«Dios de los Padres, Señor de la misericordia,
que hiciste el universo con tu palabra, y con tu Sabiduría formaste al hombre para
que dominase sobre los seres por ti creados, administre el mundo con santidad y justicia
y juzgue con rectitud de espíritu, dame la Sabiduría, que se sienta junto a tu trono,
y no me excluyas del número de tus hijos.
Que soy un siervo tuyo, hijo de tu sierva, un hombre débil
y de vida efímera, poco apto para entender la justicia y las leyes. Pues, aunque uno sea perfecto entre los hijos de los hombres,
si le falta la Sabiduría que de ti procede, en nada será tenido. Tú me elegiste como rey de tu pueblo, como juez de tus hijos y tus hijas; tú me ordenaste edificar un santuario en tu monte santo
y un altar en la ciudad donde habitas, imitación
de la Tienda santa que habías preparado desde el principio. Contigo está la Sabiduría que conoce tus obras,
que estaba presente cuando hacías el mundo,
que sabe lo que es agradable a tus ojos,
y lo que es conforme a tus mandamientos. Envíala de los cielos santos, mándala de tu trono de gloria
para que a mi lado participe en mis trabajos
y sepa yo lo que te es agradable, pues ella todo lo sabe y entiende.
Ella me guiará prudentemente en mis empresas
y me protegerá con su gloria. Entonces mis obras serán aceptables,
juzgaré a tu pueblo con justicia y seré digno del trono de mi padre.
Amén