunicadores del misterio de Dios amor.
A Dios se lo conoce amando y se ama verdaderamente en lo profundo cuando es Dios quien sostiene nuestro vínculo de amor. El conocimiento experiencial de Dios busca transformarse en el estado de vida del cristiano. “Dios es amor, y el que permanece en el amor permanece en Dios, y Dios permanece en él” (1 Juan 4,16). Vivir amando, de esto se trata. Vivir con el amor a flor de piel, que no es vivir todo el tiempo con piel de gallina. Es vivir con el corazón en los sentimientos de Jesús.
Otra posibilidad como la certeza de permanecer en el amor, nos la da el Espíritu. Él que se derrama en nuestro corazón. El Espíritu es quien nos revela la Palabra. La Palabra se nos da a conocer y es revelada en el Espíritu. El Espíritu es el amor entre el Padre y el Hijo. Es el amor mismo quien viene a vivir en nosotros, a hacer su tienda. Por lo tanto vincularse fraternalmente no es vincularnos sólo desde la amistad o la simpatía, sino que es el amor suyo que nos llega cuando estamos juntos. Es el Espíritu Santo quien nos permite ir configurando el verdadero rostro del amor de Dios.
El Espíritu es quien engendró la Palabra (a la 2º persona de la Trinidad) en el seno de María. Y es el Espíritu quien viene a hacer nacer ese amor de Dios en nuestro corazón. Por eso permanecer en el amor de Dios es permanecer en comunión constante con el Espíritu Santo. La señal de que permanecemos en Él y Él permanece en nosotros, como dice Juan, es que nos ha comunicado su Espíritu y nosotros hemos visto y atestiguamos que el Padre envió al Hijo, como salvador del mundo.
Padre Javier Soteras
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