Sentimiento de Culpa

sábado, 28 de julio de 2007
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“Por lo tanto el que está en Cristo es una nueva creación. Pasó lo viejo, todo es nuevo”

San Pablo II Corintios 5-17

Habíamos hablado hace 15 días sobre la forma de expresar nuestros sentimientos y hoy hablaremos sobre el sentimiento de culpa.  Muchas veces perdemos el momento presente porque estamos inmovilizados a causa de un comportamiento pasado. Por otra parte la preocupación nos mantiene inmovilizados en el día de hoy por algo que está en lo futuro.  ¿Se acuerdan de esas dos cosas? El pasado que ya pasó, que no puedo cambiar y que debo dejar en manos de la misericordia de Dios.  El futuro, aquello que vendrá y que no tengo aún y que debo dejar en manos de la providencia de Dios, viviendo yo el presente, el ahora, el aquí que es la voluntad de Dios, el presente, regalo de Dios que es gracia, por eso se llama presente.

La culpa es una angustia inútil, digámoslo claramente, la preocupación y la culpabilidad están conectadas entre sí. Hay gente que se preocupa pero no se ocupa. Vive preocupándose pero no ocupándose. La excesiva preocupación la va cegando para ocuparse de lo que realmente debe ocuparse. Cambiar lo que puede cambiar y aceptar lo que todavía no puede cambiar y pedir sabiduría para distinguir una cosa de la otra, como decía San Agustín.  Pero la preocupación y la culpabilidad están conectadas entre sí porque está el pasado lleno de culpabilidad, está el futuro lleno de preocupación y está acá el presente atado a ambos. Un autor, Robert Jhon Burdex , escribió en su libro “El día dorado” “No es la experiencia del día de hoy lo que vuelve locos a los seres humanos, es el remordimiento por algo que sucedía ayer y el miedo a lo que nos pueda traer el mañana”  O sea, que nos encontramos con personas que se sienten mal por algo que no deberían haber hecho o asustados y consternados por cosas que pueden llegar a pasar, accidentes, muerte, falta de trabajo, infidelidades, engaños, enfermedades etc.

Entonces, la culpabilidad y la preocupación son, quizás, las dos formas más comunes de angustia en nuestra cultura por eso hay tanto ansiolítico dando vuelta. Nos provocan obsesiones por malgastarnos el tiempo presente que es la vida, el ahora, el aquí. Dios que me está amando, Dios que pasa, que golpea la puerta, Dios que pasa y no vuelve.
Muchos hemos sido sometidos a verdadera conspiración  de culpabilidad en nuestras vidas a través de mensajes que nos emite alguna persona, destinados a recordarnos que hemos sido, quizás, malas personas por algo que hicimos o dejamos de hacer, o porque no dijimos, o sentimos y la mayoría respondemos sintiéndonos mal, reaccionando con cargas de culpabilidad. Hoy en día es considerado incorrecto que nos sintamos culpables e inhumano que no nos preocupemos. Esto está relacionado con la importancia que le demos a los problemas. A mayor interés por la persona o por la cosa, digamos así, lo demostramos sintiéndonos culpables por lo terrible que hemos hecho y así lo demostramos, que nos preocupa su futuro y para entonces, ser clasificados como personas que se interesan y le importan los demás. Este comportamiento es inútil, despilfarramos gran energía emocional.

La culpa no es solo preocupación por el pasado. Es la inmovilización del momento presente en aras de un suceso del pasado hasta llegar al extremo de la depresión. Ustedes saben que la depresión esta considerada el enojo consigo mismo, es decir la incapacidad de comprenderme, de perdonarme, de mirarme con la mirada de Jesús.
Así como la ira, la rebeldía, es el enojo con los demás, echar la culpa a los demás, la depresión es echarme la culpa a mi mismo.  Si hemos aprendido las lecciones de nuestro pasado y prometemos ante nosotros mismos y ante el Señor, no volver a hacerlo, esto es sano y es necesario para nuestro crecimiento y desarrollo. Será enfermo cuando nos impida actuar en el presente. Este será un comportamiento inútil y malsano y existen diferentes formas básicas que toma la culpabilidad para convertirse en parte integrante del mecanismo emotivo de una persona, la llamada culpa residual o falsa culpabilidad

