Sentir la presencia del Espíritu Santo

viernes, 18 de mayo de 2012
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Los invito a caminar abiertos al paso del Espíritu que nunca se detiene. Él siempre está en nosotros impulsándonos a vivir de verdad, a vivir como resucitados, a vivir como hijos amados de nuestro Padre querido del cielo.

De la mano y de la voz del Padre Javier, venimos recorriendo, nuestra fe común en torno a los contenidos que nos propone el Catecismo de la Iglesia Católica. Éste documento eclesial que pronto cumplirá 20 años por lo cual y junto a los 50 años del Concilio Vaticano II, daremos comienzo en unos meses a la celebración del año de la fe.

Quien tenga el catecismo a mano que lo busque, que lo use, o sino buscarlo en la web, colocando Catecismo de la Iglesia Católica, en un buscador, y quien no pueda tenerlo a su alcance lo vamos a ir leyendo, proponiendo y comentando desde éste espacio.

Para estos días lo que tenemos como propuesta común es conocer, acercarnos, por así decirlo, un poco más a unas de las personas de la Santísima Trinidad, concretamente, al Espíritu Santo.

Vamos a buscar no solo conocer intelectualmente  algo más del Espíritu, sino vamos a intentar juntos dejar que Él pase en medio nuestro, revelándonos su presencia, su querer, su poder de vida, de paz y de amor.

En el Catecismo de la Iglesia Católica, en la primera parte: La Profesión de la fe, en la segunda sección, llamada: La Profesión de la fe cristiana, en el capítulo tercero: Creo en el Espíritu Santo. Vamos a trabajar en torno al número 683 en adelante.

Recordamos que venimos rezando y comentando nuestro Credo, el símbolo de la fe. La profesión de la fe común que tenemos y hacemos en la iglesia. Desde el Credo nos acercamos a la identidad del Padre, luego a la del hijo, Jesucristo, y en éstos días profundizaremos en el Espíritu Santo.

Hoy te propongo compartir: ¿Cómo ha obrado el Espíritu Santo en tu vida?

Invocamos al Espíritu Santo: “Ven Espíritu Divino, ven, manda tu luz desde el cielo. Padre amoroso del pobre, don en tus dones espléndido, luz que penetras en las almas, fuente del mayor consuelo. Ven, dulce huésped del alma, descanso de nuestro esfuerzo, tregua en el duro trabajo, brisa en las horas de fuego, gozo que enjuga las lágrimas y reconforta en los duelos. Riega la tierra en sequía, sana el corazón enfermo, lava las manchas, infunde calor de vida en el hielo, doma el espíritu indómito, guía al que tuerce el sendero. Entra hasta el fondo del alma, divina luz y enriquécenos. Mira el vacío del hombre si tú le faltas por dentro, mira el poder del pecado cuando no envías tu aliento. Reparte tus sietes dones, según la fe de tus siervos. Por tu bondad y tu gracia, dale al esfuerzo su mérito, salva al que busca salvarse y danos tu gozo eterno”. Amén.

El Catecismo nos presenta al Espíritu Santo desde la Carta a los Gálatas. Leemos en Gálatas 4, 4-7: “Pero cuando se cumplió el tiempo establecido, Dios envió a su hijo, nacido de una Mujer y sujeto a la ley, para redimir a los que estaban sometidos a la ley y hacernos hijos adoptivos. Y la prueba de que ustedes son hijos, es que Dios infundió en nuestros corazones el Espíritu de su hijo que clama a Dios llamándolo Abba, es decir, Padre. Así ya no eres más esclavo, sino hijo y por lo tanto heredero de la gracia de Dios”.

El espíritu es ésta persona, esta presencia que está dentro nuestro, que nos confirma en una identidad, en la identidad de los hijos adoptivos de Dios. El Padre nos ha hecho hijos suyos, infundiendo en nuestros corazones el Espíritu de su Hijo, de manera tal que así como Jesús llamaba y se comunicaba con su Padre, como Abba, también nosotros podemos llamarlo así. El Padre del cielo es nuestro Abba, nuestro Padre querido, nuestro Padre bueno. Y ya desde este texto vamos conociendo al Espíritu por sus frutos.

