Significativas presencias del amor de Dios

jueves, 28 de mayo de 2009
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Se celebraba por entonces en Jerusalén la fiesta de la Dedicación, era invierno.  Y Jesús se paseaba por el Templo, en el pórtico de Salomón.  Le rodearon los judíos, y le preguntaron:  “¿Hasta cuándo nos tendrás en suspenso?.  Si eres el Mesías, dilo abiertamente”. Jesús les respondió:  “Ya se los dije, pero Uds. no me creen  Las obras que hago en nombre de mi Padre dan testimonio de mí; pero Uds. no creen porque no son de mis ovejas.  Mis ovejas escuchan mi voz; yo las conozco y ellas me siguen.  Yo les doy la vida eterna, ellas no perecerán jamás, y nadie las arrebatará de mi mano. El Padre, que me las ha dado, es superior a todos, y nadie puede arrebatar nada de la mano de mi Padre.  El Padre y Yo somos una sola cosa”.

Juan 10; 22-30

El primer punto de nuestro encuentro podríamos titularlo así: “discípulos del amor que da vida”.

En el Evangelio la revelación de Jesús llega a su mayor profundidad en la fiesta de la Dedicación del Templo; no solo Jesús es la puerta y el pastor, no solo está mostrando ser el enviado de Dios por las obras que hace, su relación con el padre Dios es de una misteriosa identificación: “El Padre y Yo somos uno”.

Jesús va manifestando progresivamente el misterio de su propia identidad de su persona, ahora lo dice abiertamente, aunque ellos no lo puedan recibir tan abiertamente y siguen cerrados en su incredulidad. “El y Yo somos uno”.

Al pedido de los que rodean a Jesús en el pórtico de Salomón en el tiempo de la Fiesta de las luces, aparece la luz de Jesús con toda su claridad, con toda su diáfana presencia, manifestando la transparencia de su identidad mas profunda. El y el Padre constituyen una unidad.

Alguno de sus oyentes no querían creer en esto que el decía y justamente es la fe en Jesús lo que define si la persona tiene o no vida para siempre. El que no cree – claramente lo dice hoy la palabra – se pierde, se pierde la posibilidad de salir de las tinieblas a la luz, la fe es en la persona de Jesús, la fe es en la propuesta de amor que se expresa en los signos donde se ve la obra de Dios, el Padre, en la persona del Hijo.

El pasaje del Evangelio nos invita también a nosotros a renovar nuestra fe y nuestro seguimiento en la obra de amor de Jesús en la propia vida. ¿En qué se muestra el amor de Jesús en mi propia vida? En que descubro que Dios me da vida, me llena de vida por esa presencia significativa, expresada en signos concretos que hablan de un amor mucho mas grande que se abre detrás de aquello que se comunica.

Suele ser el amor familiar, de los hijos, del esposo, de la esposa, de los padres, de los hermanos, el amor de la vida vincular de la familia con otras familias, el entretejido social que se va urdiendo de una manera misteriosa con lazos invisibles con parientes y con no parientes mas fuertemente todavía, por la gracia del espíritu en la comunidad parroquial, presencia del amor en la vida fraterna, en la intimidad del corazón, en el secreto donde Dios escondido hace presente su gracia de amor que nos deja sedientos de ese mismo amor con el que se nos comunica.

¿En qué se muestra el amor de Dios, el de Jesús en la propia vida, cuáles son los signos que comunican ese amor y cómo aparece ese amor en lo concreto de mi vida? de eso se trata, de definir esa presencia y vincularnos con ella de manera creyente, es abrirnos a un misterio que nos trae luz, salir de la monotonía y apatía de vivir lo vincular y los signos que hablan de lo que nos trae vida para descubrir detrás de esos mismos signos la presencia escondida de Dios que se está comunicando y entonces desde allí abrirnos creyentemente a un Dios que nos resulta siempre sorprendente y animarnos a recorrer por esos mismos caminos donde su presencia se manifiesta en condición discipular, para aprender de ese amor, para crecer en ese amor, para ahondar en ese amor de Dios expresado en lo puntual y concreto – de una mañana, de una tarde, de una noche, de un encuentro, también de una ausencia – donde la marca del amor de Dios ha quedado presente.

Estamos compartiendo las presencias de amor de Dios que nos invita a creer que Jesús está allí y a salir de ese lugar de oscuridad donde la vida se nos hace monótona, rutinaria, casi aburrida, sin sentido o sin la suficiente claridad como para andarla con gozo y alegría.