Quiero aclararles este punto. En general, hoy día, no digo todos por supuesto, pero una gran corriente de la sicología actual acosa a los cristianos diciendo que hemos predicado siempre el tema de la culpa para tener como Atrapada A la gente ¿no? Como en un círculo vicioso y que entonces el cristianismo fomenta la culpa. Debo decirle a todos éstos buenos señores que han pasado por la universidad pero la universidad no pasó por ellos, que están en un gravísimo error o al menos han sido víctimas de catequesis pésimas o de predicaciones horrendas porque, justamente, lo que intentamos desde la fe, es que nosotros, las personas, tomemos conciencia y asumamos con madurez y equilibrio que nos hemos equivocado y que vivamos ese instante de culpa como toma de conciencia de lo que hemos vivido, para asumirlo, aceptarlo y encarnarlo y en ese momento, entregárselo en manos de la Misericordia de Dios y liberarnos del tema pero habiendo asumido, y aceptado e incorporado ese error como una madurez psíquica, humana y espiritual y un crecimiento hacia el futuro.

Entonces cuidado! No estamos dando vueltas en torno a la culpa, como dicen algunos, sino que la culpa es un instante que asumimos, aceptamos e incorporamos como una responsabilidad nuestra justamente para abandonarnos en la Misericordia de Dios. Lo contrario es lo que pasa hoy día en muchas corrientes sicológicas, no en todas, en donde al supuesto paciente se lo hace retroceder a una eterna adolescencia, a un infantilismo inmaduro, donde él no es culpable de nada, donde es víctima de todos, donde todo lo que le ha pasado es culpa de la mamá, el papá, el abuelo, la abuela, la sociedad, el profesor, el maestro, el perro, el gato pero que él no es responsable de nada. Ciertamente así a la persona, la sacas de la depresión pero la transformas en un monstruo egoísta que devora todo a su paso con reclamos, con indirectas, con ironía, con acusaciones devora a todo el mundo. Es una tendencia que se da en no pocos pacientes de algunos llamados terapeutas.

Entonces, para que tengamos en cuenta, el hecho mismo de la confesión sacramental es justamente un momento donde el penitente viene a confesarse con una actitud de libertad interior con gozo, alegría y esperanza porque va al encuentro de la Misericordia. Reconoce ante ella su miseria y es liberado y sanado por la gracia del sacramento para recomenzar un camino en mayor creación, en mayor superación, con mayor libertad interior.
Habíamos dicho que hay una culpa residual y es la culpabilidad aprendida a muy temprana edad, que queda como un residuo del pasado del niño en la personalidad adulta. Esta culpa es la reacción emocional que la gente lleva consigo desde sus memorias infantiles y las cargamos de adultos. Implican a veces reacciones o cosas como éstas “papá no te va a querer si haces esto otra vez” por ejemplo ¿no? O “Dios te va a castigar por hacer esto” Son esas frases famosas “deberías sentir vergüenza por lo que has hecho” “ bueno, bueno, al fin y al cabo yo no puedo hacer más porque yo solo soy tu madre así que demasiado” Entonces el niño aprende a ser manipulado “¿Cómo, porque le haces esto a mamá? Mamá no te va a querer mas, no te va a hacer mas la torta de dulce de leche si heces esto” entonces el chico se da cuenta que tiene que agradar a todos y se da cuenta que está presionado, manipulado. Creo que todos hemos tenido alguna de estas experiencias no solamente en la casa, a veces en la escuela, en la parroquia, en el trabajo. En el adulto sería cuando desagrada a su jefe o a otras personas que sirven como imágenes paternales o maternales y busca el apoyo en estas figuras. Por eso hay gente que es tan obsecuente en lo que hace pero una obsecuencia enfermiza en el trabajo, en la parroquia. Una obsecuencia de perder la libertad interior de perder el discernimiento. Este tipo de comportamiento también aflora en la sexualidad dentro del matrimonio donde alguno de la pareja piensa “bueno, no merezco ser feliz” no es que lo diga así pero lo piensa en su inconsciente y siente múltiples remordimientos y da miles de excusas por comportamientos pasados y por eso le cuesta vivir una sexualidad humana libre, gratuita. Debemos advertir los mensajes aprendidos que tenemos dentro. Si gozas deberías sentirte culpable por esto. Esos mensajes puritanos, falsamente morales, moralina pura . Aprendimos a no satisfacer nuestros gustos, hablando de gustos correctos, encauzados, los gustos que me hacen ser más persona, más libre, más hijo/a de Dios, a no divertirnos, ese eterno tedio y cansancio, aburrimiento que tiene tanta gente hoy día y a disfrutar de las cosas bonitas. Incluso no hemos aprendido a disfrutar del placer sexual sin culpa, dentro del matrimonio. Ustedes saben que Dios agregó un placer a determinadas actividades que tienen que ver con los instintos. Hay un placer en el comer; los sabores, los olores. Hay un placer también en el trabajo, en el servicio, en la entrega. Hay un placer en el descanso, en contemplar la creación, un placer en el escuchar música, ese placer no es malo. Hay un placer en descubrir a Dios en todo eso y en estar en el Señor en todo eso. Hay un placer en el orar, en el alabar, en el descansar en el Amado. No está mal el placer cuando ese placer no es una búsqueda egoísta de si mismo, cuando no es una búsqueda individualista, egoísta, retorcida de sí mismo. Cuando no es apego a la propia imagen, a la propia persona. 