Su presencia que clama a Dios y en nosotros, nos hace libres, nos saca de toda falsa identidad de esclavos, nos saca de la esclavitud para hacernos herederos de la vida de Dios, herederos de la vida Divina en nosotros, según la vida de Jesús.

El espíritu es quien nos abre al conocimiento. Conocimiento en la Biblia no es sólo el conocimiento intelectual, sino un conocimiento personal. Conocer es conocer a Dios, conocer es conocer a Jesús como encuentro existencial, vital con la persona de Jesús. Eso es lo que hace el Espíritu, nos abre a un conocimiento por medio del encuentro con la persona de Jesús. Entrar en contacto con Jesús, es una obra del Espíritu. Nosotros no somos Dios pero sí somos capaces de recibir la vida de Dios. Somos capaces todos, en las condiciones que estemos, seamos quien seamos, vivamos donde vivamos, estemos como estemos, somos capaces de recibir la revelación de Dios. Y esto es posible por el Espíritu. El Espíritu nos atrae desde dentro nuestro, por su puesto con el asentimiento de nuestra propia libertad hacia la persona de Jesús.

 El Espíritu Santo es la tercera persona de la trinidad que se nos ha revelado como Dios único y verdadero. El Espíritu Santo es Dios. Ésta es la afirmación que históricamente ha hecho la comunidad cristiana y que también nos trae como pronunciación, como proclamación, el Catecismo también, el Espíritu Santo es Dios. Muchas veces hemos escuchado que el Espíritu Santo es un gran desconocido, y puede ser entre otras cosas porque nos cuesta hacernos una imagen de Él. Del Padre nos podemos hacer una imagen a partir de la paternidad terrena, por ejemplo y del hijo tenemos numerosas imágenes aparte de lo que significó la encarnación, su humanidad. Pero la imagen del Espíritu no sale tan fácilmente, sin embargo el Espíritu está en todo, el Espíritu siempre está, está obrando permanentemente junto al Padre y a hijo, pero se nos ha permitido conocerlo más plenamente por así decirlo, más de cerca, a partir de la comunicación que de Él nos ha hecho el Padre junto a Jesús. Jesús es encarnado por la acción del Espíritu y será el mismo Jesús que antes de ascender al Padre, también vuelve a comunicar personalmente Él al Espíritu. Y asciende justamente para que ése espíritu desarrolle su obra en la historia y en el mundo. De modo tal que se ha quedado para siempre como presencia actualizadora de Jesús en la historia y en el mundo es el Espíritu Santo.

En la presencia de éste Espíritu, compartimos ¿Cómo ha obrado el Espíritu Santo en tu vida? Tal vez en la recepción de un sacramento, o de algún momento de oración o como obra Él, inesperadamente si lo dejamos obrar en alguna circunstancia cotidiana, circunstancia compleja o de alegría también.

A partir de un texto bíblico que nos propone el Catecismo de la Iglesia Católica, Juan 14, 17, donde la palabra de Dios nos dice que el mundo no puede recibir al Espíritu porque no lo ve ni lo conoce. Qué actual es esto, pensaba, nos cuesta salir de nuestros parámetros naturales del ver, del tocar, del sentir. Muchas veces nos pasa esto con la presencia y con la persona del Espíritu, si no nos detenemos un poco, sino intentamos dejarlo a Él manifestarse, dejarlo obrar desde dentro de nuestro corazón, si no detenemos nuestro pensamiento y nuestra acción, es complejo dejarlo al Espíritu moverse y conocerlo, porque no lo podemos ver, porque no lo podemos conocer como habitualmente conocemos tantas otras cosas de la realidad. No porque está mal querer conocer o no sea posible conocer a través de los sentidos, a todo lo contrario, sino porque si sólo nos quedamos en ese tipo de conocimiento, si sólo nos quedamos en el ver con nuestros ojos, limitamos la posibilidad de revelación del Espíritu, limitamos la posibilidad de conocimiento del Espíritu a través de sus obras que es fundamentalmente como nos vinculamos y nos damos cuenta que Él está obrando entre nosotros.

