Santa Teresa y la mirada de Jesús

martes, 15 de octubre de 2013
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15/10/2013 – En el día de Santa Teresa de Jesús, revivimos un fragmento de los Ejercicios Ignacianos 2013. El Padre Javier nos presenta a Teresa de Ávila y su enseñanza sobre la oración.

Actitud ante la mirada

Para Santa Teresa, “no es otra cosa oración sino el trato de amistad con quien sabemos nos ama” (Vida, cap. 8 n. 5). Pero ¿cómo comenzar a “tratar de amistad con quien sabemos nos ama”?. Santa Teresa tiene una manera o estilo propio de establecer esta comunicación de amistad, similar al estilo de Ignacio:

Procurad, pues estáis sola, tener compañía. Pues ¿qué mejor que la del mismo Maestro…? Representad al mismo Señor junto a vos […] y creedme, mientras pudiereis, no estéis sola sin tan buen amigo” (camino de perfección, cap. 26, n. 1).

Estamos ante una enseñanza de Teresa que, por su importancia, debe figurar entre las notas más típicas de su espiritualidad. No basta comenzar la oración con Jesús. Es, además necesario continuarla en su compañía:

“Creedme, mientras pudiereis, no estéis sin tan buen amigo. Si os acostumbráis a traerle cabe vos, y él ve lo que haceis con mayor amor y que andáis procurando contentarle, no podréis, como dicen, echar de vos, no os faltará para siempre” (Camino de perfección, cap. 26, n. 1).

 

 

Para tenerlo de “compañero”, no hay necesidad de elevados pensamientos ni de hermosas fórmulas. Basta mirarlo sencillamente:

“Si estáis alegre, miradle resucitado. […] Si estáis con trabajos o triste miradle cargado con la cruz […] y olvidará sus dolores consolar los vuestros, sólo porque os vais con él y volváis la cabeza a mirarle. ¡Oh Señor del mundo…! Le podéis decir vos, si no sólo queréis mirarle, sino que os holgáis de hablar con él, no con oraciones compuestas, sino de la pena de vuestro corazón” (Camino de perfección, ca. 26, nn. 4-6).

Este método teresiano –como el ignaciano- no es bueno solamente para algunas personas o propio de algunos estados –superiores o místicos- de la vida espiritual. Es excelente para todos, asegura Santa Teresa: “Este modo de traer a Cristo con nosotros aprovecha en todos estados –de vida espiritual-…” (Vida, cap. 12, n. 3).

Por tanto, no se limita la santa a aconsejar este modo de oración: lo declara obligatorio; todos deben hacer su oración con Cristo. Semejante afirmación bajo la pluma de Teresa –tan comprensiva de las diversas necesidades de las personas, tan cuidadosa siempre de respetar su libertad y la voluntad de Dios respecto de ellas- cobra una singular fuerza y casi nos asombra.

Santa Teresa, sabiendo que hay personas que, por ejemplo, no pueden representarse a Cristo, se pregunta cómo podrán, entonces, ponerse junto a Él y hablarle, aunque más no sea que de corazón. La santa da como respuesta su experiencia personal: jamás ha podido ella valerse de su imaginación en la oración y, sin embargo, esto no le ha impedido practicar lo que enseña. Leamos sus explicaciones que con precisión aclaran su método:

“Tenía tan poca habilidad para con el entendimiento representar cosas que, si no era lo que veía, no aprovechaba nada mi imaginación, como hacen otras personas, que pueden hacer representaciones adonde se recogen. Yo sólo podía pensar en Cristo como hombre; mas es así que jamás pude representarle en mí, por más que leía su hermosura y veía imágenes, sino como quien está ciego a oscuras, que, aunque habla con una persona y ve que está con ella, mas no la ve. De esta manera me acaecía a mí cuando pensaba en nuestro Señor” (Vida, cap. 9, n. 6).

Por eso, se ayudaba con imágenes del Señor que le permitían hacer presente lo que, sin ellas, no podía “imaginar”. Hay otras personas que no pueden fijar la atención, ni saben tener largos razonamientos cuando dialogan con el Señor. Dirigiéndose a estos, escribe la santa española:

“No os pido ahora que penséis en él, ni que saquéis muchos conceptos, ni que hagáis grandes y delicadas consideraciones con vuestro entendimiento. No os pido más que le miréis. Pues, ¿Quién os quita volver los ojos del alma, aunque sea un momento, si no podéis más, a este Señor?” (Camino de perfección, cap. 26, n. 3).

Siempre es posible esta mirada de fe. La santa da así testimonio de su experiencia:

“¡Oh las que no podéis tener mucho discurso en el entendimiento, ni podéis tener el pensamiento sin divertiros! ¡Acostumbraos, acostumbraos! ¡Mirad que yo sé que podéis hacer esto, porque pasé muchos años por este trabajo, de no poder sosegar el pensamiento en una cosa!” (ibid., n. 2).

Sirve aquí el ejemplo de aquel paisano al que ante la pregunta del santo Cura de Ars sobre qué hacía tanto tiempo ante el Santísimo, respondía: “Él me mira […], yo lo miro”.

Para San Ignacio es éste el comienzo de toda oración: “Un paso o dos antes del lugar donde tengo que contemplar o meditar, me pondré de pie por espacio de un Padrenuestro, considerando cómo Dios nuestro Señor me mira, etc.” (EE 75).

Ponerse bajo la mirada del Señor, no sólo es el comienzo sino también su medio y su término. Tal como dice santa Teresa, si nos acostumbramos a ello, “no lo podréis, como dicen, echar de vos”

 

 

Fragmento del Día 2

de los Ejercicios Ignacianos 2013 en Radio María

Padre Javier Soteras