Seguir más a Cristo

sábado, 9 de abril de 2011
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Continuamos en esta semana pidiendo la gracia del “Interno conocimiento de nuestro Señor Jesús” para que conociéndolo, lo ame más y amándolo, lo sirva.

 

La consigna hoy es: ¿qué te atrae del Señor: su bondad, su entrega, su Señorío, su amor, su cercanía? ¿Qué te atrae de Él para dejarlo todo y quedarte sólo con Él? ¿Cuál es su rasgo de personalidad que más te atrae y por eso sos capaz de dar la vida?

 

Vamos a pedir al Señor que despierte y renueve en nosotros el deseo del seguimiento.

 

Leemos en el Evangelio según San Marco, 10, 17-22:

17 “Cuando se puso en camino, un hombre corrió hacia él y, arrodillándose, le preguntó: «Maestro bueno, ¿qué debo hacer para heredar la Vida eterna?».

18 Jesús le dijo: «¿Por qué me llamas bueno? Sólo Dios es bueno.

19 Tú conoces los mandamientos: No matarás, no cometerás adulterio, no robarás, no darás falso testimonio, no perjudicarás a nadie, honra a tu padre y a tu madre».

20 El hombre le respondió: «Maestro, todo eso lo he cumplido desde mi juventud».

21 Jesús lo miró con amor y le dijo: «Sólo te falta una cosa: ve, vende lo que tienes y dalo a los pobres; así tendrás un tesoro en el cielo. Después, ven y sígueme».

22 El, al oír estas palabras, se entristeció y se fue apenado, porque poseía muchos bienes.”

 

La expresión seguir a alguien en el Antiguo Testamento tuvo dos contextos distintos: primero expresaba el hecho de que un discípulo se unía a su maestro (como Elías, que renuncia a su familia, Re 19, 19-21); el gesto de Elías de arrojar el manto sobre Eliseo muestra que la iniciativa viene de una parte distinta del discípulo y que el maestro tiene un legado que Dios ha puesto en él respecto del discípulo. Más tarde el rabinismo presenta otra imagen: la del maestro que va adelante, montado en un asno, y algunos discípulos que lo siguen a cierta distancia. Aquí aparece el seguir, el caminar detrás de alguien, reconociendo superioridad y dignidad.

Por otro parte, en el contexto más específicamente religioso de la relación del hombre con Dios, también se emplea el término seguir para condenar la idolatría. En el Antiguo Testamento se habla de seguir a otros dioses, y ese seguimiento nos lleva a la muerte, por el camino de considerar dios lo que no lo es.

Elías ilustra bien la opción necesaria entre las dos actitudes (esto nos remite a las Dos Banderas). Al dirigirse al pueblo les dice: si Yavéh es Dios, síganlo; si Baal es dios, sigan a éste. Es decir, si el que representa las fuerzas del mal, Baal, es dios, sigan al mal; si el que representa las fuerzas del acto de amor más grande, la creación, y el que tiene en sus manos a la historia, es el Dios que ustedes reconocen, sigan a este Dios.

 

El seguimiento nos pone siempre frente a dos posibilidades; es una opción, una elección, frente a la que Dios, en algún momento de la vida, nos pone de cara a lo que construye nuestra vida, y de cara también a lo que nos hace daño, a lo que nos destruye. Mover el corazón al seguimientopara encontrar en ese camino lo que Dios tiene reservado para nosotros.

En el Nuevo Testamento la expresión seguir a Jesús no tiene un sentido uniforme, sino varios sentidos pluriformes. Por un lado, hay una invitación como la que aparece hoy en el Evangelio, de una vocación que se abre al seguimiento de Jesús por la atracción que Jesús despierta; por otro lado, hay una llamada directa del Señor: “Sígueme…”.En otra parte, el Evangelio muestra cómo la multitud sigue a Jesús. El seguimiento de la multitud se diferencia (por lo superficial) del seguimiento personal de Jesús que los discípulos hacen por el llamado del Señor para formar parte de la comunidad de los doce. Y aquí también se nota una diferencia entre el estilo de Jesús (el que llama es el Maestro) y el estilo rabínico (el discípulo busca un Maestro en el cual verse reflejado). En el caso de Jesús, claramente la iniciativa viene de Él: “Sígueme…”.La presencia de Jesús genera una atracción tal que la persona se siente invitada a dejarlo todo para quedarse con Él, el tesoro escondido. La gracia de Dios mueve el corazón cuando es Jesús quien llama a dejarlo todo.

En la medida en que hagamos foco sobre lo que nos atrae del Señor podemos allí detenernos, y en el vínculo con Él descubrir a dónde nos lleva, sin preocuparnos tanto qué dejamos, cuánto por qué elegimos lo que elegimos. ¿Qué nos atrae del Señor: su bondad, su entrega, su Señorío, su amor, su cercanía?

