Séptima Morada: Dios en el centro

sábado, 29 de diciembre de 2012
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CATEQUESIS DEL LUNES  17-12-12

 

                                              Séptima Morada: Dios en el centro

“El que me ama y cumple mis mandatos, ese será amado por mi Padre y Yo lo amaré y me manifestaré a Él. El que me ama será fiel a mi palabra y mi Padre lo amará. Iremos a él y habitaremos en él”

 

Sin vendas en los ojos, a través de sus moradas, Teresa nos ha introducido en el castillo interior donde no se entiende la lógica del amor de Dios, sino sencillamente cuando en lo más profundo del corazón se despierta aquello que está escondido y allí mismo el misterio del encuentro se hace revelación y aparece de sí mismo en el corazón del orante lo que estaba escondido, lo que no aparecía con toda su fuerza hasta que el amado, la presencia de Dios muestra el costado mejor, más claro de revelación más transparente del propio ser. Dios que pone de pie al orante definitivamente y lo dignifica al punto de hacerse uno con la expresión que se viene anticipando ya se hace plena ahora ya no soy yo es Cristo quien vive en mí. Ayer cuando regresábamos de viaje nos encontramos, desde Santa Fe hasta aquí después de haber acompañado a Caro y a Nacho dos miembros de nuestra comunidad juvenil que dieron su paso definitivo en el misterio de la alianza, el sacramento del matrimonio, de vuelta pusimos una canción de Celine Dion y Matías que es profesor traductor de ingles nos fue traduciendo esta canción que nos puede ayudar para entender de que se trata la presencia de este amor que revela lo mejor de nosotros mismos.

La canción traduce así:

Por todas las ocasiones en que tuviste a mi lado, por la verdad que me mostraste, por la alegría que trajiste a mi vida, por todos los males que mejoraste, por todos los sueños que hiciste realidad, por todo el amor que encontré en vos, siempre estaré agradecido, vos sos quien me sostuvo, nunca me dejaste caer, vos sos el que me acompañó en todo momento, fuiste mi fuerza cuando estaba débil, mi voz cuando no podía hablar, mis ojos cuando no podía ver, viste lo mejor que había en mí, me alzaste cuando no alcanzaba, me diste fe porque creíste, soy todo lo que soy porque me amaste.

 Me diste alas, me hiciste volar, perdí mi fe y vos me la devolviste y me dijiste que ninguna estrella estaba fuera de mi alcance. Cuando estuviste a mi lado me mantuve de pie, cuando tuve tu amor lo tuve todo, agradezco cada día que me diste y yo no sé mucho pero si sé lo siguiente: estoy bendecido porque vos me amaste.

Fuiste mi fuerza cuando estaba débil, mi voz cuando no podía hablar, mis ojos cuando no podía ver, viste lo mejor que había en mí, me alzaste cuando no alcanzaba, me diste fe porque creíste. Soy todo lo que soy porque vos me amaste.

Vos siempre estuviste conmigo como un viento suave que me llevaba, como una luz en la oscuridad que iluminaba mi vida con su amor, vos fuiste mi inspiración, en medio de las mentiras vos fuiste la verdad, mi mundo es un lugar mejor gracias a vos.

Soy todo lo que soy porque me amaste.

Esto es lo que ocurre en la séptima morada, lo podemos traducir con alguna palabra que nos acerque, la música nos ayuda para adentrarnos en esto que se llama el desposorio interior, pareciera, dice Teresa, que todo está dicho en este camino espiritual, pero el poder de Dios no tiene límites y tampoco lo tiene su amor. Esto es lo que ocurre en esta morada, el amor de Dios se muestra sin límites y nos muestra lo mejor de nosotros mismos. Podemos decir nosotros con esta hermosa canción que somos lo que somos porque Él nos amó.

En el fondo lo que ocurre en la séptima morada es que el amor se hace revelador de sí mismo y saca a la luz lo que estaba escondido en nosotros regalándonos la posibilidad de llegar a ser lo que en ciernes potencialmente veníamos siendo nuestra personalidad se configura definitivamente en el proyecto que Dios pensó para siempre en nosotros y lo hiso gracias a una experiencia de amor. Por eso en esta mañana queremos compartir los amores que han revelado nuestra identidad. Viste como se dice por ahí, Fulano de tal, fulana de tal saca lo mejor de mí, como hay gente que saca de nosotros lo peor, pero hay gente también que saca lo mejor de nosotros mismos, eso se da cuando una experiencia de amor revela de nosotros lo que está escondido y que a nuestros propios ojos está como verada, somos como incapaces de ver, hace falta una presencia catalizadora de una gracia de amor que saca a la luz lo que está escondido.

