15/10/2015 – “Les doy un mandamiento nuevo: ámense los unos a los otros. Así como yo los he amado, ámense también ustedes los unos a los otros. En esto todos reconocerán que ustedes son mis discípulos: en el amor que se tengan los unos a los otros”
Juan 13, 34-35
Santa Teresa de Jesús dice sobre el amor mutuo: “No hay cosa enojosa, que no se pase con facilidad cuando hay amor verdadero”. Si estás enojado con alguien, quizás hoy sea el día para superar ese enojo y así volver a recuperar el fuego del amor que es el que le da sentido a nuestra existencia. Cuando en distintas circunstancias nuestras relaciones con los demás se van afectando con ruidos, es tiempo de redescubrir el amor que nos hermana.
Santa Teresa dice que “si se guarda este amor, unos con otros, se guardarán con facilidad todos los otros mandamientos. Lamentablemente, nunca acabamos de observar enteramente ese mandamiento del amor. Su incumplimiento trae consigo tantas faltas, que ni se pueden imaginar. Bajo falsas razones y todavía con argumentos aparentemente espirituales, se falta al amor con los otros, se suscitan enredos, se forman bandos de unos contra otros, y poco a poco nos vamos debilitando en el amor de Dios”.
Cada vez que tendemos la mesa de la fraternidad estamos buscando la “paternidad” de Dios que nos hermana. La gran verdad del corazón humano, lo que nos da identidad, es realmente la fraternidad. A veces, los senderos para recuperar lo perdido pueden ser distintos: una poesía, una canción, un saludo, un encuentro, una llamada telefónica, un correo electrónico. En este sentido, ¿cuáles son los caminos por donde vos descubrís que es el mismo Dios quien te ha ido conduciendo para regalarte aquello que, por tus propia fuerzas, a veces no podes alcanzar? Se trata de aquello que querés recuperar porque lo has perdido y es un lugar esencial para vivir en comunión con los demás. Es la fuerza del amor que nos hace uno, unidos a otros hermanos, en Dios.
Teresa dice: “Que apreciemos a unos más que a otros, lo cual es natural. Pero no nos dejemos llevar por el aspecto exterior. Caeríamos en el extremo de amar solo a las personas que nos resultan agradables y de buena presencia. Tenemos que amar lo interior de los demás y no hacer caso de lo exterior. ¡No nos podemos dejar dominar por la simple atracción natural! No podemos consentir en ser esclavos de nadie sino solo de Aquel que nos compró con su propia sangre. Es algo de no creer lo que sucede, cuando se descontrolan los afectos. Sin llegar a faltar gravemente contra los mandamientos, las niñerías que se hacen no tienen límites. Son tantas que solo el que las ve las entenderá y creerá. No hay porqué decirlas aquí”. El amor tiene que estar fundado en una voluntad mucho mas firme que la simple tendencia, el simple afecto o la simple atracción. Un amor verdadero, se funda en una entrega que muchas veces duele. Es bueno que te preguntes: ¿Qué gestos de amor fraterno podrías hacer para acortar las distancias con aquellas personas que Dios pone en tu camino?
Cuando se da al otro sin miramientos, se aprende a crecer en el amor perfecto y en libertad. Santa Teresa dice que “la persona que ha recibido este don del amor perfecto” nos enseña a reírnos de nosotros mismos, es decir, nos da la capacidad de tomar la vida con más sencillez y apuntalarla en lo esencial. Cuando se está parado en lo esencial de la vida, uno aprende a reírse saludablemente de sí mismo. “El verdadero amor busca el mayor bien para todos los que lo rodean” , no solamente uno se reía de sí mismo, sino que en el darse crece en la capacidad de darse aún más. Cuando esto ocurre es como que no alcanza con lo que ya se dio; es como que el darse, desde este lugar de don de Dios en nosotros, nos pide aún más en la entrega. Es allí cuando sentimos que no importa si somos estimados o despreciados por el otro porque, en realidad, la vida ya no está fundada sobre nosotros, sino en la mirada que tiene sobre nosotros Aquel que nos mira amando, que es Jesús. Cuando se ama así, en amor perfecto bajo el signo de un don que nos hace ir mucho mas allá de nosotros mismos, y donde el “darse” y el “entregarse” es la razón por la cual se aprende a vivir, se ha llegado a una cima muy alta.