El Catecismo nos dice en el número 688, que la iglesia como comunidad viva de fe, como comunidad en torno a la persona de Jesús y por la presencia de Jesús en medio de ella, es el lugar de nuestro conocimiento del Espíritu. Y puntualmente el Catecismo de la Iglesia Católica, señala algunas realidades en donde encontramos al espíritu obrando en medio de la iglesia, por ejemplo en las Escrituras, ya que Él ha sida quien las ha inspirado. Justamente Él es el autor junto con los autores humanos, de la Palabra de Dios en las Sagradas Escrituras. Éste es un primer lugar donde el Catecismo, nos señala como lugar de presencia del Espíritu. También nos señala que está presente el Espíritu en la tradición, en la Tradición con mayúscula, no en las tradiciones culturales, familiares, o particularmente religiosas de algún sector o de algún tiempo, sino en la tradición viva de la iglesia. Tradición viva de los cuales los Padres de la iglesia son los testigos siempre actuales, esas tradiciones la experiencia cristiana histórica universal que la comunidad Cristiana viene acercando siempre hacia delante de cómo ha sido la experiencia de encuentro con el Dios vivo revelado en Jesús. En esta tradición viva también el Espíritu se hace presente. Es justamente el que le da continuidad a la obra de Jesús en la tradición de la iglesia. El Espíritu es el que actualiza en esa predicción viva de la iglesia, la presencia, la persona, el mensaje de Jesús.

Un tercer lugar donde encontramos al Espíritu, es en el magisterio de la iglesia, el magisterio que es justamente la enseñanza y la interpretación que la iglesia hace de la Escritura y de la Tradición, es el espacio que resguarda a esa revelación que Dios nos ha hecho en Jesucristo. Ese magisterio es asistido por el Espíritu Santo. El Espíritu conduce al Papa, a los obispos, a la vida de la iglesia en su totalidad como comunidad creyente, buscando conocer más a Jesús, vivir más a fondo la revelación hecha también en su palabra y en la tradición.

También lo encontramos al Espíritu, en la liturgia sacramental, en la celebración de los sacramentos. A través de las palabras y de los símbolos que aparecen en cada una de las celebraciones litúrgicas, el Espíritu se está derramando, el Espíritu está obrando eso que dicen las palabras, eso que significa cada uno de los símbolos presentes en la liturgia. Es el Espíritu que en la liturgia nos pone en comunión con Jesús.

Otro lugar que nos señala también el Catecismo como lugar de la iglesia en donde nos encontramos con el Espíritu, y sin duda de esto también tenemos experiencia cada uno de nosotros, es en la oración, en la oración en la cual el Espíritu intercede por nosotros. Cuantos textos de los evangelios, de las Cartas, del Nuevo Testamento en general, nos hablan, nos presentan este Espíritu obrando en nosotros, gimiendo en nosotros, intercediendo al Padre desde nuestro propio interior, desde nuestro propio Espíritu. Es un espíritu que en la oración hace comunión con nuestro Espíritu para que podamos hablar al Padre como Jesús, para que podamos comunicarlo con el Padre como otro Jesús, como otro hijo en Jesús al Padre, ahí está el Espíritu, en la oración personal, en la oración comunitaria, en tantas formas, en tantas experiencias de oración, ahí el Espíritu se hace presente.