Entonces, si localizáramos un centro para la culpabilidad en el cuerpo humano seguramente se encuentra en el sexo o en la sexualidad. La culpa inmoviliza y aumenta las posibilidades de que repitamos el mismo comportamiento. Ese mismo comportamiento indeseado. Ella puede servir de retribución en sí misma y también de permiso para repetir el mismo comportamiento que rechazamos, que negamos y que además es generador de esa culpa. Entonces debemos proponernos hacer nuestras actividades integrándolas a nuestro propio sistema de valores y que todo sea tocado por la gracia y que todo sea propuesto al Señor en la oración y que todo sea hablado con El en la oración y que todo sea tocado por la presencia del Espíritu Santo. Fíjense, ésta sociedad actual que se dice totalmente liberada en el tema sexual, me parece a mí que tiene mas complejos y prejuicios en este tema que hace 50 o 60 años. Sí, nada más que hemos pasado de un extremo al otro pero igualmente sigue siendo un tema tabú, un tema prejuicioso, mal encarado, mal encauzado, un tema descalificado, ridicularizado es decir un tema que para mucha gente, como dicen los chicos, está entre ceja y ceja y cuando un tema se transforma en un absoluto en tu vida, se transforma en un tirano, un dictador que te manipula, te maneja, no te deja en paz.

Quiere decir que ese tema para vos, es un gran tabú, un gran prejuicio. Entonces esta sociedad que se dice haberse liberado por televisión desparpajadamente, por el cine, por lo que sea, por Internet en el tema sexual, yo creo que en realidad a caído en la trampa mayor de tenerlo con temor y con miedo ahí, siempre en el centro. Porque en el fondo la sexualidad es un misterio tan profundo y tan rico como don de Dios que se tiene miedo de asumirlo, de aceptarlo, de hablarlo, de compartirlo como algo maravilloso y por eso se lo exacerba, se lo ridiculiza o se lo fragmenta. Yo creo que es importante integrar no fragmentar. Es importante integrar la propia genitalidad a la racionalidad, a la afectividad, a la emotividad a la sensibilidad en una armonía, un equilibrio. Por eso recordemos siempre lo que ya dije alguna otra vez o sea la sexualidad es toda tu forma de ser como varón y como mujer. Tu forma de pensar, de hablar, de caminar, de moverte, de ver el mundo y las cosas como varón y como mujer. La genitalidad es una parte de la sexualidad sino reduce al ser humano a la pura genitalidad, al mas puro instinto animalito, lo está fragmentando, lo está coartando, le corta la trascendencia y esto, lamentablemente, está pasando de una manera terrible por eso que cuesta tanto ser feliz, por eso hay tanta gente aburrida, insatisfecha, frustrada porque la frustración también pasa por la incapacidad de amar, de comunicar, de dialogar. Esto, así, rápidamente por supuesto, es lo que puede ser llamado la culpa residual que daría para mucho. Pero después, esta también lo que se conoce como la falsa culpabilidad y es necesario reconocer esto para poder ser libre. También es una emoción, un sentimiento esa impresión de ser feo o poco amable o poco querido, poco aceptado, con poco raiting social, digamos así, que no es una persona como es debido, que no es capaz y cuantas cosas más. Que es muy alto, que es muy bajo, que es muy gordo, que es narigón, que habla mucho, que no habla. La falsa culpabilidad que no es conciente, atención, provoca fácilmente una máscara de soberbia. Por eso generalmente, la persona que es insoportable o sea que es autosuficiente, soberbio en el fondo está escondiendo un complejo, inconsciente complejo de inferioridad, de culpa. En el fondo está queriendo decir, soy el mejor, soy el más fuerte de todos porque yo tengo la razón porque en el fondo está escondido un complejo de culpabilidad que le hace vivir un complejo de inferioridad. O bien al contrario, se pone en actitud de víctima de todos, entonces son los otros los que no me quieren, los que me dejan solo, los que me marginan, no me llaman, no me tienen en cuenta, que esto que el otro, que aquí que allá.