Experiencia de amor, de amor de amistad, de amor de pareja, de amor de familia, de hijos, de padres que nos han revelado lo mejor de nosotros mismos.

Tantos sin límites en esta experiencia del amor de Dios, que dice Teresa se le nuestra al orante en esta etapa del camino, el misterio mismo de Dios trinitario con una calidez inaudita. Llega como una nube luminosa y se entiende esta verdad de la fe, por así decirlo con las propias experiencias de la mirada, con los propios ojos, se le comunican a uno las tres personas divinas, dice Teresa y le dan a entender aquellas palabras de Jesús, que el Padre y Él con el espíritu vienen a habitar en el alma de quienes lo aman y guardan sus mandamientos.

El camino por el cual llegamos a este lugar es sin duda la fuerza y el poder del amor de Dios en su iniciativa quien purgando todo nuestro ser de maneras diversas nos lleva a ser uno con Él. Este es el motivo por el cual se recorre el camino detrás de Jesús en términos de amistad. Este hermoso don de la amistad tiene la posibilidad de ser uno en el otro. El amigo no es solamente un compañero de camino, es uno viviendo en el otro. Cuando la amistad viene de Dios somos nosotros en Él y Él en nosotros.

Eso es lo que hace la experiencia de un amor genuino con los colores con los que se manifieste, cualquiera sea, transforma una luminosidad tal, que pone al descubierto lo que somos, es como  dice la canción, es un sol que nos revela lo que está escondido y nos permite descubrir lo que hasta ahí no habíamos visto.

La experiencia de amor en Cristo se hace fusión, se hace uno en el otro. Pablo va a decir en el culmen de su peregrinar interior que con Cristo estoy juntamente crucificado y ya no vivo más yo, vive Cristo en mí y lo que ahora vivo, en la carne lo vivo en la fe del hijo de Dios, él cual me amó y se entregó a sí mismo por mí. No es que la persona confunda su identidad en el vínculo de amistad genuino del amor, al contrario, encuentra su más honda identidad a partir de esta experiencia de revelación que trae el amor ya ahora fuerte, muy fuerte, capaz de darnos la posibilidad de estar de pie desde nosotros mismos, desde lo más profundo de nuestro ser con todo lo que estamos llamados a ser.

Como todo vinculo genuino de amistad lejos de cerrarse en un círculo vicioso en la relación de amistad se hace expansiva. Esta es la relación con este amigo Jesús que se instala en lo profundo del corazón, nos revela lo mejor de nosotros mismos y hace que abramos las puertas de nuestro corazón a que muchos se encuentren con nosotros, con Él en nosotros y nosotros en Él y ese lugar habitable, intimo y profundo es al mismo tiempo abierto para que muchos lo habiten.

Qué pasa en este encuentro de revelación de nosotros mismos y de lo mas intimo de nosotros con el genuino encuentro con el rostro real de quienes somos, cuando en Jesús nos encontramos Él comienza a ser el eje, el centro, todo surge desde este lugar de encuentro de profunda intimidad que no es intimismo sino presencia de Dios habitándonos en lo profundo de nuestro ser y abriéndonos las puertas para que muchos mas puedan encontrarse en aquel lugar. El alma, dice Teresa, siente el deseo de ser universal. Ella quería hacer todas las cosas, Teresita, hasta que encontró la centralidad en Cristo, Teresa hoy habla y lo indica con esta expresión, “Se está mucho más alerta que antes para todo trabajo en bien de la iglesia y de los hombres en este lugar, en el lugar del encuentro profundo con Dios, donde mayor intimidad hay lejos de pasársenos lo que pasa alrededor nuestro todo tiene sentido y uno es capaz dice Teresa de estar todos metidos en Dios y en cada uno de los detalles de la vida”.

