19/10/2022 – Jesús le enseñó a rezar a sus discípulos, y ellos le enseñaron a rezar a sus comunidades, porque la oración fue una experiencia transformadora. Por eso este año el tema que atraviesa todo el ciclo es la oración de los primeros cristianos.
Continuamos conociendo el Padre Nuestro, la oración dominical, que está conformada por una invocación inicial y siete peticiones, que aparecen a lo largo de la oración.
En esta emisión de “Palabras jóvenes de grandes hombres” vamos a conocer sobre la primera petición, y nos preguntamos: ¿qué significa lo que rezamos en el padrenuestro cuando decimos santificado sea tu nombre?
Para profundizar en esto compartimos un texto tomado del Tratado de la oración de Tertuliano (siglo II), quien fue el primer comentarista del Padrenuestro.
“Es ciertamente justo que Dios sea bendecido en todo lugar y tiempo, a causa del reconocimiento de sus beneficios, que siempre le debe todo hombre. Y este papel desempeña la bendición. Por lo demás, ¿cómo no será por sí mismo santo y santificado el nombre de Dios, siendo él quien santifica a los demás? A él grita incesantemente el circunstante coro de los ángeles: «santo, santo, santo» (Is 6, 3; Ap 4, 8.).
A Dios le agrada cuando decimos “santificado sea tu nombre”, porque bendecir a Dios es estar en él.
El nombre es un compendio de algo que se esconde detrás. Para conocer más sobre esto tomamos el comentario de Orígenes:
“Mas en Dios, que es invariable e inmutable, siempre es uno e idéntico su nombre: «el que es». Este es el nombre con que se le designa en el Éxodo, si es que se puede hablar aquí de nombre en el sentido estricto. Cuando pensamos algo sobre Dios, todos nos formamos una cierta idea de él, pero no todos sabemos lo que es en realidad—porque son pocos (y si vale la expresión, menos que pocos) los que pueden comprender plenamente sus propiedades—. Por eso se nos enseña, con razón, que tratemos de obtener una idea acertada de Dios a través de sus propiedades de creador, de providente, de juez, considerando cuándo elige y cuándo abandona, cuándo acepta y cuándo rechaza, cuándo otorga premio y cuándo castigo, según los merecimientos”.
Cuando rezamos nos hacemos una idea de Dios. En toda revelación hay algo que se clarifica pero también algo que se esconde, y eso es propio de la dinámica de Dios.
Dios se muestra y Dios se esconde. Hay una teología positiva y una teología negativa; se llama teología negativa esa experiencia en la que hay algo que uno puede percibir de Dios pero no puede nombrar.
S. Gregorio de Nisa dedica unas homilías sobre la oración dominical, tomamos una de ellas para seguir profundizando porqué santificar el nombre de Dios:
“Opino, por tanto, que se debe pedir y suplicar, ante todo, que el nombre de Dios no sea injuriado a causa de mi vida, sino que sea glorificado y santificado. «Sea santificado—dice—en mí el nombre de tu señorío», invocado por mí, «a fin que los hombres vean las obras buenas y glorifiquen al Padre celeste» 19. ¿Quién sería tan estúpido que, viendo la vida pura […] de los creyentes en Dios, no glorifique el nombre invocado por tal vida? Quien ora: «santificado sea tu nombre», no pide otra cosa que ser irreprensible, justo, piadoso”.
Cuando rezamos “santificado sea tu nombre”, en definitiva le decimos a Dios “queremos ser santos”; queremos seguir transformando nuestra experiencia de vida en un reflejo, en un espejo.
S. Gregorio de Nisa utiliza mucho la imagen del espejo, y dice que en cada alma hay algo del destello de Dios, es decir, que en cada uno se refleja algo de Dios, comentó el Padre Alejandro.
El último texto de la noche llegó de la mano de San Agustín:
“Pedimos que sea santificado en nosotros el nombre de Dios, pues no siempre lo es: ¿cuándo se santifica el nombre de Dios en nosotros, sino cuando nos hace santos? No hemos sido santos, y por este santo nombre nos santificamos, por este santo nombre, que es siempre santo, como es santo el que lo lleva. No rogamos por Dios al pedir esto, sino que rogamos por nosotros. Ningún bien pedimos para Dios, a quien ningún mal puede amenazar, sino que deseamos el bien para nosotros, para que en nosotros sea santificado su santo nombre”.
Somos nosotros los necesitados, y esta es un de las conciencias necesarias del orante: nosotros necesitamos experimentar la santidad de Dios en nuestra vida.
Finalmente, el Padre Alejandro nos invita a volver a esa concordancia de mente y corazón que sea ha aproximado a Dios; “volver esa experiencia de un Dios cercano, que nos compaña”, para descubrir que ese Dios vive en vos.
La santidad de Dios no es para ser vista desde lejos sino para descubrirla en el propio corazón. Contemplemos a este Dios que es santo y digamos profundamente: “santificado sea tu nombre, santificado sea tu nombre…”.
Santificado sea tu nombre, Señor y Padre nuestro
Señor de toda la creación
Santificado sea tu nombre, de edad en edad, por los siglos de los siglos
Santificado sea tu nombre por los que sufren
Santificado sea tu nombre por los que están solos
Santificado sea tu nombre por los que quieren vivir siendo fieles al evangelio
Te damos gracias seños por juntos poder santificar tu nombre en esta noche.
Amén.
*Te invitamos a escuchar el programa completo desde la barra de audio debajo del título de esta nota.