En ese sentido pueden ver la segunda carta de San Pablo a los Corintios 7-10. Vamos a ver que la culpa, entonces, no es una emoción ni un sentimiento que se asienta en nosotros. Atención a esto: es un juicio que hacemos contra nosotros mismos, es la culpabilidad que nos imponemos después de infringir un código moral al que se suscribe o infringe una norma adulta. Pueden leer la carta de Santiago 4-11. Debemos tener conciencia de culpabilidad cuando es real y cuando es necesario sentirla. Por ejemplo, si hemos agredido a alguien, esto debe conducirnos a pedir perdón. Muchas veces el individuo se siente inmovilizado por cosas que ha hecho recientemente aunque no tienen, necesariamente, que estar conectado con algo que pasó en su infancia.
Entonces, la culpa es un juicio que hacemos contra nosotros mismos por haber roto una regla moral que hemos aprendido ya sea de un código moral fruto de una relación con Dios o de un código familiar o de adultos aprendido cuando uno era chico.

Por eso hay que tener mucho cuidado, lo digo claramente, de reducir lo religioso a una pura moral o a una pura moralina o reducir la catequesis, la evangelización o la predicación a un puro aspecto moral  y lo digo porque ha pasado muchas veces. Hay que tener cuidado porque la relación con Dios significa la respuesta libre, voluntaria, alegre que doy a la propuesta que Dios me hace, pero El me llama primero, me invita primero, El dio el primer paso por mí. La respuesta libre, voluntaria que doy a la propuesta que Dios me hace se llama religión. Entonces, lo fundamental, es vivir en la presencia de Aquel que me está amando, que me hace sentir persona libre. Como consecuencia de ello hay una serie de formas, de actitudes, de criterios, de opciones de vida que debo hacer en libertad iluminado por la gracia, por la presencia del Espíritu, por la palabra, por los sacramentos, por la comunidad. Entonces, ahí si viene el aspecto moral, el comportamiento de ética, de vida pero no puede reducirse la opción por Dios o por lo religioso únicamente a un aspecto moral. Entonces no se trata de culpar sino de asumir la responsabilidad. Es posible que la persona se sienta mal y creer que con el dolor puede modificar de alguna manera el pasado, está allí toda retorcida en una habitación a oscuras, no quiere salir, pero esto es imposible. No debemos situar nunca la culpa a los pies ajenos ni debemos desplazar nuestra responsabilidad hacia otra persona u otra cosa. Nuestros comportamientos y sentimientos son nuestros. Podemos lamentarnos pensando nuestra maldad y sentirnos culpables pero en nada podremos rectificar o cambiar nuestra historia hacia el pasado. Sí hacia el presente y sí hacia el futuro. Nuestro deber entonces, es asumir la responsabilidad personal que nos toca. El punto de partida es el auto conocimiento, es asumir la propia responsabilidad  con madurez psíquica, afectiva, humana y espiritual iluminados por la gracia. Podemos estar sufriendo por estar esforzándonos en vivir a la altura de nuestras expectativas o de la de los demás pero esto no cambiará la situación que nos rodea. Por ejemplo, el padre es un médico exitoso en su profesión que obliga, sutilmente, a su hijo a hacerse médico como él. Digo sutilmente porque nunca se lo dijo directamente pero hay formas y formas de hablar. El hijo es infeliz porque su vocación era la música y culpa a su padre por no ser un excelente médico, es incapaz de reconocer y aceptar la responsabilidad que tuvo él porque estudió una carrera que no era de su agrado y enfrentársele para manifestarle cual es su vocación Yo conozco muchos médicos que son periodistas y no ejercen su profesión de médico. Lo que sí podemos hacer es empezar a cambiar nuestra actitud respecto a las cosas que nos producen culpa tratando de cambiar nuestra mentalidad ayudándonos con citas y mensajes bíblicos apropiados para el problema, orando e impregnando del Espíritu Santo todas las situaciones, buscando un buen director espiritual. Buscando también, en los retiros Ignacianos y de las convivencias con Dios, ese camino de discernimiento para ir superando aquello que ciertamente nos oprime en nuestra vida

