Sanar por un amor esperanzado

lunes, 27 de julio de 2020

27/07/2020 – Todos los lunes el Padre Mateo Bautista, sacerdote camilo, nos acompaña en el programa “Hoy puede ser”. En esta oportunidad dialogamos también con Cecilia, coordinadora del Grupo de Mutua Ayuda Resurrección de la localidad de Cipolletti, quien nos contó su experiencia de elaboración de duelo a partir del fallecimiento de su hija Micaela.

“Micaela murió de muerte súbita. Era una beba sana, con apenas veintitrés días de vida, con todos sus controles médicos en orden y sin que tuviéramos el menor indicio de alguna dificultad física”, así inicia Cecilia su relato.

Primera etapa
Empezaba una pesadilla, la caída en el abismo más tremendo. El corazón, emparentado con la muerte. La mente, nada podía comprender; la vida, en estado de sitio. Emergía cuan neblina un periodo de shock y de aturdimiento que no puede explicarse con palabras. Me sentía lo más parecido a una persona sin iniciativa, sin ganas, sin energía, sin alegría, sin esperanza. La apatía era completa. Veía pasar la vida de los demás como una película; la mía se había detenido. Era un “stop” existencial”, un ser sin ser, espectador y no actor. Miraba desde afuera cómo el resto del mundo seguía en movimiento delante de mi parálisis vital. Aquello lo encontraba imposible de explicar con palabras. Me hice un enigma para mí misma. Parecía el fin de todo y era, a su vez, de una manera misteriosa, el comienzo de un camino de gran transformación. Los caminos de Dios son verdaderamente misteriosos.

La desesperanza
Lo más difícil que me tocó atravesar fue la ciénaga de la desesperanza. Era mi primer duelo, no tenía experiencias anteriores de haber superado o elaborado algún otro. Tenía la sensación de que de él no iba a salir; de ese pozo nadie fluía a la superficie. Mi vida estaba colapsada. En el camino del duelo encontré piedras, pozos y espinas. Hoy, analizándolo a la distancia, me doy cuenta que hubieron factores que no ayudaron en aquel proceso de elaboración y posiblemente lo retardaron. Lo primero que me jugó en contra en mi trabajo de sanación fue la sensación de que no tenía solución, que no había salida alguna. ¡La desesperanza! Sin esperanza no hay motivación para nada, ni luz al final del túnel. Es la fatalidad del “no-cambio”, “no-proceso”, de la fosilización sin posibilidad de mejora.

Buenos compañeros de camino
En los primeros días después de la muerte de Micaela, llegó a mis manos el libro “Renacer en el duelo”, que el padre Mateo Bautista escribió con un matrimonio que había visto morir ahogada en una pequeña pileta a su hijita de tres años, Agustina. Este libro significó un gran apoyo para mí. Fue una ayuda efectiva que tuve en esos momentos tan negros. Me identifiqué mucho con la mamá de Agustina, que también había sufrido el shock de lo inesperado, la muerte imprevista y accidental de su pequeña hija sana.

Si en los duelos sufrimos por amor, sanemos también por un amor esperanzado
Sanemos por amor sustentado en la esperanza que acuartela la tristeza, la negatividad, el pesimismo; que da garras para abordar con confianza el futuro, aceptando el pasado sin negarlo; que nos da cien brazos para trabajar nuestros duelos; una esperanza que nos guía a una vida trascendente, eterna, sustentada en la resurrección de Cristo, en reencuentro gozoso con nuestros seres queridos que se ha adelantado en cruzar a la otra orilla, a la cual vamos todos. ¡La esperanza! Este trampolín, desde el cual pude dar el salto después de tocar fondo, afianzó mi recuperación, me llevó a un re-nacimiento, me regaló el don de ser coordinadora de “Resurrección” y me sigue enriqueciendo en todos los ámbitos de mi vida. Esperanza como camino. Esperanza como compañera. Esperanza como meta.

 

No te pierdas de escuchar el testimonio completo de Cecilia en la barra de audio debajo del título.