En el ciclo “Peregrinos de Esperanza”, junto a la Comisión Nacional de la Pastoral de Santuarios, de la Conferencia Episcopal Argentina, conocimos parte de la actividad que se lleva a cabo desde la región NOA y particularmente la vida de fe en el Santuario de la Virgen de Río Blanco y Paypaya, en Jujuy. En esta oportunidad dialogamos con el padre Germán Maccagno, rector del Santuario.
12/12/2024 – En el inicio, el padre Germán Maccagno se refirió a la historia y el origen de la devoción a Nuestra Señora del Rosario de Río Blanco y Paypaya. “Es una devoción que se remonta a los tiempos de la primera evangelización. Según dicen quien le entregó o le dio la imagen a los paypaya -aunque la tradición dice que la imagen se apareció en un frondoso pacará en Rio blanco- fue Pedro Ortiz de Zárate, nuestro mártir y beato. Él propició la devoción a la Virgen del Rosario a los paypaya, quienes vivían acá en la zona de Río Blanco y Palpalá”.
Actualmente, los peregrinos que llegan al Santuario provienen de todas las provincias. Algunos desde lugares lejanos, recorriendo más de 100 kilómetros. Suelen encontrarse con peregrinos de Salta, Tucumán, Catamarca, Buenos Aires. También jujeños que viven en provincias tan lejanas como Tierra del Fuego y que en octubre viajan al encuentro de su Madre María, contó el padre Germán.
En sintonía con los peregrinos, hay expresiones de fe muy características del lugar, como los sicuris. Se trata de una gran cantidad de bandas que peregrinan desde San Salvador de Jujuy tocando el siku. “Hay tantos sicuris que vienen muy lento porque todos quieren honrar a la Virgen, todos quieren tocar con su banda”.
El padre Germán, rector del Santuario, se refirió también a la presencia de servidores en el lugar. “Los servidores son extraordinarios. Tenemos más de 100 servidores. Algunos estables y otros que vienen para dar una mano con las peregrinaciones. Todos los domingos de octubre están desde tempranito, a las 5 de la mañana, asistiendo a los peregrinos, y se van a la noche cuando todo ha terminado. Realmente son admirables”.
Al final, el padre reflexionó sobre toda la vida de fe que se comparte en el Santuario. “Acá es más lo que recibimos, lo que aprendemos, que lo que podamos enseñar. La gente sencilla, gente que peregrina, la gente humilde que viene de todos lados enseña tanto. Esa fe simple que se teje con una confianza absoluta en el Señor y en la Virgen. (…) Uno puede tocar la fibra más íntima del corazón que se abre aquí delante de la Virgen. El santuario es como el corazón de la diócesis y, como en el corazón, la sangre va y viene de todos lados del cuerpo”.
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