Señor, haz que vea

miércoles, 19 de febrero de 2014
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Cuando llegaron a Betsaida, le trajeron a un ciego y le rogaban que lo tocara. El tomó al ciego de la mano y lo condujo a las afueras del pueblo. Después de ponerle saliva en los ojos e imponerle las manos, Jesús le preguntó: "¿Ves algo?".El ciego, que comenzaba a ver, le respondió: "Veo hombres, como si fueran árboles que caminan".


Jesús le puso nuevamente las manos sobre los ojos, y el hombre recuperó la vista. Así quedó curado y veía todo con claridad. ´Jesús lo mandó a su casa, diciéndole: "Ni siquiera entres en el pueblo".

                                                                                                                                      Mc  8, 22-26

19/02/2014 –El padre Daniel Nardini, sacerdote de la Parroquia Nuestra Señora de la Medalla Milagrosa, Capellán de la Carcel de Mujeres de Bower y Asesor Cáritas Arquidiocesana, quien compartió la “Catequesis de la saliva” buscando el paralelismo entre los beneficios de la misma para entender por qué Jesús la usa para curar al ciego de Betsaida.


Nuestra vida humana está proclive a vivir en una ceguera, no humana sino espiritual. Aún nosotros podemos convertirnos en ciegos en el camino de la fe.

El señor se involucra con el sufrimiento con aquello que desea sanar, lo toca. Tocarlo es entrar en comunión con eso que el Señor es el único que puede arrancar para devolver la salud, la mirada nueva, para dar aquello que no tenía. Es buscar la experiencia del Dios misericordioso, la misericordia toca el sufrimiento, la necesidad, la hace suya.

Jesús, es el autor y consumador de nuestra fe, no hay fe si no hay experiencia de Jesucristo,sino madura en el encuentro con Él. El frtuo de ese encuentro es ver de una manera nueva, a la manera de Jesús.

Jesús es el Señor en quien creemos y nuestra fe madura en el encuentro con Jesús, con su misericordia, dejando que toque mi ceguera, esa que no me deja avanzar y madurar en mi camino espiritual, de fe.

La verdadera curación es asumir que necesitamos ver. No como nosotros queremos ver sino con los ojos nuevos que nos da la fe. La fe es la vida de Dios en nuestro corazón, es el Señor que me toca, me eleva y me sana para vivir de una manera nueva, para ser servidores de su Palabra pero con ojos nuevos.

Jesús saca al ciego de la aldea, le devuelve la dignidad ya que él en su lugar la había perdido; tenía un rótulo que lo oprimia y marginaba, lo discriminaba. Jesús lo saca del rótulo y le devuleve su dignidad, le devuelve la vista pero también le ayuda a encontrarse con la realidad, la cual estaba distorsionada porque miraba desde su herida. La delicadeza del Señor que nos toma de la mano para llevarnos desde nuestra ceguera, desde nuestra herida, desde nuestro rótulo hacia la dignidad.

¿Por qué el Señor untó sus ojos con saliva y no con otra cosa? Si revisamos las funciones de la saliva podemos asociar sus beneficios reales, fisiológicos con lo que el Señor hace con nosotros cada vez que sana nuestras heridas. La saliva, en líneas generales, cicariza, facilita la articulación de palabras y portege.

Al untar los ojos del ciego de Betsaida con su saliva, el Señor cicatrizó la herida que le impedia ver. También le permitió hablar con un corazón nuevo. Y lo protegió. Porque el encuentro con el Señor nos da ésta protección de la gracia. A quien vive en Cristo nada puede tocarlo ni dañarlo. O sea que el  encuentro con Él cicatriza, comunica y protege.

Podríamos preguntarnos también porque el ciego no termina de ver completamente, porque el Señor no lo sana de una sola vez. Porque va adecuándose porgresivamente. Así sucede con la fe. La maduración de la misma es un camino, un proceso que avanza progresivamente.

En el encuentro con el Señor nada está acabo, necesitamos madurar en el encuentro con Él. Como decia San Agustín “Nos hiciste Señor para tí y nuestro corazón estará inquieo hasta que no descanse en tí” de eso se trata la fe.

¿Qué es lo que nos vuelve ciegos? ¿Qué nos provoca la ceguera? La falta y ausencia del sentido en la vida. Jesús aprece como este Señor que nos toca, nos sana, nos devuelve el sentido. Este sentido nos invita a mirar como hombres nuevos con una capacidad nueva, con una dignidad nueva, de hijos de Dios. Pero este sentido necesitamos madurar cada vez más intensamente en el enceuntro con el  Señor.

La fe es verdaderamtne encuentro con Cristo, sanación pero es entrega a los demás. Sin ésta dimensión no podemos vivir verdaderamente el misterio de la fe y volveremos a la ceguera. La fe tiene que abrirnos necesariamante al encuentro con otro, que es Jesús pero que también es el hermano; a quien el Señor me invita a amar, a tocar misericordiosamente. A quien tengo que ayduar a cicatrizar sus herida hablándole con palabras buenas porque el corazón ha sido bendecido por el Maestro.

 

                                                                                                                                       Padre Daniel Nardini