El pecado siempre es el no amor, es usar mi libertad y usarla mal para oponerme al plan, al proyecto amoroso de Dios, al amor incondicional que El me propone. Entonces, el pecado justamente es darle la espalda a su proyecto, vivir como si Dios no existiera, vivir indiferente a su proyecto, a su presencia, a su amor, a su salida hacia mí y esas opciones que yo hago en libertad dejan huellas, marcas, taras, heridas. Justamente por eso hacemos tanta oración de sanación interior. Cada vez que vos te confesas, que recibís el sacramento de la reconciliación, la iglesia, como madre, a través de la pasión, muerte y resurrección de Jesús, por su sangre derramada en la cruz, en la persona del sacerdote te absuelve.  Absolver quiere decir cortar toda amarra con ese pecado que en conciencia y libremente cometiste. Ciertamente, ahí quedas liberado/a y el sacramento que es la gracia junto con la eucaristía, la comunión frecuente va a sanar esas heridas, igual que la oración personal, la oración frecuente al sagrario en un tú a tú que es la adoración, el contacto diario con la palabra de Dios, el grupo de oración semanal, los retiros espirituales o convivencias que vayas haciendo, las obras espirituales de misericordia, el apostolado, el abrirte va a ir sanando las heridas, las taras pero ciertamente que hay que pedirle al Señor que su Espíritu Santo nos vaya impregnando de tal manera y que su sangre nos cubra cada día para que cada neurona de nuestro cerebro sea limpiada de todos esos malos recuerdos, que la imaginación se aquiete, que sea regenerada, recreada, que las heridas del corazón se sanen, que la afectividad se equilibre porque el tema es que muchas veces el recuerdo de las malas opciones o del pecado vuelven y nos hace caer en tristeza, en culpa en depresión, en remordimiento y ciertamente eso no ayuda para seguir adelante. Por eso cada día hay que repetir con San Pablo y como él “me basta tu gracia Señor porque tu poder triunfa en mi debilidad”

Demasiadas personas somos imperfectas, vulnerables, perceptibles. Si ponemos la confianza solo en personas, toda la expectativa en personas, siempre sentiremos esa sensación de frustración, de decepción. Lo que podemos ir haciendo es cambiar nuestra actitud con respecto a las cosas que nos producen culpa tratando de cambiar nuestra mentalidad. La conciencia de la culpabilidad es cuando sabemos que hemos actuado erróneamente. Esa culpa depende de nuestra elección y no de nuestra emoción. A esto se le llama tener conciencia de la culpabilidad como lo expresa el rey David en el salmo 50 cuando reconoce su culpa y su pecado. Debemos absolvernos a través de la palabra de Dios para evitar quedarnos atados y sin poder hacer nada y también debemos acudir al sacramento de la reconciliación con un sacerdote que es el canal, el instrumento elegido por el Señor para comunicarnos la gracia; un mismo pecador, un hombre frágil, limitado que en ese momento es Jesús mismo que te absuelve y te perdona y que además tiene toda la preparación teológica, bíblica, espiritual de discernimiento para ayudarte a crecer.  Entonces, cuando uno busca este sacramento sinceramente, con contrición y con deseos de reparación y de conversión, ciertamente la gracia del sacramento nos ayuda a crecer y a madurar. También debemos eliminar la palabra culpa de nuestro pensamiento y de nuestro vocabulario. La carta del apóstol Santiago 2-13 nos declara que “este juicio que hacemos contra nosotros mismos o contra otras personas, en el sentido de condenación solo le pertenece a Dios” (ver los salmos 8 y 9)  El juzgar la responsabilidad humana es cosa de Dios no de nosotros.  Cada uno de nosotros debe abrir los brazos al niño de nuestro pasado, al joven, al adolescente, al adulto que hay dentro de nosotros y eliminar el juicio que solo hace que nos desgarremos el corazón. También debemos encontrar la diferencia entre juzgar a una persona y juzgar una acción, como decía San Agustín “uno debe odiar el pecado pero debe amar al pecador”. Siempre hay que distinguir entre la persona y la acción. Saber condenar la acción, si es condenable pero salvar siempre a la persona en el nombre de Jesús

 

                                                                   Padre  Rubén  Francisco  Bellante