01/07/2024 – Discernir primero es hacer silencio. Después es decirle a Dios: “Señor, en medio de todo lo que vivo, ¿dónde te encuentro, cómo te sigo, a qué me llamás?” Por último, ponerse en camino sostenido por su compañía.
Al verse rodeado de tanta gente, Jesús mandó a sus discípulos que cruzaran a la otra orilla. Entonces se aproximó un escriba y le dijo: “Maestro, te seguiré adonde vayas”.Jesús le respondió: “Los zorros tienen sus cuevas y las aves del cielo sus nidos; pero el Hijo del hombre no tiene dónde reclinar la cabeza”. Otro de sus discípulos le dijo: “Señor, permíteme que vaya antes a enterrar a mi padre”. Pero Jesús le respondió: “Sígueme, y deja que los muertos entierren a sus muertos”. San Mateo 8,18-22
Jesús viene del sermón del Monte, de predicar con autoridad, de hacer milagros. De compartir lo que significa esta vida nueva del Reino de Dios. Le habla a la multitud, todo el gentío escucha, algunos quizás por primera vez. La Palabra de Jesús les llega de un modo distinto, los interpela, los consuela, los anima.. Los discípulos eligen estar bien cerca, quienes pese a la cantidad de gente, no quieren perder la intimidad con Jesús. Ante las palabras del Nazareno una gran cantidad de personas lo comenzó a seguir. Jesús se hace cargo de las debilidades que encuentra en la gente y es misericordioso, se compadece ante la miseria del que sufre. Estas acciones de Jesús provocan que la multitud se mantenga con Él y no deje de seguirle los pasos. Sin embargo, El señor necesita mostrarle a los discípulos que todo tiene su tiempo. Y se la pasan yendo de una orilla a otra del mar de galilea.
En ese momento aparecen dos personajes de entre la multitud que, seguramente después de haber presenciado los milagros de Jesús y de haber escuchado sus palabras, quieren permanecer con Él en la intimidad, como los otros discípulos. No sabemos la motivación de cada uno, pero lo que sí sabemos es que lo querían seguir. Jesús los advierte de lo que implica el seguimiento: dejar de lado toda seguridad, estructura, refugio, y ponerlo a él primero, antes que todo y todos. El Señor va a lo profundo. No quiere un seguimiento tumultuoso, ruidoso, multitudinario. El seguimiento que quiere Jesús es el de la amistad, el de la intimidad, de la cercanía. Ambos quieren seguir al Señor. Y Jesús les muestra con claridad las exigencias de este camino.
Podemos llevar este pasaje a nuestro día a día y que nos preguntemos: ¿Cuáles son mis “peros” y excusas para no dar el paso?
¿Por qué hacemos las cosas? ¿Por qué dejamos de hacerlas? ¿Qué hace que nos pongamos en camino o dejemos de caminar? De revisar las motivaciones, de eso se trata.
Estamos promediando la mitad del año y pienso que es una buena oportunidad para bajar las revoluciones y a ver cómo andamos. De revisar las motivaciones, de eso se trata.
Hacer balances, buscar puntos positivos, cosas a mejorar. Relaciones que están, otras que no. Buscar y ver qué hice y qué dejé de hacer. De revisar las motivaciones, de eso se trata.
Mirar mi relación con Dios, mis caídas y tropiezos, mis virtudes y esperanzas. Mi vida de fe a la luz de su misericordia. De revisar las motivaciones, de eso se trata.
Tenerse paciencia, a uno y a los demás. Respetar los tiempos y los procesos propios y ajenos. De revisar las motivaciones, de eso se trata.
Anhelar ser mejor cada día, que la gracia de Jesús me transforme. Preocuparme y ocuparme en amistad con Dios. De revisar las motivaciones, de eso se trata.
Que Dios tenga que ver con mi vida, con lo que hago, con lo que soy. Hacerle buenas preguntas y animarse a escuchar. De revisar las motivaciones, de eso se trata.
Saber discernir, abrirse al misterio, comprender y atender. Poner todo en manos de Dios y seguir andando. De revisar las motivaciones, de eso se trata.
¿Cómo me miro? ¿Bajo qué lupa pongo mis actos? ¿Tengo razones adecuadas o excusas inventadas? De revisar las motivaciones, de eso se trata.
