05/08/2025 – En esta catequesis sobre Mateo 14,22-36, el padre Javier Soteras nos invita a orar desde las imágenes de la barca, el viento y el agua. En medio de nuestras tormentas, la fe es caminar hacia Jesús, aunque tengamos miedo. Él no deja de venir a nuestro encuentro.
Evangelio según san Mateo 14,22-36
“Señor, si eres tú, mándame ir a tu encuentro sobre el agua” (Mt 14,28)
Después de multiplicar los panes, Jesús se aparta a orar solo en la montaña. No busca el centro del aplauso. Prefiere el diálogo íntimo con el Padre. Esta imagen conmueve: un Jesús que ora, que intercede por sus discípulos, por su fe débil, como lo hace también por nosotros.
“Sin oración, todo activismo se vuelve estéril.”
Como nos enseña el Papa Francisco, la Iglesia necesita el pulmón de la oración. La pastoral más fecunda se nutre del encuentro silencioso con Dios. En un mundo lleno de ruido, Jesús nos recuerda: primero se ora, después se actúa.
La barca —símbolo de la Iglesia y de nuestras vidas— es azotada por el viento. Así es la existencia: a veces se hace de noche, aparecen los vientos contrarios, las crisis, el desánimo.
Pero allí, en medio de todo eso, Jesús viene.
“En la noche de la vida, cuando todo parece oscuro, Jesús se hace presente.”
Él no se queda en la orilla. Camina sobre el agua, sobre el caos, sobre el miedo. Su presencia no quita la tormenta de inmediato, pero transforma nuestro modo de vivirla.
Jesús no dice simplemente “soy Jesús”, sino “Ego eimi”, “Soy Yo”: la misma fórmula con la que Dios se reveló a Moisés en el Éxodo. El Señor de la historia se presenta caminando en medio del miedo.
“La fe es saber que hay un Tú que no me deja caer.”
La certeza de su presencia transforma la noche en esperanza. Jesús no es un espectador lejano: entra en nuestras aguas agitadas y nos sostiene.
Pedro pide una locura: ir hacia Jesús sobre las aguas. Y Jesús le dice: “Ven”. Mientras lo mira, puede caminar. Pero al mirar el viento, se hunde.
“La fe no es ausencia de tormentas, es caminar hacia Jesús en medio de ellas.”
Como Pedro, cuando sacamos la mirada del Señor y solo vemos el viento, el miedo nos gana. Pero basta un grito: “¡Señor, sálvame!”, y Jesús extiende su mano.
A veces, nuestra oración es solo eso, y está bien que así sea.
Jesús sube a la barca con Pedro, y el viento cesa. Y los discípulos se postran, reconociendo: “Verdaderamente, Tú eres el Hijo de Dios”.
“No es la barca sin olas la que nos salva, sino la presencia de Jesús en ella.”
La fe comunitaria nace de haber sido rescatados. No de ideas, sino de una experiencia viva del amor de Dios. La barca deja de ser solo un lugar de peligro y se convierte en lugar de comunión y reconocimiento.
Al llegar a Genesaret, la gente le lleva los enfermos y le ruega tocar aunque sea el borde de su manto. Y Jesús se deja tocar.
“A veces no tenemos palabras ni fuerzas… solo queremos tocar algo de Él.”
Esta es la fe humilde, la que toca el corazón de Dios. Cuando ya no sabemos orar, cuando no nos salen las fórmulas, cuando solo nos queda el deseo: ahí también está Jesús.
Señor,si eres Tú,mándame ir a tu encuentro sobre el agua.Aunque me hunda,aunque dude,sé que extenderás tu manoy me sostendrás.
¿Cuál es tu “viento en contra” hoy? ¿Te animás a mirar a Jesús en medio de la tormenta y decir: “Señor, mándame ir a tu encuentro sobre el agua”?