27/10/2025 – En un nuevo programa dedicado a recoger los testimonios de los misioneros presentes en distintos lugares del mundo, tuvimos un emotivo encuentro con las hermanas Constanza Lo Sardo y María José Ramírez, ambas del Instituto de las Hermanas Esclavas del Sagrado Corazón de Jesús (@esclavascorazonjesus en Instagram). Actualmente se encuentran en la Misión «Sagrado Corazón» (@mission_sc) que el instituto lleva adelante en una región rural-marginal de Benín, en la frontera con Nigeria.
Desde hace 28 años, las Hermanas Esclavas del Sagrado Corazón de Jesús llevan adelante la misión en Benín, un país del oeste africano que las recibió con los brazos abiertos. “Cuando las primeras hermanas llegaron, el obispo les dijo: ‘Desde la parroquia de Banicani hasta el límite con Nigeria no hay nada, hagan lo que puedan’”, recuerda la hermana Constanza. A partir de ese envío, comenzó una historia de servicio y fe que hoy sigue creciendo entre aldeas rurales y caminos de tierra.
La misión se ubica en Pari, una comunidad del pueblo baribá, a 400 kilómetros de la capital. Allí, las hermanas comparten la vida cotidiana con las familias locales, en un entorno donde “convivimos con muchas etnias, alrededor de siete u ocho solo en nuestra aldea”, explica la hermana María José. Esa diversidad cultural y lingüística —más de 60 lenguas en todo Benín— marca el pulso de una convivencia respetuosa y solidaria.
Las hermanas impulsan proyectos de educación, salud y acceso al agua potable, pilares de la llamada promoción humana. “La evangelización y la promoción humana siempre han ido de la mano, como dos hermanas que se tiran una de otra”, cuenta Constanza. Así, la misión acompaña a las comunidades en el desarrollo de sus recursos y en la organización colectiva para mejorar su calidad de vida.
Entre los desafíos más urgentes se encuentra el acceso al agua. “Hay aldeas que aún no tienen pozo, y el agua que beben es estancada y enferma. Lograr la unidad del pueblo para cuidar la bomba de agua es un gran desafío”, cuenta María José.
En ese camino, las hermanas subrayan que su tarea nunca es “para ellos”, sino “con ellos”. “Siempre es con ellos”, afirma Constanza, destacando que el verdadero sentido de la misión está en caminar al mismo paso del pueblo, escuchando sus necesidades, aprendiendo de su sabiduría y construyendo juntos las respuestas. Esa presencia compartida —sin imponer, sino acompañar— es la que da vida y autenticidad al servicio misionero.
En medio de la sencillez, la fe del pueblo se manifiesta con alegría. “A las dos y media salimos para la catequesis con un sol radiante, y la gente está esperando bajo el mango. Jamás escuchamos una queja”, dice Constanza. Esa entrega cotidiana revela el corazón profundo de esta misión: un encuentro entre culturas que se transforma mutuamente, donde cada día —entre el polvo, el canto y la oración— florece el sueño dorado de la beata Catalina de María.
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