Apertura universal para ser en todos y al mismo tiempo centralidad en el misterio del amor.  Hay que tener en cuenta que para cada persona la centralidad en Cristo tiene rasgos distintos de acuerdo al llamado que el Señor nos ha hecho, algunos encuentran a Jesús en el servicio a los más pobres, otros lo encuentran en la palabra y así sucesivamente. Hay estados diversos en los que nos encontramos con el Señor, algunos los hacen en la vida matrimonial, otros en la vida consagrada, otros en su servicio y en su entrega a los demás siendo solteros. Esta posibilidad de ser en el centro con Cristo y ser de diversos modos lo da la presencia de un amor que tiene un montón de colores como el arco iris, que es signo de la alianza en la palabra de Dios. Fíjate como en este lugar de la más profunda intimidad y de lo que Teresa lo llama el desposorio interior, lo que ocurre en realidad es un colorido diverso de la presencia de Dios que le da a la vida una posibilidad de ser múltiple y entonces la persona lejos de tener, de estar encerrada en una actividad, multiplica su presencia en el mundo con mil colores que hablan de una misma realidad la centralidad de Jesús en ella.

Entre todo ese colorido de vida por la presencia de Dios que nos habita por dentro, la universalidad de entrega del amor en , nos lleva casi a perdernos de nosotros mismos, olvidados de nosotros mismos, nos lleva a territorios cada vez más amplios, esta experiencia de universalidad no es fruto de una lógica de razonabilidad sino que es fruto de un amor que lo copa todo desde dentro de sí mismo y nos lleva más allá de nosotros mismos. Los resultados, dice Teresa, de esta unión con Dios son similares a los relatados anteriormente pero llevados a un grado máximo, la persona que recibe este don se entrega enteramente a la obra de Dios sin acordarse para nada de sí misma.

En realidad la persona que se encuentra en este estadio interior, no le interesa nada, ni que lo consideren, no le preocupa nada, no le preocupa su fama, no le preocupa el qué dirán, es solamente la medida del amor de Dios lo que invade su corazón y no hay otra medida que le quepa, no hay otro modo en torno al cual poder verse reflejado, no hay otro lugar donde verse, no hay otro lugar donde considerarse, no hay un límite que le establezca la posibilidad de ser sino solamente este vinculo de relación con un Dios que no tiene límites y por eso el mar que se abre delante de la persona que entra en esta dimensión del vínculo con Dios es inmenso. Tampoco desea como antes morir para ver a Dios, ahora prefiere vivir muchos más años para trabajar por Él para dar a conocer el evangelio, se trabaja para que todos conozcan a Dios y no solo para que sea conocido sino para que sea servido. Qué pasa que el amor que ha revelado lo mejor de sí mismo y le ha hecho ser lo que llega a ser no es sino para anunciarlo, para compartirlo, para comunicarlo, para mostrarlo.

Aun cuando todo se mueva alrededor de uno, el alma se encuentra en quietud casi siempre, se encuentra junto al mismo Señor, sin embargo no falta la cruz pero sin pérdida de la paz interior. Algunas veces el Señor deja solo a quien está en este estadio por un día para que entienda más que lo que tiene es regalo para que se mantenga en humildad, es decir, no te permite al que está en este lugar que se ensorvezca sino por el contrario, que se meta dentro del misterio de Dios y encuentre en la dimensión de la grandeza de Dios, las dimensiones de su propia pequeñez y desde ese lugar con mayor libertad aun poder gozar y disfrutar de esa presencia de Él que todo lo puede y lo hace estar en mil mundos, a los que pertenecía y no sabía, esos que estaban escondidos dentro del corazón y que sacan a luz las potencias más ricas y más bellas que en el corazón de todo hombre y de toda mujer están como latiendo y que solo a la luz del misterio de Dios comienza ya a no ser posibilidad sino a ser realidad.

Es un camino de unión éste el de la séptima morada para dar mucho fruto. Es lo mismo que dice la palabra de Dios en el evangelio de Juan 15, cuando nos llama a dar mucho fruto. Utilizando la imagen del sarmiento y la vid, dice Jesús: “Permanezcan en Mí, como Yo permanezco en ustedes. Así como el sarmiento no puede dar fruto sino permanece en la vid, tampoco ustedes si no permanecen en Mí”.

Es verdad, por momentos pareciera que el Señor se ausenta, por un tiempo, pero está allí consolando y trae la luz y la fuerza, y la gracia de permitirle a quien ya adoptó definitivamente como suyo, de caminar por la vida con alas de libertad.

En este espacio de la  séptima morada Dios nos regala como experiencia interior de ser en Él y de que aparezca de nosotros, lo mejor de nosotros mismos. Porque esto es lo que ocurre en el encuentro con Dios, la persona se plenifica, es ella misma. Como en toda relación humana de un amor genuino y auténtico, en libertad, las personas crecen, ellas mismas estando unidas sin confundirse.

                                                                                                                       Padre Javier Soteras