¿En qué aspectos, discernimientos y decisiones el Señor te invita y anima a meterle para delante hoy?La Palabra de este día lunes, Mateo 8,18-22, nos invita a meditar. Fe, discernimiento, seguimiento. Todos somos llamados, todos estamos invitados a responder en el amor y la fidelidad. La clave es aprender a discernir cómo, cuándo y dónde nos llama Dios. En el pasaje de hoy Jesús nos cuenta las exigencias de este seguimiento.
En primer lugar, estás hecho para lo grande. Fijate cómo empieza el evangelio: “alguien le dice a Jesús: ¡Te seguiré adonde vayas!”. Qué linda frase para tener en la mesita de luz, ¿no? Incluso hasta hay canciones con esta imagen. Querer seguir al Señor, decírselo a Él. El Evangelio nos presenta a personas que pretenden seguir al Señor. Las disposiciones de este nuevo discípulo parecen excelentes: te seguiré a dondequiera que vayas, le dice al Maestro. Y ante esta muestra de generosidad, el Señor quiere dejarle claro el género de vida que le espera si de verdad le sigue, para que luego no sienta haber sido engañado. La misión de Cristo es un ir hacia adelante constante y con confianza, aunque parezca que el escenario no es el mejor, Él nos cuida. No hay que detenerse en la marcha, la misión es la que determina el norte, lo importante es ir con Él y en el camino Él va ir dando lo que necesitamos.
La misión es un ir constante, predicando el Evangelio y dando la salvación a todos, el discípulo no tiene dónde reclinar la cabeza. Así ha de ser la vida de los que le sigan: han de estar desprendidos de las cosas, de los afectos, de las personas, no por desprecio ni por una desvalorización de lo material, sino por una prioridad de lo más importante sobre lo que no es tanto. Vivir desprendido no implica vivir desentendidos. El desapego no es indiferencia de no importarte sino para ganar libertad. Con tu pequeño sí dicho en libertad, el Señor la amplifica para que crezca en este vínculo de gratuidad entre Él y nosotros, sólo por un signo que sella esta relación, la presencia de un amor que atrae y que libera el camino.
En segundo lugar, cuidate de las excusas. Parece que es el mismo Señor quien llama también al segundo: Sígueme, le dice. Este posible discípulo que es invitado a seguir de cerca al Maestro quiere oír la llamada, pero no inmediatamente; piensa en un tiempo más oportuno, porque lo retiene un asunto de familia. Sí, pero… Como cuando uno se excusa tras una sorpresa. No se da cuenta de que, cuando Dios llama, ese es precisamente el momento más oportuno, aunque en apariencia, miradas con ojos humanos las circunstancias que rodean una vocación, puedan encontrarse razones que aconsejen dilatar la entrega para más adelante. Dios nunca es inoportuno sino que es en el momento justo. A nosotros nos puede parecer inoportuno, pero cuando es Dios realmente el que llama es el mejor y el más pleno momento.Dios no conoce de excusas porque Él es fiel con vos y a vos. En el pasaje de hoy aparecen dos personas a los cuales Jesús les dice “sígueme”, el Señor los invita. Esa es también nuestra vida de fe. Ellos quieren responder, sin embargo ponen el “pero”, ponen excusas. Uno dice “dejame ir a enterrar a mi padre”, otro “dejame ir a despedirme de los míos” A veces en la respuesta al Señor vos y yo también tenemos que dar un salto de fe, aunque no veamos todo claro. Fijate cuáles son tus “peros”, cuáles son tus limitaciones, cuáles son tus frenos, tus miedos, tus ataduras. Porque el Señor hoy te lo dice a vos: “el que ha puesto la mano en el arado y mira hacia atrás, no sirve para el Reino de Dios”. Ocupate de las cosas de Dios y Él se va a ocupar de las tuyas. Viví el desprendimiento de todo lo que te separa de Dios y tratá de seguir con tu vida su voluntad. Él te va a dar la gracia que necesitás.
Por último, viví en el entusiasmo. La única manera de estar en seguimiento permanente de la voluntad de Dios es desde el entusiasmo. Entusiasmarse significa literalmente vivir en “el soplo interior de Dios”. Es que justamente, si no le estamos encontrando gusto a la vida no es porque falte de la vida, es que falta de nosotros. El día a día, por más difícil que parezca, es también una oportunidad para descubrirte amado (y sostenido) por Jesús. Hay que pedir ese entusiasmo. Pero, ojo. No es una simple actitud positiva, es mucho más: es saber que vas con Dios.