También nos suscita el Catecismo que el Espíritu se hace visible en los carismas y ministerios mediante los que se edifica la iglesia. Qué experiencia grande que tenemos como comunidad eclesial. Muchas veces estamos en torno a una experiencia más personal, o más subjetiva, pero lo propio de nuestra fe, de nuestra experiencia comunitaria de fe en la iglesia es mirar al Espíritu en multiplicidad de carismas, personales, pentecostales, comunitarios como son las instituciones, las asociaciones, los movimientos y diversos ministerios. Tantos servicios que son un obrar del Espíritu Santo. De esto tenemos tanta experiencia entre nosotros en la radio, la radio y la comunidad radial justamente como un lugar donde el Espíritu obra, nos edifica como iglesia a partir de su presencia entre nosotros.

Por último, otros lugares donde aparece el Espíritu, son en los signos de vida apostólica y misionera. Cuanto que nos edifica el testimonio de la vida misionera, el testimonio de la entrega por el anuncio del evangelio. Cuando vemos algún testimonio concreto en personas que anuncian y que viven a Jesús, algo se nos mueve por dentro, algo nos atrae a Jesús, bueno esa es la obra del Espíritu. El Espíritu está obrando a través de ese testimonio de esa vida apostólica, de esa vida misionera, llamándonos y atrayéndonos a Jesús. Y en esta misma línea también concluye el Catecismo de la Iglesia, diciéndonos que el Espíritu también está presente en el testimonio de los santos, en el testimonio que ellos nos han dado con su propia vida. Él se manifiesta en la santidad de los santos, Él se manifiesta a través en los santos continuando y mostrando la continuación de la obra de la salvación.

Hemos experimentado justamente esta semana, nos hemos conmovido a partir del testimonio del anuncio de lo que ha significado la presencia de la persona del Padre Brochero. Como nos atrae a Jesús un testimonio vivo de esta persona que pudo vivir a fondo el encuentro con Jesús y la propuesta de su palabra. También ahí, entre los santos, en el testimonio de los santos, el Espíritu está obrando.

Estos son los espacios, por así decirlo, donde dentro de la comunidad eclesial el Espíritu se mueve, el Espíritu está vivo.

Abrámonos nosotros a esa presencia del Espíritu a través de estos lugares donde lo podemos encontrar.

El Catecismo de la Iglesia Católica, en el número 689, nos dice: “Aquel, al que el Padre ha enviado a nuestros corazones, el Espíritu de su Hijo, es realmente Dios. Consustancial con el Padre y el Hijo, es inseparable de Ellos, tanto en la vida íntima de la Trinidad, como en su don de amor para el mundo”.

Éste es el Espíritu Santo, éste es el Espíritu que vive en nosotros, es uno sólo, que como lo dice el Catecismo, es inseparable al Padre y el Hijo, tanto en la vida íntima de la Trinidad, lo que decimos hacia adentro de la Trinidad, por decirlo de algún modo, como también en su don de amor para el mundo. Ésta es el Dios que tenemos, ésta es la imagen real de Dios, la de un Dios hecho don de amor para el mundo. Dios no está lejos de cada uno de nosotros, no está lejos de la historia humana, con sus curvas, con sus idas y sus vueltas. Dios está hecho de amor para el mundo.

Nos cuesta a veces detenernos, por los dolores, por las circunstancias que vivimos, por el ajetreo de la vida cotidiana, pero qué grande es éste misterio de nuestra fe. Un Dios que se ha hecho don de amor para el mundo, y cada una de las tres personas de la Santísima Trinidad, en la que creemos que se nos ha revelado, se ha hecho este don de amor para nosotros, para cada uno de nosotros.

Dice el Catecismo: “Pero al adorar a la Santísima Trinidad vivificante, consustancial e indivisible, la fe de la iglesia profesa también la distinción de las personas. Un solo Dios, pero tres personas distinguibles. Cuando el Padre envía su verbo, envía también su aliento. La visión del hijo de Dios, es la visión también del Espíritu Santo”. El catecismo nos dice, es una visión conjunta en la que el Hijo y el Espíritu Santo son distintos pero inseparables, sin ninguna duda Cristo es quien se manifiesta, imagen visible de Dios invisible, pero es el Espíritu Santo quien lo revela. Este por así decirlo, tomando la imagen, entramado de vinculación entre el Padre, el hijo y el Espíritu, haciendo la obra de salvación de cada una de nuestras vidas, comunicándose a través de esa revelación conjunta de ese don de amor realizado a través de la manifestación de la Trinidad, es que nosotros podemos recibir a Dios, es que nosotros podemos también ser templo de ese Dios que se manifiesta, que se revela. De hecho lo somos, somos templo del Espíritu Santo. El Espíritu es ésta persona derramada en nuestros corazones para que vivamos como hijos de Dios, para que vivamos como otro Jesús e intentemos y busquemos a partir de su presencia también vincularnos entre nosotros como hermanos, hijos de un mismo Padre, como hermanos en Jesús.

