19/07/2021 – Junto al padre Luis Albóniga, Vicario general de la Diócesis de Mar del Plata, continuamos reflexionando en torno a la reconstrucción de nuestras vidas, es decir, aquello que hay que renovar, sanar, transformar hoy.
“Claro que cuando decimos que la caridad edifica decimos que no cualquier amor edifica, sino el amor verdadero, el amor que es respeto y cuidado de cada persona, el amor humano ungido por la caricia divina que lo hace amor de caridad, el amor abrazado por el amor de Jesús que nos purifica y madura”, reflexiona el Padre Albóniga.
Luego contemplamos la imagen la del río que da vida del profeta Ezequiel (capítulo 47). Hermosa imagen en la visión del profeta. Del santuario brota agua que se convierte en un torrente. Pero no es un torrente cualquiera sino saneador y portador de vida. Llega hasta el mar muerto (que se llama así por su algo grado de salinidad y su ausencia de vida). Y entonces el torrente que viene del santuario sanea sus aguas salitrosas y las convierte en agua donde se regenera la vida, abundancia de peces, y de frutos que sirven de alimento.
Esta imagen nos ayuda a comprender que el desafío de reconstruir nuestra vida y nuestros vínculos tiene que ver también con sanear nuestro amor, ya que muchas veces nuestra afectividad se va “salinizando” desproporcionadamente y, entonces, empieza a complicar la vida.
Pero también nuestra agua se puede enturbiar o salinizar en exceso por otras cosas. Cuando el agua se enturbia, por ejemplo, y no nos permite ver con objetividad nos puede llevar a ser prejuiciosos, a mirar a los demás sólo desde nuestra perspectiva. Nos dificulta el abrirnos a la realidad y a la vida. Y, entonces, no logramos ver las capacidades y necesidades el otro. Nos va costando la alteridad.
Otra cosa que puede salinizar en exceso nuestro torrente de amor son las heridas que siguen abiertas. Las más complicadas son aquellas que no reconocemos, que no logramos identificar bien. Esas a las que no les hemos podido poner el nombre adecuado. Hay heridas de quedaron de la infancia, de la vida familiar, de la escuela o del barrio. Y algunas están ahí necesitando el agua fresca del manantial que brota del santuario, del agua bendita que va saneando, que va ayudando a cicatrizar. Acá es un torrente que acaricia con energía. Que nos sacude para renovar el corazón y que acaricia para devolverle su calor.
¿Y qué más puede salinizar en exceso el curso del amor en nuestro corazón y en nuestros vínculos? Los deseos insatisfechos. Hay deseos y anhelos que traemos en el corazón y que no han sido satisfechos. Algunos han sido frustrados y por eso generan incomodidad, tristeza. Y nuevamente viene el torrente del Santuario, con su agua fresca y cristalina que transparenta el amor de Dios, que me hace descubrir que soy amado, que soy tenido en cuenta, que este presente mío tiene sentido y vale la pena ser vivido.
¿Quién es para nosotros ese santuario del que brota el manantial y nos permite reconstruirnos y reconstruir nuestros vínculos desde el amor? Es Jesús.
En el encuentro con Jesús su torrente de vida y amor, nos toca y nos transforma, nos reconstruye. Somos sumergidos en un proceso que nos va saneando, madurando, fortaleciendo, reconstruyendo.
Hoy tomamos el agua. Vimos que reconstruir es dejar que el agua pura del Santuario, que el agua cristalina y fresca que brota de Jesús, el agua revitalizadora que es su gracia, debe sanear nuestro corazón y nuestra capacidad de amar.
Cuando Jesús dice que de su seno brotará ríos de agua viva también se refiere a nosotros. A vos y a mí, a los creyentes, a las personas de buen corazón. Nosotros podemos ser con la gracia de Dios como ese torrente que va saneando todo a su paso, que genera vida, que lleva fecundidad. Nosotros podemos ser los que vayan saneando con sus actitudes la frialdad, la indiferencia, la tristeza, la falta de esperanza.
Este momento de Pandemia es el momento oportuno para hacer correr estos ríos de vida. Torrente que debe atravesar nuestra vida, torrente que debe fluir por nuestros vínculos, torrente que somos nosotros moviéndonos, testimoniando, sirviendo en el mundo.
Finalmente, el Padre Luis recuperó el Cantar de los Cantares, que con palabras inspiradas nos habla del amor:
Habla mi amado, y me dice: «¡Levántate, amada mía, y ven, hermosa mía!
Porque ya pasó el invierno, cesaron y se fueron las lluvias.
Aparecieron las flores sobre la tierra, llegó el tiempo de las canciones,
y se oye en nuestra tierra el arrullo de la tórtola.
La higuera dio sus primeros frutos y las viñas en flor exhalan su perfume.
¡Levántate, amada mía, y ven, hermosa mía!
Paloma mía, que anidas en las grietas de las rocas, en lugares escarpados,
muéstrame tu rostro, déjame oír tu voz; porque tu voz es suave y es hermoso tu semblante».
(Cant. 2, 10 – 14)
Escuchemos este llamado a renovar nuestra vida. A reconstruirnos en el amor, a dejar que el torrente refrescante con su fuerza saneadora atraviese nuestro corazón, nuestros vínculos y toda nuestra vida. Y unidos a esta fuerza de amor seamos nosotros mismos torrentes de vida y amor para reconstruir el mundo.
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