Justamente lo que les pasaba a los que no reconocían la presencia de Jesús en medio de ellos y cuestionaban que a través de esa forma tan simple, como su condición humana como hijo del carpintero, pudiera estar comunicándose la gracia del mesianismo, la gracia de la salvación, de la vida en plenitud, la felicidad en todo su esplendor se comunica de maneras muy simples en nuestra vida.

Te pido por favor que prestes atención, porque cerca de ti, no lejos de tu propia historia, Jesús sigue manifestándose, ponéle nombre a ese modo suyo de manifestarse y abrite desde ese lugar a lo que está escondido detrás de cosas tan simples como los vínculos, como la propia intimidad, como lo cotidiano en lo que te trae gozo y felicidad. Significativas presencias del amor de Dios que nos abren al misterio de Jesús.

El segundo punto de nuestro encuentro reza así: “Discípulos del amor que une”.

El discipulado es un proceso de amor que nos hace uno en Jesús y con nosotros. Este es el misterio grande de reconciliación que Jesús ha venido a instalar en el corazón mismo de la comunidad humana. El evangelio de hoy hace presente este rasgo de la presencia de Jesús que atraviesa toda su doctrina, la unidad, la mas fuerte afirmación en este sentido se expresa en el último versículo del Evangelio de hoy: “El Padre y yo somos una sola cosa” .

Esta unidad es consecuencia del amor del padre y del hijo, el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo, las tres personas divinas se definen desde la única lógica que da razón al ser divino, el amor. Así se refiere Juan en la primera de sus cartas, el misterio de Dios se hace presente en el Amor, Dios es Amor, quien cree en el amor que propone Jesús como nueva ley, tiene vida y aspira a más vida.

No se ve colmada su vida sino abierta su vida a mas vida por el amor que en Jesús nos lleva siempre a más y por eso se puede – diría Pablo – olvidar lo pasado habiendo sido alcanzado por Jesús y lanzarse hacia delante haber si podemos seguir alcanzándolo y encontrándonos con un amor que transforma, haciéndonos hacer experiencia constante de Pascua, de transición, de abandono de lo conquistado para ir detrás de lo no conocido.

El que no adhiere a esta nueva doctrina que complementa y da razón a la antigua doctrina, muere. La vida y en clave de eternidad está en el adherir a este amor que es mas no sabido que sabido, es mas no conocido que conocido, aunque sea que de él algo hayamos probado, aunque sea que de él algo – un poquito – hayamos bebido. Es mas lo que queda por beber que lo ya bebido, es mas lo que queda por conocer que lo ya conocido, y por eso este amor siempre es una invitación a mas, a mas desde el despojo de lo ya aprendido, de lo ya sabido, de lo ya encontrado.

Este es el camino discipular al que el Señor nos invita, estas obras de Jesús en medio de nosotros, obras de amor de su presencia nos invitan a confiar más. Detengámonos no en lo que no está bien, en lo que falta por acomodar en nuestra vida sino en lo que habla de la vida, en lo que tiene que ver con vida y animémonos a recorrer caminos desde ese lugar, caminos de reconocimiento en la búsqueda de un amor constante que renueva y da vida, el que no adhiere a esta nueva doctrina que complementa y da razón a la antigua, muere.

Lo que testifica que Jesús es el Mesías son sus obras, las que realiza en comunión de amor con el Padre, en medio nuestro y en nuestra propia historia, como hace dos mil años. Por eso nos detenemos esta mañana, como buenos discípulos, a leer en la propia historia, el amor de fidelidad y de eterna misericordia agradecida con la que Dios nos cuida nos acompaña y nos sostiene.

Estas obras, si las entienden las ovejas, va a decir Jesús en el Evangelio, ellas saben escuchar la voz del pastor Mesías y lo siguen, participando en ese misterio de unidad: “Mi Padre que me las ha dado es superior a todos y nadie puede arrebatar nada de la mano de mi Padre”, la unidad como misterio de complementariedad de lo diverso es fruto de una corriente de amor que hermana sin diluir lo que nos distingue.

Vuelvo sobre esta expresión: la unidad fruto del amor que se abre delante de nosotros en lo concreto de cada día y donde Dios participa y nos invita a caminar en él complementa toda la diversidad y amplitud con que la vida aparece delante nuestro y es fruto de una corriente que nace del vínculo del Padre y el Hijo y que viene a nosotros a hermanarnos, sin diluir lo que nos distingue, es complementariedad, es misterio de alianza.