El Espíritu está vivo y se manifiesta en nosotros, está en nosotros obrando lo que el Padre quiere para nuestra vida como bendición, como presencia de su hijo en nuestra propia vida, haciéndonos hijos también de Él.

El Catecismo en los números 691, 692, nos presenta el nombre del Espíritu y un apelativo en particular para poder conocer quién es éste Espíritu. El nombre propio de aquel que adoramos y glorificamos con el Padre y el Hijo, es Espíritu Santo. No es cualquier espíritu o una santidad cualquiera, sino, que estos dos conceptos son justamente el nombre de la tercera persona de la Trinidad. Espíritu Santo es un nombre personal. Es el nombre personal de ésta persona, justamente, por eso es personal, que habita en nosotros, que es Dios y que junto al Padre y al Hijo, adoramos y glorificamos. La iglesia ha recibido este nombre del mismo Señor, puntualmente el evangelio por ejemplo de Mateo 28, 19 Dice Jesús: “Vayan y hagan que todos los pueblos sean mis discípulos, bautizándolos en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo y enseñándoles a cumplir todo lo que Yo les he mandado, y Yo estaré siempre con ustedes hasta el fin del mundo”. Jesús lo presenta como Espíritu Santo junto a Él y junto al Padre, obrando a través del bautismo. Ese mandato que nos ha dejado Jesús, a la comunidad creyente, a la comunidad eclesial, es para que justamente la Trinidad viva en la humanidad, viva en cada persona. En el bautismo se nos comunica la vida de Dios, por lo tanto también se nos comunica la presencia, la persona, la vida del Espíritu Santo.

Leemos en el Catecismo, el término Espíritu, traduce el término hebreo Roaj, que en su primera acepción significa, soplo, aire, viento.

 Por otra parte, Espíritu y Santo, también lo dice el catecismo, son atributos divinos comunes a las tres personas divinas, pero uniendo ambos términos, la Liturgia, la Escritura y también el lenguaje teológico, designan la persona inefable del Espíritu Santo. No son solo atributos de las personas divinas sino que uno de ellos es el Espíritu Santo, sin equívocos posibles con los demás sentidos de los términos tanto Espíritu por un lado como Santo por el otro. Éste es el nombre propio de la tercera persona de la Trinidad en la cual creemos y a la cual recibimos en nuestro propio Espíritu.

Espíritu Santo, espíritu que es fuente del mayor consuelo, porque justamente por ser Espíritu Santo, es el que en comunión con nuestro propio espíritu, nos puede consolar. Y hablando justamente de consuelo, pasamos a unos de sus apelativos en donde justamente el catecismo a partir de lo que Jesús ha presentado, lo llama al Espíritu Paráclito. Literalmente quiere decir “Aquel que es llamado junto a uno”. Miremos esto, porque este es el Dios en el que creemos, un Dios que es llamado junto a nosotros. Paráclito se traduce por El consolador. El mismo Señor llama al Espíritu Santo, Espíritu de Verdad. Éste es el Espíritu que tenemos, ésta es la persona de la Trinidad en la cual confiamos nuestra vida.

Dejémonos conducir por el Espíritu, Él está siempre presente y obrando. Él quiere conducir tu vida para que puedas vivir, realizar junto a Jesús la voluntad del Padre.

                                                                                                                                       Padre Melchor López