En esta línea que nos plantea Teresa de Jesús, quien verdaderamente ama solo se preocupa en hacer verdaderamente felices a sus amigos. Dice sobre esto que “el amor perfecto es el único que merece el nombre de amor. Los otros afectos tienen solo la apariencia y el nombre usurpado pero en realidad no lo son. El amor perfecto perdería mil vidas por lograr un pequeño bien del otro. El verdadero amor se parece al que nos tuvo Jesús, abarca a todo el mundo, y a todas las penas. Y su mayor sufrimiento es el no poder ayudar a todos”.
En la espiritualidad de Santa Teresa, para que podamos ser alcanzados por esa presencia de amor que nos hace darnos sin miramientos, que nos hace salir de nosotros mismos y hacer de la vida una ofrenda, es necesario encontrarse con la posibilidad de estar desprendidos de todo, incluso también de nosotros.
“En el desprendimiento está todo si es total y verdadero. ¿Por qué está todo en el desprendimiento? Porque el desprendimiento es dejar todo para abrazarse a Dios. Es entregarse totalmente a Él sin dividirse en partes. Lo primero es no dejarse atar por compromisos familiares o de amistades que nos impidan volar. La convivencia agradable y los compromisos para reunirnos nos tienen asidos a una rutina de vida que cuesta romper. Si no recortamos y ubicamos en su debido lugar esos vínculos, es mentira decir que estamos verdaderamente desprendidos”. Cuando esto ocurre, la presencia de Dios hace que se vaya generando el verdadero vínculo fundante de esta forma de amor más perfecta, que quiere obrar de una manera distinta en nosotros, busca que nos desprendamos de todo lo que nos ata de mala manera al mundo. En la perspectiva teresiana, esto no significa “andar sueltos por ahí”, sin atarnos a nada ni a nadie, sin sentido. El sentido de lo que dice Santa Teresa de Jesús es que hay que hacerlo todo en Dios, vivirlo todo en Él, desprenderse de todo, para ser todo de Él, y desde ese lugar ser todo para lo demás.
Dice Teresa: “ Cuando desasidos de todos somos capaces de poner la mirada en Aquel que permanece y, en paciencia en Él, descubrir el sentido profundo de las cosas es cuando nos encontramos con la verdad. “Aquí puede entrar la verdadera humildad. Porque el desprendimiento y la humildad andan siempre juntas como dos hermanas inseparables. ¡Hermanas poderosas, señoras del mundo, libertadoras de todas las cadenas y enredos! Tan amadas del Maestro que nunca se las vio sin su compañía. Estas hermanas no temen a nada ni a nadie, pues no les importa perderlo todo. Lo único que les preocupa es contentar a Dios. Estas hermanas son muy tímidas y se ocultan de los ojos de la misma persona que acompañan. Hasta tal punto que la propia persona no se convence que las lleve consigo. La gente que trata y conversa con esa persona, ve su acompañamiento pero la dichosa alma que lleva en sí esas dos hermanas, se afana y esfuerza por alcanzarlas. Mirando bien lo que estoy escribiendo, me parece una locura ponerme hablar de humildad y desprendimiento, cuando en realidad basta mirar la manera de proceder del Señor del Universo, su vida y sus padecimientos.
¿Por donde empezar este camino de desprendimiento de sí mismo. Lo primero es quitarse de encima la preocupación constante de la propia salud. ¡Es algo sorprendente el excesivo cuidado que le prodigamos a nuestro cuerpo! Es preciso ubicar cada cosa en su lugar. El objetivo de nuestra vida es servir a Cristo y para eso es conveniente mantener la salud y fuerzas corporales. Pero muchas veces sucede lo contrario, se cuida la salud y el físico, como si fueran la meta de nuestra vida… y los días y los años, transcurren en estos cuidados”. También dice Teresa: “Es buen camino para el desprendimiento de sí mismo, el no andar quejándose por pequeñas dolencias o dolores. Si se pueden aguantar, es mejor callarse. Cuando el mal es serio, ya nos daremos cuenta. Si no perdemos la costumbre de quejarnos de todo, nunca terminaremos”.
Padre Javier Soteras
en base a libro “Nube de testigos” de su propia autoría
que toma escritos del “Libro de la vida” de Santa Teresa de Jesús
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