 

La expresión “Sígueme…” es la más característica de los llamados que Jesús hace; aparece en los cuatro Evangelios. Hay una palabra que utiliza Jesús para establecer el vínculo discipular con Él, y es ésta: “Sígueme…”. Una invitación a decidirse detrás del Maestro, su vida y su enseñanza. El verbo seguir hace pensar en primerlugar en la relación que se establece entre el Maestro y el discípulo, quien lo reconoce como “Maestro”, es decir, como alguien que esconde dentro suyo una doctrina que trae vida y que muestra un camino. “Sígueme…” por el camino.

 

En el seguimiento de Jesús hay condiciones establecidas:

# dejarlo todo, hay una radicalidad en la opción. Esto es justamente lo que no se da en el joven rico del Evangelio, porque le cuesta dejar sus bienes. No se puede seguir al Señor y estar prendido a sí mismo, a los propios intereses, al propio querer, siendo que justamente la invitación es a conformarse con el querer del Maestro. A veces coincide (la mayoría de las veces), pero a veces no coincide. Por eso el parecer del Maestro está por encima del propio gusto y parecer. Y aquí es donde más se ve dificultada la decisión interior del seguimiento, porque a veces implica ir en contra del propio camino y querer; hay como una contradicción. Acá se pone en juego el seguimiento de Jesús en la clave de cruz: el que quiera seguirme, que cargue con su cruz.

 

# Disposición interior a dejarlo todo, cargando también la dificultad que a veces supone el hecho de lo que a veces uno quisiera, para hacer lo que Dios quiere. Jesús le dice al joven rico: «Sólo te falta una cosa: ve, vende lo que tienes y dalo a los pobres; así tendrás un tesoro en el cielo. Después, ven y sígueme». En este discípulo, en su querer, en su adherir a Jesús, todavía no está el encuentro tal que le hace dejar todo. La posibilidad de dejarlo todo y, aún más, de ir en contra del propio querer y parecer, la actitud obediente a lo que el Señor marca, es fruto de un encuentro que nace de un amor que puede más que todo. La obediencia al querer de Dios no es una imposición externa que determina un comportamiento estereotipado, marcado por ausencia de libertad; al contrario, la obediencia en fe al querer de Dios brota de un amor que puede más que lo más querido, lo más amado, lo más deseado y esperado.

 

Me ha llamado la atención en estos días en que conversado con algunos jóvenes que tienen alguna inquietud vocacional a la vida consagrada, lo siguiente: sí, yo siento el llamado que Dios me hace a la vida consagrada; pero también siento dentro mío que quiero tener novia, que me quiero casar… Yo digo: si esto no estuviera, no podríamos hablar de la posibilidad de que Dios esté llamando a una persona a consagrar su vida a Él, porque justamente es connatural al ser humano tener ese deseo y ese anhelo de constituir junto a otro un proyecto de vida para la complementariedad, signo de alianza como Dios también lo quiere; y si ese deseo no estuviera en la persona, no sería normal. En algunos casos Dios llama a la persona, invitándola a dejar esto que es muy querido (el deseo de formar una familia), para ir detrás de algo que es más querido: ir detrás de Jesús, que es el vínculo de alianza. Cuando Dios llama, y llama a la radicalidad, invita también a dejar cosas muy amadas y muy queridas. Y esto no solo en la vida de los consagrados, sino que también puede, de hecho, pasar en la vida laical. Por ejemplo, en un trabajo, hay cosas que son legítimas, pero por la radicalidad de la elección que uno ha hecho, dejan de ser legítimas. Otro ejemplo: cuando uno ha hecho evangélicamente una opción de vida en austeridad, no es ilegítimo que uno tenga mayor posibilidad de acceso a los bienes económicos y por ende mayor trabajo, mayor disponibilidad de tiempo para el servicio en esa tarea que se le pide; pero cuando eso atenta contra la opción evangélica que ha hecho en austeridad, para poder tener disponibilidad al servicio del Reino (y, por ejemplo, es llevado en todo caso a un mayor compromiso en el mundo, determinado por el valoreconómico o el bienestar o una mejor posición), eso deja de ser legítimo para la persona, cuando ella ya ha hecho una opción en otro sentido; y por lo tanto atenta contra la integridad del proyecto que una está tratando de llevar adelante. Entonces allí el discernimiento se hace clave, para entender que es lo que Dios verdaderamente está pidiendo.

 

Sin duda que el seguimiento a Jesús nos pide radicalidad. Quien se ha dispuesto a vivir detrásde Jesús, siente en algún momento, en su propia carne, que algunas cosas que son legítimas, que no están mal, no son para uno. Dios no solamente llama a lo bueno, sino a lo mejor. Ésta es la máxima de la perspectiva ignaciana en los ejercicios. El más tras más al que invita Ignacio para seguir a Jesús no es simplemente “no hacer el mal”, sino “hacer el mejor bien”, cómo hacer el mejor bien, cómo elegir lo mejor; cómo elegir entre dos bienes, el mejor bien. Acá es donde aparece la radicalidad en el vínculo con Jesús, y tiene que ver con cosas muy concretas de nuestra vida.