Los caminos de la unidad no son el resultado de una estrategia que lleva a limar las asperezas, a superar lo que nos diferencia ni a eliminar lo que nos hace distintos, eso se llama uniformidad. Cuando nosotros vamos a buscar la unidad intentando calmar los ánimos, limar las asperezas, superar lo que nos diferencia y eliminar lo que nos hace distintos, vamos por mal camino… porque la complementariedad es el camino de la unidad y la diversidad es la riqueza de lo uno. El Padre, el Hijo, el Espíritu son distintos y uno. La riqueza del misterio de Dios está en la diversidad de las personas, los caminos de la unidad nacen de la buena noticia de Jesús que anuncia el amor que complementa los opuestos.

Vos decís: ¿Qué diferente que somos, cómo podríamos estar en comunión? Ahí es donde Dios juega su historia, cuánta diversidad, cuánto mundo plural, cómo es posible convivir en él entendiéndolo – ahí es donde Dios hará la maravilla de una manifestación nueva en el corazón mismo de la humanidad para rebelar la riqueza de la unidad que complementa y reconstruye en lo diverso.

¿Es un mal la fragmentación? Sí en cuanto que no permite encontrarse, no en cuanto abre a la pluralidad e invita desde la diversidad a la riqueza a partir de la complementariedad de las partes. Por eso el tiempo en el que vivimos, un tiempo de diversidad, de pluralidad, un tiempo de nuevas culturas, de nuevas realidades que nos ponen en un mundo nuevo, lejos de asustarnos tienen que animarnos a meternos mas en Dios y en Dios buscar de entender lo incomprensible para nosotros por venir de otro modo y de otro estilo.

Dios no abandona la historia ni la deja librada a su propia suerte, es el Señor de la historia. Los caminos de la unidad nacen en la buena noticia de Jesús que anuncia el amor que complementa los opuestos y los diversos hasta llevarnos a la máxima experiencia, incluir en el horizonte de lo amable a los enemigos, a los que no solamente no son parecidos sino que son totalmente y agresivamente opuestos, también ellos forman parte del horizonte de la complementariedad, de la riqueza y de la grandeza y esta es la fuerza que nace del misterio de la unidad que Jesús proclama, el Padre y yo somos uno y te pido Padre que todos sean uno como nosotros para que el mundo crea. Creer es poder entrar en el misterio de este amor que transforma.

No auto engañarnos detrás de la búsqueda afectiva de compensación interior en nuestro camino de devoción, de oración, aún – la mas genuina de ellas y la mas hermosa – la adoración eucarística. Si la adoración eucarística no conduce a la caridad, a un mayor compromiso de vida, a un cambio en las relaciones con los demás, estamos evadiéndonos, estamos detrás de aquello que justamente sale al cruce del evangelio y todo el cuerpo juánico, de un espiritualismo, una evasiva manera de vincularnos con Dios.

La verdadera relación con Dios termina en una relación fraterna clara, en una relación fraterna comprometida, en un trato conciente de que en el hermano vive Dios, como vive en mí, por lo tanto debo acercarme a aquel lugar de relación como me acerco a la presencia de Jesús en el Santísimo. Es decir, descalzo, desprovisto de todo, en expectación a la revelación que Dios está dispuesto a hacerme, también en ese vínculo que viene desgastado, sufrido, deteriorado, golpeado, también ahí Dios puede sorprendernos porque vive en el hermano como vive en mí, y  cuando Dios está en el corazón del otro como está en el mío, es capaz de sorprendernos, de cambiarnos y de transformarnos, la relación fraterna cuando crece en nosotros la conciencia de la presencia de Dios en medio nuestro, cuando somos concientes que cuando dos o mas estamos en su nombre todo se transfigura.

Te invito a que te abras a la misericordia de Dios y al infinito amor con el que él te visita cada día, y que desde ese lugar de presencia concreta de Dios te abras a lo que está detrás – es mucho más de lo podés traducir en palabras o recibir en ese mismo modo de comunicación con el que el Señor sencillamente dice: te amo, profundamente te amo. Que puedas encontrarte con ese amor de Dios, que seas discípulo / discípula de ese amor y que ese mismo amor te abra en la diversidad a descubrir con cuanta capacidad de creatividad Dios integra lo diverso en tu vida. Que sea así y que te encuentres y te renueves en el amor de Dios. Hasta mañana…