 

 

Recordamos entonces cuáles son los pasos del ejercicio:

 

Oración preparatoria (EE 46): Es decir, por el “tiempo de un padrenuestro” hacemos reverencia delante del Señor, reconociendo su mirada sobre nosotros; sabemos que Él nos está contemplando, que en su amor nos invita al encuentro; y nos abre el corazón para vincularnos de una manera nueva con nosotros, con los demás y particularmente con Él, que nos trae vida nueva.

 

Formular la petición: Desde ese lugar, pedimos la gracia que queremos alcanzar en los Ejercicios Espirituales. En esta semana queremos conocerlo al Señor más profundamente, para que en el conocimiento interno de nuestro Señor (en el conocimiento de corazón) pueda amarlo más; y en el amor, expresarle nuestro servicio, nuestra alabanza, nuestro compromiso, nuestra decisión de ir detrás de lo que Él nos pida. Siempre en un vínculo creyente, de fe, a partir de una relación de adhesión obediente a lo que Dios nos pide en el aquí y en el ahora, ordenando nuestra vida y poniéndola en sintonía con lo que nos trae de su mano.

 

"Traer la historia" (EE 102): Se trata de reconstruir la historia de lo que contemplo a partir del pasaje del Evangelio según San Mateo 19,16-22.

 

"La composición de lugar" (EE 103): Contemplar lo que hemos leído, ubicarnos dentro de la escena como humildes servidores. Y con los ojos interiores, el tacto interior, el olfato interior, el oído interior y el gusto interior, es decir, con los sentidos interiormente desplegados, entrar en contacto con la escena. Y como yo allí presente, ver lo que las personas hacen, escuchar lo que dicen, y estar atento a qué me genera a mí este diálogo.

Veo a este joven que se acerca a Jesús para afirmar su bondad y para preguntarle por la vida eterna: ¿qué debo hacer?. Y veo que Jesús lo mira con bondad, tal vez sorprendido por la pregunta que le hace el joven; y la respuesta de Jesús es clara: nada distinto a lo que se te ha enseñado, la vida eterna se adquiere cuando se vive en plenitud lo de todos los días. Pero al mismo tiempo percibo que el joven no se conformó con la respuesta de Jesús. En él hay un anhelo por algo mejor, por más: todo eso ya lo hice, ¿qué más? Es como que está preguntando por el más. Bueno, dice Jesús, si querés más, tenés que dar el paso del desprendimiento de lo más querido. Y lo pone en contacto con algunas historias que ya en el Antiguo Testamento se veían así reflejadas (particularmente en Abraham, cuando entrega lo más querido, su hijo. Y se pone en manos de Dios para que sea el querer de Dios lo que, una vez más, marca el rumbo de su vida). Esto de perderlo todo no es un acto de despojo en el desprecio de lo que se posee, sino que es un acto de despojo y de entrega para ir por un bien mayor que Dios ofrece. El joven no entiende. Veo que ha quedado impactado por lo que Jesús le dice, pero no comprende. Dentro suyo se produce un encontronazo. Y se va triste, porque no pudo entender ni comprender. De pronto veo que, mientras se va yendo, vuelve su mirada hacia Jesús, y se queda reflexionando. Y veo que Jesús sigue enseñando, sigue invitando. Jesús no lo critica ni se queja, sencillamente sigue su camino. Tengo la impresión de que en algún momento se van a volver a encontrar, y que éste va a ser un discípulo de Jesús. Que el haber dicho no puedo dejarlo todo no es una palabra final, sino que está puesta en el medio del camino, y que va a terminar siendo un seguimiento definitivo de Jesús… Y de repente contemplo una imagen que me sorprende: nuevamente el joven con Jesús, y ahora sí, dejándolo todo para seguirlo…

 

Reflectir para sacar algun provecho: ¿Qué me suscita esto en el corazón, qué me mueve dentro, qué me hace? ¿Me mueve a preguntarme qué parte del joven me cuesta a mí entregar, qué parte me resulta a mí amable y difícil de entregar, en lo de todos los días?

 

Coloquio: Y a partir de allí reflexiono, y le ofrezco a Dios lo que me cuesta entregarle. Le digo: esto me está costando, aquello también. Hago una oración de entrega, de ofrenda, de lo que me cuesta. Saco de dentro de mí lo que es un impedimento para un encuentro de mayor plenitud con el Señor. Porque no es que no me esté encontrando con Él, sino que no lo estoy haciendo tanto como lo podría hacer, porque me he quedado con las cosas que Dios me dio, sin terminar de entender que Dios se me daba en todas las cosas que me daba. Es como que he perdido el foco, y el Señor me invita a ponerlo de nuevo en Él. Que viva desprendido de las cosas que me ofrece.

Esta disponibilidad, tanto en el ejercicio de Dos Banderas, como en el de Tres Binarios, es la que nos va a habilitar para entender qué nos pide Dios; y así comenzar lo que vamos a llamar en los Ejercicios una opción de vida o una reforma de vida, en el buscar y hallar la voluntad de Dios en los ejercicios ignacianos.

 

Examen de la oración: Al finalizar, me pregunto cómo me fue… “El que tenga oídos para oír, que oiga”…

 

 

Padre Javier Soteras